Los cuatro protocolos

Un sabio adagio popular dice: "En ciertas circunstancias, es mejor hacerse el muerto". Pero sin exagerar.

Se afirma frecuentemente que todo animal, frente a situaciones de peligro tiene solamente dos opciones, luchar o huir, olvidando una tercera respuesta posible: Hacerse el muerto. Muchas especies como los insectos y algunos vertebrados como los sapos, zorros y zarigüeyas, cuando se sienten amenazadas por un peligro grave y no tienen ninguna posibilidad de solución activa, sea ésta la fuga o el enfrentamiento, encuentran que la única reacción posible es hacerse el muerto, lo que permite ser ignorado por el atacante y sobrevivir.

Las respuestas fisiológicas que desencadenamos instintivamente los seres humanos son las mismas que desataban nuestros primitivos antepasados. Pero, a lo largo de la historia de la humanidad, se ha desarrollado un cuarto protocolo: Dialogar y negociar para pactar un acuerdo que evite la victoria de uno sobre otro, lo que sólo aseguraría demorar futuras peleas de revancha del perdedor.

La cuádrupla opción humana huida- lucha- hacerse el muerto- diálogo debería ser analizada en toda ocasión. Seguramente la acción más habitual y acertada sea el escape, previendo y evitando situaciones conflictivas. También es frecuente, aunque no siempre consciente, la reacción de inmovilidad y mimetismo con el entorno para tratar de pasar inadvertidos. Esta estrategia, que ejemplifican a la perfección las ratas almizcleras marsupiales, la adoptamos muchos que preferimos un perfil público bajo para ser actores secundarios en historias anónimas. "Hacerse el muerto" es una vieja treta vital muy practicada en situaciones desesperadas por las zarigüeyas y que los homínidos aprendimos quizá flotando “a lo muerto” en el agua o en las cruentas batallas aparentando ser ya cadáveres.

La táctica defensiva de “hacerse el muerto” no debe ser exagerada hasta el punto de hurtase el gozo de vivir, sólo para no afrontar el dolor de una existencia real plagada de dichas que se alternan con desventuras. Sin abusar demasiado de “hacernos el vivo” y de “cargar con el muerto” a otros, huyamos de la actitud de mantenernos “más muertos que vivos”, aunque estemos "muertos de frío, hambre y de sed” y no tengamos siquiera “dónde caernos muertos”.

Recordemos que siempre podemos perseverar y dialogar, si mantenemos un animoso optimismo. No existirán “horas muertas”, si dejamos “el punto muerto” y engranamos las velocidades de una vitalidad decidida compartiendo nuestras tristezas y alegrías. Así pronto experimentaremos ocasiones risueñas e incluso algunas de estar “muertos de risa”.

Anónimos acólitos

El anonimato nos convierte a todos en afónicos, atónitos y agónicos seres que sólo recuperamos la humanidad con nuestro nombre propio.

El anonimato es una prueba determinante que mide el carácter verdadero de las personas. Cuando nos sentimos seres sin rostro ni nombre, resulta más fácil comportarnos como nunca lo haríamos entre nuestros conocidos. Ocultos al volante de un coche podemos actuar como salvajes o podemos contestar intempestivamente tras un teléfono cuando recibimos una llamada equivocada. La grandeza de un corazón se aprecia realmente cuando siempre, aún desde el completo anonimato, actúa educada y generosamente.

A casi todos nosotros, el sentirnos reconocidos y perfectamente identificables, nos aporta altas dosis de juicio y responsabilidad. No se trata únicamente de poder rehuir la culpa o el castigo, sino que el mantenimiento de nuestro buen nombre personal y familiar nos impone unos patrones de conducta irreprochablemente éticos e intachablemente ejemplares.

Los uniformes, por el contrario, pueden coadyuvar a sepultar o diluir la individualidad y la consiguiente responsabilidad personal. Una guerrera, una placa o una bata, si no se acompañan de una identificación fácilmente recordable pueden ser el preludio de un trato impersonal, ejercido desde la supuesta superioridad de quien autoritariamente no se identifica ante aquel a quien debe servir.

Las instituciones y los poderes públicos harían bien en identificar nominalmente a todas las autoridades y agentes que tratan con la ciudadanía, desde los funcionarios civiles hasta los policías, desde cada educador hasta cada sanitario, desde cada barrendero hasta cada concejal. Las empresas igualmente se asegurarían una mejor relación con los clientes y proveedores, si cada empleado portase una identificación, desde los camareros hasta los jefes de ventas.

Toda la convivencia experimentaría una profunda mejoría si llevásemos prendida a nuestra chaqueta una etiqueta con nuestro nombre y apellido. Incluso los hábitos de conducción mejorarían sustancialmente si los conductores llevasen su nombre impreso en las matrículas de los vehículos. Llevar el apellido expuesto a la vista de los demás contribuye a un reconocimiento más directo y eficaz de nuestras acciones, promoviendo actuaciones sensatas, voluntariosas y amables de esas buenas personas que somos cuando actuamos a cara descubierta y en nombre propio.

Estatuto disecado

Algunos prefieren un estático Estatuto de Gernika marchito antes que adaptarlo a los deseos ciudadanos.

La reciente polémica sobre la celebración del vigésimo quinto aniversario del Estatuto Vasco, recuerda aquel antiguo chiste de un veterinario que también era taxidermista. En su consulta mantenía un letrero donde se leía: “De una u otra forma, le devolveremos su mascota”.

El Estatuto de Gernika cumple el 25 de octubre su primer cuarto de siglo, tras su reiterado incumplimiento por parte de los sucesivos gobiernos de UCD, PSOE y de PP. Una vida de 25 años, en una norma reguladora del actual marco jurídico-político de la Comunidad Autónoma Vasca bien merece una revisión de su vigencia en un nuevo escenario europeo y mundial. Especialmente porque nació en la procelosa época de la Transición tras una larga dictadura de Franco y con “poderes fácticos militares” muy reales como se demostró el 23-F de 1981.
Aquel compromiso de base, que se pactó en "una situación de graves emergencias en todos los órdenes" y para "evitar un riesgo de involución", fue interpretado tras la intentona golpista de forma de “forma muy restrictiva" por todos los poderes centralistas del Estado. Incluso tras cumplirse dos décadas y media sigue aún sin alcanzarse la transferencia de importantes competencias previstas.

No sorprende que quienes votaron en contra como el PP (entonces Alianza Popular) y otros como el PSOE que no lo han cumplido, desean su momificación como una reliquia que detenga el paso del tiempo. Afortunadamente, desde la presente Legislatura, el Lehendakari vasco lidera una propuesta de “Nuevo Estatuto Político de Euskadi” desde un gobierno tripartito con muy favorables expectativas electorales. Tras un extenso debate parlamentario y social, que dura ya más de dos años, esta propuesta conocida públicamente como “Plan Ibarretxe” está destinada a ser planteada como clave plebiscitaria en la próxima convocatoria autonómica de la primavera de 2005.

Afortunadamente somos mayoría quienes en la sociedad vasca preferimos adaptarnos dinámica y demócratamente a un mundo en evolución, donde se respeten todos los derechos humanos individuales y colectivos, donde se alcance la pacificación y normalización política, y donde la naturaleza no se diseque sino que se admire cuando vive en plena libertad.

Los libros son espejos: mirándonos en ellos, descubrimos quiénes somos


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“La sabiduría no está en los hombres canos, sino en los libros viejos” Fray Antonio de Guervara

“Los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Blaise Pascal

“Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento” John Ruskin

“Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance” Ernest Hemingway

“Todo el mundo conocido, excepto sólo los países salvajes, está gobernado por los libros” François - Marie Arouet
Voltaire

“Es supersticiosa y vana la costumbre de buscar sentido en los libros, equiparable a buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de las manos” Jorge Luis Borges