Todo comenzó en uno de esos debates para practicar nuevas lenguas, suscitado por la profesora y alentado por los participantes.
A menudo los funcionarios, que diariamente bregamos con expedientes administrativos, presentamos actitudes demasiado pragmáticas que se atribuyen a mera deformación profesional. Recientemente, un colega, quizá por ser en su identidad tan prosaico como radical, se atrevió a decir que toda relación interpersonal, todo compromiso, debe ser “como un contrato”.
Muchos creemos que un contrato sólo es un pálido reflejo de un compromiso, necesario en determinadas ocasiones, pero en modo alguno de calibre similar. Un contrato aspira a la igualdad en la reciprocidad, se basa en el
quid pro quo, 'algo a cambio de algo'. Los contratos se negocian hasta llegar a un punto de acuerdo entre las demandas de las partes, buscando el equilibrio entre las aportaciones mutuas.
Sin embargo, los verdaderos compromisos suelen ser asimétricos. Más aún, los grandes compromisos vitales son profundamente desequilibrados entre las partes. El compromiso que los padres asumen con sus hijos no busca la reciprocidad, es incondicional y no busca el beneficio propio. Lo mismo sucede con los compromisos que, desde la libertad, asumimos. Sea su naturaleza religiosa, política, sindical, de amistad, de afición,… se aceptan desde la hipótesis de partida de que no será directamente recompensados, sino que es una donación de nuestro tiempo, de una parte de nuestra vida… Porque eso es vivir, donar y legar nuestro esfuerzo en causas que merecen la pena, como la familia, la amistad, la solidaridad, el bien común,…
La virtud convive entre nosotros, pero aún abunda la asepsia de compromisos, derivada de creencias débiles y convicciones sin firmeza. Demasiada indiferencia rellena de vana curiosidad y de cómodo relativismo, todo ello disfrazado como supuesto… realismo. Mas, si pervive alguna conciencia, ésta siempre exige compromiso. Y sentirse comprometido es el primer paso para cambiar y actuar. Un primer compromiso es no eludir la verdad, aunque ello obligue a revisar prejuicios e ideologías.
Una existencia no puede limitarse a ser una serie de contratos firmados y cumplidos. Una biografía ha de llenarse de compromisos, que se hacen grandiosos en la medida en que se aceptan riesgos. Ahí radica la dificultad de acertar, no aceptando más compromisos de los que se puedan cumplir, pero sin quedarnos remisos en nuestra propia potencial capacidad de aportación.