- Cada día intento fracasar mejor.
- No nos quedan más comienzos.
- Lo que no se nombra no existe.
- La inhumanidad es perenne.
- Quizás la próxima crisis sea generacional.
- Los estereotipos son verdades cansadas.
- El error es el punto de partida de la creación.
- Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria.
- Babel es tal vez una bendición misteriosa e inmensa. Las ventanas que abre una lengua dan a un paisaje único. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos nuevos.
- No hay lenguas pequeñas, no existen sintaxis primitivas. Cada lengua, sabemos, genera y articula una visión del mundo, una narrativa del destino humano, una construcción de futuribles de la cual no hay facsímil en ninguna otra.
- ¿Quién sería crítico si pudiera ser escritor?
- El homenaje más importante que cualquier ser humano puede hacer a una poesía o trozo de prosa que ama es aprenderlo de memoria. No con la cabeza, sino con el corazón, la expresión es de vital importancia.
- Las ventanas que abre una lengua dan a un paisaje único. Aprender nuevas lenguas es entrar en otros tantos mundos nuevo
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Citas de George Steiner: Cada día intento fracasar mejor
Escribir es…
Descubramos el significado de la escritura
Escribir es mostrar la huella digital del alma, desnudarse y nadar, volar y sentirse libre: una sensación gratificante del espíritu, que conlleva expresar lo que presentimos, gozoso o amargo, cotidiano o trascendente, para compartir un mensaje con nuestros semejantes. Escribir es una vocación, a veces tardía, que se descubre cuando el trastero de la memoria está repleto, y antes de la llegada de la “parca” se quiere mostrar la colección de recuerdos y visiones para reciclarlos y convertirlos en algo parecido al arte. Escritor es quien que necesita escribir, no alguien que sepa escribir. Escribir es una incurable comezón que se apodera de quien ha vivido o leído demasiado, y que un día intenta escribir. Cada texto será un sentido fracaso, pero al tiempo estímulo la siguiente redacción.
Escribir es un acto de amor, preparado desde la intimidad de la introspección y la soledad, quizá desde el exhibicionismo, pero destinado a los demás, a quienes sentimos cerca y a todavía quienes no conocemos. Escribir es hablar con quienes no podemos conversar de otra forma, es darse un baño de humanidad con sus miserias y esplendores. Escribir es un drenaje terapéutico que otorga voz a nuestra mudez, una catarsis que limpia nuestras penas mediante la comunicación. Escribir es espiar en nosotros mismos, a veces sin querer admitir los misterios que descubrimos dentro. Pretendemos escribir nuestra mentira, pero transcribimos nuestra verdad. Escribir es abrir el grifo del corazón y verter el exiguo botín de nuestra vida, una pobre historia de amores y odios, pero con grandes personajes a nuestro alrededor.
Escribir es recordar, con memoria anticipada fruto de un malestar entreverado de nostalgia, pero no sólo añoranza del pasado o del tiempo huido que quisimos haber admirado, sino también del futuro, de esos mañanas que presentimos y en los que quisiéramos estar. Escribir es ser conservador de las reminiscencias y, al tiempo, contestatario de la realidad sobrevivida, sirviendo las palabras de armas para denunciar las desdichas y los caprichos de una sociedad siempre imperfecta. Escribir es condenarse, como adelantó Richelieu: “Dadme seis líneas manuscritas por el hombre más honrado, y hallaré en ellas motivos para hacerle ahorcar”. Escribir es consumirse vivo para que de las cenizas surja la purificación y renovación del espíritu que construye utópicas entelequias. Escribir es dar testimonio de un tiempo determinado, de una sociedad concreta, y todo ello desde el sub-, el in- y el consciente de un simple ser humano que actúa de mensajero para exteriorizar los secretos de una época.
Escribir es una adicción, que cuando se adquiere impele a investigar dentro de nosotros, para desvelar nuestra más profunda identidad. Escribir es navegar ligero, planear al son del viento, abrazar el tiempo, detenerlo en la eternidad de unas tenues páginas. Escribir es ralentizar el tiempo, como viajar según apuntó Graham Greene. Pero, escribir también es un hueso duro de roer, una lucha agónica para analizarnos y discutir con nosotros mismos, para sorprendernos con los espectros aparecidos de nuestra mente, para asombrarnos de nuestra propia creación surgida al declararnos a ignotos lectores. Goethe sentenció ¡Escribir es un ocio muy trabajoso! y Rilke aconsejó, “Si crees que eres capaz de vivir sin escribir, no escribas”.
Escribir es una evasión mental, una escapatoria intelectual, que nos libera de la cárcel de la existencia y nos conduce al nirvana de las musas. Escribir es abrir una ventana al aire de un nuevo y extraño día, incluso cuando no sabes qué contar o qué explicar… porque ves la vida un poco vacía, como una historia garabateada por un demente, sin un final claro. Escribir es alcanzar esa clave de fuga que nos conduce a un territorio desconocido… en el interior de nosotros mismos. Escribir es trasladarnos al paraíso de las ideas, y atraparlas con la red cazamariposas de la tinta. El teclado es el piano donde susurramos sin ser interrumpidos; la pluma de escribir es la cruz donde nos entregamos.
Escribir nos hace más humanos. Escribir es respirar y vivir. Escribir es pintar sentimientos como mejor modo de felicidad. Escribir es pedir ayuda a las palabras, que orbitan a nuestro alrededor y juntos comenzar a crear algo. Cuando sucede que la inspiración se suma, sentimos que el trabajo es bello y somos felices. Escribir es fecundar el mundo y dejar preñada nuestra muerte.
Mi patria es…
Buscando una respuesta más universal a esta clásica pregunta de identidad, que históricamente ha producido tantas desgracias a la Humanidad.
El sentimiento patriótico de cada uno es algo que puede compartirse con otras muchas personas –con la misma o diferente patria-. La patria es siempre motivo de orgullo propio y nunca debiera ser causa de conflictos. La patria que sentimos como nuestra debiera ser abierta, acogedora e imponernos únicamente la responsabilidad de cuidar de sus lenguas y de sus culturas asociadas, sin desconocer las ajenas y respetando a los restantes idiomas y civilizaciones.
Porque no fueron los políticos quienes mejor definieron qué era la patria, sino los poetas. Ilustres rapsodas dictaron versos gloriosos como "mi patria es mi lengua", "mi patria es mi infancia", “mi patria es la Tierra”,… Qué fácil es proclamar con ellos las mismas verdades: MI PATRIA ES… la memoria, o el pensamiento, o mi hogar, o una nube, o la intemperie, o un baúl de recuerdos en el desván, o el huerto de mi abuela,…
Cómo no compartir con Baudelaire que "mi patria es mi infancia", o con Antoine de Saint-Exupéry que “La infancia es la patria de todos”. Este axioma es reiterado por pensadores con Rainer María Rilke, “la verdadera patria del hombre es su infancia” o Miguel Delibes, “la infancia es la patria común de todos los mortales, de ahí que el lector se identifique de inmediato con un personaje infantil sea de donde sea”.
Muchos literatos, desde tiempos remotos, señalaron otro aspecto prosaico -pero innegable- de qué entendemos a veces como patria. Aristófanes manifestó que “allí donde se está bien es la patria” y Benjamín Franklin que “allí está mi patria, donde mi libertad”. Múltiples proverbios apuntan en la misma dirección, desde los aforismos franceses “para un comerciante la patria es la bolsa (o su bolsillo)”, hasta el adagio árabe “el pobre es un extranjero en su patria”, destacando el apotegma sueco que “la patria está allí donde uno es útil”.
La patria es un concepto noble, pero el patriotismo mal entendido ha sido causa de muchas aberraciones bélicas cuando es un instinto que odia, y no una virtud que prefiere. Guy de Maupassant escribió que “el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras” y Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. Inaceptable es cualquier patriotismo que empuja al campo de batalla para matar o morir, en lugar del amor a lo propio que nos enseña a vivir en comunidad con los próximos y con los lejanos.
La inmensa mayoría de nosotros somos pacíficos y creemos, desde las incontables y peculiares identidades patrióticas y desde la individual libertad, que el respeto mutuo entre personas, lenguas y culturas nos hace más grandes y libres a todos los seres humanos. Suscribimos también las palabras de Séneca, “amamos la patria no porque sea grande, sino porque es nuestra” y las de Fatos Arapi, “donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria”.
En estos tiempos de interculturalidad e inmigraciones masivas, allí donde cada persona constituye su familia, allí está su verdadera patria. Todos podemos parafrasear a François Mitterrand cuando dijo que “Francia era su patria y Europa nuestro futuro”. Ojalá pronto cada uno tenga su patria pequeña y “el mundo sea el futuro de toda la raza humana”.
En medio del actual plurilingüismo prima más la máxima de Alfred Tennyson “quien más ama a su patria es el mejor cosmopolita”, que la desafortunada frase de Eça de Queiroz, “una prueba de patriotismo es hablar mal cualquier idioma que no sea el nuestro”.
Creo sinceramente que mi patria se escribe con minúscula, como algo importante pero nunca de valor absoluto. Mi patria convencional probablemente la comparto sólo con uno o dos millones de personas, pero mi Patria Grande, que puede ser la Patria de todos, se llama Inocencia, Tiempo y Vida.
El sentimiento patriótico de cada uno es algo que puede compartirse con otras muchas personas –con la misma o diferente patria-. La patria es siempre motivo de orgullo propio y nunca debiera ser causa de conflictos. La patria que sentimos como nuestra debiera ser abierta, acogedora e imponernos únicamente la responsabilidad de cuidar de sus lenguas y de sus culturas asociadas, sin desconocer las ajenas y respetando a los restantes idiomas y civilizaciones.
Porque no fueron los políticos quienes mejor definieron qué era la patria, sino los poetas. Ilustres rapsodas dictaron versos gloriosos como "mi patria es mi lengua", "mi patria es mi infancia", “mi patria es la Tierra”,… Qué fácil es proclamar con ellos las mismas verdades: MI PATRIA ES… la memoria, o el pensamiento, o mi hogar, o una nube, o la intemperie, o un baúl de recuerdos en el desván, o el huerto de mi abuela,…
Cómo no compartir con Baudelaire que "mi patria es mi infancia", o con Antoine de Saint-Exupéry que “La infancia es la patria de todos”. Este axioma es reiterado por pensadores con Rainer María Rilke, “la verdadera patria del hombre es su infancia” o Miguel Delibes, “la infancia es la patria común de todos los mortales, de ahí que el lector se identifique de inmediato con un personaje infantil sea de donde sea”.
Muchos literatos, desde tiempos remotos, señalaron otro aspecto prosaico -pero innegable- de qué entendemos a veces como patria. Aristófanes manifestó que “allí donde se está bien es la patria” y Benjamín Franklin que “allí está mi patria, donde mi libertad”. Múltiples proverbios apuntan en la misma dirección, desde los aforismos franceses “para un comerciante la patria es la bolsa (o su bolsillo)”, hasta el adagio árabe “el pobre es un extranjero en su patria”, destacando el apotegma sueco que “la patria está allí donde uno es útil”.
La patria es un concepto noble, pero el patriotismo mal entendido ha sido causa de muchas aberraciones bélicas cuando es un instinto que odia, y no una virtud que prefiere. Guy de Maupassant escribió que “el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras” y Samuel Johnson que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. Inaceptable es cualquier patriotismo que empuja al campo de batalla para matar o morir, en lugar del amor a lo propio que nos enseña a vivir en comunidad con los próximos y con los lejanos.
La inmensa mayoría de nosotros somos pacíficos y creemos, desde las incontables y peculiares identidades patrióticas y desde la individual libertad, que el respeto mutuo entre personas, lenguas y culturas nos hace más grandes y libres a todos los seres humanos. Suscribimos también las palabras de Séneca, “amamos la patria no porque sea grande, sino porque es nuestra” y las de Fatos Arapi, “donde me halle, soy un pedazo del paisaje de mi patria”.
En estos tiempos de interculturalidad e inmigraciones masivas, allí donde cada persona constituye su familia, allí está su verdadera patria. Todos podemos parafrasear a François Mitterrand cuando dijo que “Francia era su patria y Europa nuestro futuro”. Ojalá pronto cada uno tenga su patria pequeña y “el mundo sea el futuro de toda la raza humana”.
En medio del actual plurilingüismo prima más la máxima de Alfred Tennyson “quien más ama a su patria es el mejor cosmopolita”, que la desafortunada frase de Eça de Queiroz, “una prueba de patriotismo es hablar mal cualquier idioma que no sea el nuestro”.
Creo sinceramente que mi patria se escribe con minúscula, como algo importante pero nunca de valor absoluto. Mi patria convencional probablemente la comparto sólo con uno o dos millones de personas, pero mi Patria Grande, que puede ser la Patria de todos, se llama Inocencia, Tiempo y Vida.
La primera palabra
¿Cuál fue la primera palabra humana o la primera que cada uno de nosotros pronunció?
Existen sugestivas preguntas, manantiales de los que brotan ideas y sentimientos que merecen ser compartidos. Muchas surgen del extraño origen del lenguaje. ¿Por qué comenzó el habla? ¿Alguien quiso decir algo a otro? ¿Sólo fue un pensamiento dicho en alto?
Destaca la cuestión de cuál fue la primera palabra pronunciada por un ser humano, sugerida por una poesía de Rainer María Rilke referida a Dios: “Tu primera palabra fue: LUZ; / entonces apareció el Tiempo. / Después callaste por mucho tiempo. / Tu segunda palabra fue: HOMBRE / y tiemblo (nos oscurecemos aún con su sonido) /y seguido recuerdo tu faz. / Pero no quiero oír tu tercera”...
Sobre la primera palabra humana hay algunas hipótesis derivadas de la teoría de Darwin sobre la evolución. La filogénesis de la especie humana incluye un lento proceso en el que los órganos que producen y, sobre todo, los que identifican los sonidos (laringe, lengua, cerebro,…) van formándose hasta el amanecer de la humanidad con el descubrimiento supremo de designar por su nombre a las cosas más elementales. En opinión de ilustres etno-lingüistas, como A.S. Diamond, la historia de todas las lenguas navega a través de una secuencia en la que las oraciones comienzan siendo simples y primitivas para acabar intrincándose en sintaxis y en semántica.
Según esa tendencia históricamente verificable, se supone que en su umbral primigenio la mayor parte del peso comunicativo recaía en el verbo, introduciéndose gradualmente substantivos, adjetivos y adverbios hasta alcanzar la densidad contextual de una frase actual. Si esta teoría es correcta y si dejamos volar un poco la imaginación, podemos pensar que la primera palabra fue un verbo en su más inmediato y urgente uso, es decir, en imperativo. Algo parecido a VEN, DAME, VETE,… Así pues tampoco es de extrañar que la primera frase dicha a través de un teléfono por Graham Bell fuera: “Por favor, venga, señor Watson. Le necesito”.
Más recientemente, en 2003, conocimos el caso dramático de Terry Wallis, un estadounidense que recuperó el habla tras un accidente de tráfico que le produjo tetraplejia y un grave el daño cerebral. Sus primeras palabras articuladas al despertar de un coma prolongado 19 años fueron en este orden y en días sucesivos: MAMÁ, 'PEPSI' y PAPÁ. Preferimos suponer que no había intereses comerciales en la noticia.
En las últimas décadas los bebés suelen ser adiestrados para iniciar el habla balbuceando MAMÁ o PAPÁ (AMA o AITA), TATA (hermana), AMAMA (ABUELA),… Quizá la más frecuente sea MAMÁ como primera palabra que todos nosotros aprendimos. Por eso esta apelación materna es la primera que nos surge del alma cuando nos lamentamos o cuando necesitamos ayuda. Llamar a mamá es un talismán que conjura lo mismo los temores infantiles que las incertidumbres adolescentes e, incluso, las inquietudes adultas y las zozobras postreras.
Muchos creemos que la primera palabra humana fue el sollozo y el llanto, expresiones tan manifiestas como las palabras; otros, que fue NO o YO, a cuál peor para la historia de la humanidad. También pudieron ser palabras iniciales CIELO, LUNA, SOL, AGUA, HOLA o PÁJARO. Quizá mereció ser GRACIAS o NOSOTROS. Menos probablemente fuera DIOS, aunque ésta sea más frecuentemente una posible última palabra.
Humareda electoral
Algunos políticos españoles siguen tratando al electorado como un bebé: se hace tilín con el sonajero, y vuelve la cabeza automáticamente. Da lo mismo que se trate de elecciones municipales, forales (y regionales en algunos casos), si pesan mucho la marea de petróleo gallega y el océano de sangre iraquí, el presidente y su staff vuelven a exhibir el comodín electoral del terrorismo, aunque –¡afortunadamente y que dure!- ETA no les está haciendo la campaña con sus siempre “oportunas” atrocidades.
¡Granadas de humo!, gritó el comandante y todo ese revoltijo de pago jurídico-mediático-gubernamental-intelectual comenzó el fregado. Ilegalizo por allí, perturbo por acá, detengo por aquí y escandalizo por allá (o por Alá). A la guerra (perdón, a la intervención militar que apoyaron pero no fueron, que ayudaron humanitariamente pero quizás ocupen militarmente) se le da otra vuelta más, y el retorcimiento sucesivo de que era por la resolución de ONU de la guerra de Kuwait del ’91, en búsqueda de armas de destrucción masiva, o para derrocar a un dictador (otrora amigo), acaba en el penúltimo capítulo de que era para igualar a Batasuna con Al Qaeda. Así se ha iniciado la campaña electoral: Todo un insulto a la inteligencia de cualquiera que haya superado la ESO, pero entre el humazo y el fragor a los que nos ha acostumbrado el “partido de la guerra” esta habitual distracción da el pego… a los más tontos. Sólo quienes leen más allá de los titulares llegarán a entender por qué la aliada Gran Bretaña, que sí busca la paz en el Ulster, no quiere que el IRA o el Sinn Fein se incluyan en listas de terroristas. Dicho llanamente porque obstaculiza y no simplifica la solución del conflicto de Irlanda del Norte (claro que como aquí no existe “conflicto vasco”…).
Parece que algunos políticos suscriben ese oculto lema de “Contra ETA vivimos mejor”, pero los que nunca hemos dicho que “Contra Franco vivíamos mejor” estamos deseando que pasen estos belicosos tiempos, desaparezca ETA y la coartada universal que proporciona a la ultraderecha y alcancemos una democracia de calidad: con un Estado de Derecho con poderes realmente independientes, con libertad de prensa (también en euskera), con presunción de inocencia (hasta para la universidad pública vasca) y plenas garantías procesales, con derechos activos y pasivos de representación política, y sin intromisiones en las funciones soberanas del poder legislativo (incluido el de Euskadi).
Además la ciudadanía vasca no merece seguir sufriendo durante más décadas la doble pinza de quienes no acaban de repudiar la violencia (sin contextos ni puñetas) y de quienes con esa recurrente excusa nos impiden decidir democráticamente nuestro modelo de autogobierno dentro de una Europa libre y solidaria. Euskadi no quiere convertirse en el granero de votos extraños con políticas que no sirven para solucionar sus problemas.
Es la hora de votar. Y de reflexionar con una campaña electoral normalizada de evaluación de resultados previos, de objetivos futuros, de cumplimientos de las pasadas propuestas,… Recordemos la gestión de nuestro ayuntamiento, de nuestra diputación foral,… ¿Cómo han gestionado los diferentes partidos catástrofes como la del Prestige? ¿Qué partidos solventan problemas y cuáles bloquean las instituciones? ¿Qué partidos de izquierdas por seguidismo avalan las políticas de derechas? ¿Quiénes practican políticas de tierra quemada, de desestabilización del país y de su funcionamiento institucional (quizás buscando la desaparición del autogobierno vasco), asumiendo irresponsabilidades históricas que no debieran olvidarse? ¿Qué dirigentes tacharon de inmaduro al electorado vasco sin aceptar los resultados del 13M de 2001, después de la avalancha mediática que creyeron les aseguraba el éxito? ¿Qué partido abertzale antisistema conduce a su propio electorado hacia callejones sin salida? ¿Se han de perder votos simulando un enfrentamiento, pero realmente sumándose al intento de colapso y dando realmente ventaja a los contrarios?
Rilke relata en un memorable cuento cómo Vladimiro, pintaba todos sus cuadros sólo con humo, esperando a los "engañados". En aquel fuliginoso taller no se podía oler el aguarrás,… Es la hora de elegir: Que los votos reflejen la mayoría social.
¡Granadas de humo!, gritó el comandante y todo ese revoltijo de pago jurídico-mediático-gubernamental-intelectual comenzó el fregado. Ilegalizo por allí, perturbo por acá, detengo por aquí y escandalizo por allá (o por Alá). A la guerra (perdón, a la intervención militar que apoyaron pero no fueron, que ayudaron humanitariamente pero quizás ocupen militarmente) se le da otra vuelta más, y el retorcimiento sucesivo de que era por la resolución de ONU de la guerra de Kuwait del ’91, en búsqueda de armas de destrucción masiva, o para derrocar a un dictador (otrora amigo), acaba en el penúltimo capítulo de que era para igualar a Batasuna con Al Qaeda. Así se ha iniciado la campaña electoral: Todo un insulto a la inteligencia de cualquiera que haya superado la ESO, pero entre el humazo y el fragor a los que nos ha acostumbrado el “partido de la guerra” esta habitual distracción da el pego… a los más tontos. Sólo quienes leen más allá de los titulares llegarán a entender por qué la aliada Gran Bretaña, que sí busca la paz en el Ulster, no quiere que el IRA o el Sinn Fein se incluyan en listas de terroristas. Dicho llanamente porque obstaculiza y no simplifica la solución del conflicto de Irlanda del Norte (claro que como aquí no existe “conflicto vasco”…).
Parece que algunos políticos suscriben ese oculto lema de “Contra ETA vivimos mejor”, pero los que nunca hemos dicho que “Contra Franco vivíamos mejor” estamos deseando que pasen estos belicosos tiempos, desaparezca ETA y la coartada universal que proporciona a la ultraderecha y alcancemos una democracia de calidad: con un Estado de Derecho con poderes realmente independientes, con libertad de prensa (también en euskera), con presunción de inocencia (hasta para la universidad pública vasca) y plenas garantías procesales, con derechos activos y pasivos de representación política, y sin intromisiones en las funciones soberanas del poder legislativo (incluido el de Euskadi).
Además la ciudadanía vasca no merece seguir sufriendo durante más décadas la doble pinza de quienes no acaban de repudiar la violencia (sin contextos ni puñetas) y de quienes con esa recurrente excusa nos impiden decidir democráticamente nuestro modelo de autogobierno dentro de una Europa libre y solidaria. Euskadi no quiere convertirse en el granero de votos extraños con políticas que no sirven para solucionar sus problemas.
Es la hora de votar. Y de reflexionar con una campaña electoral normalizada de evaluación de resultados previos, de objetivos futuros, de cumplimientos de las pasadas propuestas,… Recordemos la gestión de nuestro ayuntamiento, de nuestra diputación foral,… ¿Cómo han gestionado los diferentes partidos catástrofes como la del Prestige? ¿Qué partidos solventan problemas y cuáles bloquean las instituciones? ¿Qué partidos de izquierdas por seguidismo avalan las políticas de derechas? ¿Quiénes practican políticas de tierra quemada, de desestabilización del país y de su funcionamiento institucional (quizás buscando la desaparición del autogobierno vasco), asumiendo irresponsabilidades históricas que no debieran olvidarse? ¿Qué dirigentes tacharon de inmaduro al electorado vasco sin aceptar los resultados del 13M de 2001, después de la avalancha mediática que creyeron les aseguraba el éxito? ¿Qué partido abertzale antisistema conduce a su propio electorado hacia callejones sin salida? ¿Se han de perder votos simulando un enfrentamiento, pero realmente sumándose al intento de colapso y dando realmente ventaja a los contrarios?
Rilke relata en un memorable cuento cómo Vladimiro, pintaba todos sus cuadros sólo con humo, esperando a los "engañados". En aquel fuliginoso taller no se podía oler el aguarrás,… Es la hora de elegir: Que los votos reflejen la mayoría social.
Soledad y compañía
Elogio de la soledad y de la sociedad, dos precisos requisitos para formar el talento y el talante.
Siento, en el abarrotado Metro, que nos apretamos cientos de soledades. Soledad y compañía. Noche y día. Sol y luna. Todo y nada al mismo tiempo. La vida es una compleja red donde se entrecruzan soledad y compañía. Nacemos y morimos solos. Pero sólo crecemos y decaemos de la mano de los otros; ellos nos dan perspectiva y sentido a nuestra biografía... Nadie existe que esté en completa soledad; todo lo que existe, necesita de otros para ser.
Soledades y compañías. Palabras que hablan por sí mismas; con derroche de fantasía. ¿Quién no las familiariza? Las vivimos distintas en cada etapa de la vida, muchas veces como espinas y otras tantas como alegrías. Emociones confusas y obsesivas, queridas y repelidas, finalmente admitidas por una providencia supuestamente establecida,… Pasiones fecundas y necesarias, porque según Goethe: “El talento en soledad se cultiva, mientras que el carácter sólo se forma en la sociedad intempestiva”.
Soledad: No nos enseña a estar solos, sino a ser únicos. La soledad es el precio de la libertad. La soledad es ese otro yo,… Refugio y aislamiento, sosiego y desasosiego, la soledad traza las fronteras en el plano de nuestra afectividad hermética y compartida. Sólo los egoístas odian la soledad. La soledad es el patrimonio de las almas extraordinarias. Sólo en soledad se siente la sed de verdad. Rilke señaló: “El águila vuela sola; el cuervo, en bandadas. El necio tiene necesidad de compañía, y el sabio, de soledad”.
Pero, ¡cuidado con la soledad! Antonio Machado alertaba: “En mi soledad / he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde si permanece en la infecunda soledad. Además, para huir de la melancolía no hay como la compañía, porque tristes podemos estar solos; pero para estar alegres, necesitamos compañía.
Compañía: Todo puede adquirirse en la soledad, excepto el carácter. Hacer compañía consiste en añadir algo a las vidas de los demás, y con ella descubrimos que nuestras vidas adquieren la transcendencia requerida. La persona cabal es aquella que, en medio de la multitud, mantiene con perfecto rigor y cortesía la independencia de su identidad, en soledad construida.
Sin embargo, ¡atención con la compañía! Suele decirse que quien necesita compañía, elegirá a veces malas compañías. También pronto descubrimos que no hay peor soledad que la de algunas compañías. El punto medio entre introversión y extraversión es el preferible, justamente el que nos permite encontrar el amor.
Amor: Ése rumor de soledad y compañía mutua. El amor consiste en dos soledades que se protegen, que se limitan y que se hacen mutuamente felices. Stendhal sugirió: “La soledad es necesaria para gozar de nuestro propio corazón y para amar; pero para triunfar en la vida es preciso dar algo de nuestra vida al mayor número posible de gentes”.
La realidad humana está tejida a un tiempo de soledad y compañía. Circunstancias que vivimos día a día, que buscamos en ocasiones y de las que huimos otras veces. El dolor reclama soledad; la alegría, compañía. Nunca como en las situaciones de duelo (que abundan en la vida), ha de ser exquisita la justa ponderación entre soledad y compañía, para acompañar en el dolor pero respetándolo.
Necesitamos tanto la compañía como la soledad. Nos son precisas como el verano y el invierno, el día y la noche, el ejercicio y el descanso. De la soledad nace el coraje y de la unión nace la fuerza. Por ello, la vida es esa gozosa sensación promiscua de equilibrio entre soledad y sociedad, esa maravilla de cordura y ternura unidas.
Versión final en: http://www.geocities.com/agirregabiria2005/soledad.htm
Siento, en el abarrotado Metro, que nos apretamos cientos de soledades. Soledad y compañía. Noche y día. Sol y luna. Todo y nada al mismo tiempo. La vida es una compleja red donde se entrecruzan soledad y compañía. Nacemos y morimos solos. Pero sólo crecemos y decaemos de la mano de los otros; ellos nos dan perspectiva y sentido a nuestra biografía... Nadie existe que esté en completa soledad; todo lo que existe, necesita de otros para ser.
Soledades y compañías. Palabras que hablan por sí mismas; con derroche de fantasía. ¿Quién no las familiariza? Las vivimos distintas en cada etapa de la vida, muchas veces como espinas y otras tantas como alegrías. Emociones confusas y obsesivas, queridas y repelidas, finalmente admitidas por una providencia supuestamente establecida,… Pasiones fecundas y necesarias, porque según Goethe: “El talento en soledad se cultiva, mientras que el carácter sólo se forma en la sociedad intempestiva”.
Soledad: No nos enseña a estar solos, sino a ser únicos. La soledad es el precio de la libertad. La soledad es ese otro yo,… Refugio y aislamiento, sosiego y desasosiego, la soledad traza las fronteras en el plano de nuestra afectividad hermética y compartida. Sólo los egoístas odian la soledad. La soledad es el patrimonio de las almas extraordinarias. Sólo en soledad se siente la sed de verdad. Rilke señaló: “El águila vuela sola; el cuervo, en bandadas. El necio tiene necesidad de compañía, y el sabio, de soledad”.
Pero, ¡cuidado con la soledad! Antonio Machado alertaba: “En mi soledad / he visto cosas muy claras,/ que no son verdad”. Todo elemento de fuerza intelectual se pierde si permanece en la infecunda soledad. Además, para huir de la melancolía no hay como la compañía, porque tristes podemos estar solos; pero para estar alegres, necesitamos compañía.
Compañía: Todo puede adquirirse en la soledad, excepto el carácter. Hacer compañía consiste en añadir algo a las vidas de los demás, y con ella descubrimos que nuestras vidas adquieren la transcendencia requerida. La persona cabal es aquella que, en medio de la multitud, mantiene con perfecto rigor y cortesía la independencia de su identidad, en soledad construida.
Sin embargo, ¡atención con la compañía! Suele decirse que quien necesita compañía, elegirá a veces malas compañías. También pronto descubrimos que no hay peor soledad que la de algunas compañías. El punto medio entre introversión y extraversión es el preferible, justamente el que nos permite encontrar el amor.
Amor: Ése rumor de soledad y compañía mutua. El amor consiste en dos soledades que se protegen, que se limitan y que se hacen mutuamente felices. Stendhal sugirió: “La soledad es necesaria para gozar de nuestro propio corazón y para amar; pero para triunfar en la vida es preciso dar algo de nuestra vida al mayor número posible de gentes”.
La realidad humana está tejida a un tiempo de soledad y compañía. Circunstancias que vivimos día a día, que buscamos en ocasiones y de las que huimos otras veces. El dolor reclama soledad; la alegría, compañía. Nunca como en las situaciones de duelo (que abundan en la vida), ha de ser exquisita la justa ponderación entre soledad y compañía, para acompañar en el dolor pero respetándolo.
Necesitamos tanto la compañía como la soledad. Nos son precisas como el verano y el invierno, el día y la noche, el ejercicio y el descanso. De la soledad nace el coraje y de la unión nace la fuerza. Por ello, la vida es esa gozosa sensación promiscua de equilibrio entre soledad y sociedad, esa maravilla de cordura y ternura unidas.
Versión final en: http://www.geocities.com/agirregabiria2005/soledad.htm
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