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Tiempo de ombligos

Vivimos una época de ‘mirarnos el ombligo’ y ‘creernos el ombligo’ del mundo

La moda en boga impone que nuestras adolescentes descubran una franja de cintura con el descarado ombligo guiñando pícaramente el ojo a los paseantes. No es extraño que los ombligos se hayan hecho visibles. La moda, siempre pasajera pero reveladora, emula explícitamente nuestra extendida inopia intelectual del ‘ombliguismo’: mirarnos a nosotros mismos y creernos el centro del universo.

La onfaloscopia fue una técnica monástica psicológica que practicaban como oración los monjes hesicastas de Grecia. Un ejercicio recursivo de contemplación del ombligo para acompasar la respiración con la repetición indefinida del nombre de Dios, para alcanzar “la guarda del corazón” como norma ascética de vida. Pero la expresión “mirarse al ombligo” quedó como sinónimo de egocentrismo, de ignorar lo que acontece más allá de nuestros intereses: La enfermedad social de nuestra era.

Peor que la empobrecedora excentricidad de mirarse el ombligo, es adicionalmente creerse el centro del mundo, o superior a los demás. Lo paradójico es que el ombligo humano es una cicatriz universal que mantenemos como testigo de nuestra dependencia, del cordón umbilical que nos unió a la humanidad a través de nuestra madre mientras vivimos en su útero. La anatomía humana, no por capricho, deja centrado el ombligo en el centro del tronco. Así ombligo se convierte en sinónimo de centro y oímos metáforas que invocan a la isla de Pascua o a Australia como ombligos del mundo.

Un libro publicado en 2003 se titula ¿Tenían ombligo Adán y Eva? Su autor, Martin Gardner, es un reputado escritor de divulgación ciencífica y matemática, redactor durante 25 años de la columna "Juegos matemáticos" del Scientific American. Versa sobre las estupideces que a lo largo de la historia se ha escrito sobre magia, ovnis, terapias alternativas y la interminable sarta de engaños, falacias y fraudes para almas simplonas, carentes de la más mínima formación y del imprescindible sentido común. Quizá el mayor engaño de la humanidad haya sido creerse el centro del universo (geocentrismo), o de algún país poderoso suponerse el corazón de la tierra, o de algunos políticos de considerarse ungidos por la divinidad.

La realidad es que todos estamos hechos de carne y hueso, con pieles de distintos colores, pero con ombligos que nos demuestran y recuerdan nuestra humana y frágil condición, en un minúsculo planeta que viaja por el proceloso firmamento de miríadas de estrellas. Quizá haya llegado la hora de elevar la mirada hacia el cielo y hacia los ojos… ajenos, reconociéndonos en el espejo de otras pupilas. No son las danzas del vientre o los frenéticos carnavales los peores representantes del ‘ombliguismo’, sino el egoísmo y la indiferencia de quienes olvidamos la igualdad y la fraternidad. El "yo" es una palabra tan pequeña que naufraga en el ombligo propio. Fuera nos aguarda el ilimitado espacio altruista del “vosotros” y el “ellos”, infinitamente más interesante para dedicarles nuestra atención y nuestro esfuerzo.

Kerry ganará

En medio de los numerosos pronósticos sobre la carrera electoral norteamericana, y animado por anteriores aciertos en elecciones varias (generales, europeas, o incluso de algún rectorado con siete candidaturas universitarias) he aquí nuestra particular apuesta: Kerry derrotará a Bush.

Aportaremos algunos argumentos, natural­mente no concluyentes, pero que convergen en la misma previsión. El primer debate electoral en la carrera hacia la Casa Blanca entre el presidente y el senador demócrata, fue vencido por el aspirante según todos los medios de comunicación. Puede resumirse en dos frases de cada uno de ellos. Kerry dijo “Irak es un error” y Bush “El mundo está mejor”. El votante promedio estadounidense sabe que el primero acertó más y que el segundo mintió por su fallo de previsión en la crisis iraquí.

La remontada en las encuestas electorales es un dato coyuntural que probablemente sufrirá altibajos en su evolución, pero son apreciables algunas tendencias de fondo en la sociedad estadounidense. Detalles significativos sobre una reformulación paulatina del “sueño americano” hacia un patriotismo más moderno, más demócrata que republicano, más “newyorkino”, más “europeo”, que busque menos la supremacía mundial desde la hegemonía económico-militar autosuficiente. Comienzan a alzarse en Estados Unidos corrientes de opinión que abogan por un planeta más solidario, más interdependiente y más justo, sin la visión de “nación elegida” (nada menos que por Dios, según algunos).

Estos patriotismos caducos, de “pueblo designado que puede derrotar a sus enemigos”, sobreviven entre un alto porcentaje de las ciudadanías de USA o Israel. Fueron paradigmáticos en todos los imperios de los últimos siglos, perviviendo por ello en menor medida la perspectiva de “ganar venciendo y no convenciendo” en determinados sustratos sociales del Reino Unido, España,… además de los regímenes teocráticos donde la población fundamentalista cree contar con “aliados divinos” que compensen la evidente asimetría de poder fáctico en nuestro planeta.

La diferencia entre Kerry y Bush quizá no sea demasiada desde una perspectiva europea o alejada de USA, pero la altura del candidato es manifiestamente superior al presidente saliente. Kerry no sólo le saca un palmo de estatura física a Bush, sino que su educación, perspicacia y visión del futuro son indudablemente más certeras y prospectivas.

Sólo un dato final basado en una “leyenda urbana”, de las denominadas FOAFS (friend of a friend stories, historias de un amigo de un amigo), que en este caso es rigurosamente cierta y que expresa descriptivamente la figura del candidato. Se trata de una foto, totalmente certificada, donde aparece Kerry sentado detrás de Jane Fonda durante una reunión pacifista en Valley Forge (Pennsylvania) en septiembre de 1970, tras haber solicitado en enero la baja de su servicio militar en Vietnam antes de tiempo, para presentarse como candidato a un escaño en el Congreso en Massachussets. Un detalle aislado no avala una biografía compleja como la de Kerry, pero puede otorgar un aliento de esperanza de un candidato presidencial que odiaba la guerra, especialmente tras su experiencia bélica como combatiente.

Quizá con Kerry podamos avanzar menos lentamente para vislumbrar un nuevo hito para la Humanidad con el fin de los imperios, superadora de una historia subyugada por una sucesión de hegemónicos imperios periódicos. Confiemos que un espíritu de inteligencia pacifista, no sólo euro-céntrico, se extienda con la labor de todos nosotros de modo que progrese una paz basada en la justicia y el respeto a todos los derechos humanos, individuales y colectivos.

[Actualización a 26-10-2012: Hemos eliminado una imagen a petición de Yahoo,... ]

Amor se escribe siempre con mayúscula

No lo llames Amor, si no lo puedes escribir con mayúscula.

Amor se escribe con mayúsculas porque no hay amores pequeños; toda clase de amor verdadero es grandioso e imperecedero. La vida mancha, pero el Amor salva. El Amor es una caja de herramientas que puede transformar el universo. El Amor es un caballo de Troya que desde dentro abrirá las puertas de la ciudadela y nos salvará del odio.

Amor se escribe con A de almas anidadas, de aventura y de altruismo, de audacia y de aceptación, de arrebato y de alegría, de amistad y de ayuda, de afirmación y de agradecimiento, de atención y de apoyo, de ánimo y de acompañamiento. Amor se escribe con M de mocedad y de madurez, de mesura y de modales, de maestría y de modestia, de melancolía y de magia de misterio musical. Amor se escribe con O de optimismo y de oportunidad, de originalidad y de observación, de obstinación y orgullo. Amor se escribe con R de rebeldía y rigor, de recato y reflexión, de respeto y de rectitud. Amor se escribe sin E de egoísmo, sin I de ingratitud y sin U de urgente. Amor, a veces, se escribe con H de humor, con una H superflua, porque lo nimio y el detalle son importantes en el Amor.

Hay muchas clases de Amor: a la pareja, a los padres, a los hijos, a Dios, a los hermanos, a la familia, a los amigos, a los necesitados, a la Humanidad, a un oficio, a una dedicación,… Pero todo Amor se escribe con letras de oro, porque el Amor es lo mejor de la vida. Todo lo que vale la pena es, al fin y al cabo, Amor. Al final, sólo perduran los frutos del Amor. El recuerdo y las obras de quienes amamos o nos han amado.

La vocación de vivir no es sino la profesión de amar. Los niños, y en toda casa debiera haber un niño, nos enseñan que vivir es tan sencillo como amar y ser amado. En la sociedad de adultos adustos, donde sólo la maldad es noticia y donde la ternura viaja en trenes rigurosamente vigilados, el puzzle de almas difícilmente encaja. Convirtámonos en ciudadanos del Amor proclamando: "Mi patria es el Amor". El Amor es contagioso, al igual que la falta de Amor. ¡Amémonos! ¡Sólo por hoy! ¡Sólo por ti, Amor! ¡Cuánto te quiero, Amor!

El Aznar y la necesidad

Entre casualidades y obligaciones, mejor olvidar a Aznar.

"El Azar y la Necesidad" fue un popular y polémico ensayo sobre la filosofía natural de la biología moderna publicado en 1970 por Jacques Monod, Premio Nobel de Medicina en 1965. Toma su título de la antinomia descubierta por Demócrito: "Todo lo que existe en el mundo es fruto del azar y de la necesidad". Monod apostaba por una "ética del conocimiento" de la que pueda surgir una inédita moral humanista para asumir nuestras libertades y responsabilizarnos de nuestras vidas.

En lo trascendente, Monod no contradijo la celebérrima cita de Einstein, "Dios no juega a los dados", aunque la palabra "azar" signifique "dado" en árabe. La Física señala la naturaleza cuántica, indeterminista y probabilística de la materia y de la energía, pero sigue siendo válida la reflexión de Edouard Pailleron, "¿El azar? Pero si es Dios de incógnito", o la versión de Anatole France, "El azar es tal vez el seudónimo de Dios, cuando no quiere poner su firma".

En lo contingente y más periodístico, ¿qué necesidad hay de seguir hablando de Aznar, y de su "necesidad creada" de ser homenajeado descubierta por "interesado azar"? El azar y la necesidad nos libró de alguien que, quizá, representaba el apotegma de Camus: "La necesidad de tener razón: señal de espíritu vulgar". Si hasta Dios prefiere, en ocasiones, figurar en el anonimato, ¿no son ridículas siempre nuestras necias ínfulas de grandeza?

¿Carbura la Comisión del 11-M?

Sensaciones por los "errores y negligencias" reconocidos ante la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M.

Hace muchos años cuando era joven y pobre (aún conservo una de estas cualidades), mi padre me regaló un SIMCA destartalado. Continuamente debía llevarlo a un taller barato, donde un "chapuzas" intentaba arreglarlo. Siempre recordaré los conocimientos de mecánica que me brindó, porque pronto supe que él podía enseñarme todo lo que NO hay que hacer. Una vez, tras desmontar enteramente el carburador para soplar un chiclé, lo volvió a ensamblar sobrando una docena de pequeñas piezas que arrojó directamente a la basura, indicando que el fabricante incluía componentes innecesarios. Ahora, cada vez que leo las extensas y aburridas crónicas sobre la investigación parlamentaria del 11-M recuerdo el mismo asombro que experimenté cuando mi carburador se aligeraba en cada revisión.

La mayor matanza terrorista ocurrida en Europa, donde murieron 190 personas y casi 1.500 resultaron heridas, se espesa y transmite en unas agotadoras sesiones donde se enmarañan contradictoriamente conclusiones y confusiones. Pero asoma una verdad incontrastable: Entre la neblina de "medias verdades", "retraso de la verdad" y "gestión de la información" hubo ánimo de mentir y engañar. Parece probado que Aznar y su gobierno pretendieron que hasta el 16-M no funcionase el CNI, expresando con estas siglas el Coeficiente Nacional de Inteligencia.

Aún con todo, el electorado el 14-M, con esa intuición que no es sino la razón actuando deprisa, descubrió lo mismo que más trabajosamente revelará la comisión parlamentaria. Recordando a Bécquer, "¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!", podríamos añadir que no hace mucho, ¡qué solos estaban los cuerdos!

Prohibido prohibir

El suma y sigue del SE PROHÍBE,...

Meter el dedo en la jaula del loro (Zoológico de Barcelona).
Cantar mal y si cree que canta bien, váyase a la puta calle. (Leído en un bar de Donostia).
Arrojar bolsas de basura por las ventanas (Comunidad de Vecinos en Madrid).
Bajar en el ascensor (Facultad universitaria de Sevilla).
Dar de comer al hipopótamo (Zoológico de Madrid).
Entrar descalzo (Restaurante de muchas playas).
Entrar calzado (en muchas piscinas).
Tirar la ceniza en la taza del café, y si piensa hacerlo avísenos antes para servírselo en el cenicero (Aviso en un Restaurante de Tolosa).
Fotografiarse con el guardia (Palacio Real de Madrid).
Que los hombres salgan los jueves desde la 9 de la noche hasta las 2 de la madrugada, para que hagan el trabajo doméstico, mientras sus mujeres salen a divertirse. (Ayuntamiento de Torredonjimeno, en Jaén).
Arrojar escombros o verter desperdicios (solar vacío).
Calentar bocadillos en el microondas del laboratorio (Centro de Investigación de Málaga).
Entrar con comidas o bebidas a la sala de Internet o utilizar el ordenador personal con fines personales (Facultad universitaria de Sevilla).
Sacar la basura antes de las 6:00 a.m. (calle de Bruselas en Madrid).
Orinar en lavabos y duchas (Campo de deportes, El Escorial).
Apagar los cigarrillos en las macetas (Terraza de un bar, en la Costa del Sol de Málaga).
Jugar al fútbol en pasillos y galerías (Clínica privada en Madrid).
Montar esta yegua (Escuela de Equitación de Sevilla).
Hablar español en el recreo (Colegio Inglés de Madrid).
Entrar con casco (En el comedor de una mina de Aznalcóllar).
Entrar sin casco (en la misma mina).
Entrar a caballo (Urbanización de Alcalá de Guadaíra. Sevilla).
Rezar en voz alta (Parroquia burgalesa).
Sonarse los mocos sin pañuelo (Colegio segoviano).
Sobar los cuadros (Galería de arte en Teruel).
Morirse, por falta de espacio en el cementerio (Ayuntamiento de Lanjarón, Granada)
Preguntar si Hemingway venía a tomar cerveza aquí (En un Bar próximo al Arco de Cuchilleros de Madrid).
Hacer aguas mayores y menores en esta calle (Peñafiel, Valladolid).
Cagarse en Dios en este pueblo (Cenicero, La Rioja).
Preguntar por La Dolores (Estación de Autobuses de Calatayud).
Contar chistes (Sala de espera de un cementerio).
Sentarse en las camas vacías, y en las ocupadas se ruega no hacerlo sobre las enfermeras (Hospital Materno-Infantil de Málaga).
Sacudir alfombras en los balcones (Ayuntamiento de Marchamalo, en Guadalajara)
Tender la ropa sin centrifugar (en el mismo lugar).
Tocar al toro y a Jesulín (Plaza de toros con torero y toro simulados. Aguadulce, Sevilla).
Informar por teléfono del estado de los pacientes (Hospital del Aire en Madrid).
Ponerse enfermo los fines de semana a partir del viernes a las 3 de la tarde, por falta de personal médico. (Ayuntamiento de Zagra en Granada).
Subir en el ascensor a los niños menores de 14 años, sin ir acompañados por un adulto (Comunidad de vecinos. Madrid).
Hacer publicidad de sus servicios entre las víctimas apenas se ha producido el accidente (Estatuto Gral. de la Abogacía Española).
Utilizar la vía de frenado de emergencia, excepto en casos de emergencia (Autovía Sevilla-Málaga).
Salir a la calle, si eres menor de 16 años, después de las 11 de la noche (Ayto. de Agüimes. Gran Canaria).
Hacer fiestas en casas particulares y garajes (Ayto. de Villanueva del Río y Minas. Sevilla).
Aparcar en la calle durante la Semana Santa (Sevilla - España).
Que los niños toquen los libros (En una papelería de Dos Hermanas - Sevilla).
Apostar portando armas u otros objetos que puedan utilizarse como tales (Hipódromo de Dos Hermanas - Sevilla).
Pasar, excepto si es al Palacio de la Zarzuela (Carretera de acceso al Palacio de la Zarzuela. Madrid).
Escupir, eructar o tirarse pedos (Casino Recreativo e Instructivo de Amposta)
El paso a los que vienen a tirarse en parapente. (Sendero en la provincia de Guadalajara - España).
Asistir con vestimenta playera (bikinis, pareos, chanclas) a las clases. (Instituto de San Fernando, en Cádiz).
Escupir, por respeto a este lugar sagrado (Iglesia de Nª Sra. de la Encina, Patrona del Bierzo, en Ponferrada, León).

Lo natural es amar

La naturaleza tiende al caos, pero la humanidad busca el bien

Cuando se ha tenido la dicha de haber nacido en una familia donde los padres se han amado hasta la muerte, donde los hermanos han crecido juntos, donde los abuelos, tíos y primos han compartido grandemente nuestra infancia, lo natural es desear construir un hogar y una familia semejantes, con amor eterno a la pareja y con hijos a quienes legar ese sentido de la vida y la identidad de apoyarse en una gran parentela.

Cuando se ha gozado el privilegio de ser educado en el cariño a los libros, al estudio y al esfuerzo para progresar en la vida, poco importan las penurias y la escasez económica. Cuando se ha podido apreciar el cariño y la entrega de algunos grandes docentes en la escuela, que transmiten con convicción el amor al conocimiento y con tenacidad el descubrimiento paulatino de la sabiduría, lo natural es engancharse al mejor y único camino de rescate que siempre fue y será la educación.

Cuando se reconoce en nuestros mayores el amor profundo a las lenguas propias y a las culturas de nuestros antepasados, a sus costumbres y tradiciones, a sus valores, anhelos y creencias, lo natural es abrazar su defensa, su cultivo, su aprendizaje y su enseñanza, su propagación y su reconocimiento universal.

Cuando se ha vivido en una ciudad, en una región, en una nación, donde se ha sido feliz en numerosas ocasiones, donde se han descubierto en alguna medida todas las satisfacciones que el amor puede proporcionar en la vida, lo natural es que se queden grabadas en el corazón para siempre, sobre todo aquellos paisajes y paisanajes donde transcurrieron la infancia y la juventud que marcaron decisivamente nuestro destino.

Cuando se comprende cuánto se ha recibido de la familia, de los amigos, de la sociedad en se nació, lo natural es agradecer y corresponder aportando todo el esfuerzo y trabajo al bienestar de los nuestros, los familiares, las amistades, los vecinos, los hermanos que son el resto de la humanidad.

Cuando se percibe el admirable milagro de la vida, cuando uno se asombra de la belleza y bondad que esconde la existencia, a veces y por desgracia ocultamente, lo natural es vislumbrar un espíritu sobrenatural, una esencia divina que todo lo creó, un Dios que todo lo hizo bien, incluso el regalarnos el mayor de los dones: la libertad personal, la prerrogativa de escoger el bien sobre el mal, el libre albedrío de amar u odiar, de querer o aborrecer, de construir o destruir, de ayudar o perjudicar.

¡Qué caro regalo fue la libertad! Provocó el artificioso odio y la concienzuda maldad, porque la grandeza de nuestro destino sólo había de conquistarse desde la soberana voluntad propia. Sólo así se alcanza la altura a la que está predestinado el sagrado ser humano: la vocación suprema de descubrir el amor y apostar por la vida. Mahatma Gandhi nos enseñó “Allí donde hay amor, hay vida”, y el evangelio de Lucas aún lo expresó más sintéticamente: “Ama y vivirás”. Nuestro sino grabado en el alma es amar y quienes tenemos una misión hemos de cumplirla.

Preguntas acertadas

Oportunas preguntas complejas para una sola respuesta obvia

Tuve un alumno que tras la inevitable decepción que le producía cada examen me decía: “Tengo mala suerte. Me sabía todas las respuestas, pero no he entendido las preguntas”. Todos aprendemos pronto que es mucho más importante atinar con las preguntas que acertar con las respuestas. Joubert dijo que “Las preguntas descubren la amplitud del ingenio, y las respuestas sólo su agudeza”, y el poeta Edward Estlin Cummings proclamaba la cíclica relación de “Siempre la hermosa respuesta que plantea una pregunta aún más hermosa”. En la obra de Calderón de la Barca, “A Dios por Razón de Estado”, se recoge el siguiente diálogo:
INGENIO. Ésa es la excelencia mía.
ATEO. Di: ¿Cuál?
INGENIO. Saber preguntar para saber responder.

Lo cierto es que con frecuencia la pregunta llega terriblemente más tarde que la respuesta. Definitivamente es mejor saber algunas de las preguntas que todas las respuestas. André Gide sentenció: “Hay más respuestas en el cielo que preguntas en los labios de los hombres”. Si lo esencial son las preguntas, ¿por qué no enumeramos una docena de interrogantes trascendentales que solucionarían prácticamente la totalidad de nuestras desgracias?

1- ¿Cómo se alcanza la felicidad?
2- ¿Qué me permitiría lograr lo que aprecio?
3- ¿Por qué unos son afortunados y otros desdichados?
4- ¿Cuál es la causa para que sólo algunos se realicen vital y profesionalmente?
5- ¿Existe un camino viable que conduce a la perfección individual y social?
6- ¿Puede ser gratificante el trayecto para lograr todo lo que deseo?
7- ¿Dónde reside el secreto de aprender y aportar?
8- ¿Qué me hace sentirme dichoso en mi vida ahora?
9- ¿Cómo puedo disfrutar en mi compromiso con los demás?
10- ¿Con qué me sentiría orgulloso de mi contribución a la sociedad?
11- ¿De qué modo puedo amar y ayudar más cada día?
12- ¿Qué remedio podría resolver todos los problemas de la humanidad?

Tantas trascendentales cuestiones tiene una respuesta única y simple: la educación. ¿Por qué nos cuesta tanto a todos adivinarla? Acaso porque ninguna pregunta es más difícil que aquélla cuya solución es obvia. Un proverbio camerunés asegura que “Aquel que se hace las preguntas, no puede evitar las respuestas”. Quizá esta reflexión sirva a las jóvenes generaciones, las de nuestros hijos que no saben adónde van… probablemente siguiendo nuestro mismo camino. Sugerencia final: Para transmitir estas recomendaciones hagamos que el fondo de la cuestión sea asimismo la forma, siguiendo el juicioso consejo que va desde Sócrates a Dale Carnegie: “Hagamos preguntas, en vez de dar órdenes”.

Valor de una vida

Sabemos el precio de todo y el valor de nada.

Vivimos en un momento histórico tan mercantilizado que desde muy pequeños nos enseñan a cuantificar en dinero el importe de casi todo. Parece que todo se pudiese comprar, alquilar o vender. “El precio justo” no ha enseñado a tasar mercancías y servicios, pero los noticiarios nos informan y demuestran que, desgraciadamente, también se pueden adquirir con dinero valores, principios, órganos o personas.

Había una antigua estimación que aseguraba que el cuerpo humano, por las materias químicas que lo componen, apenas valía 98 centavos de dólar. Posteriormente, a la luz de la posibilidad de fusión de la materia para producir energía eléctrica, la empresa Du Pont afirmó que con la masa de un ser humano medio se podría producir más de 85.000 millones de dólares, en kilovatios-hora facturados a precio de mercado según la ecuación de Einstein E=mc2.

Lo cierto es que el valor de una vida humana ha sido muy variable, en función de factores tan arbitrarios como la época histórica, el continente, la nacionalidad, el sexo o la edad,… Hace apenas 60 años, en Europa los nazis convertían a un ser humano, proscrito por ser judío, gitano u homosexual, en productos de utilidad para el Reich: se comercializaba su grasa para elaborar jabón, sus huesos para fabricar fertilizantes, sus cabellos para la industria textil... Sólo el campo de Auschwitz entregó 60 toneladas de cabello a una fábrica de fieltro, que pagó por ellas 30.000 marcos.

La esclavitud fue abolida, pero pervive todavía hoy día, en nuestra misma civilizada sociedad la creciente trata de personas, impunemente por “razones macroeconómicas de globalización” que justifican el trabajo infantil o para la omnipresente explotación sexual. Y se han amplificado las migraciones impulsadas por el subdesarrollo y la miseria, enmascaradas por necesidades del mercado laboral o simples motivos de servidumbre doméstica. Éxodos desatados por intereses financieros y, al tiempo, combatidos con pretextos de delincuencia congénita; destierros masivos donde la vida de los afectados no vale casi nada.

Incluso los tribunales o las compañías de seguros establecen cuantías muy variables para compensar la muerte en accidente de dos personas similares, solamente por el hecho de que uno sea un ejecutivo y el otro un vagabundo, o porque uno sea un adulto y otro un anciano o un niño. No valen lo mismo un soldado norteamericano o uno iraquí, o dos civiles de ambos países, ni se toma la Humanidad el mismo cuidado en su educación y ni siquiera en su sepelio. Por no citar la aberración que representa la proliferación de los abortos provocados, aunque se respete y compadezca a quienes transigen con ello.

Todos creemos en el valor infinito de cada vida humana. Para muchos, las personas fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios. Pero, ya sea porque existe un Ser Supremo o porque existen otros seres humanos, lo ineludible es que todos nos debemos al cuidado de nosotros mismos y de los demás. Los dos primeros artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos lo condensan admirablemente en dos frases dignas de ser aprendidas de memoria: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”. Ojalá que algún día se cumplan en toda su extensión tan excelsos deseos.

Cicatrices


El valor de una persona se juzga por sus cicatrices.

Dicen que Dios cuando nos evalúe no analizará nuestro currículo, ni nuestras medallas, ni nuestro patrimonio. Dicen que Dios nos valorará por la memoria de nuestras cicatrices. Las cicatrices miden no sólo las heridas que hemos sufrido, sino cómo las hemos curado. La existencia seguro que nos proporcionará más o menos cortes dolorosos de infelicidad, pero las cicatrices son curaciones de vitalidad y de deseo de luchar contra la injusticia y por mejorar las condiciones de vida nuestras y de los nuestros.

La misma experiencia no es sino una cicatriz. Todos vamos acumulando cicatrices, algunas en la piel, y muchas en el alma. Causadas por errores propios o ajenos, pero su cicatrización demuestra que en todos los casos supimos vencer o sobrellevar las dificultades. Las cicatrices deben mostrarse con orgullo, porque siempre nos recuerdan un episodio de superación.
Cuentan la historia de un niño que cayó al estanque de los cocodrilos en un zoológico. Su madre se asomó al borde del pozo y pudo asir a su hijo por el brazo, cuando las mandíbulas de un reptil ya le apresaban las piernas. El caimán era muy fuerte, pero el amor de madre sacó fuerzas de flaqueza y arrebató al cocodrilo su pieza. El niño sobrevivió a las desgarradoras heridas y pudo volver a caminar. Fue noticia famosa su recuperación. Todavía en el hospital, cuando los periodistas le pidieron fotografiar sus cicatrices, el niño se remangó la manga y mostró orgulloso las marcas de las uñas de su madre, quien no soltándole había salvado su vida.

El relato anterior nos recuerda que las heridas las sanamos con la ayuda de los demás, y especialmente de nuestra familia. De hecho nuestra madre nos dejó a todos, absolutamente a todas las personas, una imborrable cicatriz, la primera, que debe recordarnos su sacrificio al darnos la vida. Es una preciosa cicatriz, visible en el centro de nuestro tronco. Frecuentemente olvidamos su bendito origen maternal, y hasta lo confundimos con nuestro yo cuando nos miramos demasiado… el ombligo.

Virgen María, Madre mía

Cuando apenas tenía nueve años recién cumplidos, mi madre murió tras una larga enfermedad. Mamá nos legó como única herencia una estampa de la Virgen a cada uno de sus hijos, manuscrita con su grácil letra desenvuelta que trazaba siempre con su pluma Parker predilecta. En aquellas pocas líneas, nos despedía amorosamente y nos encomendaba al cuidado de nuestro padre, de nuestra amplia familia y… de la Virgen María, con quien ella iba a reunirse.

Procedíamos de dos familias de hondas raíces católicas. Todos nuestros antepasados eran de raigambre religiosa, y en casa la fe nos mantuvo siempre unidos en la confianza de que la falta de una madre, tan desconsoladora para hijos entre 6 y 10 años, sería cumplidamente suplida por la custodia celestial, encarnada en la figura de la Santísima Virgen. Los hermanos no tuvimos una madre terrenal en quien confiar nuestras dudas adolescentes, nuestras preocupaciones de juventud, nuestras aflicciones de madurez,… Pero, a cambio, establecimos un diálogo íntimo, con la figura maternal de la Virgen María. Ella no nos dejó huérfanos en ningún trance, pudo socorrernos en todos los peligros y desventuras, nos escuchó y orientó en los momentos más críticos y tuteló todas nuestras decisiones.

A lo largo de la vida, comprobamos que seguir a Jesucristo, en toda su grandeza, es un camino comprometido. Pero refugiarse en la Virgen, siempre es viable. Como muchos, aprecio y disfruto especialmente con los templos y santuarios marianos: Aranzazu, Begoña, Estíbaliz, Leire, el Pilar, Montserrat, Covadonga, Lourdes, Notre Dame,… Cuando entro en una iglesia desconocida, indefectiblemente busco angustiado la figura de la Virgen. Muchas veces sólo la hallo en los rincones más modestos, pero -ya sea en representaciones grandes o pequeñas- María siempre aparece acogedora, maestra y guía, como la inmejorable Madre para cualquier hijo.

Cobijarse en la Madre de Dios, que es también dulce Madre nuestra, es un recurso infalible de esperanza. Ella, que acompañó a Jesucristo desde su nacimiento en Belén hasta su calvario en Jesusalem, supo estar erguida a los pies de la cruz cuando los discípulos huyeron. También sabrá acompañarnos durante toda nuestra vida si pedimos su intercesión. La Virgen siempre ha sido paciente mediadora, y algún día espero reunirme con Ella. Cuando la encuentre, allí estarán mis dos Madres. Así lo imaginaba el niño que fui con nueve años. Ahora, cuarenta años después, pienso exactamente lo mismo. Dos vídeos de porqué rezar el rosario en castellano y abajo otras en inglés.

Amores humanos

¿Cuántas clases de amor hay?

Antes de morir, por una vez al menos, hemos de declarar nuestros amores. En público, ante el ágora de nuestro entorno, sin reparos ni escrúpulos. Lo más íntimo es para ser vivido y lo vivido sólo adquiere sentido si es compartido. El amor es como el fuego, que si no se comunica se apaga.

Los amores son algo personal, muy de cada uno, pero pueden clasificarse en dos categorías básicas. Hay amores humanos y querencias espirituales. Seguramente los deseos idealistas son superiores a las pasiones humanas, pero éstas son más universales y la base de otros anhelos más sutiles. La aspiración de inmortalidad, la fe en Dios, la admiración por la Bondad, la esperanza en la Humanidad, la propensión hacia la Verdad, el éxtasis con la Ciencia o la complacencia con el Arte,… son amores de los humanos, pero no dirigidos hacia otros humanos, sino a entes o conceptos que trascienden.

Entre los amores de humanos hacia humanos existen tres clases, muy diferentes pero no preferenciales. Se distinguen por el parámetro más dimensional de la existencia: el tiempo. Muy pronto todos seremos polvo de estrellas, pero antes en este breve lapso de vida terrenal, la edad es nuestro reloj implacable.

Los primeros amores son los más decisivos, propios de todas las personas que alcanzan la consciencia. Son el amor hacia nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros familiares mayores, a quienes nos cuidan y a quienes nos enseñan. Este querer siempre lo llevaremos con nosotros, aún alcanzando las puertas de la muerte, allí nos acompañarán nuestros antecesores. Son los amores más hondos, más arraigados, más instintivos, más entrañables, más determinantes, los más sagrados.

Los segundos amores son a nuestros coetáneos, a nuestros hermanos, a nuestros primos, a nuestros amigos y, muy especialmente en el caso de personas emparejadas, a nuestros cónyuges. Estos amores son los más presentes, los más envolventes, los más elegidos, los más trabajados, los más forjados, los más recreados y reconstruidos.

Los terceros amores son hacia nuestros sucesores directos en la familia o en nuestro legado. Destacan, en el caso de personas con descendencia, el cariño de padres y abuelos hacia sus descendientes, pero este cariño también es vivificante con los sobrinos, con quienes nos relevan, con quienes han aprendido con nosotros (alumnos, lectores,…) o simplemente con quienes nos recordarán. Son los amores más alentadores, más gratificantes, más culminantes, los más esperanzadores.

Sólo hay vida donde hay amor. Quienes viven de amor viven de eternidad. El sentido de la vida radica en el amor, que sostiene el Mundo y mueve el Universo. Amar es el principio, amar es la fuerza, amar es el método, amar es el fin.

Menos es más

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación?

Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (­que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.

Fue un movimiento de reacción contra la cultura yuppie de los “workcoholics”, adictos al trabajo. La resurgida pintada del mayo del ‘68: “No consumáis, no trabajéis”, como respuesta a la estresada vida del trabajador contemporáneo, regida por lo que Max Weber definió como el espíritu protestante generador del capitalismo, según el cual para que Dios nos quiera y acepte en el cielo previamente hemos de demostrar el triunfo en la tierra. Dos autores, Vicki Robin y Joe Domínguez, aportaron su grano de arena en la lucha contra el consumismo con un libro-guía de título sugerente, “La bolsa o la vida”, best-seller durante años. Se convirtieron en portavoces de una forma de vida más sencilla, en busca de la frugalidad, renunciando a caprichos y, en su caso, proponiéndose literalmente vivir de las rentas. Con esta fórmula detectaron de cuánto se puede prescindir, en sueldo y horas de trabajo. Buscaron un equilibrio vital más satisfactorio, si bien la fórmula americana no es trasplantable a la mentalidad europea, donde lo laboral cumple funciones de autoafirmación y de contribución al desarrollo social.

Desde el empacho de la abundancia inventamos el “lujo” de prescindir, de vivir con modestia para pensar con grandeza. Renunciando a competitivos puestos de inacabable jornada laboral, para descubrir recónditas vocaciones idílicas de bajo rendimiento económico, pero alta gratificación personal. Incluso los hábitos más simples de alimentación cambian drásticamente, para ganancia de salud y tiempo. El giro nutricio pasa del rojo al verde, del sangrante filete de búfalo al verdor de la huerta ecológica, renunciando a la pesada dieta chamuscada de cancerígena barbacoa, rebozada en colesterol y endulzada con azúcares industriales. O la parquedad del hogar con espacios vacíos frente a la opulencia sobrecargada de cachivaches tan suntuosos como inútiles. La existencia relajante requiere silencios en estancias desiertas, como la arquitectura minimalista de Mies van der Rohe, para dar cabida a la vida humana.

El dinero no da la felicidad, decimos los pobres… y es verdad. Sólo tenemos una vida, que está sazonada de pequeñas alegrías. Nuestra existencia merece algo más que diez horas de trabajo, dos de atasco, una de engullir, otra para arreglarse (eso quienes tengan arreglo) y, con suerte, ocho de sueño, que suman veintidós horas diarias. Apenas restan 120 minutos de “vida” por jornada. El mandato se decanta hacia “vivir más con menos dinero”, cambiar nivel de vida por calidad de vida. En definitiva, la versión modernista del hombre feliz que no tenía camisa o de las comunidades fundadas sobre la pobreza.

Un consejo: Limpiemos nuestra vida de lo superfluo. Un método simple es la mudanza ficticia. Imaginamos que cambiamos de vivienda, y empaquetamos las pertenencias de un cuarto, dejando el aposento "lleno de aire, como vino al mundo". Entonces recuperamos sólo lo indispensable, desembarazándonos de lo sobrante. Es muy recomendable esta limpieza cada año. Librémonos de viejos papeles y trastos, que están obstruyendo nuestro ambiente.

Felices los que tienen tiempo para sonreír, o para ir a casa y jugar con sus hijos creciendo. Menos horas de trabajo significan más tiempo con la familia. Seamos como niños sorprendidos que se detienen para observar algo nuevo en cada paseo, sin prisas. Levantemos ligeramente el pie del acelerador de nuestra vida para oír música, leer por placer, meditar un poco, escuchar y acompañar a los demás. Vivir es un arte donde al final descubrimos un axioma: “Sufro lo que negué y lo que guardé, perdí. Tuve lo que gasté, pero siempre tendré lo que di”.

Tiempo de ser

¿Elegiremos ser personas o autómatas?

Corren tiempos extraños: Lo “políticamente correcto” es no ser demasiado radical, no ser demasiado religioso, no ser demasiado de izquierdas ni de derechas, no ser demasiado sindicalista ni empresarial, no ser demasiado defensor de ninguna cultura, de ninguna lengua,… En definitiva, se “lleva” no ser casi nada. Incluso los “sabios” reunidos por Chirac recomiendan no excesivas cruces, ni exagerados velos, ni innecesarios “kippa” (gorro judío).

Muchos no aceptamos nunca que se decrete la muerte de Dios y el fin de la Humanidad, marginando todas las creencias, todas las identidades en pro de una monótona uniformidad propia de autómatas clónicos. Nunca permutaremos las inmensas esencias y los plurales matices de cada ser humano por la neutral indiferencia y el “miedo al diferente” privativo de espectros hechos de etérea vacuidad.

Un individuo sólo es una persona integral si pertenece a una familia a la que engrandece; si demuestra poseer un alma que busca la trascendencia con su religión, un espíritu de defensa de su tierra y de sus lenguas con su cultivo, de la sociedad que le protegió con su trabajo; si escucha a su corazón para creer y practicar alguna fe; si encuentra energía para militar por alguna utopía política, solidaridad para asociarse sindicalmente y fraternidad para socorrer a los desheredados de la raza humana.

La alternativa actual no se establece entre laicismo o religiosidad, ni entre neutralidad o militancia, sino entre “hombres o robots”. Esta época también es tiempo de “seres humanos”, complejos, paradójicos, buscadores de ideales, desde la diversidad, desde la complementariedad, desde el esfuerzo por la convivencia con pleno respeto a la pluralidad. No pidiendo inadmisibles renuncias a los demás, sino desde la tolerancia máxima hacia todas las religiones (agnosticismo incluido), todas las ideologías, todas las culturas, tradiciones, símbolos o vestimentas. Cada persona es alguien irrepetible, que se auto-describe con esas visibles opciones religiosas, culturales, lingüísticas, políticas y sindicales.

Hagamos que sea realidad en cada uno de nosotros aquel desafío del poeta W. E. Henley: “Yo soy dueño de mi destino; yo soy el capitán de mi alma”. Apuraremos la vida terrenal con pacifismo militante, con defensa activa de los demás, desarrollando y transigiendo con todas las infinitas capacidades de los seres humanos.

No son

¿Quiénes no son? ¿Qué no son? Ellos no son nunca niños, casi nunca son mujeres, no suelen ser muy jóvenes ni muy ancianos. Ellos nunca son pobres, nunca son bondadosos, nunca son creyentes sinceros. No son humanitarios, no son pacifistas, no son inocentes. Ellos no son los que mueren. No son los que lloran, no son los que sufren. Ellos no son los que aman la paz. No son humanos.

Ellos son los mandan a otros a las guerras, a morir para una bandera, a matar por una patria, a civilizar por la fuerza militar. Ellos son quienes dicen: “We got him” (lo tenemos), cuando apresan a sus gemelos contrarios. Son quienes se enriquecen mientras perpetúan el hambre de los demás, la enfermedad de los otros, la ignorancia y la miseria de los alejados. Ellos son los que venden armas, los que envían bombarderos a pacificar con bombas. Ellos son quienes no quieren convertir en amigos a sus enemigos, porque no les conviene. Ellos son los poderosos que creen que una guerra puede ganarse. Ellos son los que salen en la televisión con grandes palabras para mentir sobre las conquistas que acabarán con las guerras, mientras les aplauden los cortesanos interesados y los necios confundidos. Ellos son los cobardes que no saben afrontar la paz. Ellos son quienes creen que se puede matar por Dios o por Alá, con la conciencia limpia. Ellos son los que construyen la Historia sobre montañas de cadáveres masacrados.

Ellos son los que luchan a muerte, de persona a persona, de familia a familia, de petrolera a petrolera, pero a través de tropas interpuestas, con innumerables víctimas civiles colaterales en conflictos interminables. Sadam trató de matar a Bush padre; Bush hijo encarcela a Sadam. Los mismos leviatanes de la misma hidra del Apocalipsis. Ellos son los mismos bárbaros desalmados, los eslabones perdidos de la Humanidad que siguen encadenándonos. No permitamos su engaño: desenmascaremos a todos los belicistas, a todos sus aliados, a todos sus cómplices, a todas sus patrañas de guerras como pretexto para la paz.

Perdón y pasión

Hemos de aprender a pedir perdón. Pido perdón por todos mis errores, por todo el daño que he causado, deliberada o involuntariamente, por egoísmo o por indiferencia. Perdonadme, os lo ruego. Recordad que al perdonar os asemejáis a Dios. ¡Perdón, os suplico! Dicen que el perdón es la mayor venganza y la única tolerable.

Contad con mi perdón, para todos, en todo, sin excepciones. Gracias incluso os doy, porque cuando me sentí dolido quizá me sirvió para aprender y para entender el sufrimiento mayor que yo os causaba con mi inconsciencia y con mi ligereza. Perdonadme también, por creer que podría perdonaros algo.

“Dios nos perdonará, porque ése es su oficio” dijo Heine, y Shakespeare que “el perdón es doblemente bendito, porque bendice al que lo da y al que lo recibe”. Si Dios nos perdonará, hagámonos un favor doble: Perdonémonos a nosotros mismos. Digamos “Me perdono”, después de pedir perdón a los demás. Todos necesitamos que nos perdonen mucho, y las lágrimas genuinas de arrepentimiento no sólo piden perdón, lo merecen. Perdón, y propósito de enmienda, porque es mejor aprender a no ofender que luego a solicitar piedad, que a menudo no repara todo el mal provocado.

Perdonar en comenzar a amar. El perdón es una decisión, no un sentimiento. Perdona a todos y perdónate también a ti mismo. Acéptate, reconócete y ámate, recuerda que siempre tendrás que vivir contigo mismo. Abandona el resentimiento hacia ti mismo y la crítica hacia los demás. No seas cómplice, ni siquiera juez, de lo que te disguste. No pierdas tu valioso tiempo con recriminaciones ajenas o propias. Asume tus responsabilidades, acepta tus dificultades y colabora en hacer el bien. Lo que deba suceder, sucederá. Que te encuentre activo, apasionado en un trabajo de ayuda a los demás, amando hasta donde tu corazón te permita. Pongamos pasión en la compasión.

¡Dios, Él es, Oíd!

Un remoto amigo, webmaster de publicaciones con difusión mundial por Internet, sugiere que hablemos de Dios. Esta petición es muy difícil, porque exige prudencia y cuidado en lo expuesto para lograr la exactitud y el rigor que la magnitud del tema exige. Pero, podemos convertirlo en algo fácil, si compartimos simplemente ideas muy sencillas, pero muy sentidas por cada uno de nosotros.

Hay muchas razones para creer en Dios, en mi opinión. Citaré solamente dos. Un argumento racional, definitivo a mi juicio, sería que los seres humanos, todos, tenemos una ansiedad de espiritualidad, de trascendencia, de inmortalidad. Este deseo es generalizado, y sólo caben dos posibilidades: O somos seres espirituales con una breve existencia humana, o sólo somos personas mortales con falsas pretensiones de eternidad. Lo segundo no somos, ¡no podemos ser!, sólo “entes engañados” por un afán inalcanzable de infinitud. Sólo podemos ser “realidades con alma imperecedera” que ahora vivimos una breve fase terrenal.

Una segunda demostración, más emocional e íntima, sería ese “hombrecillo” que llevamos dentro y que descubrimos con los años. El “hombrecillo” somos nosotros mismos, que miramos a través de unos ojos gastados la imagen reflejada en el espejo y que casi no nos reconocemos, porque nos empezamos a parecer no ya a nuestro padre, sino incluso a nuestro abuelo. Pero ese “personajillo” que transportamos en nuestro interior no cambia. Nos sentimos con 50 años como éramos con 30, con 15 o con 5 años. “Nosotros” somos el mismo, aunque nuestro aspecto haya envejecido. Los que vamos hacia la edad de ser abuelos, a menudo sentimos la urgencia de subir al camarote y montar el “corralito infantil” de nuestros hijos, para meternos dentro y volver a sentirnos bebés que quieren escapar de ese vallado para descubrir el mundo. Aquel niño que fuimos, desde donde recordamos, y el anciano que seremos son el mismo “ser”, que no siente el paso del tiempo. Con la edad vamos entendiendo que el “yo” no puede ser nuestro físico, que este “yo” de la madurez es exactamente el mismo “yo” que descubrió el amor filial y familiar con 3 años, el amor humano de una mujer con 18 años, la vocación profesional con 22 años, el amor paternal con 30,… Ese “yo” no puede ser mi cuerpo, ni mi cerebro, ni mi consciente,… Ese “yo” es mi alma.

¡Hoy creo en Dios!, como dijo Bécquer. Creer es muy fácil. Lo verdaderamente difícil es ser coherente con Dios, porque en ese compromiso no caben medias tintas. Éste es un mensaje de ida y vuelta, capicúa o palindrómico, como el título y la frase final: “Sólo Dios o ídolos”.

Prisa adolescente

Ha sido noticia recientemente que un niño de 13 años, José Francisco M. B., se escapó de su casa de Alhaurín de la Torre (Málaga) y 18 días después fue encontrado sano y salvo en Móstoles (Madrid), tras haber viajado y sobrevivido sin problemas después de llevarse 400 euros de su hogar. No se ha indicado cuánto dinero le quedaba cuando fue hallado tras su fuga. Este chaval ha elevado la categoría de “hacer novillos” hasta el nivel de “hacer turismo”, en toda regla aunque prematuramente. Ni las familias ni el profesorado entendemos esta contemporánea aceleración infantil y juvenil por querer llegar al estatus de adultos, con lo bien que se puede subsistir en las primeras etapas vitales, como tardíamente ellos también descubrirán.

Como padres o educadores, muchos conocemos algo de la premura por vivir y por crecer de los hijos o alumnos adolescentes. “Son” magníficos hijos y alumnos, pero “están” en una fase que domina su existencia, intentando adivinar quién es cada uno de ellos. Ese “estado” transitorio no debe confundirse con su “esencia”. Los jóvenes exhiben todo tipo de peculiaridades propias de la pubertad: son más listos que nadie, o al menos eso se creen ellos, y aman la libertad, entendida como hacer lo que les dé la gana. Ciertamente son muy capaces, activos, dispuestos, despiertos, creativos, y… apresurados. Porque si algo caracteriza a la adolescencia es la prisa, junto al aburrimiento del que hablaremos en otra ocasión. Mientras aún (aunque no lo reconozcan) añoran las certidumbres de la infancia, demuestran gran prisa por llegar a mayores, por ser independientes y por… aprender cometiendo sus propios errores. Desde su perspectiva como protagonistas, los adolescentes definen la pubertad como “la etapa de la vida en la que te acuerdas todo el rato de la infancia, mientras tus padres viven una época de crisis porque nos hacemos mayores”.
¡Aprisa, deprisa! Prisa o brisa adolescente. Que nos contagien su entusiasmo y no su prisa. Con el paso de los años, los jóvenes aprenden aquello de Vicente Aleixandre: “Aquí tú y yo sentado, alma, vamos a jugarnos la existencia sin prisa”, y que incluso por economía de tiempo la calma es más expeditiva, como decía Stravinsky: “¿Prisa? Nunca tengo prisa, no tengo tiempo”. O como canta Renato Teixeira: “Ando despacio porque ya tuve prisa”. Algún día comprenderán que el secreto de la longevidad consiste en no darse prisa.

En el fondo, los adolescentes son una fuente inagotable de alegrías para sus padres, siempre que sepamos interpretar sus actuaciones. Por ejemplo, sus tranquilizadoras notas acreditan que no han copiado en el examen, o sus interminables horas de farra cada fin de semana prueban que no están débiles como nos pensamos cuando el lunes no conseguimos despertarlos. Diariamente comprobamos que saben discutir con propiedad, aunque no dispongan ni por asomo de argumento válido alguno, pudiendo ser perseverantes y tenaces en sus objetivos… pidiendo algún tipo de vehículo. Ni por un momento los progenitores debemos pensar que nos ha tocado un hijo difícil: ellos mismos enumerarán innumerables amigos de su misma cuadrilla que desobedecen o trasnochan muchísimo más, según ellos.

No existen manuales, que funcionen, para combatir el estrés de padres desesperados con hijos adolescentes…. Sólo podemos recomendar remedios paliativos como grandes dosis de paciencia, en definitiva “agua y resina”, aguantarse y resignarse. Ya sabemos que dar la vida por los hijos sería mucho más fácil que el cotidiano hecho de compartir el cuarto de baño con un o una adolescente. Seamos positivos: Los problemas para la adolescencia de los 16 años se curan, de golpe, el día de su siguiente cumpleaños, cuando empiezan las dificultades de la adolescencia de los 17 años. Y así hasta los 20, 25, 30, o… Dios sabe cuántos años. Es sólo cuestión de lustros…

En todo caso, conviene evitar errores graves como pretender ser amigo de los hijos. Los hijos nos quieren, y nos necesitan, como padres y no como amigos. Hace muchos años, un día de verano en que me tocaba cargar con una enorme balsa y todos los trastos camino de la playa se me ocurrió decirle a mi hijo que parecíamos dos buenos amigos. Él, con esa inteligencia de los 7 años, me pidió, sin darle demasiada importancia: “Aita (papá): ya tengo muchos amigos, ¿te importa ser sólo mi aita?

Undécimo mandamiento

A principios de los años ‘60, los Padres Escolapios nos llevaron de excursión a todos los del “cole”. No fue un viaje largo, sino un traslado a pie hasta el cine Ayala en mi barrio bilbaíno de Indautxu. Durante toda una mañana, con sus charlas y descansos incluidos, varias clases vivimos aquel día “Los diez mandamientos”. Fue una experiencia mágica, cóctel del misticismo épico que el Colegio Calasancio sabía inculcar y de la espectacularidad del remake que en 1956 realizó Cecil B. DeMille, tras una primera versión suya de 1923. La película rodada en el monte Sinaí, con uno de los decorados más colosales jamás construidos para el séptimo arte, narra la historia bíblica de un angelical Moisés, enfrentado a su hermano adoptivo y diabólico faraón, que decide renunciar a su vida de privilegios para conducir a su pequeño pueblo elegido por Dios, Israel, hacia la libertad (esto no era todavía anticonstitucional en aquellos tiempos, 1960 de la película, y alrededor de los años 1280-1240 a. C. del Éxodo).

El actual inconsciente colectivo, según Jung los patrones-tipos de conducta y representación comunes a todos los seres humanos, está formado por un mosaico de teselas, muchas de las cuales son de origen cinematográfico. Una pieza del puzzle siempre será para nuestra generación aquellos “Diez mandamientos”. Así que muchos creemos apreciar a un Ibarretxe-Moisés separando las aguas para abrirse paso en el Mar Rojo, otros creen avistar a un Aznar-Moisés con las tablas inmutables de la Constitución, mientras ante Rovira-Moisés la zarza ardiente del Estatut no se apaga ni con los 20.000 extras o comentaristas que intervienen en el filme de la realidad.

En nuestra era audiovisual y telemática, sólo se le podía ocurrir a TVE, la cortesana de turno, ahora del aznarismo, lanzar un último ataque antediluviano con la lectura por capítulos mediante un busto parlante de la Ce. O. Ene. Ese. Te. I. Te. U. Ce. I. O. Ene. en los telediarios de mediodía y noche. La embestida no es contra el Pe. I. sino contra el buen gusto, el lenguaje audiovisual y, en definitiva, los sufridos teleespectadores, cuyos últimos reductos contaminados por la tóxica telebasura podrán comprender el sentido anticipatorio de esta agresión, que amenaza proseguir con la lectura completa de “El Quijote” si los vientos plurinacionales o plurilingüísticos del noreste arrecian.

Hoy en día, que casi nadie sabría enunciar correctamente los diez mandamientos, a algunos se nos quedaron tan grabados que durante décadas nos hemos dedicado a coleccionar propuestas de un hipotético “undécimo mandamiento”. Según un proverbio inglés es “Que no te interesen los asuntos ajenos”; según un ecologista, "Heredarás tu santa tierra como su fiel sirviente, conservando de generación en generación sus recursos”; y otra es “No Matarás Tus Sueños”. Me quedo con la del neurofisiólogo John Lilly, “No aburrirás a Dios, o destruirá vuestro Universo”. ¡Ojalá aprendamos a no aburrir demasiado a Dios, ni a aburrirnos entre nosotros!