Un carismático personaje con quien algún día nos tropezaremos y cuyo seguro encuentro convendría que iluminase nuestra existencia.Esta película de 1998, dirigida por Martin Brest, relata la jubilación de Bill Parrish (
Anthony Hopkins), un magnate de las comunicaciones. Fuera del planificado programa, por esas fechas recibe la visita de un inefable personaje,
Joe Black (
Brad Pitt), quien viene a llevarle de este mundo. La trama retrasa la hora suprema del empresario, al surgir el amor entre este curioso invitado y Susan (
Claire Forlani), una hija del anfitrión. El relato deriva hacia las vivencias de
Joe Black, al tomarse unas vacaciones terrenales para experimentar las percepciones, sensaciones, alegrías y penurias que vivimos los seres humanos.
Lo más memorable de la historia es el peculiar pacto suscrito con Joe Black (una vaga representación de la muerte) por Parrish, y cómo afronta serenamente sus últimas jornadas. El guión, quizá insuficientemente apurado, obvia un planteamiento definido sobre la trascendente dimensión humana, o si cabe esperar algo en el más allá. Con ello evita entrar en opciones de fe, y se concentra en la peculiar circunstancia de una persona que tiene la plena y secreta certeza de morir en breve.
Este preludio del fin de nuestros días es algo que todos estamos viviendo, con más o menos lucidez según la edad y el entendimiento, casi siempre con incertidumbre sobre la cercanía o lejanía del momento final. El multimillonario Parrish, con su inmenso poder e incalculable fortuna no es una figura a la podamos equipararnos con facilidad, pero su postrera clarividencia marca una pauta vital que podríamos asumir.
Seguramente cambiaríamos mucho si, a partir de esta fábula, pudiéramos imaginar que un Joe Black está observando toda nuestra dedicación, otorgándonos unos días adicionales de vida, hasta que nos ponga la mano en el hombro y diga: "Es la hora". Cuánta vanidad efímera, jactancia fatua, oportunismo ridículo, avaricia fútil, ambición necia, odio estéril, violencia infame,… desaparecerían de súbito y para siempre de la faz de la tierra.
La muerte sólo será triste para los que nunca hayan pensado en ella. Nosotros todavía estamos a tiempo de ser recordados por lo esforzados, generosos y nobles que podemos ser, y por todo lo que aún podemos construir, solucionar, animar, ayudar, amar, legar,... Sólo así la muerte, cuando llegue, será una victoria sublime al alcance de cualquiera.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/joe.htm