Susan Sontag, icono intelectual del siglo XX, nos enseñó que la compasión debe ser aprendida y ejercida con pasión.
El pasado martes, 28 de diciembre de 2004, falleció en Nueva York la influyente escritora, intelectual y activista estadounidense Susan Sontag, tras una larga y titánica lucha contra el cáncer al que venció en varias ocasiones. Su polifacética personalidad creativa le había permitido cultivar con gran éxito el ensayo, la novela, el teatro y el cine. Su obra -traducida a 32 idiomas- cuenta con libros de ensayo reflexivo como "Contra la interpretación" o "La enfermedad como metáfora", o de narrativa como "El benefactor" y "Yo, etcétera".
Su personalidad trascendió el mundo literario, participando con un dinámico activismo en favor de los Derechos Humanos, destacando su compromiso crítico contra la política norteamericana e incluso contra la generalizada pasividad de mundo occidental. La voz firme de Sontag criticó todo lo que juzgó ignominioso desde la guerra del Vietnam, cuando publicó que "la raza blanca es el cáncer de la historia humana''. Ante el escándalo de las torturas en la prisión iraquí de Abu Ghraib no dudó en apuntar que "En Estados Unidos evitamos la palabra tortura, decimos abusos, humillaciones, pero la palabra justa, es tortura".
Sus invectivas alcanzaron a Fidel Castro o Sadam Hussein, y se alzó nítidamente en el conflicto de Irak, declarando una y otra vez su "desprecio" hacia el belicoso George W. Bush, al que había recriminado su política de aplicación de la pena de muerte, apodándole "asesino en serie de Texas". Proclamó que Bush "es muy estúpido, pero él no es la persona que hace la política, tiene gente que le rodea que es muy inteligente y que sabe exactamente lo que hace”. En cada rueda de prensa reiteraba: "¿Os dais cuenta de que Estados Unidos no quiere firmar acuerdos internacionales, ni medioambientales ni de nada, para no limitar su libertad?".
Su irreprochable postura ética de “compañera compasiva” le valió furiosas críticas de la prensa gubernamental en su país, pero ella siempre supo pagar el precio de la honestidad, como cuando arriesgó su vida viviendo casi tres años en la martirizada Sarajevo, donde puso en escena la hermética obra de Samuel Beckett “Esperando a Godot”, apoyando desde su condición de judía newyorkina la causa bosnia en medio del trágico conflicto centroeuropeo.
Quizá sea su libro 'Ante el dolor de los demás' (publicado en Alfaguara) el título que mejor refleja el posicionamiento de Sontag ante la vida y la realidad. Describe cómo se siente la ciudadanía acomodada de Europa y Norteamérica al presenciar por televisión el sufrimiento de los dos tercios de la Humanidad pobre y apartada, mediante lo que denominó "compasión mediática del sufrimiento visto desde la comodidad". Corroboraba que una de las cosas que necesitan ser excesivas para ser apenas suficientes es la compasión. Seguramente la edad nos ayudará a comprender a quienes no poseemos la inteligencia culta de Sontag, lo que Albert Camus señaló: “envejecer es pasar de la pasión a la compasión”.
El poeta australiano Adam Lindsay Gordon dictó una de las citas más contundentes de la poesía del siglo XIX: “La vida es, en su mayor parte, espuma y pompas de jabón; pero existen dos cosas que son sólidas como el mármol: la compasión ante la desgracia ajena y el valor ante la desgracia propia”. Quizá incluso se podría permutar el orden de ambos elementos. La compasión ha sido un tema eterno de la literatura moderna, desde León Tolstoi la definiera como una de las más hermosas facultades del alma humana, hasta Constancio C. Vigil que citaba cuatro son los caminos para llegar a Dios: la sabiduría, la justicia, la belleza y, el más seguro de todos, la compasión. En la actualidad se reivindica la empatía como superadora de la compasión y la solidaridad, con la premisa de que es mejor para todos contar con los demás. La empatía se fundamenta en una lógica de la abundancia y refuta la idea de que al repartir perdamos algo de lo nuestro; por el contrario, expresa que lo compartido se incrementa y que sólo cooperando podremos lograr nuestros objetivos más personales.
Susan Sontag supo transmitirnos lo que sienten las víctimas de la guerra, así como lo que podemos experimentar desde la distancia, tanto física como metafísica, cuando vemos las imágenes del sufrimiento ajeno en medio de este naciente siglo XXI que no abraza la paz. Sontag, con su medio siglo de firme insubordinación, concluyó que la compasión debe ser activa para generar rebeldía ante el militarismo, repudio de la anacrónica fuerza y fomento de la justicia humana desde la insoslayable responsabilidad individual de cada uno de nosotros.
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La matriz de Ralph Stacey
Preparando nuestra ponencia en ICOT 2015, nos vemos impelidos a repasar la matriz de Stacey, que se forma con un eje horizontal según el grado de certidumbre (del máximo al mínimo) y un eje vertical de acuerdo social (igualmente decreciente).
Lo que han sido valores seguros en el pasado, certezas y acuerdos sólo producen tomas de decisión muy simples, casi triviales, esperadas y esperables, casi innecesarias por obvias.
Pero los más graves problemas reales esperan y necesitan, si persisten sin solución, respuestas rupturistas tipo Susan Sontag ("Las únicas respuestas interesantes son aquellas que destruyen las preguntas").
La matriz de Ralph Stacey dibuja un escenario donde se pueden dibujar zonas muy diferentes, desde el vértice donde son plenos el acuerdo y la certeza. Inicialmente, lo más habitual es el "cuadrante simple" (zona azul del primer gráfico) de la gestión ordinaria y estable de efectos lineales (causa-efecto), que se enreda (zona complicada) a medida se requiere solventar aspectos políticos o sociales donde hay menos premisas pactadas (en verde) o donde se requieren riesgos mayores de conocimiento experto en temas donde causas y efectos no son visibles (color salmón, de la primera imagen).
La zona de complejidad (en color gris), la que nos impide caer en lo H. G. Wells decía: "La civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe". La innovación profunda, la disruptiva, nos incita a explorar estas procelosas aguas de la complejidad de lo líquido, de lo inexplorado,... pero sin llegar al vértice-vórtice de lo caótico.
Ha sido la matriz de Stacey una mención constante, por parte de Diego Soroa en TEDxNervionRiver y en Global Innovation Day, y en su preámbulo de la web de Wuzzin,...
Global Innovation Day 2015 #Global2015
Convencer, seducir o amedrentar
En las campañas electorales las candidaturas prefieren argumentar y persuadir, pero si todo falla recurren a atemorizar.
Nos tememos que las dos estrategias básicas para mover a la gente, son las mismas que para aguijonear a los burros: palo y zanahoria. Por ser justos, a las personas nos agrada más convencer y persuadir a nuestros congéneres con buenas razones y emociones, que obligarles a actuar por temor o miedo. Las campañas y motivos electorales recurren a complejos procedimientos y soluciones que combinan los argumentos para convencer, las sensaciones para cautivar y los recelos para amenazar. En definitiva se trata de atraer hacia lo propio, con argumentaciones y pasiones, al tiempo que se repele lo ajeno con inquietudes y sospechas.
La política puede ser una ciencia y debe ser un arte. Y, según Susan Sontag, el arte es seducción, no rapto. Los motivos positivos, los que atraen hacia una opción política, son siempre superiores a los alegatos negativos, que pretenden movilizar por la espantada de lo otro. Una ventaja obvia es que al huir de otro partido desacreditado, puede que los electores no acudan hacia el denunciante; mientras que una llamada de afinidad logra directamente que los votos caigan en el saco propio.
El mismo Ortega y Gasset advirtió: “Es penoso observar que desde hace muchos años, en el periódico, en el sermón y, en el mitin, se renuncia desde luego a convencer al infiel y se habla sólo al parroquiano ya convicto”. Siglos antes, Antoine Tournier señaló que “Los partidos discuten, no tanto para convencerse, como para decirse mutuamente cosas desagradables”. Décadas después, en pleno siglo XXI, todavía abundan los partidos políticos que abusan de la intimidación, introduciendo un exceso de escepticismo y desconfianza en el electorado.
Un buen indicador de la fortaleza de una candidatura política es medir el grado de afirmación de su programa, sopesar la valoración positiva que hace de su opción y evitar la confrontación o negación de sus alternativas partidistas. Miguel de Unamuno reconoció que “A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse; cuando creemos haberle dado una idea nueva, si la recibe, es que se la hemos sacado de las entrañas de su propio pensamiento, donde la tenía sin darse él mismo cuenta de ella”. El mismo William Shakespeare declaraba que “El amor no prospera en corazones que se amedrentan de las sombras”.
La verdadera gloria estriba en convencer, más que en vencer. Por eso, no se empieza a perseguir sino cuando se desespera de convencer. Algunos partidos, intuyendo que no pueden llegar a conquistar nuevas cotas de electorado, proclaman manifiestamente su impotencia apelando al “mensaje del miedo”, esto es, a señalar que los otros son peores que ellos. Es su perdición. Alejandro Dumas apuntó que “Es inútil combatir las opiniones ajenas; a veces se logra vencer en una discusión a otros, pero a convencerlos, jamás. Las opiniones son como los clavos: cuanto más se las golpea, más profundamente penetran”.
Elijamos partidos políticos que hablan de su programa, sin menospreciar o descalificar a los demás. La seducción es un reto a la inteligencia y a los sentidos. Prefiramos candidatos inteligentes que nos convenzan, que nos persuadan por sí mismos, no por repulsión de los demás. Optemos por la mejor de las candidaturas, no por aquellas que se presentan como la menos mala.
La opción óptima es la que no trata de imponerse a sus adversarios, ni siquiera de convencerles de que están instalados en el error, sino de unirse a ellos para buscar conjuntamente mediante el diálogo una verdad más elevada y compartida. Sólo así, bajo el liderazgo de los mejores líderes, lograremos la paz, la superación del conflicto vasco, la democracia, el bienestar y la justicia social que la ciudadanía de Euskadi se merece.
Nos tememos que las dos estrategias básicas para mover a la gente, son las mismas que para aguijonear a los burros: palo y zanahoria. Por ser justos, a las personas nos agrada más convencer y persuadir a nuestros congéneres con buenas razones y emociones, que obligarles a actuar por temor o miedo. Las campañas y motivos electorales recurren a complejos procedimientos y soluciones que combinan los argumentos para convencer, las sensaciones para cautivar y los recelos para amenazar. En definitiva se trata de atraer hacia lo propio, con argumentaciones y pasiones, al tiempo que se repele lo ajeno con inquietudes y sospechas.
La política puede ser una ciencia y debe ser un arte. Y, según Susan Sontag, el arte es seducción, no rapto. Los motivos positivos, los que atraen hacia una opción política, son siempre superiores a los alegatos negativos, que pretenden movilizar por la espantada de lo otro. Una ventaja obvia es que al huir de otro partido desacreditado, puede que los electores no acudan hacia el denunciante; mientras que una llamada de afinidad logra directamente que los votos caigan en el saco propio.
El mismo Ortega y Gasset advirtió: “Es penoso observar que desde hace muchos años, en el periódico, en el sermón y, en el mitin, se renuncia desde luego a convencer al infiel y se habla sólo al parroquiano ya convicto”. Siglos antes, Antoine Tournier señaló que “Los partidos discuten, no tanto para convencerse, como para decirse mutuamente cosas desagradables”. Décadas después, en pleno siglo XXI, todavía abundan los partidos políticos que abusan de la intimidación, introduciendo un exceso de escepticismo y desconfianza en el electorado.
Un buen indicador de la fortaleza de una candidatura política es medir el grado de afirmación de su programa, sopesar la valoración positiva que hace de su opción y evitar la confrontación o negación de sus alternativas partidistas. Miguel de Unamuno reconoció que “A un pueblo no se le convence sino de aquello de que quiere convencerse; cuando creemos haberle dado una idea nueva, si la recibe, es que se la hemos sacado de las entrañas de su propio pensamiento, donde la tenía sin darse él mismo cuenta de ella”. El mismo William Shakespeare declaraba que “El amor no prospera en corazones que se amedrentan de las sombras”.
La verdadera gloria estriba en convencer, más que en vencer. Por eso, no se empieza a perseguir sino cuando se desespera de convencer. Algunos partidos, intuyendo que no pueden llegar a conquistar nuevas cotas de electorado, proclaman manifiestamente su impotencia apelando al “mensaje del miedo”, esto es, a señalar que los otros son peores que ellos. Es su perdición. Alejandro Dumas apuntó que “Es inútil combatir las opiniones ajenas; a veces se logra vencer en una discusión a otros, pero a convencerlos, jamás. Las opiniones son como los clavos: cuanto más se las golpea, más profundamente penetran”.
Elijamos partidos políticos que hablan de su programa, sin menospreciar o descalificar a los demás. La seducción es un reto a la inteligencia y a los sentidos. Prefiramos candidatos inteligentes que nos convenzan, que nos persuadan por sí mismos, no por repulsión de los demás. Optemos por la mejor de las candidaturas, no por aquellas que se presentan como la menos mala.
La opción óptima es la que no trata de imponerse a sus adversarios, ni siquiera de convencerles de que están instalados en el error, sino de unirse a ellos para buscar conjuntamente mediante el diálogo una verdad más elevada y compartida. Sólo así, bajo el liderazgo de los mejores líderes, lograremos la paz, la superación del conflicto vasco, la democracia, el bienestar y la justicia social que la ciudadanía de Euskadi se merece.
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