Agoreros fallidos

"Creo que existe un mercado mundial para, quizá, cinco computadoras. Thomas Watson, Presidente de IBM (1943).

No existe razón para que nadie pueda querer una computadora en su casa. Ken Olsen, Presidente de Digital Equipment Corporation (1977)".
Dijeron...

Definición poética de Blog

"Un blog es como la sombra,
que se proyecta y se asoma,
y que siempre nos asombra,
más allá de lo que nombra".
Quiero pensar...
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Mikel Agirregabiria

La carrera de la vida

Una metáfora automovilística, válida para cualquier edad, que enseña a llegar muy lejos.

El profesorado está acostumbrado a percibir las peculiaridades de su alumnado, desde la más elemental singularidad de cada persona -que es un universo único- hasta las severas deficiencias sensoriales y cognitivas propias de los casos de “educación especial” ante minusvalías físicas, sensoriales o psíquicas. El personal docente con experiencia sabe perfectamente que, entre la capacidad potencial de cada uno de nosotros y el desarrollo final que logremos, lo definitivo es la voluntad propia que obra milagros insospechados. La constancia, la tenacidad y el empeño forman la piedra filosofal buscada por la alquimia.

Como educador, siempre hubo una historia alegórica que me fue muy útil para motivar a mis alumnos y alumnas en mis funciones de tutoría, incluso de personas adultas. El cuento –de cosecha propia- relata la salida de una carrera de largo recorrido. Se presentan muchos coches, de muy variada apariencia, potencia y antigüedad. Sus conductores se analizan y pronto llegan a conclusiones precipitadas. Algunos creen que, al disponer de vehículos más adaptados o más modernos, serán seguros ganadores. Igualmente, otros se desaniman rápidamente al comprobar que sus automóviles no parecen tan lustrosos como los de otros competidores mejor dotados.
Dado que la carrera está programada a varios años, tras la presentación de los equipos se producen muchas reacciones inesperadas. Los presuntos vencedores se toman el día libre, porque pronto podrán recuperar la ventaja que concedan a sus más débiles contendientes. Los que aceptan su papel de perdedores arrojan la toalla sin avanzar siquiera unos kilómetros. Los jueces avezados pronto descubren quiénes serán probablemente quienes triunfen al final de la larga y afanosa aventura: Son justamente quienes se aprestan a correr con todas sus posibilidades, aunque sean reducidas, sin mirar a los demás ni aceptar jamás la derrota, sabiendo que llegarán hasta donde estén dispuestos a no desfallecer.

En las carreras automovilísticas reales es cierto que el coche es determinante, porque todos los conductores son esforzados vocacionales seleccionados por una acreditada valía de trabajo previo en su currículum. En la vida cotidiana y entre la gente normal sucede que la principal diferencia entre unos y otros no es el cociente de inteligencia, ni las habilidades sociales, ni la edad, sino el carácter esforzado y la energía dispuesta a sacrificar.

En la escuela y en la sociedad advertimos repetidamente la pertinaz tragedia de las capacidades desaprovechadas, la penosa catástrofe de los abandonos prematuros, y la sempiterna maldición de la pereza, la desidia y la apatía… incluida la de los educadores y progenitores que aceptamos el “fracaso escolar”. Muchas veces nos consideramos demasiado incompetentes, nos suponemos demasiado mayores, nos sentimos demasiado cansados. Es evidente que otras personas estarán más dotadas que nosotros, que no seremos los mejores y que nos costará más lograr nuestros objetivos. Pero recordemos que sólo fracasa, quien no lo intenta una y otra vez.

Fallar es legítimo y honorable; abandonar sin intentarlo es lo más triste y deshonroso. Schiller señaló: “La voluntad de la persona: he ahí su felicidad”. No existe mejor cualidad y facultad que una firme voluntad: Y esto está al alcance de todos, porque la voluntad es el alma de cada uno de nosotros, lo que nos hace grandes o pequeños.

Supresión de la televisión

El desastre social que propician los contenidos de las televisiones aconseja evitar su recepción.

Una semana de vacaciones, deliberadamente sin Internet, ha sido suficiente para comprender que el principal riesgo para niños y adultos proviene de esas aparentemente inocuas televisiones genéricas. Lo que pretendía ser una “semana blanca” retrasada, con el mal tiempo reinante en Alicante, se convirtió en un tiempo para analizar los contenidos televisivos reinantes en la España del siglo XXI. La conclusión más obvia es que casi toda la oferta de las programaciones es altamente desaconsejable para mantener una lucidez mínima, un elemental sentido común y algún tipo de código ético aplicable a la vida cotidiana. El daño que incontestablemente causa a los más jóvenes resultará incurable a pesar de los denodados esfuerzos familiares y educativos que se apliquen, si no es con la condición previa de restringir o apagar la televisión actual.

El panorama matutino comienza en TVE, A3 y Tele5 con debates políticos de pesados “sabihondos contertulios”, preferentemente de Madrid, que sólo repiten las frases sacadas de contexto de los políticos nacionalistas, tanto de Euskadi como de Catalunya. Siguen insufribles programas del corazón, con las mil y una anécdotas irrelevantes de personajes anodinos que han sido encerrados en alguna casa de Somosierra o en algún corral de Kenia, además de la panda habitual de famosillos que viven del cotilleo de sus insignificantes “sucedidos”.

Los informativos, aparte del peculiar equilibrio y selección de lo “noticiable” que merecería un análisis y valoración extenso, son un escaparate de “periodistas populares”, que llegan a llenar toda la pantalla con su nombre y cara (dura). Hasta el propio McLuhan se sorprendería de que ahora el “mensaje es el periodista”, cuyo primer plano acerca hasta la menor arruga (Angels Barceló es el caso límite de lo que una mala realización puede perpetrar, porque no todos los días los poros faciales presentan su mejor imagen) o que es entrevistado por sus colegas en los debates en profundidad. Incluso los corresponsales “de provincias” aparecen en medio de la imagen, tapando el incidente del que supuestamente pretenden informar.

La tarde se llena con programas de entrevistas a “personas de la calle”, que sorprendentemente sólo presenta las miserias de caraduras de uno u otro género que se rejuntan en inimaginables fórmulas de seudo-convivencia, con mayoría de “gente que trabaja la noche” y todo tipo de esperpentos personales, familiares y sociales en pleno horario infantil de tarde-noche. El mensaje tácito que se transmite es que si quieres ser “famoso”, lo que parece ser el ideal de vida contemporánea, sólo has de ser más “anormal” que los ya bastante estrambóticos especimenes que se presentan como modelos ejemplares de nuestra era.

Las series de “producción propia” son muestras del paradigma preconizado, que es lo más marginal que se pueda imaginar: Un programa de “éxito” presenta una “modélica” comunidad de vecinos donde no existe una sola familia convencional. En pro de la tolerancia que nadie discute, tienen cabida toda suerte de “unidades familiares”… menos la familia “a secas”. Negando y renegando de la estadística más elemental, no aparece ni un solo matrimonio, con o sin hijos; únicamente algún resto de matrimonio liado con algún otro resto.

Una sociedad que se traga sin rechistar semejantes bodrios aderezados con anuncios de estúpidos productos, la mayoría de los cuales son absoluta y manifiestamente innecesarios, corre un riesgo cierto de acabar idiotizada, masificada y sin capacidad de reacción, lo que parece ser el objetivo último de tanta basura tele-distribuida.

La información que proviene de Internet es infinitamente más variada, complementaria, especializada y juiciosa que esta predominante bazofia televisiva, que ni entretiene, ni informa, y menos aún “forma”. La prensa escrita se recoge en hemerotecas y sus opiniones vienen debidamente firmadas, siendo mucho más plurales a pesar de la concentración de los “grandes grupos”. Consejo final: Si quieren ser más cultos, más honestos y más humanos, eviten toda forma y modalidad de televisión, con alguna insólita excepción como la información meteorológica, películas sin cortes o esos escasos espectáculos deportivos poco comentados.

Ponme a dormir

Una clave familiar que mide la felicidad y el éxito alcanzados dentro de un hogar.

Pasados los años, se llega a descubrir cuáles son las vivencias más significativas y gratificantes de una vida. Una de mis favoritas entre las más felices y repetidas es despertar de madrugada. En plena oscuridad ir recobrando la percepción del entorno: sentir la presencia de mi esposa apoyada en mi hombro y brazo izquierdos, sus pies junto a los míos, su respiración sosegada y su sueño sereno.

El juego del despertar incluye desde hace pocos años una adivinanza de saber dónde estamos: Si en nuestro hogar de Getxo o en la casa de Alicante. El colchón es similar y no vale palpar el cabezal o el borde de la cama, ni apurar la memoria del día anterior. El truco es tratar de acertar sin abrir los ojos, por algún leve ruido como la lluvia exterior en los ventanales o el tráfico lejano. Entonces comprendo si estamos de vacaciones o durante el curso, pero eso no importa demasiado, cuando se está entre personas amadas.

Luego sigue la preocupación por nuestros hijos: ¿Estarán en sus cuartos de al lado, o en su residencia de estudios? ¿Han de madrugar? ¿El pequeño que estudia lejos parecía feliz en su última llamada? ¿Los abuelos qué tal estaban según la conversación de cada noche? ¿Y el resto de la amplia familia? Cuando el repaso indica que todo parece estar en orden, casi inmejorablemente, no cabe mayor felicidad.

Todo este sosiego lo atribuimos a un lema familiar que les enseñamos a nuestros hijos. Cuando la mayor nació, su precocidad con el habla -en distintos idiomas porque uno le parecía poco- fue impactante. Ella recreó la expresión de "ponme a dormir", que incluía rezar sus oraciones, arroparla con su peluche del momento, leerle o contarle un cuento con precisión milimétrica para evitar inexactitudes, debatir con ella el desenlace de la historia, darle un beso y velar un buen rato mientras parecía dormir… pero estaba al acecho para evitar quedarse sola hasta que Morfeo la acunase, siempre con una tenue luz en su cuarto.

Ahora que pasamos más tiempo solos, mi esposa ha recupero el mimoso lema de "ponme a dormir". No en vano hemos compartido juntos nuestras vidas desde que éramos unos críos, ella de 18 años y yo de 20. Definitivamente es fácil compartir la idea de que sentirse querido es la sensación más humana que se puede experimentar. No existe mayor aprecio interpersonal que saberse querido en el seno de una familia, por parte de los padres, de la pareja, de los hijos, de los hermanos, de los familiares propios y políticos. La verdadera medida del éxito público en la vida, donde también la estima de colaboradores, colegas y superiores es decisiva, se determina por la dimensión del triunfo íntimo dentro del propio hogar.

Versión original en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/ponme.htm