Comunicar: Un verbo plural

©Mikel AgirregabiriaEn sus múltiples formas verbales sorprende la polisemia de “comunicar”, de mezquina infrautilización en nuestro tiempo.

El mágico vocablo “comunicar” contiene varios verbos en uno. Hasta hace unas décadas, este término era transitivo esencialmente: “Fulano comunica algo a Mengano" o "a la opinión pública". Más recientemente pasó a emplearse como intransitivo: "Alguien comunica bien (o mal)”. También como verbo reflexivo: "Sabe comunicarse". Incluso contiene una cuarta dimensión, de alto interés para el éxito en la vida cotidiana, la educación, la familia o la economía: La voz pasiva, el “dejarse comunicar por los otros, el entorno, el mercado,…”.

Los “medios de comunicación” no siempre ofrecen un buen modelo de comunicación. Exponen muchas noticias, más o menos precisas, pero apenas escuchan a sus audiencias lectoras o audiovisuales. Comunicar, además de extenderse o propagarse (“el incendió se comunicó a las casas circundantes”), también significa establecer un medio de acceso entre comunidades o lugares distintos (“el puente comunica las dos orillas”). La prensa, demasiadas veces, sólo crea o difunde una opinión que cree compartida con su audiencia, pero raramente se esfuerza en tender puentes entre distintas diferentes sensibilidades colectivas.

Communicatio es una palabra latina que designa la comunicación entendida como “facultad de sentirnos unos a otros”. Es un cultismo extraído de la comunión eclesial: “Communicantes et memoriam venerantes”... dice el canon de la misa. Cuando la tecnología extrajo este término de la liturgia para incorporarlo al “nuevo culto” que permitió la transmisión masiva mediante los primeros “medios de comunicación” (prensa, radio, TV), se produjo la preponderancia de una comunicación desequilibrada, truncada, exclusivamente unidireccional.

Esta imperfección, propia del siglo XX por los poderosos grupos de comunicación (y que Internet atenúa en el presente siglo), se infiltró en toda la comunicación interpersonal y causa verdaderos estragos de soledad e incomunicación a escala individual y social. A menudo, el peor referente de monólogo se escenifica pésimamente entre políticos en las grandes cadenas televisivas, con el contraejemplo cómico (si no fuese trágico) de “comunico, aunque sin escuchar ni ser escuchado, sin pretender compartir nada ni convencer a nadie que no esté ya convencido”.

Nuestra mayor torpeza vital proviene de la incapacidad para escucharnos diestra, efectiva y mutuamente como comunicantes que buscan un encuentro. Cuando falta la correspondencia (comunión) en la comunicación entre un comunicador y su audiencia, es culpa del comunicador. Y ésa es una buena noticia, porque la solución reside en cada uno de nosotros, en tanto que somos comunicadores. Bernard Shaw señaló: "El mayor problema de la comunicación es la ilusión de que ha sido realizada con éxito."

Analicemos nuestra capacidad personal de comunicación: ¿Comunicamos? ¿Nos comunicamos? ¿Bien? ¿Qué y a quiénes? ¿Nos dejamos comunicar? ¿Qué y de quiénes? ¿Nos hace bien esa comunicación? Revisemos todos los esquemas de nuestra comunicación activa y pasiva. En caso contrario, probablemente sigamos “comunicando como los teléfonos” cuando la línea está ocupada.

Versión para imprimir en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/verbo.htm

El hijo del acordeonista

©Mikel AgirregabiriaUna lectura recomendada para el verano, junto a un breve análisis personal del libro y de la crítica suscitada.

Bernardo Atxaga es uno de mis autores contemporáneos habituales, y mi elección nada tiene que ver con la opción política que Joseba Irazu libre y legítimamente mantenga, aunque reconozco que me disgusta que este partido (Ezker Batua-Berdeak, Izquierda Unida) haya exhibido la imagen del escritor como uno de sus iconos en la última campaña electoral vasca.

Suelo reservar ciertas obras para su lectura estival, y este libro quedó adquirido desde septiembre pasado por un doble motivo: La calidad literaria reconocida de su autor, a mi juicio, y una excéntrica crítica de Ignacio Echevarría que hizo mucho ruido por aquellas fechas. La leí en Babelia el 4-9-2004 y, sin haber hojeado aún la novela, me sorprendió la descalificación total que suponía del escritor vasco, desde un paupérrimo análisis de sesgo politiquero con nula perspicacia bibliográfica. Pospuse a este verano el despejar mis dudas, tras escudriñar el contenido del texto.

No pretendo añadir una valoración adicional a los argumentados dictámenes literarios que generó su publicación hace algunos meses, y que oscilan en toda la escala desde algunos pocos desfavorables a otros más entusiastas. A mí esta lectura me ha absorbido (la he leído de un tirón en dos tardes), me ha emocionado, y he rememorado muchas vivencias de mi infancia y juventud. No sé si porque también soy vasco, porque amo las varias lenguas (5 ó 6) que maneja el relato, porque sólo un poco más joven que Atxaga o porque comparto su disgusto por la saturación política que impregna a muchos medios de comunicación.

“El hijo del acordeonista” no es un tratado de política, ni lo pretende; es un retrato de ficción de personajes que desatan ecos propios de cualquier ser humano en toda época o lugar. Recomiendo fervientemente esta última entrega de Atxaga y he adquirido varios ejemplares adicionales, en euskera y castellano, para regalarlos a personas muy cercanas en quienes creo que despertará el mismo aprecio que he sentido con su lectura.

Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2005/hijo.htm

Escritores

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude".

Orson Welles.

La vida es una playa

©Mikel AgirregabiriaTras 11 meses de trabajo, llega el verano. Demasiado tiempo esperando para pasar un rato, al fin, reflexionando.

Durante todo el año no queda tiempo sino para anhelar las vacaciones. Cada ajetreada jornada de otoño, invierno y primavera nos animamos con la consabida frase: “Ya vendrá el verano”. Incluso la primera semana vacacional se malgasta en organizarnos, viajar, limpiar, comprar y arreglar “lo de Internet”. Aún persiste la pesadilla nocturna sobre lo que nos espera a la vuelta.

Al final amanece esa gloriosa mañana en la que pisamos la playa idealizada, con la que largamente nos hemos inspirado. Un primer baño impaciente, y después se impone un momento de meditación en la orilla donde blandamente se recuestan las olas del majestuoso y filosófico océano. ¿Para qué tanto esfuerzo si el balance anual de resultados vitales sigue siendo escaso?

Entonces lo entendemos todo: Viendo a esos incansables niños jugar con sus cubos intentando llenar un pozo con agua que, inmediatamente, se filtra y retorna al mar. Es un espectáculo mágico, simple, cargado de trascendencia. Representa fantásticamente la futilidad aparente de la vida, pero al mismo tiempo la inmarcesible grandeza humana de emular al constructor del universo.

El arquitecto que todos llevamos dentro es el rasgo paradigmático de la identidad humana. Somos creadores por naturaleza. La obra de cada persona, desde la infancia, aspira a la eternidad. Un tosco castillo de arena erigido por una criatura, al igual que la más exquisita catedral medieval, es un autorretrato magistral de toda la humanidad. Cada uno de nosotros aportamos sólo un granito de arena, minúsculo pero imprescindible. La catarsis estival ha comenzado su efecto espiritual,...

Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/playa.htm

El genocidio silencioso del hambre

"Muchas veces pienso: ¿cómo puede uno dormirse plácidamente sabiendo que ese día habrán muerto al menos 60.000 personas de hambre? Es un genocidio silencioso".
Federico Mayor Zaragoza, ex director general de la UNESCO.