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WeCrashed vs. WeWork: Serie sobre una empresa unicornio

Si algo nos ha enseñado la reciente ola de producciones televisivas sobre el auge y caída de startups tecnológicas —desde The Dropout hasta Super Pumped— es que la línea entre un visionario y un estafador es, a menudo, una cuestión de flujo de caja. Sin embargo, WeCrashed (Apple TV+), la serie que narra el ascenso y el colapso de WeWork, ofrece algo más inquietante que un simple fraude: ofrece un espejo de la decadencia de la "cultura del fundador" en la era del dinero barato.

A través de las interpretaciones de Jared Leto y Anne Hathaway (como Adam y Rebekah Neumann), la serie dramatiza lo absurdo. Pero para el observador culto en economía y tecnología, la realidad de WeWork plantea interrogantes éticos y estructurales que el guión apenas logra rozar. ¿Cómo logró una empresa de subarrendamiento de oficinas convencer a Wall Street de que era una tecnológica valorada en 47.000 millones de dólares?

La tecnología como disfraz del ladrilloEl gran truco de magia de Adam Neumann, brillantemente capturado en la serie, no fue inventar el coworking, sino reempaquetar el viejo negocio inmobiliario con la estética y el lenguaje de Silicon Valley.

En la realidad, WeWork operaba bajo un modelo de arbitraje inmobiliario clásico: alquilar a largo plazo, dividir el espacio, y subarrendar a corto plazo. Es un negocio de márgenes estrechos y alto riesgo cíclico. Sin embargo, Neumann vendió una narrativa de "espacio como servicio" (Space-as-a-Service), inflando su valoración a múltiplos de empresa de software (SaaS).

Aquí radica la primera lección financiera y educativa: la desconexión entre valor y precio. Inversores sofisticados, incluyendo al visionario Masayoshi Son de SoftBank, cayeron en la trampa de valorar la narrativa por encima de los fundamentales (EBITDA, flujo de caja libre). La serie muestra esta seducción, pero la realidad fue un fallo sistémico de la due diligence (diligencia debida) institucional.

Gobernanza, Ética y el "Capitalismo Consciente"Uno de los puntos más fascinantes de la relación entre la serie y la realidad es el papel de la "misión". WeWork no vendía escritorios; vendía, según su prospecto de salida a bolsa (el infame formulario S-1), la capacidad de "elevar la conciencia mundial". "WeWork gastó miles de millones no en tecnología propietaria, sino en comprar una atmósfera comunitaria que resultó ser efímera."

Desde una perspectiva ética, WeCrashed expone la toxicidad del liderazgo carismático sin control. La realidad de la empresa estaba plagada de conflictos de interés que la serie retrata fielmente: Adam Neumann comprando edificios personalmente para luego alquilárselos a su propia empresa, o vendiendo la marca "We" a la compañía por 6 millones de dólares.

Esto no es solo una anécdota de excentricidad; es un caso de estudio sobre la ausencia de gobernanza corporativa. La junta directiva, cegada por el crecimiento exponencial ("blitzscaling"), abdicó de su responsabilidad de supervisión. En las escuelas de negocios, el caso WeWork se estudia hoy no como un éxito de marketing, sino como el ejemplo definitivo de por qué el poder del fundador debe tener contrapesos.

La realidad tras la ficción: El coste humanoMientras la serie se centra en la excéntrica historia de amor de los Neumann —un "Romeo y Julieta" del narcisismo—, la realidad económica dejó un rastro de destrucción mucho más tangible.

Cuando la valoración de WeWork se desplomó de 47.000 millones a casi la insolvencia en 2019, miles de empleados que habían aceptado salarios bajos a cambio de stock options vieron cómo sus ahorros y futuros se evaporaban. Mientras tanto, Adam Neumann negoció un paquete de salida de cientos de millones de dólares.

Aquí entra la dimensión social y educativa: la serie es un recordatorio de la fragilidad del contrato social en las startups unicornio (posts previos). La cultura del "trabaja duro, juega duro" y la lealtad sectaria a la misión sirvieron para enmascarar una transferencia de riqueza de los trabajadores e inversores minoritarios hacia los fundadores.

¿Hemos aprendido la lección? WeCrashed es entretenida, pero la realidad de WeWork es una advertencia. Nos enseña que en la intersección entre tecnología y capital, el carisma es un activo peligroso si no está respaldado por una operativa sólida y una ética transparente.

La caída de WeWork marcó, en muchos sentidos, el fin de la era de la inocencia (o de la exuberancia irracional) de la década de 2010. Nos recuerda que, aunque la tecnología puede cambiar el mundo, las leyes de la gravedad económica —tarde o temprano— siempre terminan por aplicarse.

Slow Horses, humor británico con antihéroes del espionaje

Hoy repasamos la serie Slow Horses en Apple TV. Es, sin duda, una de las joyas más brillantes de la televisión actual. Ha logrado revitalizar el género de espionaje alejándose del glamur de James Bond para sumergirse en la burocracia, el sarcasmo y el olor a tabaco rancio. Una lección con la redención de unos espías torpes abandonados en la trastienda del MI5. Una delicia sobre la estética del fracaso y la ética del espionaje en la era del desencanto.

En el panteón del espionaje cinematográfico y televisivo, solemos encontrar figuras impecables que dominan idiomas, artes marciales y tecnología de punta. Slow Horses, basada en las excelentes novelas de Mick Herron, rompe este molde de forma estrepitosa. La serie nos presenta la "Casa de la Ciénaga" (Slough House), un purgatorio administrativo donde el MI5 envía a sus agentes caídos en desgracia: aquellos que dejaron un rastro de pruebas en un tren, que arruinaron una operación de vigilancia o que, simplemente, resultaron molestos para la cúpula del poder en Regent's Park.

Aunque la serie ha contado con distintos directores por temporada (como James Hawes o Saul Metzstein), la unidad visual es asombrosa. La dirección apuesta por una Londres gris, húmeda y táctil. No vemos la ciudad de las postales, sino la de los callejones traseros y las oficinas con moquetas manchadas de café. El ritmo es magistral: sabe ser una comedia de oficina cínica en un momento y un thriller de alta tensión al siguiente, sin que las costuras se noten.

Un guión afilado como un bisturí. El showrunner Will Smith (no el actor, sino el veterano guionista de Veep) ha logrado algo casi imposible: traducir el monólogo interior y el humor negro de Herron a diálogos eléctricos. Toda una lección de economía narrativa. Cada insulto de Jackson Lamb tiene una función; cada silencio de Catherine Standish cuenta una década de arrepentimiento. La serie no subestima al espectador; confía en su inteligencia para unir los puntos de una trama geopolítica que siempre es más sucia de lo que parece a primera vista.

El reparto de lujo: Gary Oldman y el resto de los parias. Hablar de Slow Horses es hablar de Gary Oldman. Su interpretación de Jackson Lamb es una de las mejores de su carrera (lo cual es mucho decir). Lamb es grosero, antihigiénico y parece estar en un estado de descomposición constante, pero bajo esa capa de desidia late una mente táctica superior y, muy a su pesar, una lealtad inquebrantable hacia sus "caballos lentos".

Junto a él, Jack Lowden brilla como River Cartwright, el joven ambicioso atrapado en la burocracia, y Kristin Scott Thomas ofrece el contrapunto perfecto como Diana Taverner, la subdirectora del MI5 cuya elegancia gélida esconde una ambición maquiavélica. La química entre Oldman y Scott Thomas es, sencillamente, televisión de alto nivel.

Espionaje en las sombras donde esta serie sigue a este grupo de agentes repudiados que, a pesar de estar destinados a triturar papel y rellenar formularios, terminan involucrados en conspiraciones que amenazan la seguridad nacional. Lo fascinante no es solo la resolución del misterio —que siempre es sólido— sino cómo estos personajes buscan desesperadamente la redención. No son héroes; son personas rotas intentando demostrar que todavía sirven para algo.

Desde un punto de vista educativo y crítico, Slow Horses es un material de análisis fascinante por tres razones: 1º La deconstrucción del mito: Es ideal para debatir cómo los medios construyen la imagen del "héroe". Aquí, el éxito no viene de la perfección, sino de la persistencia y el aprendizaje del error. 2º La ética del poder: La serie muestra cómo las instituciones suelen protegerse a sí mismas antes que a los ciudadanos, un tema vital para la educación cívica y política. 3º Narrativa transmedia: Es un caso de estudio perfecto sobre cómo adaptar literatura contemporánea a la pantalla manteniendo la esencia del autor pero aprovechando el lenguaje visual.

Valoración final: 9.5/10. Es inteligente, divertida, tensa y profundamente humana. Una cita obligatoria para cualquier amante del buen cine que se esconda en la pequeña pantalla.

La regla 30-80%: Clave para alargar la vida de tu batería Li-ion

Ya estamos acostumbrados algunos al límite de recargar hasta el 80%, tanto el Vehículo Eléctrico a Batería (BEV), como los más recientes modelos de móviles (como el iPhone 17), tabletas (como el iPad Pro) o portátiles. También está la alerta de no descargar por debajo del 20 o 30%. Esto nos sirve para recordar,...

La regla del 30-80 %: la zona segura que alarga la vida de tus baterías de litio. Durante años hemos oído que lo ideal es cargar cualquier dispositivo «al 100 %» y descargarlo lo mínimo posible. Sin embargo, la química de las baterías de ion-litio —las que alimentan desde tu smartphone hasta los Tesla más avanzados— cuenta una historia muy distinta. 

La práctica más eficiente y duradera no consiste en llegar a los extremos, sino en mantenerse, en la medida de lo posible, entre el 30 % y el 80 % de carga. Esta franja, conocida en la comunidad técnica como la «regla del 30-80 %», no es un capricho de ingenieros: es una consecuencia directa de cómo funcionan (y se degradan) las celdas de litio.

¿Por qué los extremos son el enemigo? Las baterías de ion-litio no almacenan energía como un depósito de combustible lineal. Su capacidad depende de la intercalación reversible de iones de litio entre los electrodos de grafito (ánodo) y óxido metálico (cátodo). Cuando la batería está completamente cargada (4,2-4,35 V por celda según la química), el cátodo está saturado de litio y el ánodo casi vacío. Este estado genera dos problemas principales:

- Tensión mecánica: el ánodo de grafito se expande y contrae con cada ciclo. A voltaje máximo, la expansión es mayor y aparecen microfracturas que, con el tiempo, reducen la superficie activa.

- Formación de SEI y plating de litio: la capa pasivante (SEI) que protege el ánodo crece de forma descontrolada a alto voltaje y alta temperatura, consumiendo litio activo irreversiblemente. En casos extremos, puede formarse litio metálico dendrítico (plating), el precursor de cortocircuitos internos.

Por otro lado, una descarga profunda (por debajo de 2,5-3,0 V) también acelera la degradación: el ánodo se contrae excesivamente, se disuelve cobre del colector de corriente y se generan más productos de reacción irreversibles. Estudios de Battery University, el National Renewable Energy Laboratory (NREL) y universidades como Dalhousie (Jeff Dahn) coinciden: mantener la batería entre 30 % y 80 % puede duplicar o incluso triplicar el número de ciclos completos antes de que la capacidad caiga al 80 % del valor original.

Evidencia cuantitativa

- Un trabajo publicado en Journal of The Electrochemical Society (2018) mostró que celdas NMC cargadas siempre al 100 % y descargadas al 0 % perdían un 20-25 % de capacidad tras 300 ciclos. Las mismas celdas, limitadas a 30-80 %, apenas perdían un 5-7 % tras 1000 ciclos.

- Tesla recomienda en sus manuales mantener el Model 3 y Model Y en modo «carga diaria» al 80-90 % precisamente por esta razón (y solo llegar al 100 % antes de viajes largos).

- Apple introdujo desde iOS 13 la «Carga optimizada de batería» que mantiene el iPhone al 80 % la mayor parte del tiempo y completa al 100 % justo antes de que el usuario suela desconectarlo.

Aplicación práctica en la vida real

- Móviles y tabletas. Activa la carga optimizada (iOS) o «Proteger batería» (Samsung al 85 %, Pixel al 80 %). Usa apps como AccuBattery (Android) para limitar la carga al 80 % mediante alarmas o automatización con Tasker/MacroDroid.

- Portátiles. La mayoría de fabricantes (Dell, Lenovo, ASUS, MacBook) permiten limitar la carga máxima en sus utilidades (MyASUS, Lenovo Vantage, Dell Power Manager).

- Vehículos eléctricos. Configura el límite de carga diario al 80 % (Tesla, Hyundai/Kia, Porsche, etc.). Reserva el 100 % solo para viajes largos y evita dejar el coche enchufado al 100 % durante días.

Conclusión: La perfección es enemiga de la durabilidad. Cargar al 100 % no «romperá» tu batería de la noche a la mañana, pero cada vez que lo haces estás acelerando silenciosamente su envejecimiento. La regla del 30-80 % (o incluso 20-90 % si prefieres un margen más amplio) es la estrategia respaldada por la electroquímica moderna para maximizar ciclos de vida sin sacrificar una autonomía práctica excesiva.

En un mundo donde cambiamos de móvil cada dos o tres años quizá parezca irrelevante, pero para quien conserva su dispositivo cinco años o más, o para quien ha invertido decenas de miles de euros en un coche eléctrico cuya batería es el componente más caro, adoptar esta disciplina supone una diferencia de cientos (o miles) de euros a largo plazo.

La próxima vez que enchufes tu dispositivo, pregúntate: ¿necesito realmente ese 20 % extra ahora mismo, o estoy pagando con vida útil futura? La respuesta química es clara: quédate en la zona templada. Tu batería te lo agradecerá con años extra de servicio.