Armas de destrucción nativa

Después de las muchas mentiras sobre las armas de destrucción masiva comprobamos que esas armas realmente van apareciendo, en forma de nativos que matan a los invasores, por razones casi tan absurdas como las de sus adversarios, en una guerra que como siempre pagan los más inocentes. Una vez más comprobamos que la muerte sólo llama a la muerte, y el incesante goteo de sangre humana resulta inaceptablemente doloroso.

Y cuando un científico honesto denuncia tanta falsedad ante una cadena independiente (¡gracias a una libre BBC y reconocimiento póstumo para David Kelly!), “le suicidan” en un civilizado condado de Oxford con una inhumanidad que condensa y certifica fehacientemente toda la presencia del mal por el mundo.

Nativos que mueren, y nativos que matan a jóvenes soldados norteamericanos a miles de kilómetros de su país. Más y más cadáveres de iraquíes y de estadounidenses como precio… ¿de qué? ¿Y todavía nos piden que nos sumemos a este descabellado sinsentido? ¿Qué perturbado ministro señala que hay que ir a defender algo matando lo menos posible? La ayuda humanitaria no se tramita con más soldados, sino con civiles desarmados. ¡No a la guerra que sigue matando en Irak, y no al envío de nuevas tropas de ocupación!

Galaxia naranja

Julio es un mes vacacional y a muchos, en tierras lejanas, se nos despierta la morriña de ikurriña. Entonces, desde cualquier lugar del planeta, basta sintonizar con el espectáculo mundial del Tour, y aparecen profusamente miles de ikurriñas teñidas del naranja de Euskaltel, junto con banderas blanquirrojas o blanquiazules.

Los Pirineos ya no separan Estados, sino que se inundan de vascos que hermanan pueblos. Si el día 23 además oímos euskera para retransmitir alguna victoria de Zubeldia o Mayo, ya sólo podremos pedir que la avalancha de civismo euskaldun desborde fronteras y muestre al mundo entero lo que es Euskadi: un pueblo pacífico y amante de su patrimonio lingüístico, cultural y deportivo. Un país que sabe sufrir y movilizarse, y que, desde su hermosa pequeñez, ha intuido que debe competir con los grandes y ser solidario con todos para preservar su identidad, propia de un pueblo milenario donde ya no queda casi nadie que piense que “una idea vale más que una sola vida”, porque los vascos ansiamos el compromiso, el trabajo bien hecho, el diálogo, la convivencia y nunca hemos temido la paz.

A los ciclistas de Euskaltel, como a tantos deportistas, ¡gracias por enseñarnos que Euskadi debe seguir pedaleando y no peleando!

Familias centrifugadas

¿Qué está pasando con la familia actual? Parece que aceptamos todos como inevitable que la familia de hoy se encuentre lo más dispersa posible por supuestas ventajas de la modernidad. Muchos conocidos te cuentan la misma historia: El niño estudiando inglés en un remoto campamento, la chica en el extranjero, el hijo mayor de veraneo con los abuelos por la cuadrilla, la madre de vacaciones adelantadas, el padre trabajando,… y el perro en un hotel de animales abandonados.

El mismo espacio del hogar se ha desperdigado. Antes estudiábamos con los libros sobre una simple tabla de madera, puesta entre los brazos de un sillón, o todos los hermanos en la misma mesa de la cocina, oyendo la misma emisora y con máximo provecho. Hoy día, cada nene o nena necesita “su” cuarto, con un equipamiento integral de oficina: dos mesas, una para el ordenador con red e Internet, sillón giratorio, sofá, biblioteca personal, equipo de música, televisión y vídeo, cama propia y supletoria para invitar a los amigos,… y todo para encerrarse y no estudiar casi nada. Los críticos días previos a los exámenes deben acudir a una biblioteca pública, con los amigos, para concentrarse. Las luces de lectura en la cabecera les sirven para estudiar a fondo… los catálogos de motos o la convocatoria del siguiente festejo. El equipo informática adquirido para conectase a la “sociedad de la información” se limita a consola de juego o de chateo, y para “bajar” música estruendosa, que constantemente atruena por los auriculares soldados a las orejas que les aísla del ruido familiar. Incluso se organizan los turnos de comida y cena, para no encontrarse y poder elegir cada miembro familiar su programa televisivo favorito.

Toda esta anorexia familiar surge y proviene de múltiples frentes públicos y privados, pero solamente como personas conscientes podremos superar esta grave anemia hogareña. No se sabe si fue antes la gallina o el huevo, la “sociedad desfamiliarizada” o la “familia desintegrada” que estamos aceptando y construyendo. Exigimos más plazas de guardería y más extensos programas escolares, para que los niños desde un mes de edad estén poco en casa; más mediatecas y cibertecas públicas para que los jóvenes se larguen de casa; ayudas para las mujeres trabajadoras para que las madres no aparezcan por casa; más plazas para jubilados en residencias o centros de día para que los jubilados no molesten en casa; más empleo juvenil para que los jóvenes escapen de casa; y más policía para vigilar las casas vacías. Si es así, ¿para qué pedimos nuevos pisos? ¿Moradas que son hogares sin fuego, ni hijos, ni padres, ni abuelos? ¿Viviendas sin vida?

La responsabilidad recae en nosotros los adultos, los padres y madres que podemos decidir el modelo de familia. Como se dice y es obvio, no hay niños ilegítimos; sólo padres ilegítimos. La tarea de elegir el modelo familiar no corresponde ni a los hijos, que sólo conocen el patrón que se les presenta, ni a los abuelos, que vivieron otros tipos de familias. ¿Conocen esos globos-salchicha de moda con los que juegan los niños, que se inflan, se sueltan y viajan por el cielo un buen rato hasta caer al suelo tras agotar su aire contenido? Parecen una imagen de algunas familias recientes. El crío juega con el globo-familia, que le entretiene fugazmente, y luego le defrauda. Esperemos que quizá, mientras sube y vuela, el globo-familia también llore al ver que se le escapa el niño. Otro día hablaremos de los padres descarriados, que sufren el “estrés de la paternidad”, y que demuestran realmente que sólo algunos progenitores dominan el arte de educar mal a los hijos. Basta del cinismo imperante que afirma que “la más feliz vida de familia es la de un viudo sin hijos” y de quienes defienden “las familias numerosas, en las que toda mujer debería tener al menos tres maridos”.

El Talmud dice que “la sociedad y la familia se parecen al arco de un palacio: quitas una piedra y todo se derrumba”, y para Baudelaire "la patria es la infancia". Hemos de recuperar una familia que siga siendo el deux ex machina de la humanidad, con formatos renovados sí, pero más familia que nunca. Los padres hemos de seguir contando nuestros sueños a los hijos, que son esponjas inagotables de tiempo paterno. La más antigua de todas las sociedades y la única natural es la familia. Sólo los padres auténticos saben lanzar a sus hijos al aire y recogerlos luego. Ésta es la mejor prueba de la paternidad. Un hijo genuino es el que puede presumir: “¡Nosotros también tenemos padre! ¿Qué creías, que éramos pobres?” Recordemos que con el dinero se puede edificar una mansión espléndida, pero nunca fundar una familia dichosa.