Lo disfrazaste como un accidente, pero has sido descubierto. No te ocultes más: estás acusado. Reconoce tu fechoría: admite tu culpabilidad.
El criminal, amigo lector,… eres tú. Recuerda cómo fue el delito, aunque hayas escapado de la justicia, por el momento. Ha de reconocerse que tenías una buena coartada: estabas lejos (en el otro hemisferio) y no conocías personalmente a quien mataste. Pero tenías un móvil: te convenía su muerte, por puro afán materialista de un mísero dinero adicional en el bolsillo.
Ni siquiera fue una víctima aislada, ni mucho menos. En total, gente normal como tú y como yo, aniquilamos cada día a más de 100.000 personas. Incluso sacrificamos a un niño menor de 10 años cada siete segundos. Nuestra arma homicida no deja rastro, ni huellas: es el hambre y la sed. Somos responsables desde el momento en que aceptamos un orden económico planetario no sólo injusto, sino asesino. El subdesarrollo y la desnutrición no son inevitables males estructurales, sino el efecto horrendo de la explotación colonial de algunos continentes y de la insolidaridad histórica entre pueblos. ¡Cuántas guerras desaparecerían si se emprendiese el primer movimiento de liberación de la humanidad: La lucha contra el hambre!
Pasemos de malhechores a bienhechores. Hay muchas cosas que podemos hacer. Dos decisivas acciones urgentes son insustituibles:
1ª Colaborar activamente con iniciativas que luchan contra el hambre mundial, como las ONG (tipo Acción Contra el Hambre).
2ª Exigir a nuestra clase política la máxima implicación de nuestra sociedad en operaciones institucionales como el Programa de Erradicación Mundial del Hambre de la ONU.
Artículo ilustrado en: http://www.geocities.com/agirregabiria2005/hambre.htm
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