– A los 18 años, uno se preocupa por lo que los demás piensan de uno.
– A los 40 años, a uno le da igual lo que los demás piensen de uno.
– A los 60 años, uno se da cuenta que nadie nunca ha pensado en uno.
... Corolario...
– A los 65 años a uno le asombra la cantidad de tonterías que se escuchan a lo largo de la vida, quizá como lo anterior. Especialmente influyentes son las opiniones que provienen de tu propio cerebro condicionado por tu contexto e historial o de aquellas personas a quienes has otorgado tu confianza (gurús incluidos).
Post en borrador desde el 18/4/17. Recuperado en un domingo.
Vale la pena dedicar casi dos horas para escuchar a Nuccio Ordine.
En este vídeo el profesor de literatura italiana Nuccio Ordine, reivindica la construcción de una sociedad mejor a través de valores humanistas. Sostiene que “disciplinas como la música, la literatura, el arte, hoy en día se consideran inútiles porque no producen ganancias, y son el conocimiento que más necesitamos, porque pueden hacer a la humanidad más humana”. Su mensaje transgresor es que la educación debe formar herejes en su sentido etimológico (proviene del latín haeretĭcus, que a su vez procede del griego αἱρετικός -hairetikós-, que significa 'libre de elegir', de modo que un hereje es una persona que asume la posibilidad de elegir libremente seguir un dogma diferente del que le es impuesto).
Ordine reflexiona sobre las grandes transformaciones de la escuela, de la investigación científica y de la sociedad. Considera que la enseñanza y la educación “constituyen una forma de resistencia a las leyes del mercado, a la mercantilización de nuestras vidas y al temible pensamiento único”. El escritor italiano nos invita a hacer un viaje a los problemas del presente a través de la literatura clásica.
Nuccio Ordine es profesor en la Universidad de Calabria. Este escritor, filósofo y humanista es uno de los mayores expertos en el Renacimiento y en el pensamiento de Giordano Bruno y cree que los clásicos son la mejor escuela para la vida. Su libro superventas “La utilidad de lo inútil”, es un manifiesto humanista que ha sido traducido a más de veinte idiomas y obtuvo la consideración de Mejor Libro Humanista del año 2017.
Aquí discrepo algo en no valorar debidamente lo virtual.
“Ninguna plataforma digital puede cambiar la vida de un estudiante, solo los buenos profesores pueden hacerlo”, sostiene el filósofo Nuccio Ordineen este segundo vídeo. Para el humanista italiano, es fundamental no perder de vista la importancia de las relaciones humanas en este contexto, y saber distinguir la emergencia de la normalidad: “¿Cómo podré leer un texto clásico sin mirar a los ojos a mis estudiantes, sin reconocer en sus rostros los gestos de desaprobación o de complicidad?” Y añade: “Estamos olvidando que sin la vida comunitaria, sin los rituales que regulan los encuentros entre profesores y alumnos en las aulas no puede haber ni transmisión del saber, ni formación auténtica”.
Nuccio Ordine reivindica la construcción de una sociedad mejor a través de valores humanistas. Cuando era niño, en su pueblo no había escuela y en su casa no había libros. Sus padres no llegaron al instituto, pero él ha logrado convertirse en un referente mundial sobre literatura clásica.
Lo rescatamos este año 2020, en el que hemos apreciado esos gestos cotidianos que tanto hemos echado en falta por la pandemia. Estos anuncios pueden verse en vídeos desde 2017. Antes, en 2016 era el secreto de la amistad.
Los asistentes virtuales llevan años en nuestros hogares. Según se abaratan y van "aprendiendo" más idiomas se van popularizando. Existen dos empresas que destacan en esta área: Alexa Amazon Echo vs Google Home (Nest). Además también hay asistentes vocales en casi todos los sistema operativos y móviles también cuentan con estos asistentes virtuales, como Cortana de Microsoft o Siri de Apple (o HomePod).
Hace años contamos con algunos de los más accesibles equipos de Alexa Amazon y de Google Home. En algunos días de oferta o de compra conjunta costaron del orden de 20€ (el Amazon Echo Flex, por 15 €), algo más caro el Google Home Mini. Por 30 euros es fácil encontrarlos en la actualidad.
Los altavoces inteligentes son sistemas de software que ayudan a realizar y automatizar tareas, con la mirada puesta especialmente en las del hogar. Se trata de plataformas de inteligencia artificial que funcionan a través de voz, facilitando todavía las tareas cotidianas, siempre que se cuenten con enchufes o bombillas inteligentes (ya prácticamente a precios parecidos a dispositivos tontos).
Tareas como encender electrodomésticos desde lejos, informarte de la temperatura exterior, calcular el tráfico de tu zona, poner música de forma automática o pedir comida a restaurantes, son algunas de las muchas que esta tecnología te simplifica. Pero, sobre todo, los asistentes virtuales te permiten ahorrar tiempo y esfuerzo.
Cada vez más empresas del mundo de la tecnología ven en los asistentes virtuales una oportunidad de crecimiento, porque el futuro se encuentra en ellos.
El gigante Amazon desarrolló su propio asistente virtual en el 2014, para competir contra Google o Apple, pioneros en la asistencia tecnológica. Aunque al principio Alexa solo era compatible con los antiguos altavoces inteligentes Echo de Amazon, poco a poco fue abriéndose mercado y ahora una gran mayoría de los dispositivos digitales llevan incorporados el asistente.
Ha crecido tanto y es compatible con tantos dispositivos que llegó a cerrar un acuerdo con Microsoft, para que sus softwares bebieran uno del otro.
Por su parte, Google Home, que basa su tecnología en la inteligencia artificial de Google Assistant, nació en 2016 con el mismo objetivo que los amplificadores Echo, y poco a poco también ha crecido hasta facilitarnos tareas como crear una lista de la compra o añadir y gestionar recordatorios.
Como hemos señalado en el título, ambos tienen una forma de funcionar muy similar. Para hacer uso de esta tecnología, hay que seguir varios pasos. En primer lugar, es imprescindible disponer de conexión WiFi y tener descargada en un dispositivo móvil la respectiva app (en el caso de Google Home, la app se llama Google Assistant y la de Alexa se llama como tal).
Otro punto en el que coinciden es que para iniciar la conversación hay que apelar directamente al dispositivo y este se pondrá “a la escucha”. En el caso del software de Amazon, solo hay que decir con claridad “Alexa”. Y para activar Google Assistant en Google Home, basta con pronunciar “Ok, Google”, menos "personal" que llamar por un nombre propio.
Si eres usuario habitual de Google, todo lo tienes con esta empresa americana (el correo, el calendario, si utilizas Google Maps, los contactos…) y no sueles comprar a través de Amazon, es mucho más eficaz y recomendable que te compres un Google Home, en cualquiera de sus tamaños.
Y si por el contrario le das mucho uso a Amazon y tienes contratados servicios con esta gigante, no dudes en optar por uno de sus modelos. Además, comprar a través de este asistente es mucho más sencillo porque en Amazon están guardados tus datos bancarios. Es decir, si el uso que le quieres dar a esta tecnología tiene que ver con la compra, te recomendamos que elijas alguno de los dispositivos que lleven instalados el asistente inteligente Alexa.
Conclusión: Nos decidimos por recurrir a AMBAS soluciones, y en más de una habitación (muy útil el invisible Amazon Echo Flexen cualquier enchufe oculto). Usamos más Alexa que Google Home. Porque es más fácil y breve decir su frase de activación, su voz y el sonido es más agradable y envolvente, es algo más económica y entiende mejor el español en las versiones que usamos.
El Misterio de Roseto es la historia de cómo descubrieron un lugar en Pensilvania y su secreto comunitario de longevidad, porque allí la gente solamente se moría por ser muy vieja, de pura ancianidad. El origen de los fundadores de este municipio estadounidense se encuentra en Italia.
Roseto Valfortore se encuentra al pie de los Apeninos, en
la provincia italiana de la Foggia, a unos 160 kilómetros al
sureste de Roma. Como villa medieval que es, está organizada alrededor de su plaza mayor. Durante siglos, los paesani de Roseto trabajaron en las
canteras de mármol de las colinas circundantes, o cultivaron los campos en terraza del valle, caminando unos ocho
kilómetros montaña abajo por la mañana y haciendo el
viaje de vuelta monte arriba por la tarde. Era una vida
dura. La gente era en su mayor parte analfabeta y desesperadamente pobre. Nadie albergó demasiadas esperanzas de mejora económica hasta que a finales del siglo XIX llegaron a Roseto nuevas de una tierra de promisión al
otro lado del océano.
En enero de 1882, un grupo de once rosetinos —diez
hombres y un muchacho— se embarcaron para Nueva
York. En su primera noche en América durmieron sobre el
suelo de una taberna de la calle Mulberry, en Little Italy
(Manhattan). De allí se aventuraron al oeste, y acabaron
por encontrar trabajo en una cantera de pizarra 144 kilómetros al oeste de la ciudad, cerca de la localidad de Bangor
(Pensilvania).
Al año siguiente, fueron quince los rosetinos
que viajaron de Italia a América, y varios miembros de aquel
grupo terminaron también en Bangor para unirse a sus
compatriotas en la cantera de pizarra. Aquellos inmigrantes, a su vez, propagaron por Roseto la promesa del Nuevo
Mundo; y pronto otro grupo hizo las maletas y se dirigió a
Pensilvania, hasta que la corriente inicial de inmigrantes se
convirtió en inundación. Sólo en 1894, unos mil doscientos rosetinos solicitaron pasaportes para América, y dejaron así abandonadas calles enteras de su pueblo.
Los rosetinos comenzaron a comprar tierra de una ladera rocosa unida a Bangor por un escarpado camino de
carretas. Levantaron casas de dos pisos estrechamente arracimadas, y construyeron una iglesia y la
llamaron Nuestra Señora del Monte Carmelo. Al principio, bautizaron su pueblo Nueva Italia; pero pronto lecambiaron el nombre por el de Roseto, pues les pareció
muy propio, dado que casi todos procedían de aquel pueblo italiano.
Los rosetinos comenzaron a criar cerdos en sus patios traseros y a cultivar uvas con que hacer su vino cosechero.
Construyeron escuelas, un parque, un convento y un cementerio. Abrieron tiendas, panaderías, restaurantes y bares a lo largo de la avenida de Garibaldi. Aparecieron más
de una docena de telares donde se fabricaban blusas para
el comercio textil. La vecina Bangor era mayoritariamente galesa e inglesa, y la siguiente ciudad más próxima era
abrumadoramente alemana, lo cual —dadas las tormentosas relaciones entre ingleses, alemanes e italianos en
aquellos años— significaba que Roseto sería estrictamente para los rosetinos.
Quien hubiera recorrido las calles
de Roseto (Pensilvania) en los primeros decenios del siglo
pasado, no habría oído hablar sino italiano, y no un italiano
cualquiera, sino justo el dialecto sureño de la Foggia que se
hablaba en el Roseto de Italia. El Roseto de Pensilvania era
un mundo propio autosuficiente en su pequeñez, casi desconocido para la sociedad que lo rodeaba; y bien podría haber permanecido así, de no haber sido por un hombre llamado Stewart Wolf, un pionero de la medicina psicosomática.
Wolf era médico y advirtió que rara vez
había tenido algún paciente de Roseto menor de sesenta y
cinco años hubiese tenido problemas cardiacos.
Wolf se quedó muy sorprendido. A finales de la década
de 1950, antes de que se conocieran los fármacos para reducir el colesterol y otras medidas agresivas para prevenir
afecciones cardiacas, los infartos eran una epidemia en
Estados Unidos. Eran la principal causa de muerte entre
los varones menores de sesenta y cinco años.
Contando con la colaboración del sociólogo John Bruhn, ambos descubrieron algo que resultó ser vital en el esclarecimiento del Misterio de Roseto. Observaron que los rosetianos habían construido una comunidad muy cohesionada. Todos se ayudaban mutuamente; en una población de apenas dos mil habitantes había veintidós organizaciones cívicas. Las casas donde convivían tres generaciones eran inusualmente frecuentes.
Roseto potenciaba sobremanera el igualitarismo y los más afortunados ayudaban a los más desfavorecidos. En definitiva, el sentimiento de comunidad era extremadamente extraordinario para una comunidad afincada en un país donde se primaba sobremanera el individualismo. Tenían un sentimiento de la familiaridad entre ellos. No había soledad.
Hoy día entendemos lo que es la "salud comunitaria" y cómo los rosetianos evitaban la soledad, causante del estrés; el gran mal de los países desarrollados. El estrés aumenta en nuestro cuerpo la hormona llamada cortisol. El cortisol es producido por la glándula suprarrenal y prepara el organismo para momentos puntuales en los que tenemos que acelerar nuestra actividad metabólica en respuesta a condicionantes externos. Pero la exposición constante de los tejidos al cortisol provoca el incremento de la presión arterial y la depresión del sistema inmune que termina desembocando en enfermedades cardiovasculares.
Los rosetianos nos brindaron un bonito experimento con el cual demostraron la naturaleza grupal del ser humano, enseñando que el Homo sapiens es un animal social en contra de las tendencias individualistas que se imponen en los países desarrollados.
En resumen: Los rosetinos estaban sanos por ser de donde eran y por estar rodeados de quienes estaban rodeados. Habían creado su propio mundo, donde el poder del clan de arropamiento y el concepto de felicidad era distinto al concepto de felicidad que existía una vez salías de Roseto. Si quieres cumplir muchos años, elige vivir entre gente que quieres y que te quieren,...
Giorgio Rosa no hablaba ni una palabra de esperanto, pero asesorado por un esperantista boloñés, el padre franciscano Albino Ciccanti, optó por esa formalidad para darle cierto aire solemne a la gran ocurrencia de su vida, que reivindicó hasta su muerte en 2017, a los 92 años. Ese es el primer chiste de esta historia casi inverosímil donde la realidad superó a la ficción. Puso nervioso al gobierno italiano de entonces (1968 fue uno de los años más agitados del siglo XX en el mundo) y hasta comprometió a organismos internacionales.
Apenas 55 días después de la declaración de independencia, el Gobierno Italiano envió fuerzas policiales para tomar el control de la isla. Meses después la destruyeron, el 11 de febrero de 1969, utilizando explosivos (la libre versión cinematográfica adopta otra forma dramatizada de destrucción más épica y con los protagonistas como defensores primero y luego como simples testigos).
El ingeniero boloñés Giorgio Rosa empezó en 1958 con la idea de montar una plataforma artificial en aguas abiertas e internacionales del agitado Mar Adriático, fuera de la jurisdicción territorial italiana (a más de las seis millas náuticas) y proclamar en ese lugar un estado independiente. Puso en marcha la insólita obra en 1965 y, tras varios intentos fallidos, concretó su sueño en mayo de 1968. Bautizó esa superficie de 400 metros cuadrados como Repubblica Esperantista dell'Isola delle Rose. Incluso era autosuficiente en agua potable, gracias a un pozo excavado a casi 300 metros de profundidad.
Film disponible en Netflix desde el 9-12-20. La increíble historia de la Isla de las Rosas 2020). Dirección: Sydney Sibilia. Guión: Francesca Manieri, Sydney Sibilia. Fotografíía: Valerio Azzali. Música: Michele Braga. Edición: Gianni Vezzosi. Elenco: Elio Germano, Matilda De Angelis, Leonardo Lidi, Tom Wlaschiha, Fabrizio Bentivoglio, Luca Zingaretti, Francois Cluzet. Duración: 117 minutos. Recomendable verla y estudiar qué sucedió realmente.
El gran mérito de esta película fue haber incorporado un episodio que resulta increíble por donde se lo mire en la más feliz tradición de la comedia a la italiana. Aquí el homenaje no se nota, porque surge de los pequeños grandes detalles de una historia extraordinaria (al plantearse como algo fuera de lo común) y no en ciertos aspectos convertidos muchas veces en centrales, como la vulgaridad y la exageración, cuando en realidad deberían funcionar siempre como accesorios.
Aquí, en cambio, todo está equilibrado y el resultado es divertidísimo. La risueña y sagaz observación de costumbres, la conciencia plena del tiempo en el que transcurre la acción, la trama romántica paralela llena de peripecias, el modo en el que siempre quedan descolocadas las autoridades y la presencia central de ese personaje clásico que mezcla audacia, desparpajo y toques genuinos de humanidad.
A todo eso se agrega, en la segunda parte, una formidable pintura satírica de la grotesca política italiana de aquellos años '60, digna de cualquier gran historia de comedia, en la que brillan Luca Zingaretti (el protagonista de la serie televisiva sobre el Comisario Montalbano) y el extraordinario Fabrizio Bentivoglio, interpretando a un ministro todoterreno.
Con esa combinación bien italiana que va del desconcierto a la ternura y de la osadía y al "¿qué me importa?" en todas sus formas, Elio Germano traza un retrato inolvidable de un hombre dispuesto a llevar su idea hasta las últimas consecuencias. Un gran ingeniero a falta de un tiempo histórico acorde a su talento y su creatividad.
En resumen: Amena película y aún más apasionante la historia real.