Treinta y tres años después de acabar mi licenciatura en Física Teórica y tras once trienios laborables, he comprendido las medidas físicas que definen el veraneo. Son tres y comienzan todas por la letra T. La primera es una magnitud derivada y es obvia: el Trabajo. Cambiar de actividad, abandonar por una temporada nuestra profesión, es un elemento clave y definitorio. Quizás, a menudo, el estío es más trabajoso, pero en labores distintas, consideradas como lúdicas.
Las otras dos referencias son “magnitudes fundamentales”, las principales de la Física. La Temperatura es primordial, para asegurarnos un estilo y una calidad de vida inigualables. Buscamos un clima que nos permita disfrutar del aire y del agua, en el rostro y en todo el cuerpo. La brisa marina, el contacto con el océano, o la piscina, en todo momento, al alba, a la mañana, al mediodía, al atardecer, o de madrugada,…
Y por último, y principal, la dimensión Tiempo. El disfrute vacacional se sostiene por disponer de periodos largos sin horarios prefijados. Podemos desayunar con la familia, pasar la mañana con gente que amas, comer y conversar en compañía, sestear sin despertador y reiniciar la jornada antes del anochecer prometedor. Tiempo para paladear con los seres queridos esos instantes memorables, esos minutos únicos, esas horas irrepetibles y esos días que desearíamos fuesen eternos.
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