Hoy,
corresponde hablar de empresas y personas. O mejor, de personas
y empresas. Primero, las personas; segunda, las empresas. Porque quienes valen son las personas; y, a veces más, cuando se agrupan en empresas o para empresas conjuntas. Pero, otras veces, las personas sienten que sus empresas actúan
contra o la margen de las personas que las hacen posible, e incluso, contra las personas a quienes facturan sus productos o servicios. La innovación ineludible consiste en lograr que las personas
sienten como propias a sus empresas, tanto a aquellas en las que participan como trabajadores, colaboradores o accionistas, como a las otras a las que contribuyen consumiendo su labor. Las empresas
son dirigidas por personas, pero si quienes 'guían realmente' son muy pocos han un riesgo de
disociar personas y empresa. A menos que, en las decisiones de objetivos y de realización participe el conjunto de "activos" (personas que construyen la obra) y, aspecto clave, el conjunto de los "destinatarios" (personas que utilizan el producto). Sí, el nada novedoso concepto de prosumidores, porque todos somos -en mayor o menor medida- productores y consumidores de todas aquellas empresas con las que tengamos alguna relación. Pero, primer el aspecto de productor o consumidor, hay un factor que sintetiza la armonía máxima en esta
interrelación personas-empresas:
la comodidad mutua. Una
comodidad bien entendida y una palabra a recuperar, en el sentido de estima, de empatía, de pensar en el otro, de cortesía, de aprecio, de sentirse copartícipe en la aventura, en las metas, en la visión del porvenir. En definitiva, compartiendo creencias y sabiendo que el bien de la empresa supone el bien de sus promotores (productores y clientes). Como en
Aprendices, donde participamos porque -y sólo porque- estamos a gusto, cómodos. Así, las personas han de encontrar empresas con un entorno cálido donde aportar, donde vivir (gran parte de su tiempo), donde aprender, donde crecer, donde innovar, donde crear,...
Sólo si s
e genera un clima de confort, perfectamente compatible con (y garante de) la productividad, se habrá acertado con el punto exacto que optimiza el tipo de empresas perfectas (una construcción social)
que necesitamos y buscamos las personas. ¿Quieren una imagen de esta idea? Vean esos amables asientos de espera en una tienda de barrio donde charlan los parroquianos, o los sillones para un breve descanso de los trabajadores (como en la foto, por señalar el acolchado del sillón de trabajo)... Porque, para quienes no se hayan enterado, una empresa
atiende y responde a diversas demandas de las personas, y generalmente no las más obvias. Nuestro móvil es para definirnos, no sólo para hablar; nuestro pan diario, más que alimentarnos, nos trae buenos recuerdos; nuestro proveedor de banca, electricidad, telefonía,... son empresas con quienes queremos
avanzar juntos en un proyecto de futuro común. Personas, empresas, en ese orden, ¿nos ponemos cómodos para vivir y trabajar (en ese orden) mejor?
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