Cheques electorales

Hasta la Biblia recurre a la parábola de los talentos para enseñarnos cómo hemos de invertir nuestras capacidades.

Conviene distinguir bien entre el tener y el ser. “Aprender a vivir” es más importante que “intentar acaparar”, pero las metáforas con propiedades y posesiones resultan eficaces por la simplicidad de su argumento basado en un instinto primario, el dinero, que en opinión popular obra como la lámpara de Aladino.

Sabemos que todos los seres humanos nacemos y morimos iguales, pero durante nuestra existencia las diferencias materiales entre las personas son desproporcionadas. Casi dos tercios de la humanidad sobreviven con menos de dos euros diarios. Mientras con todos nuestros medios combatimos tamaña injusticia socio-económica, cabe algún consuelo observando otros tesoros infinitamente mejor distribuidos.

Cada amanecer nos reparte a todos un día con 24 horas. Este cheque de tiempo es perfectamente equitativo: 1.440 minutos para cada persona, pobre o rica. La vida se desarrolla en ecuánimes jornadas de 86.400 segundos, donde nadie puede comprar o vender el tiempo. Igualmente, al nacer, otros patrimonios también están irreprochablemente otorgados: Un corazón para amar por persona, una mente para soñar a cada uno, dos manos para ayudar, dos ojos para mirar otras pupilas, dos pies para caminar,…

Así mismo, la democracia, allí donde existe, nos obsequia con un idéntico cheque personal para sumar nuestra concepción de la sociedad con otros conciudadanos nuestros: Un voto por persona adulta. Todos merecemos una papeleta y nadie dispone de más de un voto. Quizá nos parezca poco un único voto, cuando hay tantos como habitantes, pero es toda la parte alícuota el “poder público” que nos corresponde. Y hemos de invertir bien nuestro patrimonio en forma de papeleta electoral.

Son fácilmente entendibles las distintas opciones de la pluralidad política que coexisten para depositar el voto, en función de lo que cada elector considera más justo, más oportuno, más urgente, más eficaz o más útil. Lo que resulta incomprensible y reprochable es la indolencia de ignorar esa oportunidad única de apostar y comprometernos con nuestros convecinos, con nuestra sociedad y con nuestro tiempo.

La abstención es una lacra social que todos deberíamos desestimar. Dejar nuestro voto en casa denota una falta de fe en el futuro, una carencia de esperanza y una deserción en la búsqueda del bien común, negando nuestra decisiva contribución, tenue pero tan valiosa como la del más sabio.

El próximo domingo 17-A extendamos nuestro privativo talón-voto en forma de papeleta electoral. No dejemos que caduque improductivo a las ocho de la tarde, sin haber entregado nuestro granito de arena a aquel partido o coalición que mejor sabe gobernarnos, al que firma menos “cheques sin fondos” con promesas imposibles, al que haya entregado menos “cheques en blanco” de servidumbre a otras formaciones diferentes de la que consideremos que es la que conviene a nuestro Pueblo.

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