En verano, hasta cuando no estudiamos nada, aprendemos mucho. La conclusión es que debemos estudiar más y mejor.
Veranear 17 años en el mismo lugar, ver crecer a los hijos propios y observar anualmente su progreso y el de sus amigos de varios países, es una experiencia de gran valor pedagógico para cualquier persona, especialmente si se dedica a la educación. Quienes eran sólo unos niños y niñas se han convertido casi en adultos, algunos que ya trabajan y otros que prosiguen sus estudios.
En el grupo había quienes eran más vivaces, más sociables, más curiosos, más activos o más despiertos, pero la travesía por la enseñanza obligatoria los clasificó atendiendo fundamentalmente a una sola cualidad: su voluntad e interés por el estudio. La niña más talentosa desatendió sus estudios y hoy trabaja en un supermercado como la cajera más simpática de la localidad; el menos precoz de los niños prosiguió firmemente con el estudio y está acabando sus prácticas de ingeniería superior en Alemania. Unos apenas se manejan con la segunda lengua; otros hablan cinco idiomas y han viajado por todo el mundo. Todos ellos han sabido mantener su amistad por encima de las diferencias, pero sus futuros van divergiendo notablemente.
¡Qué lección para las familias y el profesorado! Nuestro gran reto, como señaló el maestro Vasili Sujomlinski, consiste “en enseñar a estudiar, y en consecuencia, hacer que la infancia y la juventud deseen estudiar”. En su modesta escuela de Plavísh fundó la “Escuela de la Alegría”, para que todo su alumnado aprendiera, en primer lugar, a amar el estudio. Su célebre “paradoja de Sujomlinski” dicta que “no es función de la escuela enseñar a los niños; su obligación estriba en enseñarles a estudiar, ya que deben ser ellos quienes aprendan por sí mismos”.
Unos consejos finales, dedicados respectivamente a profesores, padres e hijos. El profesorado sabe de las peculiaridades de los sistemas educativos, de los centros y recursos, o de los calendarios y horarios escolares en cada país, pero las enormes diferencias en las evaluaciones internacionales como PISA o TIMSS radican en la aplicación por el estudio que, entre todos (sociedad, escuela y familias), sepamos despertar en el alumnado.
A los padres, y a las dedicadas madres especialmente, cabe recomendarles que establezcan para sus hijos rutinas diarias de estudio y lectura. Desde niños deben entender que han de dedicar todos los días, incluido el verano, un tiempo de esfuerzo para descubrir el gusto por el estudio.
A cada alumno cabe avisarle que si no estudia, pronto se sentirá como el ladrón de su porvenir. Ya los filósofos clásicos, Catón y Séneca, nos advertían: “Amarga es la raíz del estudio, pero sus frutos son dulces” y “Acógete al estudio para escapar de todos los sinsabores de la vida”.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/estudio.htm
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Cambiar de aires
La vida es una mixtura de aire, donaire, desaire y socaire. Vive a tu aire, al menos el verano, época de libertad, el aire del alma.
Un proverbio medieval aseguraba que “el aire de la ciudad hace a los hombres libres”, por aquello del fuero que allí regía. Otro antiguo proverbio médico señalaba que “el aire natal es una medicina universal”. Pero en los veranos actuales cambiamos de aires y es cuando mejor sentimos la existencia y el significado de vivir libres al aire libre.
El aire es ese fluido transparente que forma la atmósfera de la Tierra, una mezcla gaseosa sin olor ni sabor que llena todo el espacio terrestre considerado como vacío. Inhalamos unos 14.000 litros de aire por día, y su pureza determina nuestra salud y, en definitiva, la duración y calidad de nuestra vida. Se dice que los cinco mejores médicos son los doctores Sol, Agua, Aire, Ejercicio y Dieta. Napoleón decía que las principales medicinas de su farmacopea eran Aire puro, Agua clara y Limpieza. Hasta los médicos recomiendan que cambiemos de aires cuando no saben qué hacer con nosotros.
En verano parece que, al mudar de aires, podamos vivir del aire, alimentamos del aire, aunque la cuenta bancaria luego nos demuestra que damos aire al dinero y que no nos sustentamos del aire, ni en Buenos Aires, ni en el Zaire. Allá donde descansemos, olvidamos los aires de grandeza, incluso los aires de suficiencia, lo que es más fácil cuando vivimos con la tripa al aire que con aire acondicionado.
Cuando el problema mundial es evitar que saltemos por los aires, muy en serio pero con un aire de fiesta digamos: ¡Aire a las preocupaciones y a las noticias! ¡Aire a quienes disparan, aunque sea al aire y a los ejércitos incluidos los del aire! Demasiado azotamos el aire durante el resto del año, para estar de mal aire en agosto. Vamos a tomar el aire por la playa. Olvidemos, por su tufillo machista, la idea de echar una canita al aire y los affaires. Es tiempo de beber los aires por la pareja, por tu partenaire, por los seres queridos, por quienes tienen un aire de parecido, ese aire de familia.
De aire no se vive, y quizá sólo los mendigos viven a su aire. Pero en vacaciones somos vagabundos enamorados que, como Bécquer, sabemos que los suspiros son aire y van al aire. Esta noche no importa que al estirarnos más de lo que da de sí la sábana, queden los pies al aire. Creamos, como Montesquieu, que para prosperar en este mundo lo mejor es tener un aire de tonto… sin serlo.
Si no nos da un aire, en cuanto amanezca inflemos con aire las bicicletas, y vayamos con las colchonetas de aire a la playa. No construiremos castillos de arena, y sí castillos en el aire. El aire, como el océano, todavía es patrimonio común de la Humanidad. Sintamos esa querida hermandad de todos los seres humanos que compartimos la trinidad de la Tierra, el Mar y el Aire.
Mikel Agirregabiria Agirre. Getxo
http://mikel.agirregabiria.net
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/aires.htm
Un proverbio medieval aseguraba que “el aire de la ciudad hace a los hombres libres”, por aquello del fuero que allí regía. Otro antiguo proverbio médico señalaba que “el aire natal es una medicina universal”. Pero en los veranos actuales cambiamos de aires y es cuando mejor sentimos la existencia y el significado de vivir libres al aire libre.
El aire es ese fluido transparente que forma la atmósfera de la Tierra, una mezcla gaseosa sin olor ni sabor que llena todo el espacio terrestre considerado como vacío. Inhalamos unos 14.000 litros de aire por día, y su pureza determina nuestra salud y, en definitiva, la duración y calidad de nuestra vida. Se dice que los cinco mejores médicos son los doctores Sol, Agua, Aire, Ejercicio y Dieta. Napoleón decía que las principales medicinas de su farmacopea eran Aire puro, Agua clara y Limpieza. Hasta los médicos recomiendan que cambiemos de aires cuando no saben qué hacer con nosotros.
En verano parece que, al mudar de aires, podamos vivir del aire, alimentamos del aire, aunque la cuenta bancaria luego nos demuestra que damos aire al dinero y que no nos sustentamos del aire, ni en Buenos Aires, ni en el Zaire. Allá donde descansemos, olvidamos los aires de grandeza, incluso los aires de suficiencia, lo que es más fácil cuando vivimos con la tripa al aire que con aire acondicionado.
Cuando el problema mundial es evitar que saltemos por los aires, muy en serio pero con un aire de fiesta digamos: ¡Aire a las preocupaciones y a las noticias! ¡Aire a quienes disparan, aunque sea al aire y a los ejércitos incluidos los del aire! Demasiado azotamos el aire durante el resto del año, para estar de mal aire en agosto. Vamos a tomar el aire por la playa. Olvidemos, por su tufillo machista, la idea de echar una canita al aire y los affaires. Es tiempo de beber los aires por la pareja, por tu partenaire, por los seres queridos, por quienes tienen un aire de parecido, ese aire de familia.
De aire no se vive, y quizá sólo los mendigos viven a su aire. Pero en vacaciones somos vagabundos enamorados que, como Bécquer, sabemos que los suspiros son aire y van al aire. Esta noche no importa que al estirarnos más de lo que da de sí la sábana, queden los pies al aire. Creamos, como Montesquieu, que para prosperar en este mundo lo mejor es tener un aire de tonto… sin serlo.
Si no nos da un aire, en cuanto amanezca inflemos con aire las bicicletas, y vayamos con las colchonetas de aire a la playa. No construiremos castillos de arena, y sí castillos en el aire. El aire, como el océano, todavía es patrimonio común de la Humanidad. Sintamos esa querida hermandad de todos los seres humanos que compartimos la trinidad de la Tierra, el Mar y el Aire.
Mikel Agirregabiria Agirre. Getxo
http://mikel.agirregabiria.net
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2005/aires.htm
Quienes deben temer a Internet
"Sólo deben de temer a Internet quienes intentan controlar la información". |
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