Los seres humanos, desde que son bebés, aprenden rápidamente. Entre lo que aprenden desde el primer momento hay algo relacionado con el propio aprendizaje: Identifican si aprender es algo gratificante o algo doloroso. Este meta-aprendizaje es esencial para su felicidad y para su futuro éxito escolar, profesional, personal y familiar.
Los progenitores suelen seguir las pautas que aprendizaje que gozaron o sufrieron en su propia infancia. Si les educaron con rigidez, con la obligación de hacer lo que su padre o madre querían, de modo inmediato, porque "lo digo yo",... es probable que transmitan esa penosa herencia a su prole. En esos casos, desde la infancia se asocia el aprendizaje como algo odioso, y puede que se abandonen los estudios o el aprendizaje tan pronto como desaparezca esa disciplina de obligado cumplimiento.
Lo recomendable es que, para familias y profesorado, se recuerde que el protagonismo y la prioridad corresponde al niño o niña, de modo que se busque su aprendizaje (absolutamente necesario en tantas y tantas materias), pero de un modo que resulte placentero, creativo, surgido de la propia voluntad (no de una ajena),... Algo que es muy fácil de lograr si no se tiene prisa, si los adultos no creen que los menores les "pertenecen" o deben están sometidos a su autoridad mal entendida.
En la infancia quienes mejor aprenden, y lo siguen haciendo durante toda la vida, son quienes no han tenido que llorar para aprender nada, nunca, en ninguna circunstancia. Ojalá algo tan esencial hubiese sido aprendido por toda una generación, para que se erradicase de la faz de la tierra esa innoble violencia que aún se ejerce innecesaria e infructuosamente bajo la excusa de educar autoritariamente (en casa o en la escuela).
Cada recién nacido debe caminar sobre los hombros de todos sus familiares y de sus profesores, degustando la delicia que es crecer y saber más y más cada día, y asociando el aprendizaje como la seña más significativa de vida y de felicidad.