Clave educativa

Una lección magistral impartida por una niña de cinco años.

Hace unos años, debí realizar un corto viaje para dictar una conferencia sobre la trascendencia de la educación. Mi hija Leire me acompañó. Antes de ir a cenar en el hotel, hube de repasar mis apuntes mientras la niña jugaba explorando la habitación. Pero se aburría y reclamaba mi atención. Sobre la mesa había una revista, con una página donde aparecía un mapamundi con el panorama planetario de hambre y guerra.

Para entretenerla rompí la hoja en pedacitos y le sugerí que recompusiera el rompecabezas. Aceptó el reto y creí que dispondría de una hora. En pocos minutos había armado la hoja e incluso la había pegado con cinta transparente.

Le pregunté: “¿Cómo has reparado el mundo tan pronto?".

Ella respondió: "No me fijé en el mundo. Detrás del mapa venía la foto de un niño en su aula; puse bien la escuela y el mundo quedó arreglado".

Simbólicas aldeas Potemkin

Existen metáforas ideológicas muy arraigadas que enturbian nuestra convivencia.

Grigori Alexándrovich Potemkin fue un político y mariscal de campo ruso. La emperatriz Catalina II (La Grande) lo eligió como amante y favorito de su corte, nombrándole conde y finalmente príncipe. Destacó por sus victorias administrativas y militares (muriendo en la segunda guerra ruso-turca), construyéndose en su honor un siglo después el “Acorazado Potemkin”, cuyos marinos se amotinaron en 1905, episodio que Sergei M. Eisenstein inmortalizó en su película cumbre de la cinematografía mundial.

Potemkin urdió uno de los engaños más famosos de la historia universal. Mientras Rusia se convertía en una potencia, para que la zarina no viera la miseria en la que vivía el pueblo, cuando viajó en carruaje durante una visita a Crimea en 1787, su ministro le mostró únicamente las tristemente famosas “aldeas Potemkin”, pura fachada de madera y lienzo en una farsa convincente. Había encargado a un ejército de artesanos pintar hermosos e idílicos decorados con casas hermosas y jardines rebosantes de flores delante de los misérrimos poblados para que taparan la indigente penuria en la que vivían los campesinos.

El engaño de las "aldeas felices” ha seguido vigente hasta la actualidad, potenciado por el vasto mundo del poder mediático. El séquito del poder sigue instituyendo frontispicios de engaño con propaganda que embaucan nuestros sentidos y nuestras mentes. No sólo hablamos de pantallas y muros que se erigen por doquier para que nos veamos cómo viven más allá de los barrios elegidos, en Israel o en China, en Europa o en América. Además nos muestran fotos de la “inteligencia militar” con ciudades Potemkin donde los iraquíes supuestamente fabricaban armamento nuclear.

El artificio moderno es más sutil y ha cambiado de protagonistas. Ya no hay que encandilar solamente a un monarca, sino a millones de ciudadanos. Tampoco bastan los espectáculos visuales solamente. Hay que nublar el pensamiento colectivo, con metáforas de aparente simplicidad pero muy elaboradas para mantener el ardid. Son muchas las abstracciones que ya confundimos con cosas reales. Veamos solamente dos, tan trágicas como actuales: el ‘imperio del mal’ o el dinero.

¿Qué pasaría si hubiesen dicho que Estados Unidos fue a la guerra de Vietnam a robar sus mujeres jóvenes más bellas? En realidad, el logro final, y el menos malo, fue el de los matrimonios mixtos de soldados con nativas. Pero para ello se destruyeron millones de vidas y se mantuvo el dolor de varias generaciones de la humanidad entera. Nos contaron que se fue a “combatir al comunismo en una guerra fría”. Hoy nos apuntan que hay que mantener el Primer Mundo contra el Tercer mundo para “luchar contra el terrorismo”. Iconografías, sólo símbolos, que actúan como “aldeas Potemkin”, sin permitirnos ver a la gente de carne y hueso que viven tras esas barreras de “países enemigos”. No es de extrañar en una época donde es más delito quemar una bandera (un trapo a fin de cuentas), que envenenar la tierra de una comunidad con contaminantes inextinguibles.

Junto a las ideologías enfrentadas, otra de las peores falsedades de hipocresía es el dinero. Nos han inculcado que es como el oro. El metal, aparte de su uso odontológico, sólo se almacena en cámaras acorazadas. Obviamente no es ilimitado. Por tanto, se nos dice que “no hay dinero para acabar con el hambre en el mundo”. Esto es tan absurdo como decir que no hay “metros cuadrados para hacer viviendas para todos”. El dinero, en sal o en oro, es un medio de medida que permitió superar el sistema de trueque en el comercio de la antigüedad. El dinero no se manipula como una materia: En cada crisis de recesión mundial el dinero desaparece súbitamente, pero el oro planetario, descubierto o no, siempre es constante salvo transmutaciones. Aportando e intercambiando nuestro esfuerzo podemos conseguir un planeta dichoso.

La riqueza y la felicidad pueden crecer, como el amor, la inteligencia o la justicia. No existe una cantidad fija de modo que si los demás tienen más a nosotros nos queda menos. Con un sistema justo, todos podríamos vivir prósperamente, sin pasar necesidad nadie en ningún lugar. Olvidemos las metáforas limitativas. Creamos más en la pura realidad: el bienestar puede ser mundial, la libertad es compatible con la equidad, los que piensan de modo distinto sienten y necesitan lo mismo que nosotros, todos podemos ser hermanos, el bien no necesita del mal, el derecho se puede imponer con la fuerza de la razón y del corazón,...

Somos como la criatura que cae en su cochecito por las escaleras de Odessa, sin control en medio del aplastamiento popular que narra el Acorazado Potemkin. Necesitamos que todos olvidemos las arcaicas “aldeas Potemkin” de símbolos absurdos para dejar de luchar y vernos cara a cara: el soldado y la madre que pide pan. No son un zarista y una insurgente; son dos personas que comparten la misma desesperación. Entonces, cuando traspasemos el decorado de los emblemas y nos reconozcamos como seres humanos, sólo nos quedará la solución de arreglar conjuntamente nuestros mutuos problemas.

Lista a la vista

Recordatorio para distraídos olvidadizos antes de salir de casa.

Les revelo la “lista del tonto” que compruebo antes del momento fatídico de salir de casa, para que no se me olvide nada importante. Cuatro elementos son los decisivos:

1º “Lleva llave”. Consejo básico que resuelve todo, pues con esta pieza podrás volver a entrar para recoger lo que te faltase.
2º “Dinero dentro”. En metálico o en plástico (tarjetas) lo necesitarás casi siempre. En caso de viaje de larga duración, un buen consejo es llevar la mitad del equipaje previsto y el doble del dinero.
3º “Documentos en aumento”. Todos aquellos carnés, DNI, pasaporte, pasajes, billetes, contratos, mapas, apuntes,… que precisas siempre o en cada caso concreto. A fin de cuentas si sales de casa, será para algo. Llevas todo aquello que te puedan requerir o que debas presentar.
4º “Instrumentos de incremento”. Las innumerables prótesis que necesitamos en mayor o menor medida, desde el teléfono móvil hasta las gafas, de sol o graduadas, de cerca o de lejos. La gama de aparatos es inmensa, comenzando por el reloj. Desde el libro para el Metro hasta el ordenador portátil, pasando por bolígrafos y papel, cámara de fotos (integrada en el móvil con el PDA), grabadora (en el pendrive con reproductor MP3), pilas,… Para viajes largos no olvidar cargadores y cables, neceser con afeitadora, cepillo de dientes y pasta, pijama, toalla, mudas, pañuelos, ropa adicional (bata, zapatillas, bañador,…), despertador, transistor, prismáticos, navaja universal, candado,… Pueden incluirse las alianzas y joyas, juegos de bolsillo (máquina de ajedrez, en el PDA), lectura y música.

Como regla nemotécnica puede usarse un acrónimo fácil de recordar: LLEVA, formado por las iniciales de Llaves, Euros (dinero), Visados (documentos) y Aparatos o ayudas. No olvidemos tampoco el equipamiento interior, basado en salir de casa siempre Llenos de buen humor, con Energía, Vitalidad y Alegría.
Imagen descubierta e incluida el 1-4-2011.

Cuento cruento

Historia de un hombre tan invisible que nadie se percató de que existía.

Era un soñador utópico, que conocía amargamente el eterno ahora de la soledad. De esa soledad llena de distancias. La rutina de su vida le llevaba al exilio de la incomunicación. Incluso viajaba en el metro para apretar su soledad con otros cientos de soledades. Bien sabía que la soledad almuerza con la tristeza, come con el abatimiento y cena con la desesperación.

Necesitaba una dieta de cariño. Una amiga a quien contra sus soledades. Una mujer que le liberara de los monstruos que nos devoran en la soledad. Una compañera que le ayudase a romper la asimetría de su pequeñez frente al colosal mundo exterior. Intuía que era sólo un Adán que soñaba con el paraíso, pero que siempre despertaba con todas sus costillas intactas.

Se encerró en casa, resuelto a no regresar a las hostiles calles. Apagó para siempre la televisión, donde sólo monologan gentes sin escucharse. Cuando se le acabaron los víveres, decidió tirarse por la ventana de su cuarto piso. Llevaba tantos días sin hablar con nadie, ni oír las noticias, que no supo de la huelga de limpieza. Cayó sobre una montaña de bolsas de basura. En pijama repasó sus desperfectos. Comprendió que había sobrevivido sin daños; apenas una gota de sangre en una rozadura. Pero, quizá con el batacazo, su soledad se hizo añicos.

No tenía llaves para volver a su hogar. Pidió ayuda a unos transeúntes. Le socorrieron con amabilidad. Desde aquel incidente su soledad, que había crecido más y más como un cerdo obeso, fue consumiéndose. Eligió abandonar el elegido destino de una mezquina soledad. La tristeza desapareció cuando descubrió que nunca conviene llegar al fondo de la soledad. Quienes le rodeaban se alegraron de su vuelta, tras aquel destierro de soledad.