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Lecturas infantiles para adultos

El resurgimiento de la literatura infantil debería captar mayor atención entre la población lectora madura.

Ray Bradbury, el vanguardista escritor de ciencia ficción que ha explorado otros géneros como el teatro, la poesía o el ensayo, observó que el proceso de creación literaria y científica materializa ideas que han ido calando lentamente desde el subconsciente colectivo durante amplios períodos de tiempo. Sobre la base de su experiencia, Bradbury insinúa una dieta lectora rica y variada: “Hay que alimentarse diariamente de informaciones y de toda clase de noticias acerca de las más diversas actividades, incluso de las más extravagantes. Yo me lleno los ojos de pintura y litografías; los oídos, de música; leo ensayos, poesía, teatro”.

Concluye con un sabio consejo, que podría servir al conjunto de la Humanidad, especialmente si los personajes poderosos también se lo aplicasen: “Cuando era niño me metía a escondidas en la sección de la biblioteca reservada para los mayores. Ahora voy a la de los niños para asegurarme de que estoy bien informado”. Además de la magia y fantasía, el éxito de la literatura infantil de hoy radica en su conexión con la realidad de los niños, incluyendo problemáticas contemporáneas como la quiebra familiar o la exclusión social.

¿Sería una locura que una escritora como J.K. Rowling, la creadora de las aventuras del niño mago Harry Potter, recibiera algún día el Nobel de literatura? Reconocidos autores cuyas obras han sido éxitos de venta, como Isabel Allende, han propuesto su nombre para el premio. Su mejor argumento: haber encantado con la lectura a una generación básicamente audiovisual. Sin embargo, si el criterio para la entrega de ese reconocimiento es la calidad literaria (en el sentido en que históricamente se ha concebido), parece improbable que vaya a ocurrir.

En cualquier caso es indudable que la inspiración de la escocesa Rowling ha fascinado a millones de niños, y ha incentivado decididamente la lectura infantil con toda la trascendencia educativa y las ventajas sociales que suponen a corto y largo plazo. Si queremos descubrir cómo ha sabido esta novelista establecer vínculos con la realidad y los intereses de nuestros niños y jóvenes para que se enfrentan sin problemas con la lectura de textos de 800 páginas, los mayores sólo disponemos de un modo: leyendo su obra y la de otros “escritores infantiles”. El esfuerzo merece la pena.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/lectura.htm

¿Quién lee a Virginia Woolf?


Dos “films de culte” para recordar a quien, junto a James Joyce, más ha aportado para configurar la estructura de la novelística contemporánea.

El día 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf, se suicidó rellenando con piedras los bolsillos de su abrigo y adentrándose en el río Ouse cercano a su casa. Posiblemente quiso provocar, como le dijo una vez a su amiga Vita Sackville-West, "la única experiencia que nunca podré describir".

Enferma de una depresión crónica, dejó dos postreras notas. La dedicada a su marido explica la razón de su fatal decisión: Queridísimo: Tengo la certeza de enloquecer nuevamente, siento que no podremos enfrentarnos a esos terribles momentos. Y esta vez no tendré recuperación. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que voy a hacer lo que me parece lo mejor. Tú me has dado la máxima felicidad posible. No puedo pensar en dos personas que hayan podido ser más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. Ya no puedo luchar contra ella,... Todo se me ha escapado menos la certidumbre de tu bondad

Su nombre de soltera era Adeline Virginia Stephen, y había nacido el 25 de enero de 1882 en Londres. Jamás fue a la escuela y todos sus estudios los realizó en su hogar, aprovechando la nutrida biblioteca de su acomodado padre victoriano. Tal vez influida por la valoración negativa de su progenitor, Virginia duda inicialmente de su capacidad como escritora. Pronto decide superar su destino femenino programado, que en su época se limitaba al matrimonio y a la maternidad. Así convierte a la escritura en el "supremo alivio y la peor condena".

Resulta imposible sintetizar su biografía y, menos aún, su obra (de libre acceso en Internet). Pero dos laureadas películas (entre varias) han contribuido a popularizar a esta feminista escritora británica, cuya descriptiva técnica poética elevó el monólogo interior de sus personajes a la cumbre de la literatura universal. El primer filme “¿Quién teme a Virginia Wolf?” dirigida por Mike Nichols en 1966, con Elizabeth Taylor y Richard Burton de protagonistas, divulgó el nombre y la obra de la novelista sobre un texto teatral de Edward Albee.

La segunda extraordinaria película se titula “Las horas”, dirigida por Stephen Daldry y basada en una novela del pulitzer Michael Cunningham con una irreconocible Nicole Kidman, perfectamente caracterizada como Virginia Woolf. Funde tres épocas, tres historias y tres mujeres. Destaca la narración primaria con la vida de la novelista hacia 1924, cuando residía en un suburbio de Londres y luchando contra la locura, comienza su primera gran novela, La Señora Dalloway (léase en larioja.7host.com/rinconlit/woolf.htm). Al igual que el Ulises de James Joyce, se desarrolla en una sola jornada, con puntual indicación horaria marcada por el tañido del Big-Ben (los círculos sombríos que se disuelven el aire), mediante una narrativa 'radial y no lineal', que se deriva en múltiples direcciones.

Virginia Woolf representa un hito crucial en la literatura inglesa. Su titánica lucha desde el intimismo y espontaneidad de su obra es un canto que pregona la excelsitud de todas y cada una de las personas. Desde su feminidad reivindicada (‘Cuando una mujer se pone a escribir está deseando alterar los valores establecidos’, o ‘las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural’), supo descubrirnos a toda la humanidad verdades grandiosas, como “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata” y, sobre todo, “Ninguno de nosotros está completo en él solo”.

Cada vez que leemos a Virginia Woolf descubrimos nuevas dimensiones de nosotros mismos, los ignotos seres humanos. Tras sus novelas aflora siempre una corriente de vida que fluye incontenible: "Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas: veo que ahí hay otro campo: con tu luz. Allí, una colina. Así ensancho mi paisaje,…".

Universo diminuto

Un maravilloso invento heredado o descubierto sólo por la buena gente, que merece más apoyo de los poderes públicos.

En Navidad festejamos una creación indescriptible por su utilidad y polivalencia. Los hay de todos tamaños y formas, individuales o colectivos, baratos o caros, que se alquilan o compran, y sirven para facilitar todo aquello que la Humanidad necesita desde el umbral de la Historia. Según la demanda de cada usuario individual o colectivo, este espacio “donde se hacen las cosas juntos” se transforma rotativa y cotidianamente en refugio, guardería, ludoteca, escuela, instituto, universidad, farmacia, sanatorio, paritorio, tanatorio, oficina, banco, bazar, taller, peluquería, restaurante, cafetería, pastelería, discoteca, casino, gimnasio, biblioteca, ciberteca, conservatorio, cine, teatro, circo, granja, museo, hotel, juzgado, comisaría, fortaleza, parlamento o iglesia.

Algo tan imprescindible ha sido declarado derecho universal de toda la ciudadanía, pero casi nadie se preocupa de asegurar su producción y buen uso. Las políticas usuales ignoran su existencia y apenas dedican esfuerzo humano y presupuestario para asegurar su difusión y disfrute. Ello indudablemente generaría toda clase de beneficios en convivencia, paz, prosperidad y felicidad, ahorrando espacio en otras construcciones especializadas más costosas y menos eficaces.

Este “mundo en miniatura” recibe múltiples nombres como laboratorio social, propiedad inmobiliaria, domicilio, palacio, mansión, casa, apartamento, remolque o hipoteca vitalicia… pero para su buen funcionamiento basta con reunir dos características cada día más difíciles de encontrar: una familia y mucho amor. Sólo con esos cimientos se convierte en un auténtico HOGAR. El modelo más sencillo y perfecto, que muchos conmemoramos el 24 de diciembre, se llamó “Portal de Belén”.

¡Vivan los que estudian!


Redescubriendo una antigua canción de éxito con música siempre evocadora y una inolvidable letra revolucionaria.

Las coplas resonaron igual de sugestivas que hace tantos años… ¡Que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad! ¡Muera la tristeza, mueran los que odian! ¡Subid al mundo de los cielos, descended a los infiernos! ¡Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes! ¡Viva nuestra sociedad! ¡Viva la Universidad! ¡Vivan los que estudian! Definitivamente, el retorno a los claustros universitarios, por razón de los estudios de nuestros hijos, nuevamente nos permite –junto a la condición de no haber olvidado el latín que aprendimos- seguir admirando el Gaudeamus Igitur.

Se trata de una canción estudiantil de autor anónimo que proviene de la Edad Media. En origen se titulaba De brevitate vitae ("Sobre la brevedad de la vida") y se coreó inicialmente en universidades alemanas a mediados del siglo XVIII. La letra pudiera ser del siglo XIII, según un manuscrito en latín fechado en 1287 y encontrado en la Biblioteca Nacional de París. Las palabras de algunos versos son idénticas, aunque no aparece la expresión inicial "Gaudeaumus Igitur". La música se atribuye a Johann Cristian Grüntaus y fue reescrita en 1781 por el teólogo evangelista Chétien Wilhelm Kindleben. Johannes Brahms, incluyó esta melodía en su obertura "Akademische Fest-Ouverture", compuesta en 1880 para agradecer su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Breslau.

El pensador Paul Auguez señaló que “vivir, sufrir, morir son tres cosas que no se enseñan en nuestras universidades y que, sin embargo, encierran toda la sabiduría necesaria al hombre”. En las universidades se ofrecen muchas carreras, pero el aprendizaje del alumnado universitario se extiende también mediante otras actividades presentes en los campus, como las tunas en los actos solemnes. Escuchar recientemente el himno universitario de toda Europa, el "Alegrémonos pues", ha removido muchos recuerdos aportados por su melodía y su letra, que encierra grandes verdades.

Las estrofas son explícitas, con alguna como la quinta tan desenfadada que se suprime en las distintas versiones adoptadas por cada universidad. Sus enseñanzas bien merecerían ser reconocidas durante toda la vida, porque además de consejos para la juventud son reflexiones muy ilusionantes. Dicen sus versos traducidos a “romano paladín”: “¡Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes! Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez, nos recibirá la tierra. ¿Dónde están los que antes que nosotros pasaron por el mundo? Subid al mundo de los cielos, descended a los infiernos, donde ellos ya estuvieron. ¡Viva la Universidad, vivan los profesores. Vivan todos y cada uno de sus miembros, resplandezcan siempre! Nuestra vida es corta, en breve se acaba. Viene la muerte velozmente, nos arrastra cruelmente, no respeta a nadie. ¡Viva nuestra sociedad! ¡Vivan los que estudian! ¡Que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad y la prosperidad de la patria! Viva también el Estado, y quien lo dirige. ¡Viva nuestra ciudad, y la generosidad de los mecenas que aquí nos acoge! ¡Muera la tristeza, mueran los que odian! ¡Muera el diablo, cualquier otro monstruo, y quienes se burlan! Florezca el Alma Mater que nos ha educado, y ha reunido a los queridos compañeros que por regiones alejadas estaban dispersos”. Maravillosas inspiraciones, para cualquier edad.

Paradoja para la congoja

Una simple y eficaz terapia para superar nuestros temores en la vida cotidiana.

El concepto “intención paradójica” queda expresado perfectamente en los mismos términos del binomio. Es un truco básico que inicia una acción esperando su efecto contrario, como que nos pidan que no pensemos en un elefante rosa que camina bípedamente: Inmediatamente es imposible que no lo evoquemos con nitidez.

Otro ejemplo de “intención paradójica” tomado de la experiencia familiar consiste en prohibir la biblioteca principal a los niños de la casa, con la sana intención de que lean de todo. Cuando ellos crecen nos devuelven esta jugada recomendándonos que no accedamos a la trivial “literatura infantil”, con el resultado de impelernos a descubrir a autores como JK Rowling, futura Nobel de Literatura y creadora de esas -nada insignificantes- aventuras de un tal Harry Potter.

El concepto científico de “intención paradójica” proviene de una técnica psicológica que fue descrita por Erikson y Frankl, en 1973, para el tratamiento la ansiedad de anticipación. Es una sorprendente curación, basada en enfrentarse directamente a lo temido para superarlo. Se recomienda a los insomnes permanecer despiertos toda la noche y a los tartamudos iniciar cualquier frase repitiendo la primera sílaba.

Ante los miedos, la reacción típica es desear “huir”. El esfuerzo por evitar el problema que se avecina provoca mayor ansiedad, como el estudiante que teme realizar un mal examen y que con su desasosiego propicia un mal rendimiento. A través de la intención paradójica, se anima a “desear que suceda” lo que se teme. Siendo mutuamente excluyentes un deseo y un temor, se supera la situación.

Cuando nos angustia una cita comprometida o un reto como hablar en público, resulta oportuno que unos segundos o días antes imaginemos qué es lo peor que podría pasarnos, en lugar de esperar a que la aprensión y el temor se vayan apoderando de nosotros en un previsible círculo vicioso, que empeorará aún más nuestra disposición. Nada es más paralizante que el miedo al propio miedo. Con frecuencia, se da la paradoja de sólo podremos resolver los problemas cuando creemos que no son problemas. Las dificultades, como las soluciones, si se creen… se crean.

Esta técnica paradójica fue propuesta por Víctor Frankl, célebre psicoanalista austriaco de origen judío, que sobrevivió a campos de concentración como Auschwitz, y fundador de la logoterapia. Con órdenes contradictorias cortocircuitaba la reacción automática de procesos obsesivos, en lugar de la recomendación habitual de apartar la fobia, que puede contribuir a su mantenimiento y perpetuación. La intención paradójica cura el miedo. Si, a propósito, intentamos tenerlo, no podremos. Por ello, este método se ha aplicado en entrenamiento de deportistas de alta competición, como ajedrecistas, junto con otras fórmulas conductistas para vencer a la ansiedad previa a los torneos.

Según Frankl la esencia de la “intención paradójica” se basa en recurrir deliberadamente al sentido del humor. La intención paradójica nos enseña a reírnos de nosotros mismos y ridiculizar nuestros propios temores. Se basa en la maravillosa virtud del ser humano de trascender de sí mismo, como expone en su obra “El hombre en busca de sentido”.

Este tratamiento es valioso, a pesar de su aparente simplicidad, siempre que sea debidamente supervisado por un psicólogo. No debe aplicarse indiscriminada o arbitrariamente, pero su conocimiento nos permite entender mejor el funcionamiento de la mente humana. Así que ahora mismo, tras esta lectura propóngase ser totalmente desdichado con su historia personal. Trate de no apreciar lo que le rodea, de no compartir nada de su vida con nadie. Abandone la búsqueda de la felicidad, e intente ser infeliz. Verá que no lo consigue.

Viajes baratos al pasado

"La máquina del tiempo ya existe; se puede encontrar en cualquier biblioteca o librería".
Creemos muchos...

Mi pantalón de la suerte

La historia verídica de una prenda que fue el talismán para estudiar una difícil carrera.

Aunque no soy supersticioso, he de reconocer que debo mi licenciatura a una prenda de vestir. En casa nunca nos faltó nada hasta la muerte prematura de nuestra madre. Luego la dura ausencia del cariño maternal, se compensó con los cuidados de nuestro padre y de una tía abuela. El dinero no sobraba, y entre mis agridulces recuerdos infantiles siempre destacarán unas indestructibles botas negras que calcé durante años, en invierno y en verano, y un abrigo azul demasiado grande, heredado de algún pariente y que siempre aborrecí con vehemencia.

Al llegar a la universidad con ayuda de las becas, debimos hacernos responsables de nuestro propio vestuario con pequeños trabajos de clases particulares. Recuerdo que durante casi los tres primeros años de carrera contaba únicamente con unos pantalones de color beige, que mensualmente lavaba, planchaba y secaba en domingo. Aquellos pantalones repetidos día a día me avergonzaban, y en mi aula prefería no pasearme, y menos aún salir hasta la cafetería universitaria que nunca visité.

Para que no se viesen mis viejos pantalones, me quedaba a repasar los apuntes entre clase y clase. Llegaba pronto, me sentaba en mi sitio y nunca me levantaba hasta concluir todo el horario. Descubrí que así era muy fácil superar las asignaturas, con aquella labor constante e inmediata. Bastó aquel hábito de ordenar y revisar los apuntes en los tiempos muertos para concluir con el mejor expediente de la promoción la licenciatura en física teórica, sin apenas estudiar fuera de la facultad. En casa me dedicaba a leer incansablemente novelas prestadas por la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta, y mi única mesa de trabajo fue una liviana tabla de madera colocada entre los brazos de una anticuada e incómoda silla.

Nuestros hijos y muchos de los jóvenes de hoy disponen de amplios cuartos individuales, docenas de ropajes, libros y ordenadores por doquier. Pero me queda la duda de si hemos sabido transmitirles debidamente aquel afán por la lectura, aquella convicción presentida de que el único camino de progreso y felicidad es el trabajo y el estudio a lo largo de la vida. ¿Dónde pueden encontrarse pantalones como aquéllos, que no sientan bien, que te sientan al banco del esfuerzo, pero que te catapultan hacia el apasionante descubrimiento del sentido de una vida responsable, comprometida y dedicada a la vocación y a la cultura?

Familias centrifugadas

¿Qué está pasando con la familia actual? Parece que aceptamos todos como inevitable que la familia de hoy se encuentre lo más dispersa posible por supuestas ventajas de la modernidad. Muchos conocidos te cuentan la misma historia: El niño estudiando inglés en un remoto campamento, la chica en el extranjero, el hijo mayor de veraneo con los abuelos por la cuadrilla, la madre de vacaciones adelantadas, el padre trabajando,… y el perro en un hotel de animales abandonados.

El mismo espacio del hogar se ha desperdigado. Antes estudiábamos con los libros sobre una simple tabla de madera, puesta entre los brazos de un sillón, o todos los hermanos en la misma mesa de la cocina, oyendo la misma emisora y con máximo provecho. Hoy día, cada nene o nena necesita “su” cuarto, con un equipamiento integral de oficina: dos mesas, una para el ordenador con red e Internet, sillón giratorio, sofá, biblioteca personal, equipo de música, televisión y vídeo, cama propia y supletoria para invitar a los amigos,… y todo para encerrarse y no estudiar casi nada. Los críticos días previos a los exámenes deben acudir a una biblioteca pública, con los amigos, para concentrarse. Las luces de lectura en la cabecera les sirven para estudiar a fondo… los catálogos de motos o la convocatoria del siguiente festejo. El equipo informática adquirido para conectase a la “sociedad de la información” se limita a consola de juego o de chateo, y para “bajar” música estruendosa, que constantemente atruena por los auriculares soldados a las orejas que les aísla del ruido familiar. Incluso se organizan los turnos de comida y cena, para no encontrarse y poder elegir cada miembro familiar su programa televisivo favorito.

Toda esta anorexia familiar surge y proviene de múltiples frentes públicos y privados, pero solamente como personas conscientes podremos superar esta grave anemia hogareña. No se sabe si fue antes la gallina o el huevo, la “sociedad desfamiliarizada” o la “familia desintegrada” que estamos aceptando y construyendo. Exigimos más plazas de guardería y más extensos programas escolares, para que los niños desde un mes de edad estén poco en casa; más mediatecas y cibertecas públicas para que los jóvenes se larguen de casa; ayudas para las mujeres trabajadoras para que las madres no aparezcan por casa; más plazas para jubilados en residencias o centros de día para que los jubilados no molesten en casa; más empleo juvenil para que los jóvenes escapen de casa; y más policía para vigilar las casas vacías. Si es así, ¿para qué pedimos nuevos pisos? ¿Moradas que son hogares sin fuego, ni hijos, ni padres, ni abuelos? ¿Viviendas sin vida?

La responsabilidad recae en nosotros los adultos, los padres y madres que podemos decidir el modelo de familia. Como se dice y es obvio, no hay niños ilegítimos; sólo padres ilegítimos. La tarea de elegir el modelo familiar no corresponde ni a los hijos, que sólo conocen el patrón que se les presenta, ni a los abuelos, que vivieron otros tipos de familias. ¿Conocen esos globos-salchicha de moda con los que juegan los niños, que se inflan, se sueltan y viajan por el cielo un buen rato hasta caer al suelo tras agotar su aire contenido? Parecen una imagen de algunas familias recientes. El crío juega con el globo-familia, que le entretiene fugazmente, y luego le defrauda. Esperemos que quizá, mientras sube y vuela, el globo-familia también llore al ver que se le escapa el niño. Otro día hablaremos de los padres descarriados, que sufren el “estrés de la paternidad”, y que demuestran realmente que sólo algunos progenitores dominan el arte de educar mal a los hijos. Basta del cinismo imperante que afirma que “la más feliz vida de familia es la de un viudo sin hijos” y de quienes defienden “las familias numerosas, en las que toda mujer debería tener al menos tres maridos”.

El Talmud dice que “la sociedad y la familia se parecen al arco de un palacio: quitas una piedra y todo se derrumba”, y para Baudelaire "la patria es la infancia". Hemos de recuperar una familia que siga siendo el deux ex machina de la humanidad, con formatos renovados sí, pero más familia que nunca. Los padres hemos de seguir contando nuestros sueños a los hijos, que son esponjas inagotables de tiempo paterno. La más antigua de todas las sociedades y la única natural es la familia. Sólo los padres auténticos saben lanzar a sus hijos al aire y recogerlos luego. Ésta es la mejor prueba de la paternidad. Un hijo genuino es el que puede presumir: “¡Nosotros también tenemos padre! ¿Qué creías, que éramos pobres?” Recordemos que con el dinero se puede edificar una mansión espléndida, pero nunca fundar una familia dichosa.

¡Viva lo ARTIFICIAL!

Está de moda la "naturalidad". Sólo la frase anterior ya es un contrasentido en sus términos, lo verdaderamente natural no puede estar de moda. Pero hoy se estila la "falsa naturalidad". En TV, y todo lo que aparece por televisión ya está mistificado por el propio medio, se nos aparece una estilizada anoréxica, presumiblemente maquillada para no parecerlo, que extrae de un extraño recipiente de plástico policromado, cubierto con una tapa de aleación metálica térmicamente pegada, y come una plástica cucharada de una sustancia cremosa, edulcorada con productos químicos de bajo contenido energético, teñida por el colorante autorizado E-127, estabilizada por el conservador H-4512, fermentada industrialmente. Esta sofisticada criatura, que viste un llamativo atuendo deportivo ultraligero, construido con muy variadas fibras que no existían en tiempos de su madre, dirige hacia la cámara una estudiada mirada, que ha repetido en más de cien tomas y dice "¡Yogur MARCATAL, natural!"

Lo mismo sucede con los ordenadores. Todavía para muchos ciudadanos son artilugios "artificiales". ¡Y claro que lo son!, pero no menos que otros cacharros, ya asimilados culturalmente y que sirven incluso como portaestandartes de la "autenticidad postmoderna", que no son sino "tecnología light o asimilada", por ejemplo las bicicletas o los pantalones vaqueros. Nada hay más artificioso que el pretendido retorno a la inaccesible (¿o ya inexistente?) naturaleza.

La humanidad sólo existe como tal desde que se empezaron a utilizar instrumentos. El "homo sapiens" se diferencia del mono al utilizar un fémur o un hacha de sílex para cazar, o construye herramientas que dan lugar a la agricultura. Los medios traen consigo métodos, éstos crean nuevos recursos y el círculo se realimenta positivamente. Así la Tecnología es la composición de metodologías e instrumentos para satisfacer las necesidades humanas y el conjunto de las soluciones se conoce como Cultura. Es obvio, que el largo proceso de la humanización se ha recorrido mediante la búsqueda de la artificialidad. Humanización es sinónimo de artificialidad.

La informática es especialmente valiosa, porque no sólo consta de elementos y métodos artificiales en el mundo real, sino porque permite constituir fantásticos mundos irreales de naturaleza eminentemente artificial. Cualquiera que haya llegado a profundizar la síntesis con su ordenador, en algún instante ha sentido que traspasaba el cristal del monitor, y cual Alicia que cruza el espejo, se ha sumergido en la entelequia de un universo abstracto donde todo es posible y donde, con esfuerzo pero no menos sorprendentemente, todo tiene solución. y esta máquina universal, juguete por excelencia, nos absorbe y penetramos en su laberíntico interior abandonándonos en la complaciente irrealidad que nos ofrece,... hasta que nos llaman para dar de cenar a los niños. Y uno despierta, bruscamente de la ensoñación y se encuentra ante la pantalla, pero ya al lado real -menos grato- de la existencia. Sin duda es más placentero reorganizar un disco duro o "despiojar" (debug) un complicado programa que pintar las ventanas de la casa.

Para mí, el rincón más "natural", donde más a gusto me encuentro es una ajustada mezcla de artificialidad más o menos moderna. Que me dejen de islas desiertas, sometidas a las inclemencias de la meteorología hostil, viviendo como trogloditas. Creo firmemente en la doctrina del "Nature abhors people" (La Naturaleza aborrece a las personas).

Prefiero sentarme ante una mesa de las que se encuentran en las tiendas de los anticuarios, de rancia madera de sólido nogal auténtico, cuidada sólo con ceras y barnices. Cien años más joven, la silla muy actual, ergonómica, giratoria, reclinable, multiajustable, con un mullido reposapiés al otro lado (la silla de ruedas motorizada me parece un exceso, por el momento). Sobre la mesa, ocupando toda su superficie, el más moderno microordenador que sea posible, permanentemente encendido (lo está desde 1985 ininterrumpidamente) y conectado a Internet (desde 1997) y con la más profusa periferia, en red local con el portátil y el resto de los equipos familiares. Junto al ordenador, papel del galgo, una pluma estilográfica de carey de los años 50, un lápiz, un sacapuntas automático a pilas,... Detrás el equipo de alta fidelidad, invadiendo toda la atmósfera vital con su sonido de MP3 o compact-disk inalterado e inalterable. Un poco más allá, la televisión, el video y el DVD permanentemente encendidos, ocasionalmente sometidos al ajetreo producido por el mando a distancia, parpadeando en silencio absoluto y proyectando su intermitente luminosidad sobre la estancia. Alrededor la biblioteca. Sobre una pared visible el viejo reloj de carillón, cuya información se contrasta con un liviano reloj digital, radiocontrolado, ultrapreciso y luminiscente.

Objetos, sólo objetos, pero son necesarios para crear ese clima que permite la ascensión al Olimpo de los vericuetos transcatódicos. Como representantes antropomorfizados de los mundos mineral y vegetal, una geoda y un bonsái. El mundo animal, y no me refiero a mascotas, ya corretea por el pasillo y se acerca cada diez minutos para pedir agua, pis o caca. La coloración de la estancia surge de la composición de la luz artificial que proviene de distintos focos más o menos pálidos, cálidos o halógenos y de la luz "natural" que se recibe desde la ventana. Luz del Gran Bilbao. Luces a menudo sombrías de los cielos encapotados de nuestra geografía que es tamizada y filtrada por la decreciente contaminación que se erige desde la margen izquierda y cruza el Nervión. Todo combina muy bien. Todo es artificial. ¡Viva!

Biblioteca: demasiados volúmenes y pocos libros

"Los que leen muchos libros son como los masticadores de hachís. Viven en un sueño. El veneno sutil que penetra en su cerebro les hace insensibles al mundo real. Día llegará en que todos acabaremos por ser bibliotecarios y todo habrá terminado para nosotros."
Afernandez, en Leer
Mikel Agirregabiria Agirre

Internet, Google y Blogs

"Internet es la mayor biblioteca que existe. Google, su mayor bibliotecario, el que encuentra todas las páginas y todas las referencias; pero Google pertenece a un Internet antiguo; el de ahora es más móvil, más social, donde la gente no sólo lee, sino que habla, escribe, fotografía o filma. Es otra forma de usar Internet. […] ".
Dicen
Mikel Agirregabiria Agirre

El mejor árbol de navidad

Ríe
Perdona
Relájate
Pide ayuda
Haz un favor
Delega tareas
Expresa lo tuyo
Rompe un hábito
Haz una caminata
Sal a correr
Pinta un cuadro. Sonríe a tu hijo
Permítete brillar. Mira fotos viejas
Lee un buen libro. Canta en la ducha
Escucha a un amigo. Acepta un cumplido
Ayuda a un anciano. Cumple con tus promesas
Termina un proyecto deseado
Sé niño otra vez. Escucha la naturaleza
Muestra tu felicidad. Escribe en tu diario
Trátate como un amigo. Ama a los animales
Haz un álbum familiar. Date un baño prolongado
Por hoy no te preocupes. Deja que alguien te ayude
Mira una flor con atención. Pierde un poco de tiempo
Apaga el televisor y habla. Escucha tu música preferida
Aprende algo que siempre deseaste
Llama a tus amigos por teléfono. Haz un pequeño cambio en tu vida
Haz lista de las cosas que haces bien. Ve a la biblioteca y escucha el silencio
Cierra los ojos e imagina las olas de la playa. Haz sentir bienvenido a alguien
Dile a las personas amadas cuánto las quieres
Dale un nombre a una estrella
Sabes que no estás solo
Piensa en lo que tienes
Hazte un regalo
Planifica un viaje
Respira profundo
Siembra y cultiva el amor

Hay una página de un libro escrita para cada uno de nosotros

"El amor por la lectura es algo que se aprende pero no se enseña. De la misma forma que nadie puede obligarnos a enamorarnos, nadie puede obligarnos a amar un libro. Son cosas que ocurren por razones misteriosas, pero de lo que sí estoy convencido es que a cada uno de nosotros hay un libro que nos espera. En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros."
Alberto Manguel en una entrevista