Homenaje a un elemento mágico que, a pesar de su sencillez, puede transformar el mundo reuniendo a las familias.
¿Qué hace falta para crear y mantener una familia? Mucho amor y pocas cosas. Basta cruzar los proyectos de futuro de una pareja y mantener la voluntad común de vivir juntos, criando y educando a los hijos en un hogar manteniendo una feliz unidad familiar.
Vivimos épocas materialistas en los que nos imponemos demasiadas condiciones previas antes de casarnos o tener familia. Parece que son obligatorios buenos sueldos estables, grandes casas totalmente equipadas y vehículos lujosos antes de que llegue el momento de ser padres. Incluso con todo ello, algunos siguen creyendo que lo principal es dedicar todo su tiempo a ganar mucho dinero para que no falten capricho alguno a los hijos, suponiendo que con ello se les garantiza una vida dichosa desde su nacimiento y que se les prepara para el futuro.
Sinceramente muchos creemos que una casa bien equipada sólo necesita para convertirse en un verdadero hogar mucho cariño y un mobiliario básico. Quizá el mueble esencial sea la mesa donde la familia se junta, come y dialoga, especialmente mientras los descendientes crecen. Para construir una invulnerable familia basta una mesa que, aunque no sea de roble, agrupe diariamente a toda la familia para alimentarse con comida material y espiritual.
Alrededor de la mesa familiar se produce la transmisión de valores entre padres e hijos. Allí se celebran fiestas, se dialoga, se argumenta, se aprende, se reprende y se disfruta del tesoro del apoyo familiar en miles de desayunos, comidas, meriendas y cenas. Todos reunidos, escuchando y hablando por turnos de lo ocurrido en cada jornada, los niños se preparan con historias, ideas y valores compartidos antes de adentrarse en los diversos escenarios del mundo exterior.
Todos deben contar sus experiencias y comunicar sus alegrías y sus problemas. En la mesa y en la sobremesa se buscan y se encuentran las ayudas para sobrellevar las cargas de los demás, porque todos podemos colaborar aunque sólo sea acompañando, y porque todos necesitamos hablar y que nos escuchen. Nada es más educador y fecundo para una familia que alcanzar un ambiente de confianza mutua, congregándose a menudo en la mesa y conversando en broma y en serio de todo lo que preocupa a cada miembro de la casa.
El grado de ocupación de la mesa común es un buen indicador de la armonía familiar. Conviene que los días laborables sea lugar de estudio de todos los hijos tras la merienda, mejor que por separado en los cuartos, y sitio de juegos durante el fin de semana, siempre bajo la supervisión paterna y materna, o mejor aún, con la participación y colaboración directa de los progenitores en las actividades de trabajo o lúdicas, incluso para ver la televisión en familia y comentar los programas.
A medida que los niños crecen la mesa se encoge, la familia se apiña. Luego llega el tiempo en que por razones de estudio o de trabajo el quórum no se alcanza, porque los hijos van emancipándose o ya faltan los abuelos. La mesa, rectangular o redonda, sólo concentra a toda la prole y a sus parejas en ocasiones contadas. Pero allí queda, rodeando la vieja mesa un halo del lazo familiar, porque en su centro hemos depositado nuestras vidas abrazadas en común y también nuestros sueños personales y familiares, unos cumplidos y otros sólo en promesa… de mesa.
Los cuatro protocolos
Un sabio adagio popular dice: "En ciertas circunstancias, es mejor hacerse el muerto". Pero sin exagerar.
Se afirma frecuentemente que todo animal, frente a situaciones de peligro tiene solamente dos opciones, luchar o huir, olvidando una tercera respuesta posible: Hacerse el muerto. Muchas especies como los insectos y algunos vertebrados como los sapos, zorros y zarigüeyas, cuando se sienten amenazadas por un peligro grave y no tienen ninguna posibilidad de solución activa, sea ésta la fuga o el enfrentamiento, encuentran que la única reacción posible es hacerse el muerto, lo que permite ser ignorado por el atacante y sobrevivir.
Las respuestas fisiológicas que desencadenamos instintivamente los seres humanos son las mismas que desataban nuestros primitivos antepasados. Pero, a lo largo de la historia de la humanidad, se ha desarrollado un cuarto protocolo: Dialogar y negociar para pactar un acuerdo que evite la victoria de uno sobre otro, lo que sólo aseguraría demorar futuras peleas de revancha del perdedor.
La cuádrupla opción humana huida- lucha- hacerse el muerto- diálogo debería ser analizada en toda ocasión. Seguramente la acción más habitual y acertada sea el escape, previendo y evitando situaciones conflictivas. También es frecuente, aunque no siempre consciente, la reacción de inmovilidad y mimetismo con el entorno para tratar de pasar inadvertidos. Esta estrategia, que ejemplifican a la perfección las ratas almizcleras marsupiales, la adoptamos muchos que preferimos un perfil público bajo para ser actores secundarios en historias anónimas. "Hacerse el muerto" es una vieja treta vital muy practicada en situaciones desesperadas por las zarigüeyas y que los homínidos aprendimos quizá flotando “a lo muerto” en el agua o en las cruentas batallas aparentando ser ya cadáveres.
La táctica defensiva de “hacerse el muerto” no debe ser exagerada hasta el punto de hurtase el gozo de vivir, sólo para no afrontar el dolor de una existencia real plagada de dichas que se alternan con desventuras. Sin abusar demasiado de “hacernos el vivo” y de “cargar con el muerto” a otros, huyamos de la actitud de mantenernos “más muertos que vivos”, aunque estemos "muertos de frío, hambre y de sed” y no tengamos siquiera “dónde caernos muertos”.
Recordemos que siempre podemos perseverar y dialogar, si mantenemos un animoso optimismo. No existirán “horas muertas”, si dejamos “el punto muerto” y engranamos las velocidades de una vitalidad decidida compartiendo nuestras tristezas y alegrías. Así pronto experimentaremos ocasiones risueñas e incluso algunas de estar “muertos de risa”.
Se afirma frecuentemente que todo animal, frente a situaciones de peligro tiene solamente dos opciones, luchar o huir, olvidando una tercera respuesta posible: Hacerse el muerto. Muchas especies como los insectos y algunos vertebrados como los sapos, zorros y zarigüeyas, cuando se sienten amenazadas por un peligro grave y no tienen ninguna posibilidad de solución activa, sea ésta la fuga o el enfrentamiento, encuentran que la única reacción posible es hacerse el muerto, lo que permite ser ignorado por el atacante y sobrevivir.
Las respuestas fisiológicas que desencadenamos instintivamente los seres humanos son las mismas que desataban nuestros primitivos antepasados. Pero, a lo largo de la historia de la humanidad, se ha desarrollado un cuarto protocolo: Dialogar y negociar para pactar un acuerdo que evite la victoria de uno sobre otro, lo que sólo aseguraría demorar futuras peleas de revancha del perdedor.
La cuádrupla opción humana huida- lucha- hacerse el muerto- diálogo debería ser analizada en toda ocasión. Seguramente la acción más habitual y acertada sea el escape, previendo y evitando situaciones conflictivas. También es frecuente, aunque no siempre consciente, la reacción de inmovilidad y mimetismo con el entorno para tratar de pasar inadvertidos. Esta estrategia, que ejemplifican a la perfección las ratas almizcleras marsupiales, la adoptamos muchos que preferimos un perfil público bajo para ser actores secundarios en historias anónimas. "Hacerse el muerto" es una vieja treta vital muy practicada en situaciones desesperadas por las zarigüeyas y que los homínidos aprendimos quizá flotando “a lo muerto” en el agua o en las cruentas batallas aparentando ser ya cadáveres.
La táctica defensiva de “hacerse el muerto” no debe ser exagerada hasta el punto de hurtase el gozo de vivir, sólo para no afrontar el dolor de una existencia real plagada de dichas que se alternan con desventuras. Sin abusar demasiado de “hacernos el vivo” y de “cargar con el muerto” a otros, huyamos de la actitud de mantenernos “más muertos que vivos”, aunque estemos "muertos de frío, hambre y de sed” y no tengamos siquiera “dónde caernos muertos”.
Recordemos que siempre podemos perseverar y dialogar, si mantenemos un animoso optimismo. No existirán “horas muertas”, si dejamos “el punto muerto” y engranamos las velocidades de una vitalidad decidida compartiendo nuestras tristezas y alegrías. Así pronto experimentaremos ocasiones risueñas e incluso algunas de estar “muertos de risa”.
Extraños, no enemigos, sino amigos futuros
"Extraño no equivale a enemigo, sino a un amigo que aún no conocemos". |
Creemos muchos... |
Anónimos acólitos
El anonimato nos convierte a todos en afónicos, atónitos y agónicos seres que sólo recuperamos la humanidad con nuestro nombre propio.
El anonimato es una prueba determinante que mide el carácter verdadero de las personas. Cuando nos sentimos seres sin rostro ni nombre, resulta más fácil comportarnos como nunca lo haríamos entre nuestros conocidos. Ocultos al volante de un coche podemos actuar como salvajes o podemos contestar intempestivamente tras un teléfono cuando recibimos una llamada equivocada. La grandeza de un corazón se aprecia realmente cuando siempre, aún desde el completo anonimato, actúa educada y generosamente.
A casi todos nosotros, el sentirnos reconocidos y perfectamente identificables, nos aporta altas dosis de juicio y responsabilidad. No se trata únicamente de poder rehuir la culpa o el castigo, sino que el mantenimiento de nuestro buen nombre personal y familiar nos impone unos patrones de conducta irreprochablemente éticos e intachablemente ejemplares.
Los uniformes, por el contrario, pueden coadyuvar a sepultar o diluir la individualidad y la consiguiente responsabilidad personal. Una guerrera, una placa o una bata, si no se acompañan de una identificación fácilmente recordable pueden ser el preludio de un trato impersonal, ejercido desde la supuesta superioridad de quien autoritariamente no se identifica ante aquel a quien debe servir.
Las instituciones y los poderes públicos harían bien en identificar nominalmente a todas las autoridades y agentes que tratan con la ciudadanía, desde los funcionarios civiles hasta los policías, desde cada educador hasta cada sanitario, desde cada barrendero hasta cada concejal. Las empresas igualmente se asegurarían una mejor relación con los clientes y proveedores, si cada empleado portase una identificación, desde los camareros hasta los jefes de ventas.
Toda la convivencia experimentaría una profunda mejoría si llevásemos prendida a nuestra chaqueta una etiqueta con nuestro nombre y apellido. Incluso los hábitos de conducción mejorarían sustancialmente si los conductores llevasen su nombre impreso en las matrículas de los vehículos. Llevar el apellido expuesto a la vista de los demás contribuye a un reconocimiento más directo y eficaz de nuestras acciones, promoviendo actuaciones sensatas, voluntariosas y amables de esas buenas personas que somos cuando actuamos a cara descubierta y en nombre propio.
El anonimato es una prueba determinante que mide el carácter verdadero de las personas. Cuando nos sentimos seres sin rostro ni nombre, resulta más fácil comportarnos como nunca lo haríamos entre nuestros conocidos. Ocultos al volante de un coche podemos actuar como salvajes o podemos contestar intempestivamente tras un teléfono cuando recibimos una llamada equivocada. La grandeza de un corazón se aprecia realmente cuando siempre, aún desde el completo anonimato, actúa educada y generosamente.
A casi todos nosotros, el sentirnos reconocidos y perfectamente identificables, nos aporta altas dosis de juicio y responsabilidad. No se trata únicamente de poder rehuir la culpa o el castigo, sino que el mantenimiento de nuestro buen nombre personal y familiar nos impone unos patrones de conducta irreprochablemente éticos e intachablemente ejemplares.
Los uniformes, por el contrario, pueden coadyuvar a sepultar o diluir la individualidad y la consiguiente responsabilidad personal. Una guerrera, una placa o una bata, si no se acompañan de una identificación fácilmente recordable pueden ser el preludio de un trato impersonal, ejercido desde la supuesta superioridad de quien autoritariamente no se identifica ante aquel a quien debe servir.
Las instituciones y los poderes públicos harían bien en identificar nominalmente a todas las autoridades y agentes que tratan con la ciudadanía, desde los funcionarios civiles hasta los policías, desde cada educador hasta cada sanitario, desde cada barrendero hasta cada concejal. Las empresas igualmente se asegurarían una mejor relación con los clientes y proveedores, si cada empleado portase una identificación, desde los camareros hasta los jefes de ventas.
Toda la convivencia experimentaría una profunda mejoría si llevásemos prendida a nuestra chaqueta una etiqueta con nuestro nombre y apellido. Incluso los hábitos de conducción mejorarían sustancialmente si los conductores llevasen su nombre impreso en las matrículas de los vehículos. Llevar el apellido expuesto a la vista de los demás contribuye a un reconocimiento más directo y eficaz de nuestras acciones, promoviendo actuaciones sensatas, voluntariosas y amables de esas buenas personas que somos cuando actuamos a cara descubierta y en nombre propio.
Estatuto disecado
Algunos prefieren un estático Estatuto de Gernika marchito antes que adaptarlo a los deseos ciudadanos.
La reciente polémica sobre la celebración del vigésimo quinto aniversario del Estatuto Vasco, recuerda aquel antiguo chiste de un veterinario que también era taxidermista. En su consulta mantenía un letrero donde se leía: “De una u otra forma, le devolveremos su mascota”.
El Estatuto de Gernika cumple el 25 de octubre su primer cuarto de siglo, tras su reiterado incumplimiento por parte de los sucesivos gobiernos de UCD, PSOE y de PP. Una vida de 25 años, en una norma reguladora del actual marco jurídico-político de la Comunidad Autónoma Vasca bien merece una revisión de su vigencia en un nuevo escenario europeo y mundial. Especialmente porque nació en la procelosa época de la Transición tras una larga dictadura de Franco y con “poderes fácticos militares” muy reales como se demostró el 23-F de 1981.
Aquel compromiso de base, que se pactó en "una situación de graves emergencias en todos los órdenes" y para "evitar un riesgo de involución", fue interpretado tras la intentona golpista de forma de “forma muy restrictiva" por todos los poderes centralistas del Estado. Incluso tras cumplirse dos décadas y media sigue aún sin alcanzarse la transferencia de importantes competencias previstas.
No sorprende que quienes votaron en contra como el PP (entonces Alianza Popular) y otros como el PSOE que no lo han cumplido, desean su momificación como una reliquia que detenga el paso del tiempo. Afortunadamente, desde la presente Legislatura, el Lehendakari vasco lidera una propuesta de “Nuevo Estatuto Político de Euskadi” desde un gobierno tripartito con muy favorables expectativas electorales. Tras un extenso debate parlamentario y social, que dura ya más de dos años, esta propuesta conocida públicamente como “Plan Ibarretxe” está destinada a ser planteada como clave plebiscitaria en la próxima convocatoria autonómica de la primavera de 2005.
Afortunadamente somos mayoría quienes en la sociedad vasca preferimos adaptarnos dinámica y demócratamente a un mundo en evolución, donde se respeten todos los derechos humanos individuales y colectivos, donde se alcance la pacificación y normalización política, y donde la naturaleza no se diseque sino que se admire cuando vive en plena libertad.
La reciente polémica sobre la celebración del vigésimo quinto aniversario del Estatuto Vasco, recuerda aquel antiguo chiste de un veterinario que también era taxidermista. En su consulta mantenía un letrero donde se leía: “De una u otra forma, le devolveremos su mascota”.
El Estatuto de Gernika cumple el 25 de octubre su primer cuarto de siglo, tras su reiterado incumplimiento por parte de los sucesivos gobiernos de UCD, PSOE y de PP. Una vida de 25 años, en una norma reguladora del actual marco jurídico-político de la Comunidad Autónoma Vasca bien merece una revisión de su vigencia en un nuevo escenario europeo y mundial. Especialmente porque nació en la procelosa época de la Transición tras una larga dictadura de Franco y con “poderes fácticos militares” muy reales como se demostró el 23-F de 1981.
Aquel compromiso de base, que se pactó en "una situación de graves emergencias en todos los órdenes" y para "evitar un riesgo de involución", fue interpretado tras la intentona golpista de forma de “forma muy restrictiva" por todos los poderes centralistas del Estado. Incluso tras cumplirse dos décadas y media sigue aún sin alcanzarse la transferencia de importantes competencias previstas.
No sorprende que quienes votaron en contra como el PP (entonces Alianza Popular) y otros como el PSOE que no lo han cumplido, desean su momificación como una reliquia que detenga el paso del tiempo. Afortunadamente, desde la presente Legislatura, el Lehendakari vasco lidera una propuesta de “Nuevo Estatuto Político de Euskadi” desde un gobierno tripartito con muy favorables expectativas electorales. Tras un extenso debate parlamentario y social, que dura ya más de dos años, esta propuesta conocida públicamente como “Plan Ibarretxe” está destinada a ser planteada como clave plebiscitaria en la próxima convocatoria autonómica de la primavera de 2005.
Afortunadamente somos mayoría quienes en la sociedad vasca preferimos adaptarnos dinámica y demócratamente a un mundo en evolución, donde se respeten todos los derechos humanos individuales y colectivos, donde se alcance la pacificación y normalización política, y donde la naturaleza no se diseque sino que se admire cuando vive en plena libertad.
Los libros son espejos: mirándonos en ellos, descubrimos quiénes somos
“La sabiduría no está en los hombres canos, sino en los libros viejos” Fray Antonio de Guervara
“Los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Blaise Pascal
“Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento” John Ruskin
“Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance” Ernest Hemingway
“Todo el mundo conocido, excepto sólo los países salvajes, está gobernado por los libros” François - Marie Arouet Voltaire
“Es supersticiosa y vana la costumbre de buscar sentido en los libros, equiparable a buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de las manos” Jorge Luis Borges
“Los mejores libros son aquellos cuyos lectores creen que también ellos pudieron haberlos escrito” Blaise Pascal
“Todos los libros pueden dividirse en dos clases: libros del momento y libros de todo momento” John Ruskin
“Para un auténtico escritor, cada libro debería ser un nuevo comienzo en el que él intenta algo que está más allá de su alcance” Ernest Hemingway
“Todo el mundo conocido, excepto sólo los países salvajes, está gobernado por los libros” François - Marie Arouet Voltaire
“Es supersticiosa y vana la costumbre de buscar sentido en los libros, equiparable a buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de las manos” Jorge Luis Borges
La esperanza es un espejo colgado en el futuro
"La esperanza es la vida misma defendiéndose". |
Julio Cortázar. |
Niños contra la guerra
En un belicoso mundo de adultos, donde se presenta la guerra como un inevitable videojuego para los vencedores, el mejor argumento por la paz proviene de la inteligencia infantil desde el candor de sus diarios.
Parece imposible que hayan sido los niños quienes han escrito los mejores alegatos contra la guerra. Con sólo un lápiz y unas cuartillas, respaldados por el poder la palabra, algunas de sus composiciones infantiles en forma de cuadernos constituyen los ensayos pacifistas más memorables.
Probablemente, el más representativo de los fascinantes documentos históricos basados en relatos cotidianos de seres maravillosos que vivieron épocas y situaciones que nunca deberían ser olvidadas por la Humanidad sea el sublime “Diario de Ana Frank” (ver íntegramente en bitacoradefarrio.webcindario.com), la niña de 14 años que no llegó a crecer.
El 3 de mayo de 1944, Ana escribía a su amiga Kitty: “Primero, las noticias de la semana. La política está de asueto: nada, absolutamente nada que señalar. ¿De qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en paz? ¿Por qué esta devastación?... ¿Por qué se gasta cada día millones en la guerra y no hay un céntimo disponible para le medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren hambre, mientras que en otras partes del mundo los alimentos se pudren en el lugar porque sobran? ¡Oh! ¿Por qué los hombres han enloquecido así? Jamás creeré que únicamente los hombres poderosos, los gobernantes y los capitalistas sean responsables de la guerra. No. El hombre de la calle se alegra también mucho en hacerla. Si no, los pueblos hace rato que se habrían rebelado”.
Recientemente se ha descubierto otro caso similar, el de Helga Deen, una holandesa adolescente judía también exterminada en el Holocausto nazi. El diario que escribió Helga antes de perecer refleja, con mayor brevedad pero superior calidad prosística derivada de sus 18 años, la misma desesperación que Ana provocada por aquella indescriptible tragedia que aconteció en el centro de Europa hace sólo 60 años.
Helga, en su libreta colegial de química de 20 páginas escasas y en cinco cartas dirigidas a su novio Kees van den Berg, nos narra allá por junio de 1943, estando ya encerrada en un barracón: "Cariño, hasta ahora no hay mayores problemas. Ocupo una litera de tres pisos y, desde la ventana, veo árboles, pájaros, el cielo azul y alguna nube. Qué desesperación. Todo es horrible. Las crisis de histeria a mi alrededor, la falta de disciplina... Y el ruido”. El 2 de julio, antes de ser deportada a Sobibor para su asesinato, anotó: "Todos los días vemos la libertad tras el alambre de espino que nos encierra".
Ambos diarios no son los únicos testimonios íntimos, a la vez que universales, de la desolación en las guerras. Inolvidables, y dignos de ser releídos, son también “Un saco de canicas” de Joseph Joffo, sobre las aventuras que vive junto a un hermano, con 10 y 12 años, para escapar de los nazis en Paris y reunirse con sus hermanos mayores en la zona libre de Francia, y “El diario de Zlata”, que empezó a escribir septiembre de 1991, poco antes de cumplir 11 años. Su autora, Zlata Filipovic, describe con gran emotividad la vida en la Sarajevo desangrada de hace apenas una década. Ambas obras resultan imperecederas declaraciones pacifistas, siendo la primera más una memoria autobiográfica que enraíza con la divertida novela picaresca y la segunda un diario de una niña croata que había leído a Ana y que se encuentra prisionera en su propia casa, sin agua, gas ni electricidad. La conclusión de todos estos muchachos, la resume Zlata: “Nosotros [los niños] seguro que no habríamos escogido la guerra".
Existen muchas iniciativas pedagógicas y metodologías didácticas de “niños contra la guerra”. Desde la escuela, con una educación en valores éticos y en defensa de los derechos humanos de todas las personas, se puede transformar el mundo. Las guerras acabarán cuando los escolares crezcan sin renunciar a su idealismo utópico, según el cual “no merece la pena escoger la guerra, porque no conviene ni a los niños ni a los hombres de la calle”, como nos contaron Ana, Helga, Joseph y Zlata.
Parece imposible que hayan sido los niños quienes han escrito los mejores alegatos contra la guerra. Con sólo un lápiz y unas cuartillas, respaldados por el poder la palabra, algunas de sus composiciones infantiles en forma de cuadernos constituyen los ensayos pacifistas más memorables.
Probablemente, el más representativo de los fascinantes documentos históricos basados en relatos cotidianos de seres maravillosos que vivieron épocas y situaciones que nunca deberían ser olvidadas por la Humanidad sea el sublime “Diario de Ana Frank” (ver íntegramente en bitacoradefarrio.webcindario.com), la niña de 14 años que no llegó a crecer.
El 3 de mayo de 1944, Ana escribía a su amiga Kitty: “Primero, las noticias de la semana. La política está de asueto: nada, absolutamente nada que señalar. ¿De qué sirve esta guerra? ¿Por qué los hombres no pueden vivir en paz? ¿Por qué esta devastación?... ¿Por qué se gasta cada día millones en la guerra y no hay un céntimo disponible para le medicina, los artistas y los pobres? ¿Por qué hay hombres que sufren hambre, mientras que en otras partes del mundo los alimentos se pudren en el lugar porque sobran? ¡Oh! ¿Por qué los hombres han enloquecido así? Jamás creeré que únicamente los hombres poderosos, los gobernantes y los capitalistas sean responsables de la guerra. No. El hombre de la calle se alegra también mucho en hacerla. Si no, los pueblos hace rato que se habrían rebelado”.
Recientemente se ha descubierto otro caso similar, el de Helga Deen, una holandesa adolescente judía también exterminada en el Holocausto nazi. El diario que escribió Helga antes de perecer refleja, con mayor brevedad pero superior calidad prosística derivada de sus 18 años, la misma desesperación que Ana provocada por aquella indescriptible tragedia que aconteció en el centro de Europa hace sólo 60 años.
Helga, en su libreta colegial de química de 20 páginas escasas y en cinco cartas dirigidas a su novio Kees van den Berg, nos narra allá por junio de 1943, estando ya encerrada en un barracón: "Cariño, hasta ahora no hay mayores problemas. Ocupo una litera de tres pisos y, desde la ventana, veo árboles, pájaros, el cielo azul y alguna nube. Qué desesperación. Todo es horrible. Las crisis de histeria a mi alrededor, la falta de disciplina... Y el ruido”. El 2 de julio, antes de ser deportada a Sobibor para su asesinato, anotó: "Todos los días vemos la libertad tras el alambre de espino que nos encierra".
Ambos diarios no son los únicos testimonios íntimos, a la vez que universales, de la desolación en las guerras. Inolvidables, y dignos de ser releídos, son también “Un saco de canicas” de Joseph Joffo, sobre las aventuras que vive junto a un hermano, con 10 y 12 años, para escapar de los nazis en Paris y reunirse con sus hermanos mayores en la zona libre de Francia, y “El diario de Zlata”, que empezó a escribir septiembre de 1991, poco antes de cumplir 11 años. Su autora, Zlata Filipovic, describe con gran emotividad la vida en la Sarajevo desangrada de hace apenas una década. Ambas obras resultan imperecederas declaraciones pacifistas, siendo la primera más una memoria autobiográfica que enraíza con la divertida novela picaresca y la segunda un diario de una niña croata que había leído a Ana y que se encuentra prisionera en su propia casa, sin agua, gas ni electricidad. La conclusión de todos estos muchachos, la resume Zlata: “Nosotros [los niños] seguro que no habríamos escogido la guerra".
Existen muchas iniciativas pedagógicas y metodologías didácticas de “niños contra la guerra”. Desde la escuela, con una educación en valores éticos y en defensa de los derechos humanos de todas las personas, se puede transformar el mundo. Las guerras acabarán cuando los escolares crezcan sin renunciar a su idealismo utópico, según el cual “no merece la pena escoger la guerra, porque no conviene ni a los niños ni a los hombres de la calle”, como nos contaron Ana, Helga, Joseph y Zlata.
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