Uno de mis primeros descubrimientos sobre la psicología diferencial de hombres y mujeres se produjo con diez años. Al contar mis relatos de terror, que solía improvisar, advertí que las niñas y los niños respondía de forma diferente ante la misma situación. Al sentir miedo en una habitación, por suponer que algún peligro exterior se acercaba, indefectiblemente todos los varones preferían cerrar la puerta, mientras que las féminas elegían abrirla.
Si realizásemos una encuesta sobre el miedo de hombres y mujeres comprobaríamos que casi universalmente se reproduce esa peculiaridad. Quizá provenga de un atavismo por el cual, según el género, se opta entra las respuestas animales de enfrentarse o huir (aunque existen otras dos alternativas). Las razones masculinas apelan a ofrecer un obstáculo adicional y ganar tiempo, mientras que los argumentos femeninos son recoger más información (curiosidad) y no eliminar la posible escapatoria.
La respuesta femenina suele ser más inteligente cuando se aplica a otras situaciones donde organismos se ven en riesgo. Ante el cambio de circunstancias, las personas o los grupos pueden escoger entre atrincherarse o abrirse: La segunda elección suele resultar más efectiva. Un caso obvio es la reacción ante la realidad 2.0 por parte de empresas o instituciones. Sólo la paradógica apertura, como el asmático que abre los ventanales, puede salvarle.
Desde Troya, todas las ciudadelas han caído tarde o temprano con independencia de sus supuestas "fortalezas". La única salvación de personas o pueblos, de individuos o colectivos, es conectarse con el exterior, adaptarse al cambio, negociar la transición y buscar nuevos caminos conjuntos.
La respuesta femenina suele ser más inteligente cuando se aplica a otras situaciones donde organismos se ven en riesgo. Ante el cambio de circunstancias, las personas o los grupos pueden escoger entre atrincherarse o abrirse: La segunda elección suele resultar más efectiva. Un caso obvio es la reacción ante la realidad 2.0 por parte de empresas o instituciones. Sólo la paradógica apertura, como el asmático que abre los ventanales, puede salvarle.
Desde Troya, todas las ciudadelas han caído tarde o temprano con independencia de sus supuestas "fortalezas". La única salvación de personas o pueblos, de individuos o colectivos, es conectarse con el exterior, adaptarse al cambio, negociar la transición y buscar nuevos caminos conjuntos.