Hoy, aun estando de baja laboral, me he presentado a un examen. En la entrevista final, he revivido una sensación extraña pero conocida.
Un examen oral, última fase de una larga prueba, me ha recordado aquella historia verídica de un popular gitano. Aquel viejo calé se había propuesto muchas veces obtener el carné de conducir. Una vez más, en medio de gente muy joven, esperaba angustiado el momento de sentarse en el pequeño coche de la auto-escuela, con el que tanto había practicado.
Llegado el examinador y sentado atrás, le indicaba por dónde transitar o aparcar. Arrancaba, conducía despacio, trataba de cumplir con todo lo reglamentado por el código de la circulación,… Pero siempre le pedían parar y le suspendían. Algo que no había tenido en cuenta, el nerviosismo evidente, y algún error imperdonable en el ejercicio final. Lo había sufrido demasiadas veces y parecía predestinado a pifiarla en cualquier ocasión que lo intentase.
Triste, desolado, se le veía marchar a aquel hombre maduro de piel aceitunada. Cabizbajo, negando con la cabeza, arrepintiéndose de haber venido de nuevo para repetir su fracaso. Así fue caminando,... hasta su gran furgoneta con la que diariamente recorría cien kilómetros, de mercadillo en mercadillo, ejerciendo honrada y cumplidamente su profesión de célebre vendedor ambulante.
Nuestro amigo gitano no lograba entender qué le sucedía. No podía alcanzar que entre la gente incomprendida, como somos muchos (del pueblo gitano o no), se agitan almas tan grandes que, en un prosaico mundo (de payos o no), a veces no brillan.
Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2008/gitano.DOC
Un examen oral, última fase de una larga prueba, me ha recordado aquella historia verídica de un popular gitano. Aquel viejo calé se había propuesto muchas veces obtener el carné de conducir. Una vez más, en medio de gente muy joven, esperaba angustiado el momento de sentarse en el pequeño coche de la auto-escuela, con el que tanto había practicado.
Llegado el examinador y sentado atrás, le indicaba por dónde transitar o aparcar. Arrancaba, conducía despacio, trataba de cumplir con todo lo reglamentado por el código de la circulación,… Pero siempre le pedían parar y le suspendían. Algo que no había tenido en cuenta, el nerviosismo evidente, y algún error imperdonable en el ejercicio final. Lo había sufrido demasiadas veces y parecía predestinado a pifiarla en cualquier ocasión que lo intentase.
Triste, desolado, se le veía marchar a aquel hombre maduro de piel aceitunada. Cabizbajo, negando con la cabeza, arrepintiéndose de haber venido de nuevo para repetir su fracaso. Así fue caminando,... hasta su gran furgoneta con la que diariamente recorría cien kilómetros, de mercadillo en mercadillo, ejerciendo honrada y cumplidamente su profesión de célebre vendedor ambulante.
Nuestro amigo gitano no lograba entender qué le sucedía. No podía alcanzar que entre la gente incomprendida, como somos muchos (del pueblo gitano o no), se agitan almas tan grandes que, en un prosaico mundo (de payos o no), a veces no brillan.
Versión para imprimir en: mikel.agirregabiria.net/2008/gitano.DOC