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Belleza a la que amar

No comprendo cómo se puede pasar junto a un árbol y no ser feliz de verlo; hablar con una persona y no ser feliz de amarla. Y cuántas cosas hermosas hay a cada paso: mirad la infancia, mirad la aurora de Dios, mirad los ojos que os miran y os aman.

Fiódor Dostoyevski

Nacidos humanos

Cada recién nacido nos recuerda lo más esencial: para qué nacimos y que pronto o tarde moriremos.

No nacimos para explotarnos los unos a los otros, ni para odiarnos, ni para dominar o ser sometidos. Tampoco nacimos para triunfar, si ello supone la derrota de otros. No nacimos para perder, ni para sufrir, ni para ser esclavos de una forma u otra. Nacimos para ser libres, para ser justos, para ser solidarios, para ser felices.

Nosotros, todos, de un color u otro, de un continente u otro, somos personas, seres nacidos para compartir, para crear, para creer, para crecer, para aprender, para leer y para escribir, para trabajar, para sentir, para cantar, para bailar, para salvarnos, juntos, unidos,…

Nacimos necesitados de cuidados y destinados a cuidar. Nacimos indefensos, de una madre y de un padre, con el instinto de cuidar a los más pequeños, a los más débiles, para considerarnos como hermanos. Nacimos como seres sociales, para convivir mancomunados, para apoyarnos los unos en los otros, para compartir alegrías y para sobrellevar penas, para solucionar mejor nuestros problemas.

Nacimos para la alegría, para la gloria, para ser amigos, para enamorarnos, para perpetuarnos,… Somos seres nacidos con mente para pensar, con manos para contribuir, con corazón para amar, con cuerpo para gozar y con espíritu para que, cuando llegue la hora final, podamos decir: he vivido y mi vida ha tenido sentido.
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Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/nacidos.htm

Un día perdido

Veloz el tiempo corre y queda sólo el pesar de haberlo mal perdido.

Un día perdido es un día irrecuperable. De todo lo que hemos perdido, lo que más añoramos es el tiempo perdido. Napoleón creía que “Podemos recuperar el terreno perdido. El tiempo perdido, no”. Otros matizan más: Dinero perdido, nada perdido; tiempo perdido, algo perdido; corazón perdido, todo perdido.

Un día perdido es un día sin pasear, sin jugar, sin pintar, sin estudiar, sin aprender, sin leer, sin escribir,… pero sobre todo es un día sin amar. El día más irremediablemente perdido es aquel en que no nos hemos reído, o ni siquiera sonreído. Peor aún es el día que no hemos logrado que otros sonrían, o rían, o lean, o aprendan,… con nosotros.

Esos son los días más perdidos. Aquéllos en que no hemos amado o ayudado a nadie. Cayo Suetonio atribuyó al Emperador Tito la siguiente frase: “¡Amigos, he aquí un día perdido para mí!”. Palabras pronunciadas cierta noche, cuando advirtió que no había realizado ninguna buena obra. Lo no hecho cada día, es lo irremisiblemente perdido. También lo diferido, es medio perdido.

Hemos perdido demasiado tiempo, pero no sabemos cuál exactamente. La sabiduría considera que no es tiempo perdido el dedicado al trabajo, aunque éste parezca modesto e intrascendente. Tampoco es tiempo perdido el empleado en escuchar con humildad. Menos perdido aún es el día en el que hayamos fallado; al contrario, es enriquecedor pues el fracaso siempre acaece preñado de enseñanza.

Los verdaderos paraísos son los que hemos perdido, y esos paraísos perdidos sólo están en nosotros mismos. Luego están a nuestro alcance los paraísos genuinos. Recuperemos el tiempo perdido. Que no sea hoy un día perdido. Todavía estamos a tiempo de sonreír y de lograr que otros sonrían.
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Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/perdido.htm

Amor correspondido


El amor no correspondido es el más extendido y duradero, pero es superable, olvidable y sustituible por un amor recíproco.

Todo el secreto de la felicidad se basa en la elección justa de los amores, soslayando los no correspondidos y apostando fuerte por los amores que funcionan, en la pareja, en la amistad, en la profesión, en la vocación, en la vida,... El amor, en su mayor parte y en su fase preliminar, es amor no correspondido: Amor hacia una persona que no nos recompensa, amor hacia una labor no agradecida, amor hacia una afición que no progresa, amor hacia un destino que no avanza,…


Comprendamos que es el amor, o el odio, lo que mueve el mundo. Elijamos el amor, el amor correspondido, consumado y fructífero. Según Erich Fromm, hay varias formas de amor: maternal, fraternal, erótico, el amor a sí mismo y el amor a Dios. Los dos primeros penden de la suerte familiar de cada uno de nosotros; que los demás sean correspondidos depende de nosotros mismos.

Porque el amor no es esencialmente una relación con una persona específica, sino una actitud de quien ama, de quien por sí mismo dispone y ejerce la fabulosa capacidad de amar. Amar no es establecer una correspondencia bidireccional, sino proyectar el amor hacia alguien (o algo). La persona amada, o el objetivo del amor, puede responder o no. Si algo no funciona del todo, no esperemos que el tiempo lo cure porque la vida es breve. Tampoco caigamos en un enamoramiento pleno con quien no esté igualmente embelesado.

Pero el desamor no siempre debe ser devuelto, aunque quizá sea mejor así con respecto a una persona que definitivamente rechaza nuestro ofrecimiento de amor. Cuando no hay solución, recordemos la vieja técnica del OSO Necio: Obtener; si falla Sustituir; y en caso negativo Olvidar, sino queremos actuar como Necios. Otros afanes, casi todos como los profesionales o las amistades, pueden ser vencidos con tesón y coraje cuando lo deseado merece el empeño.

El esplendor del amor se alcanza con un amor correspondido, que siempre es posible. Para volar alto se necesita un corazón entero – respirando sincronizado con otro corazón- y dos alas, la del amor ofrecido y la del amor recibido. Por eso, cuando el amor nos responde y corresponde, sólo hay que reactivarlo y revivirlo día a día con pasión consciente y sentida. No dejemos apagar nunca un amor recíproco, porque el amor siempre puede crecer, un poco más, mucho más, hasta el infinito y aún más. Se puede estar eternamente enamorado… y correspondido.

La revolución de la ternura

La última revolución habrá de ser de ternura para comprender las diferencias y hallar el camino hacia una singularidad convivida en la abundancia de la multiplicidad.

Pablo Neruda citó, hablando del poeta Mayakovski, el invento de una alianza indestructible entre la revolución y la ternura. También Víctor Hugo sugirió que “la indignación y la ternura constituyen la misma facultad vuelta en los dos sentidos de la dolorosa esclavitud humana; y quienes son capaces de encolerizarse son también capaces de amar”. El mismo Ernesto "Ché" Guevara señaló que “a veces debemos endurecernos, pero jamás debemos olvidarnos de la ternura”. Antes se decía que una mujer sin ternura era una monstruosidad, todavía más que un hombre sin coraje; ahora, hemos de considerar que toda persona sin coraje y sin ternura es alguien truncado.

Lo cierto es que la ternura aunque soterrada, se halla por doquier. Jacques Brel, el trovador de la ternura, cantaba “Cuando sabemos dar la ternura y también sabemos recibirla, nos damos cuenta que se halla presente todas partes: en un perro, en un amigo o en una desconocida”. Hay una ternura infinita en todos los corazones humanos como en una noche llena de estrellas.

Aún los más centenarios y gigantes árboles, los que inspiran solidez, altura y firmeza, se rodean de una tierna corteza donde los amantes graban sus nombres y amores para la posteridad. La ternura nos hace vulnerables, nos convierte en humanos, y nos eleva a la categoría de ángeles mortales. Tenemos la misma edad que nuestra ternura. Nuestro desgaste de ternura no es más que amor sin utilizar, porque el amor crea ternura… que sobrevive al amor. La ternura es esa realidad que consigue superar al ensueño de la utopía.

Hay ternuras de todas clases. Todas, menos las ternuras postizas, son válidas. Un niño describió la ternura como una luz y un calor que permanece en nuestro corazón aunque afuera esté lloviendo. Por ello, la ternura infantil es la más entrañable, pero en la mirada de una mujer alcanza la ternura su expresión suprema. Aunque jamás en la vida encontraremos ternura mejor, más profunda, más desinteresada, ni más verdadera que la de una madre. Nunca agradecemos lo suficiente a las mujeres del mundo, por mantener algo de ternura y sensatez en nuestras infancias, en nuestros juegos y en nuestra existencia a lo largo de la historia.

La ternura es el reposo de la pasión, eso que convierte la existencia de la otra persona en nuestra segunda piel. Por ello, cuando se expresa la ternura, se expresa en plural. El escritor de la ternura, Jacques Salomé, cree que la ternura no es un estado permanente, sino un descubrimiento perpetuo que cada uno de nosotros podemos hacer, no a través de la fragilidad de las apariencias o la rutina de las costumbres, sino en una vivencia consciente y completa del presente. La ternura no nace de lo imposible, sino que engendra vitalmente lo posible.

Nada es pequeño para la ternura. Aquellos que esperan las grandes ocasiones para probar su ternura,… no saben amar. Si sólo por el sufrimiento se alcanza la grandeza, sólo por la ternura se descubre los grandes amores. Ternura es una palabra o un silencio convertido en ofrenda... para quien sabe escucharlo con confianza. Saber escuchar con tolerancia es otra de las mejores manifestaciones de la ternura. Una risa sin fronteras, un ligero roce y una caricia que hace temblar el suelo bajo nuestros pies,… son cumplidos reflejos de la ternura.

La ternura reencontrada es igual que unas gafas graduadas, destinadas a corregir nuestra prosaica visión de la vida. Cuando la muerte, la gran reconciliadora, llega a nosotros, nunca nos arrepentimos de nuestra ternura, sino de nuestra severidad. Nadie puede llamarse feliz hasta que haya aprendido a cultivar la alegría, la estima, la ternura y la buena voluntad hasta el punto de hallarse determinado a ser feliz todos los días, haciendo felices a los otros.

Todos buscamos ternura natural de forma desesperada. Jacques Brel lo cantó “Somos como barcos partiendo todos juntos en la pesca de la ternura”. Y recuerda: La ternura no pide nada, no espera nada, se basta a sí misma. Jamás hay que prestar la ternura; hay que obsequiarla, si no, duele demasiado.
 Versión final en: http://www.agirregabiria.net/mikel/2006/ternura.htm
Post reparado en 2021, sustituyendo el vídeo final.

Urgente: gente inocente

Aprendamos a descubrir y a reconocer a esas personas tiernas, intensas y emotivas, gigantes en inocencia, una cualidad en retroceso y en peligro de extinción.

La inocencia es algo más que sencillez, bastante más que ingenuidad y mucho más que puerilidad. La inocencia jamás es afectación, tampoco sensiblería, nunca debilidad. La inocencia no exige inteligencia, no requiere formación, no precisa recursos, no se expresa con palabras, no necesita explicaciones, porque nace de lo profundo de cada alma, donde anida desde que nacemos. La inocencia es más que una virtud, más que una condición, más que una vocación, más que una ilusión.

La inocencia es una trayectoria, un destino, una deontología, una potencialidad, una pasión, una ideología, una convicción, una conducta, una bendición. La inocencia es candor, naturalidad, espontaneidad y pureza, el primigenio estado óptimo del ser humano. La inocencia subyace innata en el fondo del corazón, y sobrevive si no se pervierte al velarse con la amarga realidad.

La inocencia es el juego de la existencia y un sinónimo de la gran libertad. La inocencia es la materia original de la que fuimos hechos. La inocencia es consubstancial a la más hermosa y suprema dignidad. La inocencia es la vida, es la verdad; la inocencia es la “verdad de la vida”. La inocencia es inherente a la naturaleza humana. La inocencia es el sustrato del que estamos hechos, nuestra original y primera piel. La inocencia es la superioridad del más débil. La inocencia es la primera forma de amor. La inocencia es belleza. La inocencia es, ante todo, felicidad.

La inocencia no es inconsciencia, ni ignorancia, sino ver, saber y comprender mucho mejor la vida. La inocencia es la huella más pura del conocimiento. La inocencia es la visión limpia y auténtica del mundo y de sus habitantes. La inocencia es amar a quienes tenemos cerca porque son necesarios, únicos y sagrados. La inocencia es un estado del alma limpia de culpa. A la inocencia la dicen locura, quienes perdieron su cordura, porque la inocencia es madre de la curiosidad, de la creatividad, de la solidaridad, de la alegría.

Es común la nostalgia de la inocencia, pero es mejor saber que la inocencia es recuperable. La infancia es la época de la inocencia, pero quieren acortarnos la niñez, y con ello la inocencia. La inocencia es la marca de los grandes, el atributo de los niños y de esas antorchas humanas que algunos toscamente designan como “Síndrome de Down”. Ellos fueron bautizados, mucho antes, por alguien muy superior, como los más nobles, perfectos e insuperables inocentes. Sólo ellos conocen las claves. Si comprendiéramos sus códigos de inocencia, hallaríamos el camino de vuelta al paraíso de la inocencia, del juego y del recreo.

La inocencia es un territorio a ocupar, a invadir de modo permanente. La inocencia es la utopía acurrucada entre nuestros brazos. La inocencia es un ideal factible, que podemos creer, crear y propagar. La inocencia es instinto transformador, poderoso, necesario, aplicable, oportuno. La inocencia ilumina, actúa sin calcular, sin esperar, sin desesperar, sin dejar de perdonar. La inocencia es empezar de nuevo. La inocencia es una irrenunciable actitud de esperanza, de reafirmación ante el mundo, de rebeldía ante la injusticia. Ojalá que en el futuro a nadie, jamás, le sea usurpada nuestra primera naturaleza: la inocencia.

La inocencia es un tesoro a preservar, porque se agotan sus reservas mundiales. La historia ha degollado a demasiados inocentes. Hay que hacer algo: Comprendamos que todos somos presuntos inocentes. Ha llegado la hora de declararnos culpables de inocencia. Recordemos que la fuerza más poderosa de todas es un corazón inocente. Ya nadie sufrirá el trágico fin de la inocencia, que es eludible. Sólo los dotados de un corazón inocente merecen habitar la tierra. Para la supervivencia es necesario que el universo se cubra, por fin, de inocentes.

¿Conoces a Joe Black?

Un carismático personaje con quien algún día nos tropezaremos y cuyo seguro encuentro convendría que iluminase nuestra existencia.

Esta película de 1998, dirigida por Martin Brest, relata la jubilación de Bill Parrish (Anthony Hopkins), un magnate de las comunicaciones. Fuera del planificado programa, por esas fechas recibe la visita de un inefable personaje, Joe Black (Brad Pitt), quien viene a llevarle de este mundo. La trama retrasa la hora suprema del empresario, al surgir el amor entre este curioso invitado y Susan (Claire Forlani), una hija del anfitrión. El relato deriva hacia las vivencias de Joe Black, al tomarse unas vacaciones terrenales para experimentar las percepciones, sensaciones, alegrías y penurias que vivimos los seres humanos.

Lo más memorable de la historia es el peculiar pacto suscrito con Joe Black (una vaga representación de la muerte) por Parrish, y cómo afronta serenamente sus últimas jornadas. El guión, quizá insuficientemente apurado, obvia un planteamiento definido sobre la trascendente dimensión humana, o si cabe esperar algo en el más allá. Con ello evita entrar en opciones de fe, y se concentra en la peculiar circunstancia de una persona que tiene la plena y secreta certeza de morir en breve.

Este preludio del fin de nuestros días es algo que todos estamos viviendo, con más o menos lucidez según la edad y el entendimiento, casi siempre con incertidumbre sobre la cercanía o lejanía del momento final. El multimillonario Parrish, con su inmenso poder e incalculable fortuna no es una figura a la podamos equipararnos con facilidad, pero su postrera clarividencia marca una pauta vital que podríamos asumir.

Seguramente cambiaríamos mucho si, a partir de esta fábula, pudiéramos imaginar que un Joe Black está observando toda nuestra dedicación, otorgándonos unos días adicionales de vida, hasta que nos ponga la mano en el hombro y diga: "Es la hora". Cuánta vanidad efímera, jactancia fatua, oportunismo ridículo, avaricia fútil, ambición necia, odio estéril, violencia infame,… desaparecerían de súbito y para siempre de la faz de la tierra.

La muerte sólo será triste para los que nunca hayan pensado en ella. Nosotros todavía estamos a tiempo de ser recordados por lo esforzados, generosos y nobles que podemos ser, y por todo lo que aún podemos construir, solucionar, animar, ayudar, amar, legar,... Sólo así la muerte, cuando llegue, será una victoria sublime al alcance de cualquiera.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/joe.htm

Enamorados: En amor a dos

Las personas enamoradas nacen por segunda vez. Quizá por ello, sólo las almas enamoradas son dichosas.

El día de los enamorados conmemora a San Valentín, obispo que defendió el matrimonio cuando Claudio II lo prohibió a los soldados profesionales al peligrar el Imperio Romano. San Valentín siguió bendiciendo las uniones en secreto, hasta ser encarcelado. Uno de sus carceleros, reconociendo su bondad, le pidió que educara a su hija ciega. Ella recobró la vista y se enamoró del Santo, quien envió una nota de adiós a su discípula antes de ser ejecutado el 14 de Febrero de 269.

Las actuales tarjetas también expresan un amor incondicional. Amor, amor con mayúscula, esa clase de pasión que ningún otro afecto puede superar. Por ello, se habla de estar enamorado como un loco, y se quiere decir como un… tonto. Así el primer deber de los enamorados es ponerse en ridículo, al pretender ser más amables de lo que es posible. Pero los enamorados se olvidan de que el mundo los observa (con envidia), dado que ambos enamorados no ven -de todo el entorno- sino a sí mismos.

El genial Shakespeare supuso que “el amor es ciego y los enamorados no pueden ver las graciosas locuras que cometen”. Por eso, se dice que los enamorados no ven, que la pasión les ofusca; pero muchos creemos que son los demás quienes no comprenden nada porque les apaga la indiferencia. Los seres humanos, cuando amamos, ponemos en el amor algo divino. Y ese amor se reduplica, se propaga y alcanza a quienes están cerca de cualquier enamorado, que son la más sólida alegría.

Para escribir una tarjeta de San Valentín no es suficiente, ni necesario, ser poeta: Es mucho más exigente, hay que estar enamorado. Y enamorarse es, por lo pronto, sentirse encantado por alguien, y alguien sólo puede hechizar si es o parece ser la perfección. Pero una persona enamorada no necesita ser rapsoda, ni perfecta: Logra ambas cualidades, a un tiempo, y sin perseguirlo.

Cuidado con lo que escribes. Nunca hables de ti, ni siquiera de ella. Habla de nosotros, y de un futuro con estrellas. En un amor vivo, todo es signo; el más nimio detalle anuncia difusas dichas o desdichas. Un amor a toda prueba se demuestra, cuando cada amante se enamora de la otra persona en cada aliento, percibiendo que su amada es única. Para un enamorado amar demasiado,… es no amar lo suficiente. Pero no desesperes; día a día aprende, hora a hora… ¡enamórate y enamora!

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/enamorados.htm

Necesitar, desear, intentar, obtener y merecer

Quizá no deseemos, ni hayamos obtenido, una gran verdad que necesitamos y merecemos: Lo que obtenemos, pocas veces es lo que necesitamos y casi nunca lo que deseamos, pero probablemente es lo que merecemos.

La secuencia lógica, pocas veces entendida, de consecución de objetivos es la siguiente: necesitar, desear, intentar - pedir o exigir (en su caso), obtener y merecer. Pero frecuentemente violamos esta cadena. No deseamos lo que necesitamos, no intentamos lo que deseamos, no obtenemos lo que intentamos, y claro finalmente no merecemos lo que obtenemos.

Tampoco recorremos la escalera correctamente en sentido contrario: Deseamos lo que no necesitamos; obtenemos lo que no deseamos y merecemos lo que no obtenemos. Conviene no saltarse ningún escalón, sobre todo el primero, porque la felicidad de la vida reside en comprender esta sucesión de cruciales verbos.

Antes de empezar a esforzarnos es clave determinar verdaderamente qué necesitamos, porque éste es el punto crítico donde arranca la mayoría de nuestros problemas. La mayoría de los fracasos comienzan en una mala detección de necesidades que confundimos con deseos. Por ejemplo, deseamos un amorío cuando lo que necesitamos es amor; o ansiamos el éxito cuando lo que precisamos es merecer el triunfo.

Necesitar es un gran verbo. Aprendamos a necesitar y a declarar nuestra necesidad. Así como necesitamos a personas que nos ayudaron a nacer, necesitamos que nos ayuden a vivir. Necesitar es vivir, es la primera y la última de las vivencias. Todos necesitamos mucho, es natural y generalizado necesitar de los demás. ¡Ah, y cómo amamos a las personas que necesitamos y a quienes nos necesitan! Quizá lo que más necesitamos en esta vida es que haya quien nos obligue a hacer todo lo que podemos hacer.

Desear o querer. Tal vez fuese mejor “querer" que "desear", porque en el deseo se expresa la impotencia, y en el querer, la fuerza. Por eso, amar no es desear sino querer. En todo caso, antes de desear algo ardientemente conviene comprobar la felicidad que le alcanza a quien ya lo posee. Hay deseos que es mejor echar de menos y que nunca se cumplan. El deseo debe ser medido por la necesidad, y quien obtiene lo que le es suficiente no debe desear más.

Intentar es trabajar. No basta desear aquello por lo que jamás nos esforzaremos en alcanzar. A la laboriosidad no le hace falta desear, porque está dispuesta a pagar el precio debido por la meta ansiada. Quizá no se pueda conseguir todo, mas se puede intentar todo. Para que pueda surgir lo posible, es preciso intentar una y otra vez lo imposible. Intentar algo denodadamente ya es merecerlo, aunque jamás se logre. Que jamás no venza el miedo a… intentarlo.

Obtener o conseguir. Una premisa necesaria para conseguir mucho es creer que el trabajo constante, firme e infatigable puede obtenerlo casi todo y asegura no merecer nunca el fracaso. Un buen consejo de William Shakespeare sugiere que “es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. Trabajo y buenas formas son guías para conseguir lo que es justo y necesario.

Merecer: el gran verbo más difícil. Una cosa es alcanzar, y otra cosa merecer. Albert Camus decía “El éxito es fácil de obtener; lo difícil es merecerlo”. Notoriamente el éxito no es fácil, pero el éxito merecido es aún menos frecuente. Lo que es más fácil, con las reglas anteriores, es no merecer el fracaso, aunque no se alcance todo el éxito. La mayor desgracia, quizá la única desgracia, es merecer la desgracia. Una divisa para la gloria: Lo que merece ser hecho, merece que se haga bien.

Conclusión: Quien no ama la vida, no se la merece. En la fortuna y en la desgracia, en la gloria o en la amargura, mantengamos la esperanza pensando que luchando el fracaso será inmerecido en todo caso. Si faltaren las fuerzas, la sola audacia merecerá alabanza; en las grandes empresas, el intentarlas basta. La vida nos ha sido dada, pero sólo se merece dándola por algo más grande que nosotros.

La vida no se nos ha dado para ser felices, sino para merecer serlo. No está en manos de nosotros los mortales mandar en el éxito; pero podemos hacer mucho más que lograrlo: merecerlo.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/merecer.htm
Pide un deseo... / Make a wish...

Deseos para el 2006

Cada nuevo año reeditamos la vieja “lista de los deseos”. Convirtamos nuestro desiderátum en querencia y realidad.

DESEAR: Anualmente subimos a ese tranvía llamado deseo y desplegamos los mismos buenos propósitos: aprender idiomas, apuntarnos a un gimnasio o dejar de fumar, entre los más difundidos y modestos anhelos. También abrigamos otros deseos más ambiciosos, más profundos, más grandiosos. Cuando se desea, es mejor desear mucho. Lo que ennoblece al hombre no es sólo su obra, sino también su deseo. Cada alma se mide por la amplitud de sus deseos, como se prejuzga a una catedral por la altura de sus torres.

La vida no es significado; la vida es deseo. El deseo es una pregunta cuya respuesta nadie sabe. A quien nada desea, le vence lo poco. Sólo hay un principio motriz para los seres humanos: el deseo. Quizá, dos: el deseo y el miedo, pero éste no es sino un deseo al revés. Donde acaba el deseo comienza el temor. El deseo vence al miedo. Dicen que “el deseo y el peligro hacen los hombres sencillos”.

Es bueno desear, echar de menos. Pobres de aquellos cuyos deseos todos se cumplen. Los deseos insatisfechos son condición indispensable de la felicidad. Una vida feliz requiere alguien a quien amar, algo que hacer y algo que esperar (desear). Conviene hermanar los deseos, que son más que las necesidades, con las posibilidades. Porque todo deseo estancado es un veneno que entristece. La juventud suele ser inmoderada en sus deseos, por lo que feliz aquel y maduro es quien reconoce a tiempo y aparta aquellos deseos que no van de acuerdo con sus facultades. Así alcanzará una vejez donde la memoria recuerde el deseo satisfecho.

Los deseos deben canalizarse, porque los buenos deseos no bastan para merecer un mundo mejor. Es necesario actuar. Los perezosos siempre desean hacer algo, pero son más felices las personas continuamente ocupadas. Desear no basta: hay que soñar, querer y hacer.

QUERER: Amor y deseo son dos cosas diferentes; que no todo lo que se ama se desea, ni todo lo que se desea se ama. Amar no es sólo desear, es también querer. Amar sin desear es comer sin hambre. ¿Por qué es tan difícil "querer", mientras tan fácil es "desear"? Porque en el deseo se expresa la impotencia, y en el querer, el esfuerzo. El tiempo es corto para el que se empeña, e inacabable para el que sólo sueña. El verdadero amor es ala, cuando el sólo deseo puede ser yugo.

Del deseo deshecho surge el desencanto, el despecho, y el desespero. A menudo el deseo de lo que nos falta no nos permite disfrutar lo que poseemos. El proverbio dice: “Corazón que no tienes lo que deseas, si aprovechas bien lo que tienes, verás menguar tus ansias y aumentar tus bienes”.

HACER: El deseo se vuelve insaciable si no se transforma en amor y en hechos. La avidez del deseo no conoce límites, hasta que se procesa y cultiva como querencia viable mediante la voluntad y el trabajo. Nos deberían decir, al principio de nuestras vidas, que nos estamos muriendo, que nuestra ansia de trascendencia implica vivir la existencia al límite, cada minuto de cada jornada. ¡Hagámoslo! ¡Cumplamos ahora mismo lo que deseamos, sea lo que fuere, si verdaderamente lo queremos y está en nuestras manos! Sólo hay unos mañanas contados. Deseo, amor, y… acción.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/deseos.htm

Estudio y estío

En verano, hasta cuando no estudiamos nada, aprendemos mucho. La conclusión es que debemos estudiar más y mejor.

Veranear 17 años en el mismo lugar, ver crecer a los hijos propios y observar anualmente su progreso y el de sus amigos de varios países, es una experiencia de gran valor pedagógico para cualquier persona, especialmente si se dedica a la educación. Quienes eran sólo unos niños y niñas se han convertido casi en adultos, algunos que ya trabajan y otros que prosiguen sus estudios.

En el grupo había quienes eran más vivaces, más sociables, más curiosos, más activos o más despiertos, pero la travesía por la enseñanza obligatoria los clasificó atendiendo fundamentalmente a una sola cualidad: su voluntad e interés por el estudio. La niña más talentosa desatendió sus estudios y hoy trabaja en un supermercado como la cajera más simpática de la localidad; el menos precoz de los niños prosiguió firmemente con el estudio y está acabando sus prácticas de ingeniería superior en Alemania. Unos apenas se manejan con la segunda lengua; otros hablan cinco idiomas y han viajado por todo el mundo. Todos ellos han sabido mantener su amistad por encima de las diferencias, pero sus futuros van divergiendo notablemente.

¡Qué lección para las familias y el profesorado! Nuestro gran reto, como señaló el maestro Vasili Sujomlinski, consiste “en enseñar a estudiar, y en consecuencia, hacer que la infancia y la juventud deseen estudiar”. En su modesta escuela de Plavísh fundó la “Escuela de la Alegría”, para que todo su alumnado aprendiera, en primer lugar, a amar el estudio. Su célebre “paradoja de Sujomlinski” dicta que “no es función de la escuela enseñar a los niños; su obligación estriba en enseñarles a estudiar, ya que deben ser ellos quienes aprendan por sí mismos”.

Unos consejos finales, dedicados respectivamente a profesores, padres e hijos. El profesorado sabe de las peculiaridades de los sistemas educativos, de los centros y recursos, o de los calendarios y horarios escolares en cada país, pero las enormes diferencias en las evaluaciones internacionales como PISA o TIMSS radican en la aplicación por el estudio que, entre todos (sociedad, escuela y familias), sepamos despertar en el alumnado.

A los padres, y a las dedicadas madres especialmente, cabe recomendarles que establezcan para sus hijos rutinas diarias de estudio y lectura. Desde niños deben entender que han de dedicar todos los días, incluido el verano, un tiempo de esfuerzo para descubrir el gusto por el estudio.

A cada alumno cabe avisarle que si no estudia, pronto se sentirá como el ladrón de su porvenir. Ya los filósofos clásicos, Catón y Séneca, nos advertían: “Amarga es la raíz del estudio, pero sus frutos son dulces” y “Acógete al estudio para escapar de todos los sinsabores de la vida”.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/estudio.htm

Soledad y compañía

©Mikel AgirregabiriaElogio de la soledad y de la sociedad, dos precisos requisitos para formar el talento y el talante.

Siento, en el abarrotado Metro, que nos apretamos cientos de soledades. Soledad y compañía. Noche y día. Sol y luna. Todo y nada al mismo tiempo. La vida es una compleja red donde se entrecruzan soledad y compañía. Nacemos y morimos solos. Pero sólo crecemos y decaemos de la mano de los otros; ellos nos dan perspectiva y sentido a nuestra biografía... Nadie existe que esté en completa soledad; todo lo que existe, necesita de otros para ser.

Soledades y compañías. Palabras que hablan por sí mismas; con derroche de fantasía. ¿Quién no las familiariza? Las vivimos distintas en cada etapa de la vida, muchas veces como espinas y otras tantas como alegrías. Emociones confusas y obsesivas, queridas y repelidas, finalmente admitidas por una providencia supuestamente establecida,… Pasiones fecundas y necesarias, porque según Goethe: “El talento en soledad se cultiva, mientras que el carácter sólo se forma en la sociedad intempestiva”.

Soledad: No nos enseña a estar solos, sino a ser únicos. La soledad es el precio de la libertad. La soledad es ese otro yo,… Refugio y aislamiento, sosiego y desasosiego, la soledad traza las fronteras en el plano de nuestra afectividad hermética y compartida. Sólo los egoístas odian la soledad. La soledad es el patrimonio de las almas extraordinarias. Sólo en soledad se siente la sed de verdad. Rilke señaló: “El águila vuela sola; el cuervo, en bandadas. El necio tiene necesidad de compañía, y el sabio, de soledad”.

Pero, ¡cuidado con la soledad! Antonio Machado alertaba: “En mi soledad / he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde si permanece en la infecunda soledad. Además, para huir de la melancolía no hay como la compañía, porque tristes podemos estar solos; pero para estar alegres, necesitamos compañía.

Compañía: Todo puede adquirirse en la soledad, excepto el carácter. Hacer compañía consiste en añadir algo a las vidas de los demás, y con ella descubrimos que nuestras vidas adquieren la transcendencia requerida. La persona cabal es aquella que, en medio de la multitud, mantiene con perfecto rigor y cortesía la independencia de su identidad, en soledad construida.

Sin embargo, ¡atención con la compañía! Suele decirse que quien necesita compañía, elegirá a veces malas compañías. También pronto descubrimos que no hay peor soledad que la de algunas compañías. El punto medio entre introversión y extraversión es el preferible, justamente el que nos permite encontrar el amor.

Amor: Ése rumor de soledad y compañía mutua. El amor consiste en dos soledades que se protegen, que se limitan y que se hacen mutuamente felices. Stendhal sugirió: “La soledad es necesaria para gozar de nuestro propio corazón y para amar; pero para triunfar en la vida es preciso dar algo de nuestra vida al mayor número posible de gentes”.

La realidad humana está tejida a un tiempo de soledad y compañía. Circunstancias que vivimos día a día, que buscamos en ocasiones y de las que huimos otras veces. El dolor reclama soledad; la alegría, compañía. Nunca como en las situaciones de duelo (que abundan en la vida), ha de ser exquisita la justa ponderación entre soledad y compañía, para acompañar en el dolor pero respetándolo.

Necesitamos tanto la compañía como la soledad. Nos son precisas como el verano y el invierno, el día y la noche, el ejercicio y el descanso. De la soledad nace el coraje y de la unión nace la fuerza. Por ello, la vida es esa gozosa sensación promiscua de equilibrio entre soledad y sociedad, esa maravilla de cordura y ternura unidas.

Versión final en: http://www.geocities.com/agirregabiria2005/soledad.htm

Límites personales

©Mikel AgirregabiriaA medida que avanzamos en la vida, aprendemos a conocer, reconocer y finalmente a amar los límites de nuestras facultades.

Todo tiene sus límites. La madurez no es sino la penosa constatación de nuestro fracaso relativo en casi todo lo que hemos intentado durante nuestra vida. Perseguimos muchas metas, pero sólo alcanzamos algunas y a medias. Al fin descubrimos que todo tiene un límite, incluso la melancolía. Sólo con demasiados años juzgamos finalmente que la felicidad consiste en reconocer nuestros propios límites,… y amarlos.

La infancia y la juventud poseen como cualidades más preciadas la ilimitada esperanza en sus propias aspiraciones y la gloriosa sobreestimación de sus capacidades. La desbordante imaginación no tiene límites. La experiencia humana no toma conciencia de su ser sino en las situaciones límite. El aprendizaje, especialmente durante la adolescencia, va marcando los hitos de nuestra realidad personal. La naturaleza, que enseña la vía de los placeres, señala también sus intraspasables límites.

Pronto descubrimos que el progreso vital no consiste en ampliar los límites, sino en conocerlos mejor. El juego de ponerse límites a uno mismo es el mayor de las delicias secretas de la vida. Por ello, la “educación de la permisividad” ha hecho entrar en crisis al modelo escolar. La falta de capacidad de los adultos para poner límites a la juventud es el gran problema de nuestro tiempo. Todos hablamos de la necesidad de imponer límites, pero nadie se encarga de responsabilizarse: la tarea siempre le corresponde a otros. El profesorado dice: «Si en los hogares no les ponen límites, ¿qué podemos hacer nosotros?» Las familias responden: «La escuela ya no educa, nuestros hijos "se desatan" allí y en la calle.»

El establecimiento de límites contribuye a lograr la madurez psicológica y a formar la identidad personal. Alguien está bien definido cuando sabe lo que es y lo que no es; cuando ha elegido lo que piensa, siente y quiere. Los límites indican asimismo lo que no piensa, lo que no siente, lo que no puede y lo que no debe y lo que no quiere. Saber quién es, qué lo diferencia de los otros. Esto nos da conciencia de nuestra identidad. Esto nos da unidad y nos permite reconocernos y movernos adecuadamente en nuestro ámbito.

Los límites no recortan nada, sino que nos permiten distinguir entre lo real y la fantasía. Nos ubican en la realidad y nos definen como personas. Así descubrimos quiénes somos, con toda la riqueza y la pobreza que acompaña a este descubrimiento. Supone una agridulce sensación de desdicha y felicidad. Tristeza, porque siempre quedan expectativas defraudadas; bienestar, al comprender que somos totalmente originales, únicos e irrepetibles. Además, la condición de únicos da paso al amor, que sólo es posible entre personas diferentes que se complementan.

Los límites son altamente educativos porque la realidad es necesariamente limitativa. Mal que nos pese, no nacimos omnipotentes. Hemos de ir vislumbrando esto desde la niñez con la socialización. La realidad no es manipulable como el pensamiento mágico de la infancia egocéntrica. La vida muchas veces nos dirá no y habremos de aceptarlo o viviremos resentidos. La tolerancia a la frustración es un rasgo básico de la personalidad madura.

Toda genuina educación supone una racionalización, reducción o demora del deseo, que distinga el caprichoso antojo de la exigible necesidad. Si permitiésemos una satisfacción plena e inmediata de todas las continuas demandas de cualquier ser humano, sólo crearíamos un despótico monstruo ególatra. Ha de haber medida en las cosas, y ciertos límites, allende de los cuales el bien no puede subsistir. La libertad de cada uno tiene por límite lógico no provocar la opresión de los demás; al igual que existe un frontera al buscar la felicidad, el dolor ajeno.

Lo más difícil es establecer los correctos límites personales, sin caer en los dos errores extremos: sobrepasarlos o cercenarlos en demasía. Todo poder que no reconozca límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso. Si el medio más seguro de ocultar nuestros límites es no traspasarlos, también es un profundo error creer que no hay nada por descubrir; equivale a tomar el horizonte por el límite del mundo. Sepamos que el espíritu humano se extiende a medida que el universo se despliega.

Para concluir y resumir nos quedamos con la narración insuperablemente del gran escritor portugalujo Juan Antonio de Zunzunegi: “Todo lo bueno se acaba y... / Y ésa es su delicia, que se acabe antes de terminar en la monotonía. / Sí...; sólo lo que tiene límites es hermoso”.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/limites.htm

Proyecto Amor

©Mikel AgirregabiriaEl revolucionario “Proyecto Amor” consiste en que cada uno se diga: Yo “proyecto amor”.

PROYECTO: ¿Por qué en una tan corta vida gestamos tantos proyectos? Por la noche y al amanecer, creamos proyectos; luego, a lo largo de la jornada, no realizamos sino rutina y tontería. Los proyectos que necesitan de mucho tiempo o muchos recursos para ser ejecutados no tienen éxito casi nunca. La vida en sí debe ser un proyecto factible, lo que ocurre es que no somos sus únicos arquitectos,... pero sí sus principales artífices.

Los perezosos, especialmente, solemos ser grandes proyectistas. Algunos vamos camino de la jubilación y, todavía, forjamos grandes proyectos. Nos decimos: “Voy a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Y, en efecto, muy pronto iremos a parar al ‘Más allá’”. Pero antes de que eso ocurra, aún estamos a tiempo de programarnos un proyecto alcanzable, grandioso y gratificante.

AMOR: ¿Qué cuarto, qué casa, qué barrio, qué pueblo preferimos entre los millones que existen? ¿Por qué apreciamos a nuestras amistades por encima de todas las demás? ¿Por qué incluso llegamos a amar tanto esos pequeños objetos que atesoramos? ¿Qué tiene de especial esa concha marina que conservamos desde la niñez?

Nos sucede a todos. Extrañamente preferimos unos viejos zapatos, una prenda desgastada, nuestro humilde bonsái o el habitual paseo cotidiano frente a cualquier otra alternativa. A mí que no me quiten mi quebrantado sillón que tantas horas y veladas me ha soportado por otro más moderno. Sé que algún día me lo sustituirá mi esposa Carmen, pero será en mi ausencia y sin mi aquiescencia.

En cada persona, e incluso en cada objeto, amamos, en suma, lo que nosotros ponemos en él. Admiramos casi siempre por razones fundadas, pero generalmente amamos sin motivos inteligibles. Cuando amamos, el corazón es el que juzga principalmente. Sólo amamos de verdad, cuando aceptamos por lo que es a quien o a lo que amamos. Así se puede adorar una desvaída fotografía de nuestra madre, más que cualquier cuadro famoso y costoso.

PROYECTO AMOR: La polisemia de “proyecto”, nos ofrece una solución vital asequible y valiosa. Sumémonos al proyecto de decir “proyecto amor”. León Tolstoi dijo que “El único refugio contra la desesperación es proyectar el propio yo dentro del mundo”. Quizá así emulamos la descripción bíblica de que la Divinidad proyectó a la Humanidad como un remoto reflejo de su esencia.

Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, de algún modo, se nos parece; lo absolutamente contrario no nos merece ni amor ni odio, sólo indiferencia. El mundo se proyecta en nuestro yo, pero aún más el yo se proyecta hacia el mundo. La vida se vuelve gris sin amor. Jacques Brel cantaba que “Hay palabras negras y palabras blancas, y otras que vivimos cuando amamos o cuando sufrimos y que se vuelven de colores”.

Es fácil comprobar que todo funciona bien en la vida cuando realmente nos amamos, es decir, cuando nos aprobamos exactamente tal como somos. Aceptémonos a nosotros mismos y a los demás, tal como somos, lo que incluye una insaciable voluntad de mejora perpetua. Sólo vivimos en este mundo cuando lo amamos, aún en sus detalles más minúsculos. Únicamente es eternidad el tiempo en que perfeccionamos y amamos a quienes y a lo que tenemos cerca.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/amor.htm

Cheques electorales

Hasta la Biblia recurre a la parábola de los talentos para enseñarnos cómo hemos de invertir nuestras capacidades.

Conviene distinguir bien entre el tener y el ser. “Aprender a vivir” es más importante que “intentar acaparar”, pero las metáforas con propiedades y posesiones resultan eficaces por la simplicidad de su argumento basado en un instinto primario, el dinero, que en opinión popular obra como la lámpara de Aladino.

Sabemos que todos los seres humanos nacemos y morimos iguales, pero durante nuestra existencia las diferencias materiales entre las personas son desproporcionadas. Casi dos tercios de la humanidad sobreviven con menos de dos euros diarios. Mientras con todos nuestros medios combatimos tamaña injusticia socio-económica, cabe algún consuelo observando otros tesoros infinitamente mejor distribuidos.

Cada amanecer nos reparte a todos un día con 24 horas. Este cheque de tiempo es perfectamente equitativo: 1.440 minutos para cada persona, pobre o rica. La vida se desarrolla en ecuánimes jornadas de 86.400 segundos, donde nadie puede comprar o vender el tiempo. Igualmente, al nacer, otros patrimonios también están irreprochablemente otorgados: Un corazón para amar por persona, una mente para soñar a cada uno, dos manos para ayudar, dos ojos para mirar otras pupilas, dos pies para caminar,…

Así mismo, la democracia, allí donde existe, nos obsequia con un idéntico cheque personal para sumar nuestra concepción de la sociedad con otros conciudadanos nuestros: Un voto por persona adulta. Todos merecemos una papeleta y nadie dispone de más de un voto. Quizá nos parezca poco un único voto, cuando hay tantos como habitantes, pero es toda la parte alícuota el “poder público” que nos corresponde. Y hemos de invertir bien nuestro patrimonio en forma de papeleta electoral.

Son fácilmente entendibles las distintas opciones de la pluralidad política que coexisten para depositar el voto, en función de lo que cada elector considera más justo, más oportuno, más urgente, más eficaz o más útil. Lo que resulta incomprensible y reprochable es la indolencia de ignorar esa oportunidad única de apostar y comprometernos con nuestros convecinos, con nuestra sociedad y con nuestro tiempo.

La abstención es una lacra social que todos deberíamos desestimar. Dejar nuestro voto en casa denota una falta de fe en el futuro, una carencia de esperanza y una deserción en la búsqueda del bien común, negando nuestra decisiva contribución, tenue pero tan valiosa como la del más sabio.

El próximo domingo 17-A extendamos nuestro privativo talón-voto en forma de papeleta electoral. No dejemos que caduque improductivo a las ocho de la tarde, sin haber entregado nuestro granito de arena a aquel partido o coalición que mejor sabe gobernarnos, al que firma menos “cheques sin fondos” con promesas imposibles, al que haya entregado menos “cheques en blanco” de servidumbre a otras formaciones diferentes de la que consideremos que es la que conviene a nuestro Pueblo.

La fortuna de amar

"La grandeza de una persona no se mide por sus bienes, sino por su capacidad de amar".
Opinamos algunos...
Mikel Agirregabiria Agirre

Tiempo de gerundios

Gerundiando, que es doblemente gerundio y una castiza expresión panvocálica, con las cinco vocales una sola vez.

Dos memorables anécdotas del gerundio triunfal: 1ª El poderío de compatibilidad del gerundio, que se observa en la célebre disputa jesuítica sobre el tabaco, que declaraba que no es lícito fumar mientras se reza, pero sí rezar mientras se fuma. Al final resultan concurrentes los gerundios rezando y fumando. 2ª La superioridad del gerundio sobre el participio, como cuando durante la Restauración el Jefe del Gobierno Francisco Silvela, ocupando el primer escaño del banco azul, cerró los ojos y un ujier le advirtió: “Su Señoría está dormido”. Don Francisco le respondió: “No estoy dormido, estoy durmiendo, que no es lo mismo estar bebido, que estar bebiendo”. El Premio Nobel Camilo José Cela también tuvo una réplica similar en el Senado, utilizando el escandaloso verbo ‘poder’ con la jota inicial.

Somos muchos quienes pensamos que el gerundio es la forma verbal por excelencia. Siempre acabando en -ando o -iendo. Expresando una acción de duración limitada en procesos de ejecución, sin determinación de persona ni de número, ni variación en la terminación para expresar el tiempo, si bien manteniendo formas compuestas expresando el pasado y el futuro: amando, habiendo amado, habiendo de amar. Todos los verbos teniendo gerundio y, gramaticalmente, todos pudiendo adoptar la forma durativa.

Una enseñanza más del gerundio que resulta parodiando a Lope de Vega: ‘¿Cómo compones? Leyendo,/ y lo que leo imitando,/ y lo que imito escribiendo,/ y lo que escribo borrando,/ de lo borrado escogiendo’. ‘¿Cómo vives? Aprendiendo,/ y lo que aprendo emulando,/ y lo que emulo mejorando,/ y lo que mejoro perfeccionando,/ de lo perfeccionado eligiendo’.

Es el momento del gerundio. Para los políticos: Dialogando, negociando, acercando, entendiendo, aceptando, renunciando, avanzando, pactando, progresando,… Para todos los seres humanos: Respirando, creciendo, aprendiendo, comprendiendo, trabajando, votando, gozando, sufriendo, enseñando, publicando, ayudando, cooperando, amando, cuidando, sembrando, compartiendo, legando,...

Enero, me temo

El enero verbenero que venero tiene un poco de lunes, algo de relevo y mucho veneno de los almaceneros.

Ha llegado enero con toda su corte de subidas generalizadas de los servicios públicos y privados. Todo sube, menos nuestros salarios que se siguen negociando y cuya subida, aunque sea retroactiva, se producirá de golpe con un nuevo efecto de “ilusión monetaria” que incitará al despilfarro. Los grandes almacenes están de acuerdo con el zar Nicolás I, cuando tras la derrota de Napoleón señaló que “Rusia tiene dos generales en los que puede confiar: Enero y Febrero”. Todos sabemos que la única poesía mágica en nuestras vidas la pone “El Corte Inglés”, que –además de felicitarnos indefectiblemente en los aniversarios- nos ofrece rebajas y abundantes “semanas fantásticas” a lo largo del año.

La “cuesta de enero” se produce por dos motivos concurrentes: 1º Las fuerzas que promueven el consumismo desbocado son mucho más poderosas que los esfuerzos por educar en el consumerismo. Nos adelantan la paga extra con el mensaje tácito de que se puede dilapidar, bajo el aluvión de anuncios para toda la familia. 2º Porque somos débiles seres sociales, demasiado influenciables por nuestros convecinos y, al alimón, caemos gozosos en el dispendio de los excesos navideños. Si no cometemos algún exceso, ¿qué tendríamos para presumir al final de las vacaciones?

Para nuestro consuelo, o desdicha, se nos ofrecen las rebajas de enero, teóricamente justificadas en la necesidad de dar salida a los artículos de fuera de temporada. Pero frecuentemente caeremos en otra trampa de consumo descontrolado, porque nos han habituado a gastar compulsivamente como fuente de placer, especialmente cuando nos fallan los verdaderos mecanismos de la felicidad, como amar y ser amados, como ayudar y ser ayudados, o compartir lo propio.

Por todo ello, el sentido de la “cuesta de enero” no es sólo de naturaleza económica, sino esencialmente de carácter psicológico. Tras la mala conciencia por el injustificado dispendio en gasto y en comilonas, lo que nos espera a la vuelta de enero es la rutina del trabajo cotidiano, sin esperanzas de vacaciones hasta la Semana Santa. Surge el síndrome post-navideño, esa depresión pesimista de la tarde del domingo amplificada quince veces. A la tercera semana de enero, cuando ya nos hemos reprogramado, el viento invernal ha arrumbado los utópicos objetivos que nos planteamos cuando tomábamos las uvas del 31 de diciembre, con el habitual propósito de ''año nuevo, vida nueva''.

¿Soluciones para escalar la cuesta de enero? Racionalizar todo el presupuestario personal y familiar, reservando una partida para el ahorro, Adicionalmente siempre cabe la anulación de gastos innecesarios, como el tabaco, el alcohol, el transporte privado o la automedicación, que además de insanos son sumamente caros en dinero, tiempo y vida. Con ello mejoraremos simultáneamente nuestra cartera y nuestra calidad de vida. También es sumamente importante preservar a los más pequeños de la casa para evitar su contagio de nuestra fiebre consumista.

Recordemos que John Kenneth Galbraith, el famoso economista, decía que "antiguamente, lo que distinguía al rico del pobre era cuánto dinero tenían en el bolsillo; mientras que ahora los distinguen las ideas que tienen en la cabeza". Quizá con su sabio consejo podamos ser un poco menos pobres, superar la cuesta de enero y esperar la primavera…

Trucos del éxito

El inicio del año es un buen momento para aplicar consejos que conducen al triunfo en la vida.

Nuestros padres nos comunicaron tres simples sugerencias que aseguran la felicidad en la tierra. Tras haberlas seguido mediocremente, las transmitimos también a nuestros hijos, con la esperanza de que ellos las apliquen con mayor rigor y provecho. De su efectividad no cabe la menor duda. He aquí el secreto del éxito:

1º Madruga todos los días de tu vida. Puedes trasnochar todo lo que quieras, o mantener rutinas horarias a tu antojo, pero no dejes nunca de levantarte cada mañana a la misma hora, cuanto antes mejor. Si es posible a las seis, mejor que a las siete. Las ocho es ya demasiado tarde para el proverbio, “A quien madruga, Dios le ayuda”.

2º El método más rápido de hacer muchas cosas, es ordenarlas y hacerlas de una en una. Puedes proponerte todos los objetivos que quieras, de golpe incluso; pero luego debes ordenarlos e irlos obteniendo en la secuencia lógica. Por ejemplo, la juventud piensa: “Quiero estudiar, trabajar, comprar casa y coche, casarme y tener hijos, conquistar el mundo,…”. Todo es posible, pero siguiendo un orden y concentrando el esfuerzo en cada paso.

3º Descubre que lo más excitante de la vida… es la vida misma. Nunca recurras a drogas de ningún tipo (ni tabaco o alcohol), para explorar la trascendencia y grandeza de la existencia. Es mucho más eficaz y satisfactorio aprender a descubrir, apreciar, querer y amar profundamente todo lo que te rodea: tu entorno, tu trabajo, tu gente. En todos ellos encontrarás todo lo que necesites, pagándoles con la misma moneda de cariño y afecto.