Lunáticos y fanáticos

©Mikel AgirregabiriaMe he prometido no escribir de política este verano, pero puedo contar mis encuentros y compartir mis sentimientos.

Me recomendaron un experto pintor, con gran experiencia, para barnizar las ventanas de nuestra casa costera. Llegamos a un rápido acuerdo sobre plazos y precios antes de que iniciara su tarea con profesionalidad. Charlamos sobre temas anodinos, hasta que él me contó su gran descubrimiento científico. Todo comenzó cuando le sugerí que el fuerte sol directo y la salina brisa marina eran los causantes del deterioro en la madera. Él lo rebatió y me confió su secreto, susurrando en voz baja: “El peor enemigo [de la pintura] es la luz de la luna”.

Nada dije en aquel momento, ni después. Me sorprendió que perviviesen entre gentes del gremio creencias que son tamaños disparates. De inmediato comprendí que los desatinos abundan aún más en las mentes de muchos políticos, de alto o bajo postín. ¿Acaso en pleno siglo XXI no quedan todavía personas que creen que la paz se alcanza poniendo o lanzando bombas de pequeño o gran tamaño?

La blanca luna sólo gobierna las mareas y no es culpable de los males que le atribuyen algunos lunáticos. Con todo, aún es más inocente la población de Londres o de Bagdad. A todos los fanáticos de los explosivos, y a quienes les excusan o votan, les recordaría aquel verso de García Lorca que previene de la desmesura y de la ambición: “El que quiere arañar la luna, se arañará el corazón”.

Los lunáticos eran quienes se volvían locos en determinadas fases de la luna, como creyeron advertir los romanos antes de Julio César, cuando regía un estricto calendario lunar. Posiblemente la locura de la violencia sea transitoria y pronto veamos amanecer una nueva era para la Humanidad donde el fanatismo y la guerra sean meras antiguallas anacrónicas.

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/lunaticos.htm

Te recuerdo joven

Un consejo para la juventud, quizá en desacuerdo con la tendencia actual, sobre la conveniencia de hallar pronto el amor.
 

Hace unos días, conversando con una familiar con padres nonagenarios, discrepábamos sobre cómo recordamos a nuestros mayores. Ella se lamentaba de la última etapa vital, ahora tan extendida y -en muchas ocasiones- con dependencia total durante muchos años. Concluía que uno de los peores efectos es que terminamos recordando a nuestros antecesores sólo en su última fase, olvidando cómo eran de jóvenes o en su madurez. 

Para alguien como yo, que perdió a su madre siendo un niño, el desacuerdo no podía ser mayor. Ciertamente que con nuestros abuelos o bisabuelos, a quienes sólo hemos conocido en su ancianidad, su memoria nos evoca únicamente sus últimos años. Pero de mis padres, recuerdo con precisión todo el recorrido que he podido compartir con ellos, desde que mis dos hermanos y yo éramos niños. De todas las reminiscencias paternas me quedo con una de las más tempranas, cuando nos cobijábamos bajo su amplia gabardina al caminar bajo la lluvia hacia la parada del trolebús número 4 en el Arenal bilbaíno. De las remembranzas maternas, prefiero aquélla de cuando, siendo muy pequeños, nos llevaba de la mano desde nuestra casa en Indautxu al Colegio de los Escolapios. 

Ahora, para nuestros hijos jóvenes saliendo de la adolescencia, el consejo de mi esposa Carmen y el mío propio es que encuentren a su amor definitivo lo antes posible, para convivir desde sus mejores edades con la persona que elijan. Anoche, cuando nos quedamos “de novios” por unas horas sin hijos, al despedirse el menor para ir a estudiar lejos y esperar a su hermana que venía de trabajar en el extranjero, nos sorprendió una exuberante tormenta nocturna a las tres de la madrugada. Carmen y yo salimos a recoger los enseres del patio, y nos quedamos a sentir el efecto del aguacero. La observé, mientras ella miraba por una ventana enrejada, y vi exactamente a la misma muchacha de 18 años que era cuando la conocí, a pesar de que median 32 años desde aquel verano. 

Ella me devolvió la mirada, con la misma complicidad y el mismo encanto. No sé cuánto más viviremos, no sé cómo seremos cuando uno de los dos muera; sólo sé que ella para mí siempre será la misma chica que encontré allá por 1973 en San Miguel de Basauri, la misma con la que me casé en agosto del 1977 cuando sólo éramos dos jóvenes de 22 (ella) y 24 años, y la misma que era cuando tuvimos a nuestros hijos. Te recuerdo joven, Carmen; siempre, porque no ha cambiado nuestro amor. 

Y a ti, lector o lectora, joven o no tan joven, te recuerdo que la felicidad está construida con dulces recuerdos y bellas esperanzas. Que nunca te falten ni unas, ni otros. Además, Unamuno advertía que “con maderas de recuerdos armamos las esperanzas”. Este verano (re)encuentra a tu amor o, al menos, colecciona recuerdos felices y construye grandes esperanzas, que son la base del equilibrio personal y la pértiga para superar las dificultades presentes y futuras.

Tus grandes cualidades

©Mikel AgirregabiriaUna técnica de mejora personal fácil de utilizar y que asegura un efecto inmediato y sorprendente.

Este método se utiliza ampliamente en cursos de autoayuda, dirigidos a escolares, jóvenes o adultos. Apenas ocupa unos minutos y promueve un cambio profundo y permanente. En primer lugar, se pide que individualmente cada asistente complete una lista con una docena de cualidades humanas que valore especialmente. Es preferible que la relación se escriba sin sugerencia alguna, pero también cabe que se subrayen doce atributos de un catálogo como el que se ejemplifica resumida y seguidamente, donde deben figurar los adjetivos en género masculino y femenino.

Abnegado (-a), Activo, Afectuoso, Agradecido, Ahorrativo, Alegre, Altruista, Amable, Ambicioso, Amistoso, Atento, Audaz, Austero, Auténtico, Aventurero, Benévolo, Bondadoso, Cabal, Capaz, con Carácter, Caritativo, Cauto, buen Compañero, Comprensivo, Comprometido, Comunicativo, Concienciado, Conciso, Constante, Cortés, Creativo, Decidido, Diligente, Disciplinado, Discreto, Educado, Elocuente, Emotivo, Enérgico, Entusiasta, de trabajar en Equipo, de buen Escuchar, Esforzado, Estudioso, Fiel, Firme, Fraternal, Generoso, Hábil, Hogareño, Honrado, Humilde, de buen Humor, Idealista, Ilusionado, Imaginativo, Ingenioso, Ingenuo, Inocente, Insistente, Inspirado, Instintivo, Intuitivo, con Inventiva, Juicioso, Justo, Laborioso, Leal, buen Lector, defensor de la Libertad, amante de los Libros, Líder, Luchador, De buena Memoria, Natural, Noble, con objetivos, Observador, Optimista, Original, Pacifista, Perseverante, con Personalidad, Persuasivo, Poeta, Popular, Pragmático, Preguntón, Previsor, Prudente, Puntual, Razonable, Realista, Rebelde, Reflexivo, Riguroso, Sencillo, con Sentido común, Sentimental, Sereno, Serio, Simpático, Sincero, Sobrio, Sonriente, Soñador, Tenaz, Tolerante, Trabajador, Utópico, Valiente, Valeroso, Vocacional, Voluntarioso,...

Una vez decididas las que personalmente consideras las mejores cualidades humanas, sólo queda aplicártelas ejercitándolas. Resumido en dos pasos:
1º Selecciona los rasgos que crees que son los cimientos de un buen ser humano.
2º Cultívalos día a día, resaltándolos y convirtiéndolos en tus más notables puntos fuertes.
El resultado siempre es infalible: Mejorarás como persona en todos los ámbitos.

Versión para imprimir en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/cualidades.htm

Comunicar: Un verbo plural

©Mikel AgirregabiriaEn sus múltiples formas verbales sorprende la polisemia de “comunicar”, de mezquina infrautilización en nuestro tiempo.

El mágico vocablo “comunicar” contiene varios verbos en uno. Hasta hace unas décadas, este término era transitivo esencialmente: “Fulano comunica algo a Mengano" o "a la opinión pública". Más recientemente pasó a emplearse como intransitivo: "Alguien comunica bien (o mal)”. También como verbo reflexivo: "Sabe comunicarse". Incluso contiene una cuarta dimensión, de alto interés para el éxito en la vida cotidiana, la educación, la familia o la economía: La voz pasiva, el “dejarse comunicar por los otros, el entorno, el mercado,…”.

Los “medios de comunicación” no siempre ofrecen un buen modelo de comunicación. Exponen muchas noticias, más o menos precisas, pero apenas escuchan a sus audiencias lectoras o audiovisuales. Comunicar, además de extenderse o propagarse (“el incendió se comunicó a las casas circundantes”), también significa establecer un medio de acceso entre comunidades o lugares distintos (“el puente comunica las dos orillas”). La prensa, demasiadas veces, sólo crea o difunde una opinión que cree compartida con su audiencia, pero raramente se esfuerza en tender puentes entre distintas diferentes sensibilidades colectivas.

Communicatio es una palabra latina que designa la comunicación entendida como “facultad de sentirnos unos a otros”. Es un cultismo extraído de la comunión eclesial: “Communicantes et memoriam venerantes”... dice el canon de la misa. Cuando la tecnología extrajo este término de la liturgia para incorporarlo al “nuevo culto” que permitió la transmisión masiva mediante los primeros “medios de comunicación” (prensa, radio, TV), se produjo la preponderancia de una comunicación desequilibrada, truncada, exclusivamente unidireccional.

Esta imperfección, propia del siglo XX por los poderosos grupos de comunicación (y que Internet atenúa en el presente siglo), se infiltró en toda la comunicación interpersonal y causa verdaderos estragos de soledad e incomunicación a escala individual y social. A menudo, el peor referente de monólogo se escenifica pésimamente entre políticos en las grandes cadenas televisivas, con el contraejemplo cómico (si no fuese trágico) de “comunico, aunque sin escuchar ni ser escuchado, sin pretender compartir nada ni convencer a nadie que no esté ya convencido”.

Nuestra mayor torpeza vital proviene de la incapacidad para escucharnos diestra, efectiva y mutuamente como comunicantes que buscan un encuentro. Cuando falta la correspondencia (comunión) en la comunicación entre un comunicador y su audiencia, es culpa del comunicador. Y ésa es una buena noticia, porque la solución reside en cada uno de nosotros, en tanto que somos comunicadores. Bernard Shaw señaló: "El mayor problema de la comunicación es la ilusión de que ha sido realizada con éxito."

Analicemos nuestra capacidad personal de comunicación: ¿Comunicamos? ¿Nos comunicamos? ¿Bien? ¿Qué y a quiénes? ¿Nos dejamos comunicar? ¿Qué y de quiénes? ¿Nos hace bien esa comunicación? Revisemos todos los esquemas de nuestra comunicación activa y pasiva. En caso contrario, probablemente sigamos “comunicando como los teléfonos” cuando la línea está ocupada.

Versión para imprimir en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/verbo.htm