Para proseguir el día, ya en otra escala acústica, pasaron todos los vendedores ambulantes: panaderos, meloneros, mieleros, afiladores, tapiceros,… tres o cuatro veces por si habíamos olvidado revestir algún sofá entre pasada y pasada. Por último, aparecieron los que no habíamos visto en todo el verano: los timadores a domicilio. La misma pareja joven, acompañada de un tercer miembro por si había que escabullirse en un santiamén. Llaman a los timbres con desparpajo, y al asomarnos les reconocimos. Les preguntamos que si era publicidad o ventas que no nos interesaba. Que no, respondieron. Bajamos y ya con ellos delante les anticipamos que nada de huerfanitos, animales protegidos, ni apoyo ecologista. Que no, repitieron. "Bueno, ¿de qué se trata esta vez [el timo, no añadimos]?" ¡Venimos de parte de la "ciudad de los muchachos"! "¡Ya era hora!", contestamos exaltados con prontitud. Se sobresaltaron un poco y más cuando dijimos: "Les esperábamos hace días. ¿Vienen a recoger los nuestros?, porque no sabemos qué hacer con ellos". Palidecieron y huyeron más presurosamente que si hubiesen topado con algún infrecuente policía municipal de servicio que insólitamente estuviese fuera del cómodo coche policial de paseo.
Estampas veraniegas
Para proseguir el día, ya en otra escala acústica, pasaron todos los vendedores ambulantes: panaderos, meloneros, mieleros, afiladores, tapiceros,… tres o cuatro veces por si habíamos olvidado revestir algún sofá entre pasada y pasada. Por último, aparecieron los que no habíamos visto en todo el verano: los timadores a domicilio. La misma pareja joven, acompañada de un tercer miembro por si había que escabullirse en un santiamén. Llaman a los timbres con desparpajo, y al asomarnos les reconocimos. Les preguntamos que si era publicidad o ventas que no nos interesaba. Que no, respondieron. Bajamos y ya con ellos delante les anticipamos que nada de huerfanitos, animales protegidos, ni apoyo ecologista. Que no, repitieron. "Bueno, ¿de qué se trata esta vez [el timo, no añadimos]?" ¡Venimos de parte de la "ciudad de los muchachos"! "¡Ya era hora!", contestamos exaltados con prontitud. Se sobresaltaron un poco y más cuando dijimos: "Les esperábamos hace días. ¿Vienen a recoger los nuestros?, porque no sabemos qué hacer con ellos". Palidecieron y huyeron más presurosamente que si hubiesen topado con algún infrecuente policía municipal de servicio que insólitamente estuviese fuera del cómodo coche policial de paseo.
Monumentos tumbados
[Homenaje a Luis Mari Guinea, hasta que recupere toda su vitalidad.]
El cielo de los recuerdos
Las emociones se expresan indirectamente y llegan a materializarse, a veces de modo solemne y comunitario en forma de pirámides o catedrales o, en otras ocasiones, de estilo más privado como un árbol o una sortija, que se cuida y transmite en la cadena de seres humanos que legan y allegan engrandeciendo el recuerdo de épocas pasadas, pero no olvidadas. Pero toda la inmensa fortuna acumulada de ternura, de pasión, de humanidad, de civilización, ¿dónde se alberga?
Los sentimientos también construyen elementos de cultura, muy valiosos que siempre podrán apreciarse y utilizarse como base de futuras vidas, especialmente a través de las lenguas, de las creencias o de las tradiciones. Hablar un idioma milenario hace que reverbere en el espacio infinito la vivencia de muchas generaciones de ancestros, lo que llega a conmover a un hablante sensitivo. Pero, ¿dónde se esconde el nirvana de todas las nostalgias?
Lo más humano que siempre florecerá es el amor, marcando los hitos de nuestra vida, balizando nuestro pasado, señalando nuestro presente y apuntando-apuntalando a nuestro futuro. La vivencia del cariño traza nuestra existencia en forma de recuerdos: la mano de nuestra madre llevándonos de paseo al parque y dándonos la merienda; caminar abrazados a los faldones de la gabardina de nuestro padre a salvo de cualquier contingencia; la compañía leal de nuestros hermanos y primos en cualquier circunstancia; la primera sonrisa pícara de una amiga; el primer amor; el primer beso; el primer “te quiero”; el cortejo, la boda, el primer embarazo; el nacimiento de cada hija y de cada hijo, sus primeras palabras y sus primeros pasos; la orfandad tras la muerte de nuestros padres, y no importa la edad que ya tengamos;… Todo este tesoro de afecto y alegría no se puede desvanecer, debe ir a algún refugio secreto donde reside lo mejor de nuestras vidas.
Todos sabemos que compartiendo sentimientos comunes con quienes convivimos, y especialmente con los más jóvenes (hijos, nietos, alumnos, amigos,…), transmitiremos este legado de amor que es exclusivo de los seres humanos. ¡Hablemos diariamente más de amor y de encuentro, y menos de discrepancias y alejamientos! En privado y en público, en casa y en el trabajo, en la calle y en la prensa. Muchos además creemos que este exorbitante patrimonio de fraternidad, cordialidad y simpatía habita en un mundo platónico que nos envuelve como el aire, y que puede presentirse muy íntima y trascendentemente cuando nos acercamos a los demás, cuando les miramos con aprecio, cuando les escuchamos con atención, cuando les damos la mano con amistad, cuando advertimos y sentimos quiénes son: nuestros hermanos y hermanas.
El tren de la vida
Todos vamos en el mismo convoy.
El 11M será recordado como la masacre de los trenes de la muerte. Nos urge una terapia colectiva que anule los perversos efectos de la violencia. Necesitamos una imagen que se superponga a los fotogramas del horror, no para olvidar pero sí para continuar con nuestra convivencia.
Busquemos la metáfora del “Tren de la vida”. Así se tituló una memorable película de Mihaileanu que narra las desventuras de los habitantes de una aldea judía centroeuropea, que, ante la proximidad de los nazis en 1941, deciden fabricar un tren similar a los utilizados por los alemanes... y autodeportarse. Pero no hacia un campo de concentración, sino primero a Rusia para llegar finalmente a Palestina. Algunos de los judíos se disfrazan como soldados y oficiales de las SS, adoptando sus modos hasta el punto de articularse una extraña comedia sobre la apocalíptica tragedia del Holocausto.
La mejor alegoría la existencia quizá sea la que compara la vida con un viaje en tren. Una aventura llena de embarques felices y desembarques dolorosos, con infortunios luctuosos y también con algunas sorpresas agradables en el camino. Cuando nacemos y subimos al tren, generalmente nos encontramos en un vagón con dos personas queridas que nos explicarán el sentido del camino: nuestros padres, que no siempre estarán con nosotros en este periplo. Lamentablemente, ellos se bajarán en alguna estación antes que nosotros para no volver a subir más, dejándonos huérfanos de su cariño irreemplazable. Pero nuestro viaje vital proseguirá; conoceremos otras interesantes personas durante la travesía, hermanos y familiares entrañables, colegas y amigos cordiales, amores e hijos maravillosos. Muchos de ellos sólo realizarán un corto paseo con nosotros, otros estarán siempre a nuestro lado compartiendo alegrías y tristezas, hasta que seamos nosotros quienes nos apeemos del tren.
En este tren también viajaran personas amables que deambularán de vagón en vagón para socorrer a quien lo necesite. Otros, quizá sean molestos acompañantes de viaje, que se aburran o molesten a los demás, pero ellos serán quienes peor travesía se lleven. Veremos subir a bordo a muchos en el tren, y otros muchos descenderán, dejándonos todos recuerdos imborrables. Algunos pasajeros a quienes más queramos quizá deban sentarse en otros vagones alejados. El viaje lo haremos juntos, pero separados de ellos, aunque tal vez podamos acercarnos a ellos en alguna oportunidad venciendo las dificultades.
El viaje estará lleno de esperas, llegadas, despedidas y partidas. Pletórico de sueños, fantasías, gozos y pesares. Sabemos que este tren sólo realiza un viaje, el de ida, y que jamás retorna hacia el pasado. Tratemos, entonces, de viajar de la mejor manera posible, intentando relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en cada uno lo que tengan de mejor, recordando siempre que necesitaremos nuestro mutuo apoyo en algún momento del viaje.
Dentro del convoy se desarrolla el drama de la humanidad. Gente de toda raza, que conversa o calla, que trabaja o dormita, que colabora o discute, que nace o muere. Gente que ama u odia, que acepta o reniega, incluso contra el mismo viaje. El tren circula impasible, transporta gentil y pacientemente a todos, sin distinguir entre amargados o comprometidos. Nadie puede evadirse, sólo se vive dentro del tren, donde podríamos ejercer plenamente la libertad y la fraternidad. Elijamos entre disfrutar o padecer colectivamente el tránsito, porque de cualquier modo el convoy seguirá avanzando raudo hacia nuestra definitiva parada.
El gran misterio de este veloz tren de la vida es que no sabemos en qué estación descenderemos: 2004, 2005,... En cada jornada se suben y bajan personas. ¿Quién subirá hoy? ¿Quién bajará? Cuando llegue nuestra parada, allí acabará el viaje para cada uno de nosotros. Confiemos que todos nos reunamos en una gran estación central algún día para reencontrarnos. Que esta parábola nos ayude a mejorar nuestra concordia en este efímero viaje, juntos todos en el único tren de la vida.
Menos es más
Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.
Fue un movimiento de reacción contra la cultura yuppie de los “workcoholics”, adictos al trabajo. La resurgida pintada del mayo del ‘68: “No consumáis, no trabajéis”, como respuesta a la estresada vida del trabajador contemporáneo, regida por lo que Max Weber definió como el espíritu protestante generador del capitalismo, según el cual para que Dios nos quiera y acepte en el cielo previamente hemos de demostrar el triunfo en la tierra. Dos autores, Vicki Robin y Joe Domínguez, aportaron su grano de arena en la lucha contra el consumismo con un libro-guía de título sugerente, “La bolsa o la vida”, best-seller durante años. Se convirtieron en portavoces de una forma de vida más sencilla, en busca de la frugalidad, renunciando a caprichos y, en su caso, proponiéndose literalmente vivir de las rentas. Con esta fórmula detectaron de cuánto se puede prescindir, en sueldo y horas de trabajo. Buscaron un equilibrio vital más satisfactorio, si bien la fórmula americana no es trasplantable a la mentalidad europea, donde lo laboral cumple funciones de autoafirmación y de contribución al desarrollo social.
Desde el empacho de la abundancia inventamos el “lujo” de prescindir, de vivir con modestia para pensar con grandeza. Renunciando a competitivos puestos de inacabable jornada laboral, para descubrir recónditas vocaciones idílicas de bajo rendimiento económico, pero alta gratificación personal. Incluso los hábitos más simples de alimentación cambian drásticamente, para ganancia de salud y tiempo. El giro nutricio pasa del rojo al verde, del sangrante filete de búfalo al verdor de la huerta ecológica, renunciando a la pesada dieta chamuscada de cancerígena barbacoa, rebozada en colesterol y endulzada con azúcares industriales. O la parquedad del hogar con espacios vacíos frente a la opulencia sobrecargada de cachivaches tan suntuosos como inútiles. La existencia relajante requiere silencios en estancias desiertas, como la arquitectura minimalista de Mies van der Rohe, para dar cabida a la vida humana.
El dinero no da la felicidad, decimos los pobres… y es verdad. Sólo tenemos una vida, que está sazonada de pequeñas alegrías. Nuestra existencia merece algo más que diez horas de trabajo, dos de atasco, una de engullir, otra para arreglarse (eso quienes tengan arreglo) y, con suerte, ocho de sueño, que suman veintidós horas diarias. Apenas restan 120 minutos de “vida” por jornada. El mandato se decanta hacia “vivir más con menos dinero”, cambiar nivel de vida por calidad de vida. En definitiva, la versión modernista del hombre feliz que no tenía camisa o de las comunidades fundadas sobre la pobreza.
Un consejo: Limpiemos nuestra vida de lo superfluo. Un método simple es la mudanza ficticia. Imaginamos que cambiamos de vivienda, y empaquetamos las pertenencias de un cuarto, dejando el aposento "lleno de aire, como vino al mundo". Entonces recuperamos sólo lo indispensable, desembarazándonos de lo sobrante. Es muy recomendable esta limpieza cada año. Librémonos de viejos papeles y trastos, que están obstruyendo nuestro ambiente.
Felices los que tienen tiempo para sonreír, o para ir a casa y jugar con sus hijos creciendo. Menos horas de trabajo significan más tiempo con la familia. Seamos como niños sorprendidos que se detienen para observar algo nuevo en cada paseo, sin prisas. Levantemos ligeramente el pie del acelerador de nuestra vida para oír música, leer por placer, meditar un poco, escuchar y acompañar a los demás. Vivir es un arte donde al final descubrimos un axioma: “Sufro lo que negué y lo que guardé, perdí. Tuve lo que gasté, pero siempre tendré lo que di”.
El extranjero ya no existe
El extranjero ya no es lo que era. Viajar se ha convertido en un paseo, más o menos largo, pero sin apenas sorpresas.
Hace años, al viajar al extranjero te encontrabas en tierra extraña. En el extranjero todo era exótico: las gentes vestían diferente, hablaban un mismo galimatías desconocido y todo era extravagante: las comidas, los coches, los productos, los servicios, las costumbres, las personas,... El extranjero era desigual, pero uniforme país a país: toda Francia era de un modo, toda Alemania era de otra forma,… Ahora hay muchas Italias, muchas Suizas,… y todas se parecen.
Hoy día al entrar en el aeropuerto de tu ciudad ves a la misma muchedumbre que transita en cualquier otro terminal del mundo. Se oye una mezcolanza de idiomas similar, proveniente de muchedumbres de todos los colores, razas, religiones y lenguas. La misma policía, todavía con uniformes levemente diferenciados, se agrupa en los aeropuertos, cargada con toda clase de quincalla armamentística y arcos de seguridad que pitan si es alta tu concentración de hierro,… en sangre. Sales a tu ciudad de destino, y ya estás como en casa: sometido a idénticas campañas navideñas (o estacionales), puedes comprar o comer en las mismas multinacionales, ver televisiones semejantes, telefonear desde tu móvil sin prefijos y acceder a un Internet planetario.
Aparte del idioma dominante, sólo algunos detalles advierten de que, quizá, estás en el extranjero. En algunos países todavía circulan al revés, en otros mantienen insólitas monedas o medidas, algunos enchufes peculiares, algún raro monolingüismo y los “souvenirs” específicos… producidos casi siempre en la misma fábrica de China. Sólo el Reino Unido, en un interminable proceso evolutivo desde la metrópoli imperial hacia la excentricidad postmoderna, acumula los signos de rareza, más como baza turística que como seña identitaria.
El mayor choque cultural se produce cuando regresas. Súbitamente comprendes que la gente más irreconocible en sus actitudes, comportamientos y accesorios son algunos de quienes viven en tu propia tierra. Definitivamente, el extranjero ya no existe,… al menos en Europa.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/extranjero.htm
Proyecto Amor
PROYECTO: ¿Por qué en una tan corta vida gestamos tantos proyectos? Por la noche y al amanecer, creamos proyectos; luego, a lo largo de la jornada, no realizamos sino rutina y tontería. Los proyectos que necesitan de mucho tiempo o muchos recursos para ser ejecutados no tienen éxito casi nunca. La vida en sí debe ser un proyecto factible, lo que ocurre es que no somos sus únicos arquitectos,... pero sí sus principales artífices.
Los perezosos, especialmente, solemos ser grandes proyectistas. Algunos vamos camino de la jubilación y, todavía, forjamos grandes proyectos. Nos decimos: “Voy a hacer esto, lo otro y lo de más allá. Y, en efecto, muy pronto iremos a parar al ‘Más allá’”. Pero antes de que eso ocurra, aún estamos a tiempo de programarnos un proyecto alcanzable, grandioso y gratificante.
AMOR: ¿Qué cuarto, qué casa, qué barrio, qué pueblo preferimos entre los millones que existen? ¿Por qué apreciamos a nuestras amistades por encima de todas las demás? ¿Por qué incluso llegamos a amar tanto esos pequeños objetos que atesoramos? ¿Qué tiene de especial esa concha marina que conservamos desde la niñez?
Nos sucede a todos. Extrañamente preferimos unos viejos zapatos, una prenda desgastada, nuestro humilde bonsái o el habitual paseo cotidiano frente a cualquier otra alternativa. A mí que no me quiten mi quebrantado sillón que tantas horas y veladas me ha soportado por otro más moderno. Sé que algún día me lo sustituirá mi esposa Carmen, pero será en mi ausencia y sin mi aquiescencia.
En cada persona, e incluso en cada objeto, amamos, en suma, lo que nosotros ponemos en él. Admiramos casi siempre por razones fundadas, pero generalmente amamos sin motivos inteligibles. Cuando amamos, el corazón es el que juzga principalmente. Sólo amamos de verdad, cuando aceptamos por lo que es a quien o a lo que amamos. Así se puede adorar una desvaída fotografía de nuestra madre, más que cualquier cuadro famoso y costoso.
PROYECTO AMOR: La polisemia de “proyecto”, nos ofrece una solución vital asequible y valiosa. Sumémonos al proyecto de decir “proyecto amor”. León Tolstoi dijo que “El único refugio contra la desesperación es proyectar el propio yo dentro del mundo”. Quizá así emulamos la descripción bíblica de que la Divinidad proyectó a la Humanidad como un remoto reflejo de su esencia.
Sólo odiamos, lo mismo que sólo amamos, lo que en algo, de algún modo, se nos parece; lo absolutamente contrario no nos merece ni amor ni odio, sólo indiferencia. El mundo se proyecta en nuestro yo, pero aún más el yo se proyecta hacia el mundo. La vida se vuelve gris sin amor. Jacques Brel cantaba que “Hay palabras negras y palabras blancas, y otras que vivimos cuando amamos o cuando sufrimos y que se vuelven de colores”.
Es fácil comprobar que todo funciona bien en la vida cuando realmente nos amamos, es decir, cuando nos aprobamos exactamente tal como somos. Aceptémonos a nosotros mismos y a los demás, tal como somos, lo que incluye una insaciable voluntad de mejora perpetua. Sólo vivimos en este mundo cuando lo amamos, aún en sus detalles más minúsculos. Únicamente es eternidad el tiempo en que perfeccionamos y amamos a quienes y a lo que tenemos cerca.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/amor.htm
Métodos caseros para adelgazar
1º Sistema del PESO: Este régimen es despiadadamente eficaz, sin fallo alguno, pero médicamente poco aconsejable, por lo que lo ha de seguirse únicamente para perder el primer kilo. Se trata de poner una báscula fiable a la puerta de la cocina. Para entrar a comer, es preciso que nuestro peso haya bajado; en caso contrario, media vuelta y a caminar. Sólo se puede beber toda el agua que se quiera. Así he conseguido bajar de 101 kilogramos a 100, y sólo han sido necesarios dos días, en los que únicamente he debido retrasar las dos comidas y una cena. Con este método se demuestra que existe verdadera voluntad de adelgazar, aceptando el sacrificio que supone, pero sólo es aplicable al primer kilo de reducción.
2º Sistema del CEPILLO DE DIENTES: Adicionalmente aplicamos un antiguo sistema que, además de higiénico, resultó apropiado en anteriores ocasiones de hace años. Se basa en la sana costumbre de limpiarse inmediatamente los dientes tras cada ingesta, por pequeña que sea. Tras la limpieza dental no se puede comer nada en un mínimo de 6 seis horas. Así, desde el desayuno hacia las 7:00, hay que esperar hasta las 13:00 para comer algo. Luego si se ha acabado la sobremesa hacia las dos del mediodía, sólo cabe una cena ligera a partir de las 20:00 horas. Este procedimiento elimina comer o picar entre horas y sólo permite tres tomas al día.
3º Sistema del AGUA o LECHE: Quedan suprimidas todas las bebidas alcohólicas, los cafés y los refrescos, pudiéndose beber solamente agua sin gas, así como un tazón de leche con la mitad de cacao para desayunar.
4º Sistema de COMER EN CASA: Se evitan al máximo las comidas y cenas fuera de casa, donde es más difícil mantener las normas establecidas. Se prohíben absolutamente toda clase de pinchos y banderillas entre horas, así como acudir a ninguna cafetería, excepto en caso obligado por las compañías para beber agua fría sin gas.
5º Sistema del EJERCICIO ACTIVADO: Se elimina el ascensor en todos los casos, tanto para subir como para bajar escaleras, y se dedica una hora diaria de paseo, de camino o regreso del trabajo (bajando una parada de metro antes) o por la tarde-noche con la familia. Se sugieren complementariamente algunos ejercicios matutinos, como colgarse en una barra para comprobar el peso propio (por cierto, me ha resultado imposible mantenerme más de 15 segundos en estas primeras jornadas, ya veremos los progresos…).
Con el primer método (ya abandonado) reduje un kilo, y con las cuatro siguientes fórmulas otro kilo en sólo cuatro días, hasta mi peso actual de 99 kilogramos. Incluyo una foto de mi escueto desayuno con leche entera y algunos copos dietéticos, que –con vuestro permiso- me he levantado a las cinco de la madrugada para comer porque –sinceramente- hoy me he despertado con un poco de hambre.
Artículo ilustrado en: http://www.geocities.com/de100a90/metodos.htm
Un día lluvioso en Bilbao
Un amigo en Twitter, Txetxu Garaio @Geugara, nos sugiere un mashup con la melodía de The Fountain de Clint Mansell.Sin demasiadas complicaciones, con dos clics se puede activar primero la música (disculpas por los segundos de ineludible publicidad) y, luego, expandir la presentación superior. ¡Gracias por la sugerencia a @Geugara!