"El paraíso está a los pies de tu madre". |
El Corán |
Hacia el optimismo desde el realismo
"Cultivemos el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad". |
A. Gramsci |
Goles y votos
Hay grandes clubes de fútbol, que seguramente son mucho más que un club. Tú, y sólo tú, sabes cuál es tu equipo predilecto: Athletic, Real Madrid,... Serás un forofo que lo pregona a todas horas, o un simple seguidor que cada domingo consulta los resultados. Todos sabemos que hay otros equipos casi tan importantes: Barcelona, Manchester, Milan, Bayern... y otros clubes que -aunque sus vitrinas estén menos llenas de trofeos- para sus seguidores también lo son todo.
Detrás de un equipo de fútbol hay muchísima gente: los socios que pagan cuotas; los espectadores que compran regularmente u ocasionalmente entradas para ir al estadio; los televidentes o radioyentes que no se pierden ningún partido; y los seguidores que sienten sus colores como un elemento de alegría, a veces de pena, y siempre de lealtad. Tu equipo favorito es algo que forma parte de tu vida, que te define, que te diferencia de otros y te funde con tu afición, incluso que te acerca a los aficionados contrarios por el hobby común. Pero muy pocos viven realmente de este deporte, sólo los jugadores (que son profesionales sólo un breve período de su vida), el entrenador... Para la ingente masa de los hinchas, el equipo de su preferencia es sólo un elemento más de identidad, en la complejidad de cada ser humano.
La mayoría de nosotros somos de un equipo, toda la vida, seguramente en función del lugar de nacimiento. Algunos tienen una doble afición, un equipo grande y otro más local y modesto. Es legítimo y puede dar dobles satisfacciones, pero también puede crear conflictos internos en sus encuentros, a menos que militen en categorías diferentes. Otros, muy pocos, se cambian de equipo, por los malos resultados, o porque ellos evolucionan. No están bien vistos, ni en el nuevo equipo, pero están en su derecho. Por último, los peores, son los falsos seguidores. Son activos espectadores, que se agrupan en una zona del campo, y que con su violenta actitud insultan y protagonizan hechos lamentables. A pesar de que incluso hay asesinos entre ellos, como lo prueban algunos trágicos crímenes de inocentes seguidores adversarios, sólo se puede confiar en que serán reducidos por la justicia y la policía, y definitivamente reeducados por la presión de una sociedad que repudia sus actos.
Los matones de Ultrasur, con sus desmanes y actitudes fascistas, e incluso con los abominables crímenes que se cometen en las inmediaciones del estadio, no menoscaban la validez y legitimidad de la afición merengue. La existencia de esos contados asesinos, y de sus adláteres delincuentes que destrozan el mobiliario urbano, en nada beneficia a su club. Pero su contraproducente proceder no debe criminalizar a toda la afición, a pesar de que todos ellos compartan el mismo objetivo: que gane el equipo de sus amores.
No son lo mismo los asesinos que los marginales y peligrosos gamberros, o que los exaltados que les jalean, y todos éstos poco se parecen a la multitud, en la que se escudan, compuesta por apacibles ciudadanos que son fervientes aficionados del juego limpio. Tampoco es lo mismo ETA, que Batasuna; ni es lo mismo Batasuna, que EAJ-PNV, o que el sentimiento abertzale. La vil existencia de ETA no deslegitima, únicamente entorpece, las aspiraciones del pueblo vasco, sean éstas las que democrática y libremente se expresen.
Esta metáfora, como siempre, tiene sus limitaciones, sobre todo porque apela a la emoción, al tiempo que a la razón. Además, aquí y ahora, hasta hemos llegado a que los fanáticos amenacen con dinamitar a las otras peñas, o que los árbitros y los comentaristas nos vengan con el uniforme del otro equipo. Pero la inmensa mayoría del fair play se impondrá y disfrutaremos con grandes partidos, a veces ganando, otras veces empatando y, en muchas ocasiones, perdiendo.
Este símil no pretende explicarlo todo, pero los educadores y los padres contamos historias y fábulas para que podamos entendernos mejor los unos con los otros, y comprender que la vida es más que el fútbol, y mucho más que la política.
Detrás de un equipo de fútbol hay muchísima gente: los socios que pagan cuotas; los espectadores que compran regularmente u ocasionalmente entradas para ir al estadio; los televidentes o radioyentes que no se pierden ningún partido; y los seguidores que sienten sus colores como un elemento de alegría, a veces de pena, y siempre de lealtad. Tu equipo favorito es algo que forma parte de tu vida, que te define, que te diferencia de otros y te funde con tu afición, incluso que te acerca a los aficionados contrarios por el hobby común. Pero muy pocos viven realmente de este deporte, sólo los jugadores (que son profesionales sólo un breve período de su vida), el entrenador... Para la ingente masa de los hinchas, el equipo de su preferencia es sólo un elemento más de identidad, en la complejidad de cada ser humano.
La mayoría de nosotros somos de un equipo, toda la vida, seguramente en función del lugar de nacimiento. Algunos tienen una doble afición, un equipo grande y otro más local y modesto. Es legítimo y puede dar dobles satisfacciones, pero también puede crear conflictos internos en sus encuentros, a menos que militen en categorías diferentes. Otros, muy pocos, se cambian de equipo, por los malos resultados, o porque ellos evolucionan. No están bien vistos, ni en el nuevo equipo, pero están en su derecho. Por último, los peores, son los falsos seguidores. Son activos espectadores, que se agrupan en una zona del campo, y que con su violenta actitud insultan y protagonizan hechos lamentables. A pesar de que incluso hay asesinos entre ellos, como lo prueban algunos trágicos crímenes de inocentes seguidores adversarios, sólo se puede confiar en que serán reducidos por la justicia y la policía, y definitivamente reeducados por la presión de una sociedad que repudia sus actos.
Los matones de Ultrasur, con sus desmanes y actitudes fascistas, e incluso con los abominables crímenes que se cometen en las inmediaciones del estadio, no menoscaban la validez y legitimidad de la afición merengue. La existencia de esos contados asesinos, y de sus adláteres delincuentes que destrozan el mobiliario urbano, en nada beneficia a su club. Pero su contraproducente proceder no debe criminalizar a toda la afición, a pesar de que todos ellos compartan el mismo objetivo: que gane el equipo de sus amores.
No son lo mismo los asesinos que los marginales y peligrosos gamberros, o que los exaltados que les jalean, y todos éstos poco se parecen a la multitud, en la que se escudan, compuesta por apacibles ciudadanos que son fervientes aficionados del juego limpio. Tampoco es lo mismo ETA, que Batasuna; ni es lo mismo Batasuna, que EAJ-PNV, o que el sentimiento abertzale. La vil existencia de ETA no deslegitima, únicamente entorpece, las aspiraciones del pueblo vasco, sean éstas las que democrática y libremente se expresen.
Esta metáfora, como siempre, tiene sus limitaciones, sobre todo porque apela a la emoción, al tiempo que a la razón. Además, aquí y ahora, hasta hemos llegado a que los fanáticos amenacen con dinamitar a las otras peñas, o que los árbitros y los comentaristas nos vengan con el uniforme del otro equipo. Pero la inmensa mayoría del fair play se impondrá y disfrutaremos con grandes partidos, a veces ganando, otras veces empatando y, en muchas ocasiones, perdiendo.
Este símil no pretende explicarlo todo, pero los educadores y los padres contamos historias y fábulas para que podamos entendernos mejor los unos con los otros, y comprender que la vida es más que el fútbol, y mucho más que la política.
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