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Biblioteca: demasiados volúmenes y pocos libros

"Los que leen muchos libros son como los masticadores de hachís. Viven en un sueño. El veneno sutil que penetra en su cerebro les hace insensibles al mundo real. Día llegará en que todos acabaremos por ser bibliotecarios y todo habrá terminado para nosotros."
Afernandez, en Leer
Mikel Agirregabiria Agirre

Viajes baratos al pasado

"La máquina del tiempo ya existe; se puede encontrar en cualquier biblioteca o librería".
Creemos muchos...

Bibliotecas escolares

"Un centro educativo es un conjunto organizado de aulas en torno a una biblioteca escolar".

Lourense H. Das, directora general de Europa de la
IASL.

¡Viva lo ARTIFICIAL!

Está de moda la "naturalidad". Sólo la frase anterior ya es un contrasentido en sus términos, lo verdaderamente natural no puede estar de moda. Pero hoy se estila la "falsa naturalidad". En TV, y todo lo que aparece por televisión ya está mistificado por el propio medio, se nos aparece una estilizada anoréxica, presumiblemente maquillada para no parecerlo, que extrae de un extraño recipiente de plástico policromado, cubierto con una tapa de aleación metálica térmicamente pegada, y come una plástica cucharada de una sustancia cremosa, edulcorada con productos químicos de bajo contenido energético, teñida por el colorante autorizado E-127, estabilizada por el conservador H-4512, fermentada industrialmente. Esta sofisticada criatura, que viste un llamativo atuendo deportivo ultraligero, construido con muy variadas fibras que no existían en tiempos de su madre, dirige hacia la cámara una estudiada mirada, que ha repetido en más de cien tomas y dice "¡Yogur MARCATAL, natural!"

Lo mismo sucede con los ordenadores. Todavía para muchos ciudadanos son artilugios "artificiales". ¡Y claro que lo son!, pero no menos que otros cacharros, ya asimilados culturalmente y que sirven incluso como portaestandartes de la "autenticidad postmoderna", que no son sino "tecnología light o asimilada", por ejemplo las bicicletas o los pantalones vaqueros. Nada hay más artificioso que el pretendido retorno a la inaccesible (¿o ya inexistente?) naturaleza.

La humanidad sólo existe como tal desde que se empezaron a utilizar instrumentos. El "homo sapiens" se diferencia del mono al utilizar un fémur o un hacha de sílex para cazar, o construye herramientas que dan lugar a la agricultura. Los medios traen consigo métodos, éstos crean nuevos recursos y el círculo se realimenta positivamente. Así la Tecnología es la composición de metodologías e instrumentos para satisfacer las necesidades humanas y el conjunto de las soluciones se conoce como Cultura. Es obvio, que el largo proceso de la humanización se ha recorrido mediante la búsqueda de la artificialidad. Humanización es sinónimo de artificialidad.

La informática es especialmente valiosa, porque no sólo consta de elementos y métodos artificiales en el mundo real, sino porque permite constituir fantásticos mundos irreales de naturaleza eminentemente artificial. Cualquiera que haya llegado a profundizar la síntesis con su ordenador, en algún instante ha sentido que traspasaba el cristal del monitor, y cual Alicia que cruza el espejo, se ha sumergido en la entelequia de un universo abstracto donde todo es posible y donde, con esfuerzo pero no menos sorprendentemente, todo tiene solución. y esta máquina universal, juguete por excelencia, nos absorbe y penetramos en su laberíntico interior abandonándonos en la complaciente irrealidad que nos ofrece,... hasta que nos llaman para dar de cenar a los niños. Y uno despierta, bruscamente de la ensoñación y se encuentra ante la pantalla, pero ya al lado real -menos grato- de la existencia. Sin duda es más placentero reorganizar un disco duro o "despiojar" (debug) un complicado programa que pintar las ventanas de la casa.

Para mí, el rincón más "natural", donde más a gusto me encuentro es una ajustada mezcla de artificialidad más o menos moderna. Que me dejen de islas desiertas, sometidas a las inclemencias de la meteorología hostil, viviendo como trogloditas. Creo firmemente en la doctrina del "Nature abhors people" (La Naturaleza aborrece a las personas).

Prefiero sentarme ante una mesa de las que se encuentran en las tiendas de los anticuarios, de rancia madera de sólido nogal auténtico, cuidada sólo con ceras y barnices. Cien años más joven, la silla muy actual, ergonómica, giratoria, reclinable, multiajustable, con un mullido reposapiés al otro lado (la silla de ruedas motorizada me parece un exceso, por el momento). Sobre la mesa, ocupando toda su superficie, el más moderno microordenador que sea posible, permanentemente encendido (lo está desde 1985 ininterrumpidamente) y conectado a Internet (desde 1997) y con la más profusa periferia, en red local con el portátil y el resto de los equipos familiares. Junto al ordenador, papel del galgo, una pluma estilográfica de carey de los años 50, un lápiz, un sacapuntas automático a pilas,... Detrás el equipo de alta fidelidad, invadiendo toda la atmósfera vital con su sonido de MP3 o compact-disk inalterado e inalterable. Un poco más allá, la televisión, el video y el DVD permanentemente encendidos, ocasionalmente sometidos al ajetreo producido por el mando a distancia, parpadeando en silencio absoluto y proyectando su intermitente luminosidad sobre la estancia. Alrededor la biblioteca. Sobre una pared visible el viejo reloj de carillón, cuya información se contrasta con un liviano reloj digital, radiocontrolado, ultrapreciso y luminiscente.

Objetos, sólo objetos, pero son necesarios para crear ese clima que permite la ascensión al Olimpo de los vericuetos transcatódicos. Como representantes antropomorfizados de los mundos mineral y vegetal, una geoda y un bonsái. El mundo animal, y no me refiero a mascotas, ya corretea por el pasillo y se acerca cada diez minutos para pedir agua, pis o caca. La coloración de la estancia surge de la composición de la luz artificial que proviene de distintos focos más o menos pálidos, cálidos o halógenos y de la luz "natural" que se recibe desde la ventana. Luz del Gran Bilbao. Luces a menudo sombrías de los cielos encapotados de nuestra geografía que es tamizada y filtrada por la decreciente contaminación que se erige desde la margen izquierda y cruza el Nervión. Todo combina muy bien. Todo es artificial. ¡Viva!

Mi pantalón de la suerte

La historia verídica de una prenda que fue el talismán para estudiar una difícil carrera.

Aunque no soy supersticioso, he de reconocer que debo mi licenciatura a una prenda de vestir. En casa nunca nos faltó nada hasta la muerte prematura de nuestra madre. Luego la dura ausencia del cariño maternal, se compensó con los cuidados de nuestro padre y de una tía abuela. El dinero no sobraba, y entre mis agridulces recuerdos infantiles siempre destacarán unas indestructibles botas negras que calcé durante años, en invierno y en verano, y un abrigo azul demasiado grande, heredado de algún pariente y que siempre aborrecí con vehemencia.

Al llegar a la universidad con ayuda de las becas, debimos hacernos responsables de nuestro propio vestuario con pequeños trabajos de clases particulares. Recuerdo que durante casi los tres primeros años de carrera contaba únicamente con unos pantalones de color beige, que mensualmente lavaba, planchaba y secaba en domingo. Aquellos pantalones repetidos día a día me avergonzaban, y en mi aula prefería no pasearme, y menos aún salir hasta la cafetería universitaria que nunca visité.

Para que no se viesen mis viejos pantalones, me quedaba a repasar los apuntes entre clase y clase. Llegaba pronto, me sentaba en mi sitio y nunca me levantaba hasta concluir todo el horario. Descubrí que así era muy fácil superar las asignaturas, con aquella labor constante e inmediata. Bastó aquel hábito de ordenar y revisar los apuntes en los tiempos muertos para concluir con el mejor expediente de la promoción la licenciatura en física teórica, sin apenas estudiar fuera de la facultad. En casa me dedicaba a leer incansablemente novelas prestadas por la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta, y mi única mesa de trabajo fue una liviana tabla de madera colocada entre los brazos de una anticuada e incómoda silla.

Nuestros hijos y muchos de los jóvenes de hoy disponen de amplios cuartos individuales, docenas de ropajes, libros y ordenadores por doquier. Pero me queda la duda de si hemos sabido transmitirles debidamente aquel afán por la lectura, aquella convicción presentida de que el único camino de progreso y felicidad es el trabajo y el estudio a lo largo de la vida. ¿Dónde pueden encontrarse pantalones como aquéllos, que no sientan bien, que te sientan al banco del esfuerzo, pero que te catapultan hacia el apasionante descubrimiento del sentido de una vida responsable, comprometida y dedicada a la vocación y a la cultura?

Paradoja para la congoja

Una simple y eficaz terapia para superar nuestros temores en la vida cotidiana.

El concepto “intención paradójica” queda expresado perfectamente en los mismos términos del binomio. Es un truco básico que inicia una acción esperando su efecto contrario, como que nos pidan que no pensemos en un elefante rosa que camina bípedamente: Inmediatamente es imposible que no lo evoquemos con nitidez.

Otro ejemplo de “intención paradójica” tomado de la experiencia familiar consiste en prohibir la biblioteca principal a los niños de la casa, con la sana intención de que lean de todo. Cuando ellos crecen nos devuelven esta jugada recomendándonos que no accedamos a la trivial “literatura infantil”, con el resultado de impelernos a descubrir a autores como JK Rowling, futura Nobel de Literatura y creadora de esas -nada insignificantes- aventuras de un tal Harry Potter.

El concepto científico de “intención paradójica” proviene de una técnica psicológica que fue descrita por Erikson y Frankl, en 1973, para el tratamiento la ansiedad de anticipación. Es una sorprendente curación, basada en enfrentarse directamente a lo temido para superarlo. Se recomienda a los insomnes permanecer despiertos toda la noche y a los tartamudos iniciar cualquier frase repitiendo la primera sílaba.

Ante los miedos, la reacción típica es desear “huir”. El esfuerzo por evitar el problema que se avecina provoca mayor ansiedad, como el estudiante que teme realizar un mal examen y que con su desasosiego propicia un mal rendimiento. A través de la intención paradójica, se anima a “desear que suceda” lo que se teme. Siendo mutuamente excluyentes un deseo y un temor, se supera la situación.

Cuando nos angustia una cita comprometida o un reto como hablar en público, resulta oportuno que unos segundos o días antes imaginemos qué es lo peor que podría pasarnos, en lugar de esperar a que la aprensión y el temor se vayan apoderando de nosotros en un previsible círculo vicioso, que empeorará aún más nuestra disposición. Nada es más paralizante que el miedo al propio miedo. Con frecuencia, se da la paradoja de sólo podremos resolver los problemas cuando creemos que no son problemas. Las dificultades, como las soluciones, si se creen… se crean.

Esta técnica paradójica fue propuesta por Víctor Frankl, célebre psicoanalista austriaco de origen judío, que sobrevivió a campos de concentración como Auschwitz, y fundador de la logoterapia. Con órdenes contradictorias cortocircuitaba la reacción automática de procesos obsesivos, en lugar de la recomendación habitual de apartar la fobia, que puede contribuir a su mantenimiento y perpetuación. La intención paradójica cura el miedo. Si, a propósito, intentamos tenerlo, no podremos. Por ello, este método se ha aplicado en entrenamiento de deportistas de alta competición, como ajedrecistas, junto con otras fórmulas conductistas para vencer a la ansiedad previa a los torneos.

Según Frankl la esencia de la “intención paradójica” se basa en recurrir deliberadamente al sentido del humor. La intención paradójica nos enseña a reírnos de nosotros mismos y ridiculizar nuestros propios temores. Se basa en la maravillosa virtud del ser humano de trascender de sí mismo, como expone en su obra “El hombre en busca de sentido”.

Este tratamiento es valioso, a pesar de su aparente simplicidad, siempre que sea debidamente supervisado por un psicólogo. No debe aplicarse indiscriminada o arbitrariamente, pero su conocimiento nos permite entender mejor el funcionamiento de la mente humana. Así que ahora mismo, tras esta lectura propóngase ser totalmente desdichado con su historia personal. Trate de no apreciar lo que le rodea, de no compartir nada de su vida con nadie. Abandone la búsqueda de la felicidad, e intente ser infeliz. Verá que no lo consigue.

Universo diminuto

Un maravilloso invento heredado o descubierto sólo por la buena gente, que merece más apoyo de los poderes públicos.

En Navidad festejamos una creación indescriptible por su utilidad y polivalencia. Los hay de todos tamaños y formas, individuales o colectivos, baratos o caros, que se alquilan o compran, y sirven para facilitar todo aquello que la Humanidad necesita desde el umbral de la Historia. Según la demanda de cada usuario individual o colectivo, este espacio “donde se hacen las cosas juntos” se transforma rotativa y cotidianamente en refugio, guardería, ludoteca, escuela, instituto, universidad, farmacia, sanatorio, paritorio, tanatorio, oficina, banco, bazar, taller, peluquería, restaurante, cafetería, pastelería, discoteca, casino, gimnasio, biblioteca, ciberteca, conservatorio, cine, teatro, circo, granja, museo, hotel, juzgado, comisaría, fortaleza, parlamento o iglesia.

Algo tan imprescindible ha sido declarado derecho universal de toda la ciudadanía, pero casi nadie se preocupa de asegurar su producción y buen uso. Las políticas usuales ignoran su existencia y apenas dedican esfuerzo humano y presupuestario para asegurar su difusión y disfrute. Ello indudablemente generaría toda clase de beneficios en convivencia, paz, prosperidad y felicidad, ahorrando espacio en otras construcciones especializadas más costosas y menos eficaces.

Este “mundo en miniatura” recibe múltiples nombres como laboratorio social, propiedad inmobiliaria, domicilio, palacio, mansión, casa, apartamento, remolque o hipoteca vitalicia… pero para su buen funcionamiento basta con reunir dos características cada día más difíciles de encontrar: una familia y mucho amor. Sólo con esos cimientos se convierte en un auténtico HOGAR. El modelo más sencillo y perfecto, que muchos conmemoramos el 24 de diciembre, se llamó “Portal de Belén”.

¡Vivan los que estudian!


Redescubriendo una antigua canción de éxito con música siempre evocadora y una inolvidable letra revolucionaria.

Las coplas resonaron igual de sugestivas que hace tantos años… ¡Que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad! ¡Muera la tristeza, mueran los que odian! ¡Subid al mundo de los cielos, descended a los infiernos! ¡Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes! ¡Viva nuestra sociedad! ¡Viva la Universidad! ¡Vivan los que estudian! Definitivamente, el retorno a los claustros universitarios, por razón de los estudios de nuestros hijos, nuevamente nos permite –junto a la condición de no haber olvidado el latín que aprendimos- seguir admirando el Gaudeamus Igitur.

Se trata de una canción estudiantil de autor anónimo que proviene de la Edad Media. En origen se titulaba De brevitate vitae ("Sobre la brevedad de la vida") y se coreó inicialmente en universidades alemanas a mediados del siglo XVIII. La letra pudiera ser del siglo XIII, según un manuscrito en latín fechado en 1287 y encontrado en la Biblioteca Nacional de París. Las palabras de algunos versos son idénticas, aunque no aparece la expresión inicial "Gaudeaumus Igitur". La música se atribuye a Johann Cristian Grüntaus y fue reescrita en 1781 por el teólogo evangelista Chétien Wilhelm Kindleben. Johannes Brahms, incluyó esta melodía en su obertura "Akademische Fest-Ouverture", compuesta en 1880 para agradecer su nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Breslau.

El pensador Paul Auguez señaló que “vivir, sufrir, morir son tres cosas que no se enseñan en nuestras universidades y que, sin embargo, encierran toda la sabiduría necesaria al hombre”. En las universidades se ofrecen muchas carreras, pero el aprendizaje del alumnado universitario se extiende también mediante otras actividades presentes en los campus, como las tunas en los actos solemnes. Escuchar recientemente el himno universitario de toda Europa, el "Alegrémonos pues", ha removido muchos recuerdos aportados por su melodía y su letra, que encierra grandes verdades.

Las estrofas son explícitas, con alguna como la quinta tan desenfadada que se suprime en las distintas versiones adoptadas por cada universidad. Sus enseñanzas bien merecerían ser reconocidas durante toda la vida, porque además de consejos para la juventud son reflexiones muy ilusionantes. Dicen sus versos traducidos a “romano paladín”: “¡Alegrémonos pues, mientras seamos jóvenes! Tras la divertida juventud, tras la incómoda vejez, nos recibirá la tierra. ¿Dónde están los que antes que nosotros pasaron por el mundo? Subid al mundo de los cielos, descended a los infiernos, donde ellos ya estuvieron. ¡Viva la Universidad, vivan los profesores. Vivan todos y cada uno de sus miembros, resplandezcan siempre! Nuestra vida es corta, en breve se acaba. Viene la muerte velozmente, nos arrastra cruelmente, no respeta a nadie. ¡Viva nuestra sociedad! ¡Vivan los que estudian! ¡Que crezca la única verdad, que florezca la fraternidad y la prosperidad de la patria! Viva también el Estado, y quien lo dirige. ¡Viva nuestra ciudad, y la generosidad de los mecenas que aquí nos acoge! ¡Muera la tristeza, mueran los que odian! ¡Muera el diablo, cualquier otro monstruo, y quienes se burlan! Florezca el Alma Mater que nos ha educado, y ha reunido a los queridos compañeros que por regiones alejadas estaban dispersos”. Maravillosas inspiraciones, para cualquier edad.

El tesoro escondido

Una historia real para contar a los más pequeños de la casa, porque trae poder, riqueza y felicidad.

Esta semana he asistido a una fiesta escolar, en una jornada de puertas abiertas de un colegio de enseñanza primaria (CEP Ruperto Medina de Portugalete). Allí, en el salón de actos, hubimos de decir unas palabras algunos representantes del ayuntamiento y de la administración educativa. Tras el oportuno y alentador discurso del alcalde, dirigido principalmente a los familiares del alumnado, me correspondió a mí improvisar una breve alocución.

Al ver a los niños y niñas más pequeños en las primeras filas, no pude resistirme a relatar mi cuento preferido. Bajando la voz hasta convertirla en un susurro para despertar su atención, les conté una versión actual, verídica y adaptada de la “Isla del Tesoro”. Tuve intención de agacharme y acercarme a los alumnos más pequeños que se apoyaban en el escenario, pero el protocolo y el sentido del ridículo me lo impidieron. Ahora lo lamento. En fin, esto fue, más o menos, lo que les conté…

“Con permiso de las autoridades, de los padres, madres, abuelos y abuelas aquí reunidos, voy a dirigirme directamente a los alumnos y alumnas. Niños y niñas: Quiero contaros un secreto. Sabéis que esta semana el colegio está de fiesta, y se han organizado muchos actos especiales. Además de todo lo que ya conocéis (exposiciones, disfraces, festejos,…), hay algo más. En este centro hay escondido un gran tesoro: un regalo que dará sabiduría, fortuna y bienestar a quien lo encuentre.

Esperad antes de comenzar a buscarlo: Os daré algunas pistas para que lo localicéis. El tesoro puede estar aquí, en la biblioteca, en el laboratorio, entre los ordenadores o en vuestra aula. Se halla muy oculto, pero dentro del colegio y será divertido buscarlo. Es mejor buscarlo en grupo, porque así resulta más fácil y ameno. Sabemos que lo encontraréis todos aquellos de entre vosotros que lo busquéis con ahínco, con fe y sin abandonar nunca, aunque tarde en aparecer.

Para encontrar este tesoro, que contiene lo mejor que podáis imaginar, hay que explorar indicios en todas partes. Especialmente hay que leer muchos libros, sin dejar de analizar todas y cada una de sus palabras. También todo lo que diga vuestro profesorado será muy importante. Hay que escucharles atentamente, desde la primera hasta la última hora. Así mismo, vuestros familiares también os darán interesantes consejos que conviene seguir, porque os conducirán hacia este tesoro.

Puede que tardéis un poco en descubrir el tesoro, pero si lo buscáis es seguro que lo encontraréis… en este colegio. Aquí lo hemos dejado los mayores, hecho con mucho cuidado y mimo para vosotros. Nos ha costado mucho crearlo y guardarlo por aquí. Ahora os toca a vosotros descubrirlo, abrirlo y disfrutarlo. Algunas sendas decisivas del tesoro son la lectura, el Versión .DOC para imprimirestudio, la formación, la cultura, la educación a lo largo de la vida,… ¡Suerte en vuestra búsqueda del gran tesoro!”.


Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/tesoro.htm

Funcionarios consuetudinarios

Los socialistas están acabando con el Estado español… No por el Estatut catalán, sino por poner en entredicho la estabilidad del funcionario.

Para empezar, señalemos que todos los que trabajamos lo hacemos para el Gobierno: Lo que sucede es que algunos, los funcionarios, hemos hecho oposiciones y los demás se han quedado en la categoría de contribuyentes.

Los funcionarios somos como los libros de una biblioteca: los que están en lugares más altos son los que menos sirven. Y esto rige especialmente para esos falsos funcionarios-kleenex, desechables de corta duración, que se llaman cargos políticos. Porque nadie negará la afirmación de Víctor Hugo: “Los dos primeros funcionarios del Estado son la nodriza y el maestro de escuela”. Ahora refundidos aparecen en la educación infantil, destinados a los nuevos ciudadanos desde su nacimiento, donde fueron atendidos por otros funcionarios sanitarios.

Los funcionarios tenemos mala fama, no tanto por el decimonónico “¡Vuelva usted mañana!” de Larra, sino por economistas como el Nobel Milton Friedman, al sostener que “El principal problema para cualquier Gobierno que llega al poder es el control de los funcionarios. Todos ellos tratarán de explicar por qué es prácticamente imposible hacer las cosas de manera distinta a como se vienen haciendo”, o que “No hay duda de que si fueras por todos los ministerios [del Reino Unido] y despidieras a uno de cada seis funcionarios, la productividad de los otros cinco aumentaría en lugar de descender”.

La mala prensa llega hasta el terreno literario de autores consagrados. Heinrich Heine arremete contra los funcionarios, incluyendo a sus equivalentes religiosos: “Respecto al bien de la república se podría citar la prueba que cita Boccaccio para la religión: existe, a pesar de sus funcionarios”. Charles Baudelaire opina: “Un funcionario cualquiera, un ministro, el director de un teatro o de un periódico, pueden ser a veces seres estimables, pero jamás son divinos. Son personas sin personalidad, seres sin originalidad, nacidos para la función, es decir, para la domesticidad”.

Se nos ha dicho de todo a los funcionarios: rutinarios, revolucionarios, contrarrevolucionarios, reaccionarios, sanguinarios, cuaternarios, estacionarios, ordinarios, extraordinarios, interdisciplinarios, legionarios, mercenarios, milenarios, millonarios, multimillonarios, valetudinarios,… En plena carrera armamentista un político ya olvidado dijo: “Hemos desarrollado un nuevo tipo de misil: se llama funcionario público, y… ni funciona ni puede ser disparado”.

En todo caso, si alguien envidia a los funcionarios de cualquier escala y categoría, desde administrativos a notarios, dispone de un recurso infalible: Que estudie, prepare y gane el correspondiente concurso-oposición para acceder a tan selecto y privilegiado clan. Ent
Versión .DOC para imprimironces comprenderá que los funcionarios somos trabajadores y necesarios en un Estado moderno.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/funcionarios.htm

Para caballeros normales

“Perdónenme si les llamo caballeros, pero es que no les conozco muy bien”, subrayó Groucho Marx.

Carmen y yo hemos establecido un reparto de funciones casi perfecto, después de 28 años de matrimonio. Exceptuando contados servicios de electricista, conductor, transportista y porteador, ella se ocupa de todo lo necesario para llevar adelante nuestro hogar y a nuestros hijos, ante los cuales también represento el rol de sermoneador oficial cuando la ocasión lo ha requerido, afortunadamente más en tiempos pretéritos. Así pues, mi esposa es quien cumplimenta millares de acciones útiles, mientras yo me dedico a temas inútiles, tales como perder al ajedrez o escribir estas cotidianas crónicas.

Existen zonas enteras de la casa que me son enteramente desconocidas, y es mejor ejemplo es la cocina. Aunque sea un glotón impenitente, mis únicas competencias culinarias se reducen a calentar leche con el microondas y abrir latas en caso de emergencia. Pero estoy aprendiendo, y una reciente área de nuevo conocimiento es la compra, tarea en la que mi cometido anterior se ceñía a empujar el carro y procurar no perderme en el supermercado. Hoy mismo hemos acudido a un comercio especializado en perfumería. Carmen, mientras completaba su extensa compra para toda la familia, me ha encomendado adquirir mi propio champú, indicándome la zona oportuna.

Me he dirigido a la estancia y súbitamente me he enfrentado a toda una pared repleta de envases con todo tipo de tamaños, formas, colores y precios. Es sorprendente comprobar que existen más estanterías con champú en una sola tienda, que anaqueles de libros en la biblioteca municipal. Con la vacilación del profano me he aproximado a una repisa y me he tranquilizado al leer el primer rótulo: “Para caballeros normales”. Sin dudarlo un instante he elegido el producto, a pesar de su receptáculo extravagante de color verde refulgente.

Cuando orgullosamente me alejaba en busca de Carmen con mi compra zanjada, me ha picado la curiosidad por ver otras alternativas de cosmética masculina. He desechado otras dos opciones igualmente coloristas para “caballeros secos” o “caballeros grasos”, aunque quizá por mi peso me ajuste más al último grupo. Carmen me ha sugerido usar las gafas de presbicia y ha esclarecido que donde yo leía “caballeros” decía “cabellos”, aunque aceptaba el champú.

Si bien Confucio recordaba que “un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus hechos”, y sabiendo que consiste en obrar como caballero, el serlo, a la vuelta a casa, sólo me quedaba como excusa disertar sobre caballeros-normales. Le he recitado a Carmen mi preferida cita de Fray Antonio de Guevara, en versión actualizada: “Lo que al educado [caballero] le hace ser educado [caballero] es ser medido en el hablar, largo en dar, sobrio en el comer, honesto en el vivir, tierno en el perdonar y animoso en el trabajar [pelear]”. He cumplido con otra máxima de Gertrude Stein: “Lo normal es mucho más sobriamente complicado e interesante”.

Carmen no me ha prestado mucha atención y ha concluido que no estoy preparado para comprar nada. He preferido no mentar que nos hallamos en el año del “caballero de la triste figura”. Definitivamente, en pleno siglo XXI, cuando ya somos obsoletos quienes nacimos el año (1953) en que se estrenó ”Los caballeros las prefieren rubias” con Marilyn Monroe, la denominación de caballeros queda reservada exclusivamente para diferenciar ciertas estancias donde todavía el género determina la postura.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/caballero.htm

Lecturas infantiles para adultos

El resurgimiento de la literatura infantil debería captar mayor atención entre la población lectora madura.

Ray Bradbury, el vanguardista escritor de ciencia ficción que ha explorado otros géneros como el teatro, la poesía o el ensayo, observó que el proceso de creación literaria y científica materializa ideas que han ido calando lentamente desde el subconsciente colectivo durante amplios períodos de tiempo. Sobre la base de su experiencia, Bradbury insinúa una dieta lectora rica y variada: “Hay que alimentarse diariamente de informaciones y de toda clase de noticias acerca de las más diversas actividades, incluso de las más extravagantes. Yo me lleno los ojos de pintura y litografías; los oídos, de música; leo ensayos, poesía, teatro”.

Concluye con un sabio consejo, que podría servir al conjunto de la Humanidad, especialmente si los personajes poderosos también se lo aplicasen: “Cuando era niño me metía a escondidas en la sección de la biblioteca reservada para los mayores. Ahora voy a la de los niños para asegurarme de que estoy bien informado”. Además de la magia y fantasía, el éxito de la literatura infantil de hoy radica en su conexión con la realidad de los niños, incluyendo problemáticas contemporáneas como la quiebra familiar o la exclusión social.

¿Sería una locura que una escritora como J.K. Rowling, la creadora de las aventuras del niño mago Harry Potter, recibiera algún día el Nobel de literatura? Reconocidos autores cuyas obras han sido éxitos de venta, como Isabel Allende, han propuesto su nombre para el premio. Su mejor argumento: haber encantado con la lectura a una generación básicamente audiovisual. Sin embargo, si el criterio para la entrega de ese reconocimiento es la calidad literaria (en el sentido en que históricamente se ha concebido), parece improbable que vaya a ocurrir.

En cualquier caso es indudable que la inspiración de la escocesa Rowling ha fascinado a millones de niños, y ha incentivado decididamente la lectura infantil con toda la trascendencia educativa y las ventajas sociales que suponen a corto y largo plazo. Si queremos descubrir cómo ha sabido esta novelista establecer vínculos con la realidad y los intereses de nuestros niños y jóvenes para que se enfrentan sin problemas con la lectura de textos de 800 páginas, los mayores sólo disponemos de un modo: leyendo su obra y la de otros “escritores infantiles”. El esfuerzo merece la pena.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/lectura.htm

¿Quién lee a Virginia Woolf?


Dos “films de culte” para recordar a quien, junto a James Joyce, más ha aportado para configurar la estructura de la novelística contemporánea.

El día 28 de marzo de 1941, Virginia Woolf, se suicidó rellenando con piedras los bolsillos de su abrigo y adentrándose en el río Ouse cercano a su casa. Posiblemente quiso provocar, como le dijo una vez a su amiga Vita Sackville-West, "la única experiencia que nunca podré describir".

Enferma de una depresión crónica, dejó dos postreras notas. La dedicada a su marido explica la razón de su fatal decisión: Queridísimo: Tengo la certeza de enloquecer nuevamente, siento que no podremos enfrentarnos a esos terribles momentos. Y esta vez no tendré recuperación. Empiezo a oír voces y no me puedo concentrar. Así que voy a hacer lo que me parece lo mejor. Tú me has dado la máxima felicidad posible. No puedo pensar en dos personas que hayan podido ser más felices hasta que llegó esta terrible enfermedad. Ya no puedo luchar contra ella,... Todo se me ha escapado menos la certidumbre de tu bondad

Su nombre de soltera era Adeline Virginia Stephen, y había nacido el 25 de enero de 1882 en Londres. Jamás fue a la escuela y todos sus estudios los realizó en su hogar, aprovechando la nutrida biblioteca de su acomodado padre victoriano. Tal vez influida por la valoración negativa de su progenitor, Virginia duda inicialmente de su capacidad como escritora. Pronto decide superar su destino femenino programado, que en su época se limitaba al matrimonio y a la maternidad. Así convierte a la escritura en el "supremo alivio y la peor condena".

Resulta imposible sintetizar su biografía y, menos aún, su obra (de libre acceso en Internet). Pero dos laureadas películas (entre varias) han contribuido a popularizar a esta feminista escritora británica, cuya descriptiva técnica poética elevó el monólogo interior de sus personajes a la cumbre de la literatura universal. El primer filme “¿Quién teme a Virginia Wolf?” dirigida por Mike Nichols en 1966, con Elizabeth Taylor y Richard Burton de protagonistas, divulgó el nombre y la obra de la novelista sobre un texto teatral de Edward Albee.

La segunda extraordinaria película se titula “Las horas”, dirigida por Stephen Daldry y basada en una novela del pulitzer Michael Cunningham con una irreconocible Nicole Kidman, perfectamente caracterizada como Virginia Woolf. Funde tres épocas, tres historias y tres mujeres. Destaca la narración primaria con la vida de la novelista hacia 1924, cuando residía en un suburbio de Londres y luchando contra la locura, comienza su primera gran novela, La Señora Dalloway (léase en larioja.7host.com/rinconlit/woolf.htm). Al igual que el Ulises de James Joyce, se desarrolla en una sola jornada, con puntual indicación horaria marcada por el tañido del Big-Ben (los círculos sombríos que se disuelven el aire), mediante una narrativa 'radial y no lineal', que se deriva en múltiples direcciones.

Virginia Woolf representa un hito crucial en la literatura inglesa. Su titánica lucha desde el intimismo y espontaneidad de su obra es un canto que pregona la excelsitud de todas y cada una de las personas. Desde su feminidad reivindicada (‘Cuando una mujer se pone a escribir está deseando alterar los valores establecidos’, o ‘las mujeres han servido todos estos siglos como espejos mágicos que poseían el delicioso poder de reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural’), supo descubrirnos a toda la humanidad verdades grandiosas, como “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata” y, sobre todo, “Ninguno de nosotros está completo en él solo”.

Cada vez que leemos a Virginia Woolf descubrimos nuevas dimensiones de nosotros mismos, los ignotos seres humanos. Tras sus novelas aflora siempre una corriente de vida que fluye incontenible: "Yo utilizo a mis amigos más bien como lámparas: veo que ahí hay otro campo: con tu luz. Allí, una colina. Así ensancho mi paisaje,…".