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Dicen que la felicidad depende...

... sobre todo de la pareja con quien se convive. Ta amo, Carmen.
Otros factores son los hijos, la salud, el dinero,... Estoy de acuerdo.
Nuestra canción del año en el que nos conocimos, 1973.

Vista panorámica del Puerto de Cruceros de Getxo

¿Cuántas Carmen y cuántos Mikel aparecen? Foto ampliada (Respuestas en comentarios)

Primeras fotos HDR

Hemos utilizado el programa Photomatix para crear seis imágenes HDR (alto rango dinámico) partiendo de dos, tres, cuatro o cinco imágenes JPG. Por ejemplo, la imagen de arriba (que se amplía con un clic) está generada con estas tres fotos, una sobre-expuesta, otra normal y la última sub-expuesta. El temido efecto fantasmagórico de personas u objetos en movimiento puede apreciarse en esta composición, o en la imagen de abajo cuando Carmen mueve el rostro.

Un intenso día familiar... no deja tiempo para el blog

Por ello sólo dejo una foto obtenida hoy, en un paseo con Carmen. En el extremo del Muelle de Evaristo Churruca, un graffiti dice así: "La vida me escupe, la suerte me engaña; la gloria me esquiva, la muerte me agarra...". Tenebroso y apocalíptico, pero poético. [Actualización (12-12-2008): Por el tercer comentario, y buscando en Internet, nos enteramos de que se trata de una estrofa de la canción "La vida me escupe" de "Qloaca Letal".]
Música:

¡Al fin, viernes..........!

Después de unas semanas complicadas, con sábados ocupados, parece que nos hemos librado del último compromiso sabatino y nos dedicaremos a descansar tranquilamente... Así veníamos comentándolo Carmen y yo, cuando -en una bella metáfora- hemos visto cómo amarraban el gigantesco buque "Sestao Knutsen" a su dársena tras algún viaje de pruebas... (+ Fotos, también de su gemelo "Iñigo Tapias" en 2003)

Cómo aprendemos todos

- Todos los adultos necesitan enseñar a un niño; así es cómo aprenden los adultos.
- Every adult needs a child to teach; it's the way adults learn.
- Tout adulte a besoin d'enseigner à un enfant; c'est comme ça que l'adulte apprend. Frank A. Clark [Foto con Ainhoa y Sergio]

Para caballeros normales

“Perdónenme si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”, subrayó Groucho Marx.

Carmen y yo hemos establecido un reparto de funciones casi perfecto, después de 28 años de matrimonio. Exceptuando contados servicios de electricista, conductor, transportista y porteador, ella se ocupa de todo lo necesario para llevar adelante nuestro hogar y a nuestros hijos, ante los cuales también represento el rol de sermoneador oficial cuando la ocasión lo ha requerido, afortunadamente más en tiempos pretéritos. Así pues, mi esposa es quien cumplimenta millares de acciones útiles, mientras yo me dedico a temas inútiles, tales como perder al ajedrez o escribir estas cotidianas crónicas.

Existen zonas enteras de la casa que me son enteramente desconocidas, y es mejor ejemplo es la cocina. Aunque sea un glotón impenitente, mis únicas competencias culinarias se reducen a calentar leche con el microondas y abrir latas en caso de emergencia. Pero estoy aprendiendo, y una reciente área de nuevo conocimiento es la compra, tarea en la que mi cometido anterior se ceñía a empujar el carro y procurar no perderme en el supermercado. Hoy mismo hemos acudido a un comercio especializado en perfumería. Carmen, mientras completaba su extensa compra para toda la familia, me ha encomendado adquirir mi propio champú, indicándome la zona oportuna.

Me he dirigido a la estancia y súbitamente me he enfrentado a toda una pared repleta de envases con todo tipo de tamaños, formas, colores y precios. Es sorprendente comprobar que existen más estanterías con champú en una sola tienda, que anaqueles de libros en la biblioteca municipal. Con la vacilación del profano me he aproximado a una repisa y me he tranquilizado al leer el primer rótulo: “Para caballeros normales”. Sin dudarlo un instante he elegido el producto, a pesar de su receptáculo extravagante de color verde refulgente.

Cuando orgullosamente me alejaba en busca de Carmen con mi compra zanjada, me ha picado la curiosidad por ver otras alternativas de cosmética masculina. He desechado otras dos opciones igualmente coloristas para “caballeros secos” o “caballeros grasos”, aunque quizá por mi peso me ajuste más al último grupo. Carmen me ha sugerido usar las gafas de presbicia y ha esclarecido que donde yo leía “caballeros” decía “cabellos”, aunque aceptaba el champú.

Si bien Confucio recordaba que “un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos”, y sabiendo que consiste en obrar como caballero, el serlo, a la vuelta a casa, sólo me quedaba como excusa disertar sobre caballeros-normales. Le he recitado a Carmen mi preferida cita de Fray Antonio de Guevara, en versión actualizada: “Lo que al educado [caballero] le hace ser educado [caballero] es ser medido en el hablar, largo en dar, sobrio en el comer, honesto en el vivir, tierno en el perdonar y animoso en el trabajar [pelear]”. He cumplido con otra máxima de Gertrude Stein: “Lo normal es mucho más sobriamente complicado e interesante”.

Carmen no me ha prestado mucha atención y ha concluido que no estoy preparado para comprar nada. He preferido no mentar que nos hallamos en el año del “caballero de la triste figura”. Definitivamente, en pleno siglo XXI, cuando ya somos obsoletos quienes nacimos el año (1953) en que se estrenó ”Los caballeros las prefieren rubias” con Marilyn Monroe, la denominación de caballeros queda reservada exclusivamente para diferenciar ciertas estancias donde todavía el género determina la postura.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/caballero.htm

Familias ricas

©Mikel AgirregabiriaUna desapercibida noticia, transmitida sólo como curiosidad, ratifica la grandeza que atesora una familia unida.

Nuestro hijo pequeño, Aitor, cuando era pequeño y jugaba con su hermana Leire en la plaza de Santa Ana (Getxo) le replicó a otro niño que estaba acompañado de sus padres, mientras a ellos sólo les cuidaba mi esposa Carmen, por estar yo trabajando lejos: “¡Nosotros también tenemos padre! ¿Qué te creías, que éramos pobres?”

Quizá eso mismo piensan los 150 hijos, todos adoptados excepto tres naturales, de Luiz y Clorinda Bertoline, quienes mantuvieron una inacabada "ciudadela de niños", que nunca fue un impersonal orfanato, en la ciudad brasileña de Araras, en Estado de Sao Paulo. Al fallecer el memorable patriarca el pasado día 14-9-2005, a la edad de 75 años y habiendo quedado viudo desde el pasado diciembre, su inmensa familia (reconocida oficialmente como la más numerosa de todo Brasil) finalmente ha quedado huérfana y en situación precaria, sin ayudas oficiales y sólo apoyada con algunas donaciones.

Este singular matrimonio nunca desistió de su sueño de "criar a todos sus hijos y mantenerlos siempre juntos". Por su hogar, una pequeña propiedad rural, pasaron más de 400 menores abandonados, muchos de los cuales adoptaron personalmente. La numerosa prole Bertoline no ha quedado en la indigencia por el compromiso de los hermanos mayores. Una vez más se comprueba que la virtud de los padres es la mejor dote y su vida, el libro de ejemplos heredado por los descendientes.

Lo cierto es que no hay peor forma de pobreza que la orfandad, ni mejor forma de riqueza que una familia querida. El amor de madres y padres nunca vacila, sino que permanece incondicional y constante. Los progenitores, para ser felices, han de entregarse y prodigarse con sus hijos e hijas. Igualmente, el afecto hacia los padres es el fundamento de toda virtud. Giuseppe Mazzini señaló que “los únicos goces puros que pueden disfrutarse sobre la tierra, son los goces de la familia”.

En una familia unida, se dispone de todo lo esencial. No existe ningún niño o adulto enteramente pobre si cuenta con el amor de sus padres. Al igual que no existe ningún padre o madre completamente pobre, si sus hijos esperan anhelantes su llegada a casa mirando por la ventana. Todo lo cual no aminora la exigencia de justicia y solidaridad para todos los seres humanos y todas las familias hasta que “la pobreza sea historia”.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/familias.htm

Te recuerdo joven

Un consejo para la juventud, quizá en desacuerdo con la tendencia actual, sobre la conveniencia de hallar pronto el amor.
 

Hace unos días, conversando con una familiar con padres nonagenarios, discrepábamos sobre cómo recordamos a nuestros mayores. Ella se lamentaba de la última etapa vital, ahora tan extendida y -en muchas ocasiones- con dependencia total durante muchos años. Concluía que uno de los peores efectos es que terminamos recordando a nuestros antecesores sólo en su última fase, olvidando cómo eran de jóvenes o en su madurez. 

Para alguien como yo, que perdió a su madre siendo un niño, el desacuerdo no podía ser mayor. Ciertamente que con nuestros abuelos o bisabuelos, a quienes sólo hemos conocido en su ancianidad, su memoria nos evoca únicamente sus últimos años. Pero de mis padres, recuerdo con precisión todo el recorrido que he podido compartir con ellos, desde que mis dos hermanos y yo éramos niños. De todas las reminiscencias paternas me quedo con una de las más tempranas, cuando nos cobijábamos bajo su amplia gabardina al caminar bajo la lluvia hacia la parada del trolebús número 4 en el Arenal bilbaíno. De las remembranzas maternas, prefiero aquélla de cuando, siendo muy pequeños, nos llevaba de la mano desde nuestra casa en Indautxu al Colegio de los Escolapios. 

Ahora, para nuestros hijos jóvenes saliendo de la adolescencia, el consejo de mi esposa Carmen y el mío propio es que encuentren a su amor definitivo lo antes posible, para convivir desde sus mejores edades con la persona que elijan. Anoche, cuando nos quedamos “de novios” por unas horas sin hijos, al despedirse el menor para ir a estudiar lejos y esperar a su hermana que venía de trabajar en el extranjero, nos sorprendió una exuberante tormenta nocturna a las tres de la madrugada. Carmen y yo salimos a recoger los enseres del patio, y nos quedamos a sentir el efecto del aguacero. La observé, mientras ella miraba por una ventana enrejada, y vi exactamente a la misma muchacha de 18 años que era cuando la conocí, a pesar de que median 32 años desde aquel verano. 

Ella me devolvió la mirada, con la misma complicidad y el mismo encanto. No sé cuánto más viviremos, no sé cómo seremos cuando uno de los dos muera; sólo sé que ella para mí siempre será la misma chica que encontré allá por 1973 en San Miguel de Basauri, la misma con la que me casé en agosto del 1977 cuando sólo éramos dos jóvenes de 22 (ella) y 24 años, y la misma que era cuando tuvimos a nuestros hijos. Te recuerdo joven, Carmen; siempre, porque no ha cambiado nuestro amor. 

Y a ti, lector o lectora, joven o no tan joven, te recuerdo que la felicidad está construida con dulces recuerdos y bellas esperanzas. Que nunca te falten ni unas, ni otros. Además, Unamuno advertía que “con maderas de recuerdos armamos las esperanzas”. Este verano (re)encuentra a tu amor o, al menos, colecciona recuerdos felices y construye grandes esperanzas, que son la base del equilibrio personal y la pértiga para superar las dificultades presentes y futuras.

El matrimonio verdadero

No todas las parejas que se casan, del mismo o diferente sexo, son auténticos matrimonios.©Mikel Agirregabiria

Con toda la polémica que ha surgido sobre si merece llamarse “matrimonio” a toda “unión de hecho”, mi esposa Carmen y yo quisiéramos aportar nuestra modesta opinión como ciudadanos, católicos y que llevamos casados 28 años.

Consideramos que sólo puede hablarse de “matrimonio verdadero” cuando la pareja cumple dos requisitos indispensables: Que entre ambos cónyuges reine el Amor y la Tolerancia.

Siempre ha habido muchos tipos de familias, pero las genuinas son las que se quieren a ojos vista y son comprensivas con las demás familias. "La familia sí importa", por supuesto, pero aún representa más el Cariño y la Solidaridad para con todos nuestros iguales, sin que la fraternidad humana distinga por la preferencia sexual de cada ser humano.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/matrimonio.htm

Libre asociación conjugal

En 1977 mi esposa, Carmen, y yo firmamos un “proyecto de libre asociación” por mayoría absoluta de la mitad más uno.

Habíamos comenzado las negociaciones para la unión en 1973, pero necesitamos cuatro años para formalizar protocolariamente nuestras relaciones. En la década de los años ’80, la fusión originó algunas ampliaciones de nuestro mercado interno, en forma de dos nuevos miembros con clara vocación europea, como se demostró bien pronto. Todo ello produjo una notable ampliación de las lenguas oficiales, con sus correspondientes costos de aprendizaje, viajes e intercambios, pero nuestros idiomas de relación siguen creciendo notablemente.

Nuestro “proyecto libre y amistoso” es claramente asimétrico, lo que sin restar funcionalidad resulta plenamente satisfactorio para las dos partes contratantes. Hablando por mí mismo, dado que jamás asumiría que entiendo con claridad a mi esposa, sólo señalaría un inconveniente frente a las incontables ventajas en el reparto de funciones mutuas. Mi única objeción, que ya tras más de tres décadas he asumido exclusivamente con un resto de perplejidad más que de incomodidad, es que ella ha establecido cómo y cuándo repartirnos los papeles. Lo cierto es que creo que la división de poderes que instauró fue perfecta, dado que sólo me atribuye aquellas facultades poco comprometidas que mi escasa capacidad aconseja.

Dado que ella se ocupa de casi todo, para acabar antes relataré mis contadas ocupaciones. Tengo las competencias exclusivas en materias como transportista, taxista, porteador y arregla-todo, con licencia para toda la amplia familia. Lo cierto es que no sé reparar nada, pero soy ese personaje indispensable al que se llama para enseñar cualquier desperfecto tan pronto como se produzca: “¡Ven a ver lo que ha pasado…!”. Con el transcurrir de los años he aprendido a salir del paso, organizándome una completa agenda de persianeros, electricistas, fontaneros y carpinteros.

Mi consorte se ocupa de los ministerios de educación, sanidad, hacienda, turismo, comercio, agricultura, pesca y alimentación, temas sociales, vivienda y asuntos exteriores. Sólo algunas cuestiones menores de defensa, interior, cultura y economía son asunto conjunto del matrimonio. Mi rol en los asuntos económicos consiste en leer y cumplimentar todo el papeleo de impuestos, recibos y bancos, así como predicar (en el desierto) austeridad a la prole, mientras mi esposa se encarga de todo lo demás, incluido que yo no gaste en caprichos informáticos (el único vicio que se me conoce).

Lo mejor del reparto de funciones es que muy pronto alcanzamos una sintonía perfecta. Si suena el teléfono de noche, no es mi tema; pero sí lo es organizar el desayuno con el despertador matutino. Nuestros hijos son, en primera instancia, jurisdicción exclusiva de su madre, pero cuando ocasionalmente (durante su adolescencia) las cuestiones se ponían peliagudas, me tocaba torear a mí con los “miuras” hasta que volvían al redil. Mi singular método patentado era muy “sanfermineno”: corría delante (o detrás) de los díscolos hijos, nos perseguíamos furibundos hasta llevar a la plaza de toros (salón familiar) donde nos remansábamos y la señora de la casa nos daba a todos unos capotazos que la convertían en la triunfadora del festejo.

Ahora que está tan de actualidad, comenté con mi amada dueña si debíamos revisar nuestro “estatuto para la convivencia”. Con una sonrisa pícara, me pareció, zanjó la cuestión concluyendo que nuestra asociación ya nació libre y amistosa desde su origen, por lo que puede permanecer inmutable otro siglo más. A ella lo único que le preocupa son las futuras ampliaciones cosmopolitas o de comunidades culturalmente hermanables, pero de recia personalidad propia (también foral), que se vislumbran por el horizonte de nuestros retoños. ¿O no es así? Mejor sería que le preguntasen a ella, que nunca me entero demasiado bien.

Como novios

Las peripecias de un padre que creyó poder olvidarse de los hijos.

Tras ejercer todo un año, en realidad casi una vida, en las fatigosas funciones de padre, educador, colega, amigo, vasco y pacifista, todo ello con gran dedicación aunque escaso éxito, decides tomarte unos días de vacaciones con la "parienta". Descansar es cambiar de rutina, así que te alejas mil kilómetros, te rodeas de vecinos noruegos, y cambias algunos parámetros vitales: ralentizas Internet desde el cable-módem al módem de 56 Kb, retrasas el horario general en tres horas, duermes diariamente el doble siesta incluida, elevas el termostato de temperatura exterior en 10 grados y adoptas preferentemente la posición horizontal. Por cierto, dado que se puede estar 20 horas diarias tumbado o flotando y que el Imperio Romano descubrió el modo de comer reclinado, ¿cómo es posible que el Imperio Microsoft no haya inventado un modo cómodo de navegar por la red en posición tendida?

Tras pegarte una paliza de viaje, acondicionamiento y aprovisionamiento en tu destino vacacional, llega el día en el que puedes embadurnarte de bronceador y antimosquitos para abrazar a tu "cosa más querida": la tumbona. Con el tributo de haber comprado una exitosa serie de libros policíacos a tu mujer para que se entretenga sin encomendarte fastidiosos trabajos domésticos, al fin crees que ha llegado tu momento de sosiego anual. Con tu música seleccionada durante un interminable curso, te recuestas y mirando al cielo azul te pones… a pensar, si te lo permiten la somnolencia ascendente y el infalible ruido de múltiples charangas externas.

Por un instante, parece que todo está en relativo orden. La familia está bien de salud, la ruina económica no es inminente y, con estos calzones inmensos, hasta las gorduras conyugales parecen despistarse. Tu media naranja está a tu lado, extrañamente silenciosa abstraída en sus lecturas, y crees que ésta puede ser la semana feliz, ésa que encadenarías para vivirla repetidamente como una cinta continua. Los hijos, esos seres queridos que desde que nacieron no han dejado de darte alegrías y preocupaciones, parecen que están perfectamente en sus lejanos destinos, según hemos constatado reiteradas veces por teléfono, SMS y e-mail.

¡Como novios!, nos dicen que estamos otros progenitores con confesada envidia. Porque hoy día parece que el mundo está al revés. Los novios quieren vivir como casados y los casados, tras criar hijos, anhelan la vida de novios. Incluso el mes de julio está organizado para enviar los hijos al extranjero, mediante oportunas becas o afanosos ahorros, y con un poco de suerte un matrimonio puede veranear unos días sin la prole.

Las madres, ya se sabe, son gallinas cluecas que no pueden olvidar a sus hijos. Pero los padres vamos de gallitos, y decimos que la perfección familiar reside en hijos lejanos y esposas mimosas. Y entonces, desparramado en esta tumbona que debiera ser el monumento mundial a la reflexión, comprendes que añoras a tus hijos, que quisieras tenerlos a tu lado para abrazarles y seguir regañándoles, aconsejándoles y, sobre todo, escuchándoles y reviviendo la existencia a través de sus ojos. Creo que, sin reconocerlo jamás, animaré a Carmen a que llame otra vez a nuestros hijos. Sólo para que se tranquilice ella, que quede claro.

El fin de la vida

Era medianoche y estábamos en una terraza de verano debatiendo amistosamente sobre temas escolares con unos amigos, también profesores. Miré el cielo centelleante y me pareció que brotaba una aparatosa lluvia de estrellas. Disfrutando con la mirada alzada, esperé un instante mientras nuestro interlocutor terminaba su exposición para comunicar tan bello espectáculo. Súbitamente, aquel meteoro se transformó en múltiples explosiones lejanas que precipitadamente abalanzaron una envolvente mancha cenicienta sobre nosotros.

Sólo pude alargar mi mano hacia mi esposa Carmen, y las yemas de nuestros dedos se tocaron. Antes de convertirnos todos en luz, dos ideas sacudieron mi mente: Cuánto la quería a ella y a nuestros hijos, y que la humanidad debió comenzar mucho antes a imaginar un acuerdo educativo. Desperté y comprendí que, por esta vez, sólo había sido una pesadilla.

Historia de kIDEAk

Una foto del origen de kIDEAk en las oficinas de BEAZ (Sondika) hacia 1997-1998: Irune Arteta Torrealday, Mª Pilar González del Río, Joseba Lauzirika (arriba), Josi Sierra (abajo), Txus Ganzabal, Luis Mª Guinea (arriba), Mercedes Barranco (abajo, Centro de Psicología Gizaki), Juan de Dios Uriarte, Carmen de la Sen, Lourdes Jiménez Aspiazu, Esther Elexgaray Cruz y Mikel Agirregabiria. Faltan entre otros participantes Goyo Elorza, Luis Mª Saratxaga, Santiago Aldekoa e Ignacio Urzay.