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Trucos del éxito

El inicio del año es un buen momento para aplicar consejos que conducen al triunfo en la vida.

Nuestros padres nos comunicaron tres simples sugerencias que aseguran la felicidad en la tierra. Tras haberlas seguido mediocremente, las transmitimos también a nuestros hijos, con la esperanza de que ellos las apliquen con mayor rigor y provecho. De su efectividad no cabe la menor duda. He aquí el secreto del éxito:

1º Madruga todos los días de tu vida. Puedes trasnochar todo lo que quieras, o mantener rutinas horarias a tu antojo, pero no dejes nunca de levantarte cada mañana a la misma hora, cuanto antes mejor. Si es posible a las seis, mejor que a las siete. Las ocho es ya demasiado tarde para el proverbio, “A quien madruga, Dios le ayuda”.

2º El método más rápido de hacer muchas cosas, es ordenarlas y hacerlas de una en una. Puedes proponerte todos los objetivos que quieras, de golpe incluso; pero luego debes ordenarlos e irlos obteniendo en la secuencia lógica. Por ejemplo, la juventud piensa: “Quiero estudiar, trabajar, comprar casa y coche, casarme y tener hijos, conquistar el mundo,…”. Todo es posible, pero siguiendo un orden y concentrando el esfuerzo en cada paso.

3º Descubre que lo más excitante de la vida… es la vida misma. Nunca recurras a drogas de ningún tipo (ni tabaco o alcohol), para explorar la trascendencia y grandeza de la existencia. Es mucho más eficaz y satisfactorio aprender a descubrir, apreciar, querer y amar profundamente todo lo que te rodea: tu entorno, tu trabajo, tu gente. En todos ellos encontrarás todo lo que necesites, pagándoles con la misma moneda de cariño y afecto.

Intriga escolar

La misteriosa e inolvidable anécdota de un suspenso injusto.

Las narraciones sobre asuntos escolares suelen pertenecer a géneros literarios muy variados, que oscilan entre la lírica, la épica, la novela, el ensayo, el periodismo o la didáctica. Pero este relato corto puede ser la excepción, porque combina la novela policíaca con una dramática epopeya verídica.

Aquel fue el caso más sorprendente y extraño de mi historia docente, tanto que tardé más de dos décadas en resolverlo. Con ayuda de algunas pistas, espero que los lectores descubran el secreto que escondían sus protagonistas en apenas tres minutos.

Por aquella época, yo todavía era un desmañado profesor de veinticinco años que enseñaba “Didáctica de la Ciencia” a futuros maestros en su último año de carrera universitaria. Eran clases multitudinarias, con mayoría de mujeres entre el alumnado, pero por mi parte me preocupaba de conocer los nombres de mis más de 300 alumnos anuales. Todos muy jóvenes, con apenas veinte años cumplidos, que estaban ansiosos por terminar sus estudios y ejercer el magisterio en sus propias aulas.

Ella destacaba notablemente en su grupo. Su interés, su entusiasmo, su encanto, toda ella sobresalía, incluso en aquella dinámica clase de desbordante juventud idealista. Durante aquella breve asignatura cuatrimestral, que concluía con su diplomatura en junio, su belleza pareció evolucionar, serenarse y brillar aún más con el transcurso de las semanas.

El examen final que les impuse fue muy riguroso, porque todavía yo era un inepto profesor que valoraba excesivamente mi materia, si bien consideraba las notas parciales, y la actitud ante los trabajos realizados durante el curso. Ella presentó un examen absurdo, donde las primeras preguntas estaban excelentemente respondidas, y el resto sin cumplimentar siquiera. Un resultado que permitía aprobar... o suspender. La convoqué para preguntarle porqué no había terminado aquel insuficiente examen. Hube de suspenderla, a mi pesar, porque insólitamente ella no aceptó que la aprobase ante su precario resultado en la prueba escrita. No pude entenderlo, pero accedí a su exigencia de reclamar el suspenso por faltarle unas décimas a su nota promedio. Lo interpreté entonces erróneamente, como una loable pasión por una justicia malentendida sólo matemáticamente. En la convocatoria de septiembre aprobó con sobresaliente. Verla nuevamente fue una delicia: toda su persona, con su amplio vestido veraniego, despedía un halo deslumbrante de ilusión y felicidad.

Pasaron los años. Supe que era profesora, pero no volví a encontrarme con ella. Me trasladé a la administración educativa y recorrí cientos de centros. Habían transcurrido más de veinte años, cuando en una visita a una pequeña escuela la vi nuevamente. Estaba exactamente igual de juvenil y resplandeciente. No podía creerlo. La llamé por su nombre, pensando que el tiempo se había detenido. Me contestó que no era ella, sino su hija. Le expliqué cuál fue el único suspenso que no quise imponer y del que siempre me arrepentí. Ella, con la misma dulzura de su madre, me aclaró que ella fue la causa de aquella enigmática petición, porque su madre prefirió quedarse unos meses más en la universidad sin volver a casa hasta su nacimiento.

Preguntas acertadas

Oportunas preguntas complejas para una sola respuesta obvia

Tuve un alumno que tras la inevitable decepción que le producía cada examen me decía: “Tengo mala suerte. Me sabía todas las respuestas, pero no he entendido las preguntas”. Todos aprendemos pronto que es mucho más importante atinar con las preguntas que acertar con las respuestas. Joubert dijo que “Las preguntas descubren la amplitud del ingenio, y las respuestas sólo su agudeza”, y el poeta Edward Estlin Cummings proclamaba la cíclica relación de “Siempre la hermosa respuesta que plantea una pregunta aún más hermosa”. En la obra de Calderón de la Barca, “A Dios por Razón de Estado”, se recoge el siguiente diálogo:
INGENIO. Ésa es la excelencia mía.
ATEO. Di: ¿Cuál?
INGENIO. Saber preguntar para saber responder.

Lo cierto es que con frecuencia la pregunta llega terriblemente más tarde que la respuesta. Definitivamente es mejor saber algunas de las preguntas que todas las respuestas. André Gide sentenció: “Hay más respuestas en el cielo que preguntas en los labios de los hombres”. Si lo esencial son las preguntas, ¿por qué no enumeramos una docena de interrogantes trascendentales que solucionarían prácticamente la totalidad de nuestras desgracias?

1- ¿Cómo se alcanza la felicidad?
2- ¿Qué me permitiría lograr lo que aprecio?
3- ¿Por qué unos son afortunados y otros desdichados?
4- ¿Cuál es la causa para que sólo algunos se realicen vital y profesionalmente?
5- ¿Existe un camino viable que conduce a la perfección individual y social?
6- ¿Puede ser gratificante el trayecto para lograr todo lo que deseo?
7- ¿Dónde reside el secreto de aprender y aportar?
8- ¿Qué me hace sentirme dichoso en mi vida ahora?
9- ¿Cómo puedo disfrutar en mi compromiso con los demás?
10- ¿Con qué me sentiría orgulloso de mi contribución a la sociedad?
11- ¿De qué modo puedo amar y ayudar más cada día?
12- ¿Qué remedio podría resolver todos los problemas de la humanidad?

Tantas trascendentales cuestiones tiene una respuesta única y simple: la educación. ¿Por qué nos cuesta tanto a todos adivinarla? Acaso porque ninguna pregunta es más difícil que aquélla cuya solución es obvia. Un proverbio camerunés asegura que “Aquel que se hace las preguntas, no puede evitar las respuestas”. Quizá esta reflexión sirva a las jóvenes generaciones, las de nuestros hijos que no saben adónde van… probablemente siguiendo nuestro mismo camino. Sugerencia final: Para transmitir estas recomendaciones hagamos que el fondo de la cuestión sea asimismo la forma, siguiendo el juicioso consejo que va desde Sócrates a Dale Carnegie: “Hagamos preguntas, en vez de dar órdenes”.

Equitativa felicidad

Vivimos una pandemia contemporánea de desencanto que llena las salas de espera de los psiquiatras con personas insatisfechas, deprimidas o angustiadas. Parecemos condenados, porque confundimos la felicidad con el espejismo del placer o la posesión de bienes externos. En pos de esa meta final, muchos recurren a “atajos” como las drogas o la acumulación de dinero. Pero la felicidad es un camino que sólo descansa sobre la verdad.

Existen muchas teorías sobre qué es la felicidad, y quizá aún más sobre cómo conseguirla, porque no es la felicidad sino la desgracia quien obliga a filosofar. Elaborar nuevas hipótesis resulta fácil y cada persona cuenta con su versión particular de lo que significa ser feliz. Por mi parte, hace años que mantengo una firme creencia, simple, consoladora y tranquilizadora: Todos somos igual de dichosos, o expresado de otra forma, la felicidad es el bien mejor repartido del mundo, porque está equitativamente distribuido.

Esta suposición inicialmente resulta difícil de creer, porque la felicidad parece un privilegio reservado a determinadas personas que parecen tenerlo todo: dinero, éxito, salud, familia, amor, fama,… mientras existen pobres de solemnidad, enfermos, solos y abandonados. Incluso parece haber sociedades enteras que chapotean en la prosperidad, mientras otros pueblos son aniquilados por el hambre, las plagas y el olvido.

Seguramente cualquier teoría sobre el reparto del bienestar debe partir de una definición plausible de qué es la felicidad. No existe expresión que tenga más acepciones: cada uno la interpreta a su manera, y dicen que valemos lo que vale nuestro concepto de bienestar. La felicidad parece venir acompañada del triunfo personal y social y de la ausencia de problemas, pero no es una suma de factores tan objetivos. A veces, con todo a favor sentimos la tristeza y en otras ocasiones, en medio del dolor y de las dificultades, percibimos la alegría. Y es que la felicidad es una función interior, un mecanismo implantado que aporta optimismo aun en circunstancias desfavorables. “¿Por qué buscáis la felicidad, oh, mortales, fuera de vosotros mismos?”, señaló Boecio.

Los autores clásicos apuntan hacia una felicidad episódica. Frost creía que “la felicidad es más intensa cuanto menos extensa”; Dostoievski que “la ley de la tierra es que el hombre debe ganar su felicidad mediante el sufrimiento” y Shaw que “ningún ser viviente podría soportar una vida entera de felicidad”. También los proverbios abundan en la idea de felicidad y desgracia discontinuas: “Felicidad de hoy, dolor de mañana”; o “cuando se es feliz es cuando hay que tener más miedo; nada amenaza tanto como la felicidad”. Parece que el ser humano se compensa con una función intermitente que adormece o aviva la sensación de felicidad según la situación sea halagüeña o desventurada. Este concepto de felicidad equitativa no pretende ser paralizante, sino estimulante de una existencia activa que no se malgasta en ilusorias envidias y que se dedica a la solidaridad y la ayuda hacia todos los demás.

El corazón humano conoce en este mundo solamente una felicidad: amar y ser amado. El amor es encontrar en la felicidad de otro, la propia felicidad. Del mismo modo que produciendo riqueza nos ganamos el derecho a consumirla, sólo disfrutaremos la felicidad cuando la procuremos a los demás. Cuántas vidas se desperdician rebuscando una felicidad que ya se tiene, pero que no se ve. La felicidad verdadera consiste en amar lo que tenemos, no las cosas sino las personas con las que convivimos, sin apenarse buscando absurdas quimeras que creemos que nos faltan. El secreto de la felicidad reside en el infinito e inagotable amar.

La secta más poderosa


Una visión alternativa de dónde reside el poder y de quiénes detentan la mayor fuerza transformadora descubierta hasta la fecha.

Éstas son las confesiones de un fanático irredento. Por increíble que parezca, todo lo que aquí se proclama, a modo de expiación, es rigurosamente cierto. Parafraseando a Zola, “Yo acuso que ­inmersa un nuestra sociedad­ existe una orden oculta extremadamente organizada que controla la vida de nuestra ciudadanía”.

‘Ellos’ determinan quiénes dirigirán el poder, la política, los negocios,… ‘Ellos’ gobiernan realmente el mundo. Sus conexiones con las altas esferas sociales son tan decisivas como innegables. Todos los presidentes, papas, banqueros, políticos, jueces,... han pertenecido a esta legión de rosacruces. Quienes se someten a sus dogmas y dedican su tiempo a los objetivos del clan se aseguran la prosperidad, el prestigio social, incluso la felicidad a escala individual y familiar. Sus adeptos disponen del éxito garantizado, en todos los planos vitales; por el contrario, sus adversarios y quienes se alejan de sus mandatos sufren un destino plagado de desdichas incontables.

Las promesas que estos francmasones ofrecen a los postulantes son increíbles, pero reales. Les garantizan que activarán sus poderes recónditos y serán los todopoderosos, los más ricos, los más inteligentes, los más cultos,... ¡Hasta la inmortalidad en la memoria de la humanidad para sus más fieles adictos! Afirman que todos los anhelos de sus seguidores serán cumplidos. Si se busca éxito, amistad, amor, salud, seguridad, confianza, bondad,... y si se desean compartir todas estas riquezas, basta con ingresar y mantenerse bajo sus leyes, dando testimonio de sus efectos.

La captación de discípulos se produce desde muy temprana edad. Sus métodos de proselitismo alcanzan muy eficazmente a la mayoría de la población, y tras la primera invitación a practicar este culto es imposible resistirse a sus encantos. Posteriormente, con la mayoría de edad se producen las primeras desafiliaciones y la rebeldía a la estricta disciplina requerida por esta sociedad puede liberar a los más osados de un futuro predefinido.

Este inconmensurable ejército pasa desapercibido, pero paradójicamente es muy populoso. Por descomunal que parezca, más del 2% de la población trabaja comprometidamente en este negocio. Sus apóstoles constituyen la primera profesión del mundo moderno. Sus doctrinas y prácticas alcanzan directamente a más del 29% de la población restante en millones de logias diseminadas hasta en las menores poblaciones.

Esta masonería mueve una cantidad ingente de dinero, que proviene de los bolsillos de los inconscientes ciudadanos que ignoran la magnitud de esta clandestina industria. Se estima que cada contribuyente debe cotizar anualmente una cifra no menor a 3.600 euros. La cuantificación de este fausto negocio es incalculable, pero superior al 20% del PIB.

Este apocalíptico imperio invierte en el proceso de captación un promedio superior a 72.000 euros por iniciado. En algunos casos, el señuelo puede suponer diez o cien veces más. No importa. Sabe que recuperará con creces tan fabulosa inversión con los captados, cuyo porcentaje es creciente.

Toda mi familia, todos estamos dentro. Sucumbimos pronto en tan tupidas redes y nunca hemos sabido, o querido, fugarnos. Por el secreto del sacramento… somos los primeros en ignorar, o pretender olvidar, nuestra pertenencia a semejante maquinación. Como los demás cofrades buscamos la perfección interna, evitando convertirnos en meros mercenarios que asumen la militancia sólo como un oficio vulgar.

Lo más flagrante es el hecho de que esta hermandad es sutilmente secreta hacia… dentro. Son sus propios miembros quienes no saben que pertenecen a ella y tampoco comprenden su infinito poder fáctico. Están organizados en células reducidas, y saben de la existencia de otras diócesis, pero raramente se reúnen en multitudes. Cuando a la señal de la resurrección de los zombis, estas huestes se desplieguen surgiendo de la penumbra, el mundo se maravillará. Surgirá la nueva Sociedad del Conocimiento. Ese extasío está pronto...

Tú mismo, lector de estas líneas, seguro que has pertenecido, y probablemente sigas vinculado a este Partido. Acaso con poca aplicación, si no lo has vislumbrado aún, porque hablamos de... la educación. ¡Mantén el secreto!

Versión original de 2001 en: http://mikel.agirregabiria.net/2002/deia3.htm