Hoy, domingo uno de septiembre de 2013,
Carmen y quien suscribe hemos salido a pasear con nuestro
nieto, ya bien entrada la tarde. Teníamos una deuda, que el pequeño
Julen de tres años y medio
nos ha recordado, de comprar un tridente como el de Neptuno. Todo por la historia que le contamos junto al
Monumento a Churruca de la victoria del Titán de Bilbao sobre el Rey de los Mares (según la alegoría que conmemora la canalización de la ría de Bilbao).
Para comprar a esas horas un juguete así, de plástico, sólo había la opción de acudir a una "tienda de chinos". El encargado, junto a la entrada, no entendía "tridente", pero un pequeño descendiente suyo de 7-8 años enseguida nos condujo a la sección de disfraces. El primer tridente, seguramente destinado a parecer venido de los infiernos con algún demonio, no nos convenció, pero sí una segunda opción más pequeña propia como un juguete.
El niño de origen chino (pero seguramente nacido aquí), tras cumplir su prematura misión de cicerone del bazar, prosiguió la tarea que estaba haciendo,
sentado en el suelo y sobre una caja de cartón a modo de mesa escribiendo en chino mandarín el alfabeto según unas notas de guía. Pocos escolares nuestros, todavía en calendario vacacional y en una tarde-noche de domingo, estarían repasando un alfabeto que parecía tan complejo, en unas hojas escritas a lápiz y repetidas en renglones sucesivos.
La trascendencia que le otorga a la familia, a la educación y al trabajo la
cultura china son dignas de reconocimiento y emulación. Con todo y como nos recuerda un sabio proverbio chino, "la educación es más importante para la persona que el nacimiento".