La cultura como máxima riqueza
Naranja a la portuguesa
El secreto ingrediente de una inmejorable receta que se transmite de generación en generación en nuestra familia.
Versión para imprimir: mikel.agirregabiria.net/2006/naranja.htm
En mi casa siempre fue motivo de alegría cuando mi padre nos preparaba individualmente a cada uno de mis hermanos su célebre “naranja a la portuguesa”. Posteriormente comprobé que no existe tal fórmula gastronómica, y quizá la razón de ello sea la sencillez de su preparación: Basta cortar una naranja bien pelada en finas rodajas circulares y espolvorear azúcar por encima para endulzar aún más el sabor natural del cítrico. Con un solo fruto así troceado y presentado se cubre un amplio plato llano, que puede ser degustado cómodamente por el comensal.
Esta misma receta la he repetido miles de veces con mis hijos y mis sobrinas, ya casi todos mayores de edad, habiendo obtenido en todas las ocasiones el mismo éxito que mi padre. Aunque siempre sospeché cuál es el recóndito factor de su éxito, no ha sido hasta ayer cuando alguien ha verbalizado la clave. Ayer mi sobrina predilecta, que no diré quién es, me dijo: “Me gusta mucho, tío, porque la preparas sólo para mí”. Pocas veces se ha podido escuchar más nítidamente que el secreto ingrediente de la comida más deliciosa, y el de una familia unida, es el amor manifiesto que se expresa con un poco de tiempo pelando, cortando y endulzando con mucha solemnidad una simple naranja.
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Nuevas amenazas nucleares
No sólo persiste el riesgo de un holocausto nuclear. Ahora, algunas superpotencias se arrogan el derecho a usar bombas nucleares tácticas como armas convencionales.
La “disuasión nuclear” neutralizó la tragedia de una Tercera Guerra Mundial entre superpotencias por la devastadora respuesta que originaría. El armamento nuclear era esgrimido de manera pasiva y con intenciones de desalentar cualquier primer ataque, bajo el “criterio de no-empleo” excepto como represalia. Durante la “Guerra Fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética la amenaza de una guerra termonuclear fue una lejana posibilidad, dado que ambos países se destruirían mutuamente. La destrucción mutua asegurada obligó a una coexistencia pacifica que pacificó el mundo en virtud del enorme riesgo que suponía.
Lamentablemente ese equilibrio por la disuasión parece haber quedado en el pasado. Seguramente por presiones de la industria armamentística, aún insatisfecha a pesar de iniciativas tan costosas como la comúnmente conocida como “guerra de las galaxias” pretendida Ronald Reagan (tras “ganar” la Guerra Fría) en la década del ‘80, y reencarnada en el proyecto del “escudo antimisiles” de George W. Bush.
Desde aquel aciago 6 de agosto de 1945 en Hiroshima se estima que ha habido más de dos mil pruebas nucleares en nuestro planeta. La mayoría son subterráneas desde que en 1963 entró en vigor el tratado de prohibición de pruebas atmosféricas, espaciales y submarinas. EE.UU. boicotea la Conferencia para la Prohibición Total de Pruebas (CTBT), lo que conduce a la investigación, la investigación a la producción, y la producción al emplazamiento de las armas nucleares. Sólo falta el último eslabón en la cadena: la utilización paulatina y gradual de las versiones “seguras o tácticas”.
La evolución imparable de las armas nucleares por parte de Estados Unidos y Rusia ha logrado una 6ª generación de proyectiles de tamaño reducido (con escasamente 4 Kg. de plutonio) o fuentes neutrónicas miniaturizadas, de variable potencia programada en el lanzamiento entre décimas de Kilotón (1 KT equivale a mil toneladas de TNT) y varios megatones.
Tras del 11-S, en 2002 el presidente norteamericano reconsideró su protocolo de empleo del armamento nuclear ampliando las ocasiones en su “revisión de la postura nuclear". Se detallan tres tipos de situaciones posibles: 1ª En represalia por ofensivas con armamento atómico, o de tipo biológico o químico; 2ª Contra blancos capaces de resistir ataques no nucleares; 3ª En la eventualidad de desarrollos militares imprevistos. Tristemente ésta parece no ser sólo la posición de los “halcones” del Pentágono.
El presidente francés, Jacques Chirac, el pasado 19 de enero de 2005 anunció la doctrina nuclear francesa: “Los dirigentes de Estados que recurrieran a medios terroristas contra nosotros o que pretendieran utilizar, de una u otra manera, armas de destrucción masiva deben entender que se expondrían a una respuesta firme y adaptada de nuestra parte, que puede ser convencional o de otra naturaleza (nuclear)”. Chirac, símbolo político europeo contra la invasión de Irak, apuesta en su discurso sobre el potencial nuclear francés en… ¡una guerra preventiva!
Francia, es la cuarta potencia nuclear en la historia desde 1960 (tras EE.UU., URSS y el Reino Unido) y la tercera o cuarta (emparejada con China) por el número de cabezas nucleares, lo que le supone un ingente costo de mantenimiento. Desde el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (junto a los vencedores de la II Guerra Mundial, Estados Unidos, Rusia, China y Gran Bretaña) es uno de los cinco países con “derecho” al armamento nuclear. Ello no ha impedido que Israel, India y Pakistán se sumasen al “club atómico”, además de quienes renunciaron a tal “honor” como Sudáfrica (cuando Nelson Mandela desmanteló sus bombas) y como Ucrania, Kazajstán y Bielorrusia, que devolvieron a Rusia el armamento nuclear remanente tras la desintegración de la URSS.
En su intervención, Chirac pareció ir más allá del mero enfoque defensivo-disuasorio. Anunció que Francia ha reducido el número de cabezas nucleares en algunos misiles, lo que permite aumentar su alcance para “hacer algo diferente del ataque estratégico masivo”. Así, del supuestamente imposible escenario de una respuesta “total y definitiva” se pasa a una respuesta “adaptada”, y por tanto, utilizable. Más precisos y menos devastadores, estos misiles nucleares se convierten en armas tácticas y, de facto, con ‘posible empleo’.
“Contra una potencia regional, nuestra elección no es entre la inacción y la inercia”, señaló Chirac, añadiendo que “la flexibilidad y capacidad de reacción de nuestras fuerzas estratégicas nos permitirían ejercer nuestra respuesta directamente sobre sus centros de poder”. También amplió el concepto de “intereses vitales” de Francia, cuya amenaza podría implicar el empleo de estas armas. A los tradicionales (integridad territorial, protección de su población y libre ejercicio de su soberanía), Chirac sumó la “defensa de los países aliados” (una forma de potenciar la autonomía defensiva de la Unión Europea) y la “garantía de nuestros aprovisionamientos energéticos”. La referencia al abastecimiento de combustibles enlaza directamente con los recursos petrolíferos, y a pesar de los matices es una progresión hacia una “diplomacia de la amenaza”, por velada que ésta sea.
Esta declaración de Chirac alienta la muy significativa posición de algunos medios de comunicación próximos a los intereses de la Casa Blanca, que vienen sugiriendo que el uso de arsenal nuclear “táctico” estaría cerca de ser consensuado entre las potencias nucleares. Incluso llegando a insinuar que un eventual ataque a Irán (perpetrado por Israel y/o los Estados Unidos), no quedaría descartada la posibilidad del uso de armas nucleares “seguras”.
Una solución, tan deseable como improbable, para el conflicto en ciernes sería desnuclearizar todo el Oriente Medio. Su imposibilidad radica en que Israel considera que “su” armamento nuclear exclusivo (negado a sus adversarios directos) es la última garantía de que no se produzcan cambios en el mapa consolidado tras en la “Guerra de los Seis Días” de 1967. Esa misma realidad acelera la voluntad de Teherán de nuclearizarse, contano con una protección que impida una invasión como la de Irak. La tentación de la espiral militarista sería que Estados Unidos planificase un bombardeo selectivo de los “centros de poder de una potencia regional”.
Resulta sumamente hipócrita, y hasta cínico, que algunas potencias occidentales amenacen con resolver el tema de las presuntas armas nucleares iraníes (en ningún caso operativas antes de 8-10 años), mediante el uso precisamente de tales armas nucleares. Lejos queda la época de equilibrio de las superpotencias, cuando se mantenía estrictamente la renuncia de todos a dar “el primer golpe”, restando sólo la "represalia aplastante".
Ante las lógicas críticas suscitadas, Chirac ha aclarado en días posteriores en que el armamento nuclear francés es únicamente defensivo y que sus palabras no suponen asumir la tesis bushiana del “ataca primero”. Pero el primer mensaje del presidente galo puede que, en lugar de disuadir a terceros países, obre el efecto contrario de convencerles para la obtención de armas nucleares como única garantía de no ser atacados. Ello relanzaría la carrera armamentística y pondría la seguridad de la humanidad en peores condiciones, si cabe, que durante la larga Guerra Fría.
La “disuasión nuclear” neutralizó la tragedia de una Tercera Guerra Mundial entre superpotencias por la devastadora respuesta que originaría. El armamento nuclear era esgrimido de manera pasiva y con intenciones de desalentar cualquier primer ataque, bajo el “criterio de no-empleo” excepto como represalia. Durante la “Guerra Fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética la amenaza de una guerra termonuclear fue una lejana posibilidad, dado que ambos países se destruirían mutuamente. La destrucción mutua asegurada obligó a una coexistencia pacifica que pacificó el mundo en virtud del enorme riesgo que suponía.
Lamentablemente ese equilibrio por la disuasión parece haber quedado en el pasado. Seguramente por presiones de la industria armamentística, aún insatisfecha a pesar de iniciativas tan costosas como la comúnmente conocida como “guerra de las galaxias” pretendida Ronald Reagan (tras “ganar” la Guerra Fría) en la década del ‘80, y reencarnada en el proyecto del “escudo antimisiles” de George W. Bush.
Desde aquel aciago 6 de agosto de 1945 en Hiroshima se estima que ha habido más de dos mil pruebas nucleares en nuestro planeta. La mayoría son subterráneas desde que en 1963 entró en vigor el tratado de prohibición de pruebas atmosféricas, espaciales y submarinas. EE.UU. boicotea la Conferencia para la Prohibición Total de Pruebas (CTBT), lo que conduce a la investigación, la investigación a la producción, y la producción al emplazamiento de las armas nucleares. Sólo falta el último eslabón en la cadena: la utilización paulatina y gradual de las versiones “seguras o tácticas”.
La evolución imparable de las armas nucleares por parte de Estados Unidos y Rusia ha logrado una 6ª generación de proyectiles de tamaño reducido (con escasamente 4 Kg. de plutonio) o fuentes neutrónicas miniaturizadas, de variable potencia programada en el lanzamiento entre décimas de Kilotón (1 KT equivale a mil toneladas de TNT) y varios megatones.
Tras del 11-S, en 2002 el presidente norteamericano reconsideró su protocolo de empleo del armamento nuclear ampliando las ocasiones en su “revisión de la postura nuclear". Se detallan tres tipos de situaciones posibles: 1ª En represalia por ofensivas con armamento atómico, o de tipo biológico o químico; 2ª Contra blancos capaces de resistir ataques no nucleares; 3ª En la eventualidad de desarrollos militares imprevistos. Tristemente ésta parece no ser sólo la posición de los “halcones” del Pentágono.
El presidente francés, Jacques Chirac, el pasado 19 de enero de 2005 anunció la doctrina nuclear francesa: “Los dirigentes de Estados que recurrieran a medios terroristas contra nosotros o que pretendieran utilizar, de una u otra manera, armas de destrucción masiva deben entender que se expondrían a una respuesta firme y adaptada de nuestra parte, que puede ser convencional o de otra naturaleza (nuclear)”. Chirac, símbolo político europeo contra la invasión de Irak, apuesta en su discurso sobre el potencial nuclear francés en… ¡una guerra preventiva!
Francia, es la cuarta potencia nuclear en la historia desde 1960 (tras EE.UU., URSS y el Reino Unido) y la tercera o cuarta (emparejada con China) por el número de cabezas nucleares, lo que le supone un ingente costo de mantenimiento. Desde el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU (junto a los vencedores de la II Guerra Mundial, Estados Unidos, Rusia, China y Gran Bretaña) es uno de los cinco países con “derecho” al armamento nuclear. Ello no ha impedido que Israel, India y Pakistán se sumasen al “club atómico”, además de quienes renunciaron a tal “honor” como Sudáfrica (cuando Nelson Mandela desmanteló sus bombas) y como Ucrania, Kazajstán y Bielorrusia, que devolvieron a Rusia el armamento nuclear remanente tras la desintegración de la URSS.
En su intervención, Chirac pareció ir más allá del mero enfoque defensivo-disuasorio. Anunció que Francia ha reducido el número de cabezas nucleares en algunos misiles, lo que permite aumentar su alcance para “hacer algo diferente del ataque estratégico masivo”. Así, del supuestamente imposible escenario de una respuesta “total y definitiva” se pasa a una respuesta “adaptada”, y por tanto, utilizable. Más precisos y menos devastadores, estos misiles nucleares se convierten en armas tácticas y, de facto, con ‘posible empleo’.
“Contra una potencia regional, nuestra elección no es entre la inacción y la inercia”, señaló Chirac, añadiendo que “la flexibilidad y capacidad de reacción de nuestras fuerzas estratégicas nos permitirían ejercer nuestra respuesta directamente sobre sus centros de poder”. También amplió el concepto de “intereses vitales” de Francia, cuya amenaza podría implicar el empleo de estas armas. A los tradicionales (integridad territorial, protección de su población y libre ejercicio de su soberanía), Chirac sumó la “defensa de los países aliados” (una forma de potenciar la autonomía defensiva de la Unión Europea) y la “garantía de nuestros aprovisionamientos energéticos”. La referencia al abastecimiento de combustibles enlaza directamente con los recursos petrolíferos, y a pesar de los matices es una progresión hacia una “diplomacia de la amenaza”, por velada que ésta sea.
Esta declaración de Chirac alienta la muy significativa posición de algunos medios de comunicación próximos a los intereses de la Casa Blanca, que vienen sugiriendo que el uso de arsenal nuclear “táctico” estaría cerca de ser consensuado entre las potencias nucleares. Incluso llegando a insinuar que un eventual ataque a Irán (perpetrado por Israel y/o los Estados Unidos), no quedaría descartada la posibilidad del uso de armas nucleares “seguras”.
Una solución, tan deseable como improbable, para el conflicto en ciernes sería desnuclearizar todo el Oriente Medio. Su imposibilidad radica en que Israel considera que “su” armamento nuclear exclusivo (negado a sus adversarios directos) es la última garantía de que no se produzcan cambios en el mapa consolidado tras en la “Guerra de los Seis Días” de 1967. Esa misma realidad acelera la voluntad de Teherán de nuclearizarse, contano con una protección que impida una invasión como la de Irak. La tentación de la espiral militarista sería que Estados Unidos planificase un bombardeo selectivo de los “centros de poder de una potencia regional”.
Resulta sumamente hipócrita, y hasta cínico, que algunas potencias occidentales amenacen con resolver el tema de las presuntas armas nucleares iraníes (en ningún caso operativas antes de 8-10 años), mediante el uso precisamente de tales armas nucleares. Lejos queda la época de equilibrio de las superpotencias, cuando se mantenía estrictamente la renuncia de todos a dar “el primer golpe”, restando sólo la "represalia aplastante".
Ante las lógicas críticas suscitadas, Chirac ha aclarado en días posteriores en que el armamento nuclear francés es únicamente defensivo y que sus palabras no suponen asumir la tesis bushiana del “ataca primero”. Pero el primer mensaje del presidente galo puede que, en lugar de disuadir a terceros países, obre el efecto contrario de convencerles para la obtención de armas nucleares como única garantía de no ser atacados. Ello relanzaría la carrera armamentística y pondría la seguridad de la humanidad en peores condiciones, si cabe, que durante la larga Guerra Fría.
Versión final: mikel.agirregabiria.net/2006/nuclear2.htm
Necesitar, desear, intentar, obtener y merecer
Quizá no deseemos, ni hayamos obtenido, una gran verdad que necesitamos y merecemos: Lo que obtenemos, pocas veces es lo que necesitamos y casi nunca lo que deseamos, pero probablemente es lo que merecemos.
La secuencia lógica, pocas veces entendida, de consecución de objetivos es la siguiente: necesitar, desear, intentar - pedir o exigir (en su caso), obtener y merecer. Pero frecuentemente violamos esta cadena. No deseamos lo que necesitamos, no intentamos lo que deseamos, no obtenemos lo que intentamos, y claro finalmente no merecemos lo que obtenemos.
Tampoco recorremos la escalera correctamente en sentido contrario: Deseamos lo que no necesitamos; obtenemos lo que no deseamos y merecemos lo que no obtenemos. Conviene no saltarse ningún escalón, sobre todo el primero, porque la felicidad de la vida reside en comprender esta sucesión de cruciales verbos.
Antes de empezar a esforzarnos es clave determinar verdaderamente qué necesitamos, porque éste es el punto crítico donde arranca la mayoría de nuestros problemas. La mayoría de los fracasos comienzan en una mala detección de necesidades que confundimos con deseos. Por ejemplo, deseamos un amorío cuando lo que necesitamos es amor; o ansiamos el éxito cuando lo que precisamos es merecer el triunfo.
Necesitar es un gran verbo. Aprendamos a necesitar y a declarar nuestra necesidad. Así como necesitamos a personas que nos ayudaron a nacer, necesitamos que nos ayuden a vivir. Necesitar es vivir, es la primera y la última de las vivencias. Todos necesitamos mucho, es natural y generalizado necesitar de los demás. ¡Ah, y cómo amamos a las personas que necesitamos y a quienes nos necesitan! Quizá lo que más necesitamos en esta vida es que haya quien nos obligue a hacer todo lo que podemos hacer.
Desear o querer. Tal vez fuese mejor “querer" que "desear", porque en el deseo se expresa la impotencia, y en el querer, la fuerza. Por eso, amar no es desear sino querer. En todo caso, antes de desear algo ardientemente conviene comprobar la felicidad que le alcanza a quien ya lo posee. Hay deseos que es mejor echar de menos y que nunca se cumplan. El deseo debe ser medido por la necesidad, y quien obtiene lo que le es suficiente no debe desear más.
Intentar es trabajar. No basta desear aquello por lo que jamás nos esforzaremos en alcanzar. A la laboriosidad no le hace falta desear, porque está dispuesta a pagar el precio debido por la meta ansiada. Quizá no se pueda conseguir todo, mas se puede intentar todo. Para que pueda surgir lo posible, es preciso intentar una y otra vez lo imposible. Intentar algo denodadamente ya es merecerlo, aunque jamás se logre. Que jamás no venza el miedo a… intentarlo.
Obtener o conseguir. Una premisa necesaria para conseguir mucho es creer que el trabajo constante, firme e infatigable puede obtenerlo casi todo y asegura no merecer nunca el fracaso. Un buen consejo de William Shakespeare sugiere que “es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. Trabajo y buenas formas son guías para conseguir lo que es justo y necesario.
Merecer: el gran verbo más difícil. Una cosa es alcanzar, y otra cosa merecer. Albert Camus decía “El éxito es fácil de obtener; lo difícil es merecerlo”. Notoriamente el éxito no es fácil, pero el éxito merecido es aún menos frecuente. Lo que es más fácil, con las reglas anteriores, es no merecer el fracaso, aunque no se alcance todo el éxito. La mayor desgracia, quizá la única desgracia, es merecer la desgracia. Una divisa para la gloria: Lo que merece ser hecho, merece que se haga bien.
Conclusión: Quien no ama la vida, no se la merece. En la fortuna y en la desgracia, en la gloria o en la amargura, mantengamos la esperanza pensando que luchando el fracaso será inmerecido en todo caso. Si faltaren las fuerzas, la sola audacia merecerá alabanza; en las grandes empresas, el intentarlas basta. La vida nos ha sido dada, pero sólo se merece dándola por algo más grande que nosotros.
La vida no se nos ha dado para ser felices, sino para merecer serlo. No está en manos de nosotros los mortales mandar en el éxito; pero podemos hacer mucho más que lograrlo: merecerlo.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/merecer.htm
La secuencia lógica, pocas veces entendida, de consecución de objetivos es la siguiente: necesitar, desear, intentar - pedir o exigir (en su caso), obtener y merecer. Pero frecuentemente violamos esta cadena. No deseamos lo que necesitamos, no intentamos lo que deseamos, no obtenemos lo que intentamos, y claro finalmente no merecemos lo que obtenemos.
Tampoco recorremos la escalera correctamente en sentido contrario: Deseamos lo que no necesitamos; obtenemos lo que no deseamos y merecemos lo que no obtenemos. Conviene no saltarse ningún escalón, sobre todo el primero, porque la felicidad de la vida reside en comprender esta sucesión de cruciales verbos.
Antes de empezar a esforzarnos es clave determinar verdaderamente qué necesitamos, porque éste es el punto crítico donde arranca la mayoría de nuestros problemas. La mayoría de los fracasos comienzan en una mala detección de necesidades que confundimos con deseos. Por ejemplo, deseamos un amorío cuando lo que necesitamos es amor; o ansiamos el éxito cuando lo que precisamos es merecer el triunfo.
Necesitar es un gran verbo. Aprendamos a necesitar y a declarar nuestra necesidad. Así como necesitamos a personas que nos ayudaron a nacer, necesitamos que nos ayuden a vivir. Necesitar es vivir, es la primera y la última de las vivencias. Todos necesitamos mucho, es natural y generalizado necesitar de los demás. ¡Ah, y cómo amamos a las personas que necesitamos y a quienes nos necesitan! Quizá lo que más necesitamos en esta vida es que haya quien nos obligue a hacer todo lo que podemos hacer.
Desear o querer. Tal vez fuese mejor “querer" que "desear", porque en el deseo se expresa la impotencia, y en el querer, la fuerza. Por eso, amar no es desear sino querer. En todo caso, antes de desear algo ardientemente conviene comprobar la felicidad que le alcanza a quien ya lo posee. Hay deseos que es mejor echar de menos y que nunca se cumplan. El deseo debe ser medido por la necesidad, y quien obtiene lo que le es suficiente no debe desear más.
Intentar es trabajar. No basta desear aquello por lo que jamás nos esforzaremos en alcanzar. A la laboriosidad no le hace falta desear, porque está dispuesta a pagar el precio debido por la meta ansiada. Quizá no se pueda conseguir todo, mas se puede intentar todo. Para que pueda surgir lo posible, es preciso intentar una y otra vez lo imposible. Intentar algo denodadamente ya es merecerlo, aunque jamás se logre. Que jamás no venza el miedo a… intentarlo.
Obtener o conseguir. Una premisa necesaria para conseguir mucho es creer que el trabajo constante, firme e infatigable puede obtenerlo casi todo y asegura no merecer nunca el fracaso. Un buen consejo de William Shakespeare sugiere que “es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. Trabajo y buenas formas son guías para conseguir lo que es justo y necesario.
Merecer: el gran verbo más difícil. Una cosa es alcanzar, y otra cosa merecer. Albert Camus decía “El éxito es fácil de obtener; lo difícil es merecerlo”. Notoriamente el éxito no es fácil, pero el éxito merecido es aún menos frecuente. Lo que es más fácil, con las reglas anteriores, es no merecer el fracaso, aunque no se alcance todo el éxito. La mayor desgracia, quizá la única desgracia, es merecer la desgracia. Una divisa para la gloria: Lo que merece ser hecho, merece que se haga bien.
Conclusión: Quien no ama la vida, no se la merece. En la fortuna y en la desgracia, en la gloria o en la amargura, mantengamos la esperanza pensando que luchando el fracaso será inmerecido en todo caso. Si faltaren las fuerzas, la sola audacia merecerá alabanza; en las grandes empresas, el intentarlas basta. La vida nos ha sido dada, pero sólo se merece dándola por algo más grande que nosotros.
La vida no se nos ha dado para ser felices, sino para merecer serlo. No está en manos de nosotros los mortales mandar en el éxito; pero podemos hacer mucho más que lograrlo: merecerlo.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/merecer.htm
Amenaza nuclear
Lo que atemorizó al planeta durante décadas ya no asusta ante nuevos enemigos como el terrorismo. Pero persiste el riesgo de un holocausto nuclear.
Las armas nucleares, basadas en reacciones de fisión atómica o de fusión nuclear, cuentan desde el inicio del Proyecto Manhattan con una historia de apenas 65 años. Pero no se han jubilado. Han pasado a segundo plano, porque la “guerra fría” se desdibujó tras la caída y desintegración de la Unión Soviética. Pero aún restan más de 15.000 ingenios nucleares capaces de extinguir toda forma de vida en nuestro planeta.
El descubrimiento del neutrón por Chadwick en 1932, permitió que sólo siete meses después (el 12 de septiembre de 1933) el físico Leo Szilard, comprendiese que era posible generar inmensas cantidades de energía mediante reacciones neutrónicas en cadena. El 4 de julio de 1934, Szilard solicitó la patente de una bomba atómica, describiendo la reacción y el concepto de masa crítica. La patente le fue concedida, por lo que Leo Szilard fue el inventor de la bomba atómica. Al obtener la patente, se la ofreció como regalo al Reino Unido, confiando en que la caballerosidad británica evitaría que su invento fuese mal empleado alguna vez; sólo aceptaba que fuera usada contra los nazis si éstos la desarrollaban por su cuenta.
En los preámbulos y el desarrollo de la II Guerra Mundial, sólo hubo tres proyectos de construir una bomba atómica: el programa alemán, el francés y el angloamericano, siendo éste el único que lo concluyó a tiempo para intervenir en la última fase de la contienda, acabadas ya las hostilidades en Europa. La Alemania nazi carecía de fuentes de uranio, había perdido a sus científicos de origen judío y otros no colaboraron con el nazismo, y le faltaba de la capacidad industrial. Sus avances difícilmente hubiesen alcanzado algún resultado antes de 1950. El programa nuclear francés se vio interrumpido en sus albores por la ocupación nazi de la parte principal del país.
Con científicos alemanes expatriados, como Frisch y Peierls, el Reino Unido avanzó en el análisis teórico de la fisión rápida del uranio U-235. El 3 de septiembre de 1941, Winston Churchill decidió construir una bomba atómica, pero en diciembre el proyecto fue transferido a los EE.UU., donde el 9 de octubre de 1941, Franklin Roosevelt había autorizado la producción del arma atómica. De forma conjunta, y bajo la dirección de Julius Robert H. Oppenheimer, se puso en marcha el Proyecto Manhattan.
El 16 de julio de 1945 se detonó la primera bomba de fisión en la desértica zona de pruebas de Alamogordo (Nuevo México), con una potencia de 17,5 Kilotones (1 KT equivalente a mil toneladas del explosivo convencional TNT). Al mes siguiente, se lanzaban dos bombas atómicas sobre Japón. El 6 de agosto, la primera bomba A lanzada sobre Hiroshima causó inmediatamente 90.000 muertos. El 9 de agosto la segunda bomba ocasionó en Nagasaki la muerte inmediata de 60.000 personas, además de los miles de heridos e irradiados que fallecieron posteriormente. Las trágicas secuelas de ambas bombas, las únicas empleadas en guerra por autorización de Harry Truman, aún perduran entre los supervivientes y sus descendientes.
El 15 de agosto de 1945 finaliza la II Guerra Mundial, e inmediatamente la ventaja nuclear de EE.UU. asusta a su “aliada” (hasta entonces) la Unión Soviética. Josef Stalin entra en la carrera nuclear, con una doble vía de la tecnología propia y del espionaje. Con los datos del espía Klaus Fuchs, que les proporcionó los planos finales de la bomba de Nagasaki en junio de 1945, la URSS explosiona el 29 de agosto de 1949 en el polígono de Semipalatinsk (Kazajstán), una copia exacta de la bomba de Nagasaki que liberó una potencia de 22 KT. Dos años después, el 24 de septiembre de 1951 detonaron otro ingenio de diseño propio más refinado, de la "generación uno y medio". La Guerra Fría Nuclear había comenzado.
Pronto se suma otras potencias a la carrera nuclear. El 3 de octubre de 1952, el Reino Unido hace estallar su primera bomba atómica británica, a bordo de un viejo buque anclado cerca de la isla Trimouille (Australia). Francia, tras la debacle en la Indochina francesa (Vietnam), y la humillación de la confiscación del canal de Suez (octubre de 1956) gracias a que EE.UU. dejó sin apoyo a sus aliados, acelera su programa nuclear y el 13 de febrero de 1960 prueba su primera bomba en el Sahara argelino.
China, con asistencia inicial de la URSS, el 16 de octubre de 1964 detona su primera bomba A en el campo de pruebas de Lop Nor. Por esas fechas, Israel, había madurado su secreto programa nuclear aprovechando la transferencia de tecnología francesa. Parece confirmado que Israel en 1967, durante la guerra de los Seis Días disponía de 2 bombas atómicas que entraron en alerta. El 22 de septiembre de 1979 se produjo una misteriosa explosión nuclear en el sur del Océano Índico, que nadie se cree que fue una prueba conjunta sudafricana-israelí.
India, con asistencia civil occidental preliminar, detonó el 18 de mayo de 1974 un dispositivo atómico en el desierto de Thar (Rajastán). Tras la entrada de la India en el selecto club atómico, su vecino Pakistán tardaría años en dotarse de su primera bomba por las estrictas restricciones a la exportación de tecnologías de doble uso impuestas por las grandes potencias. El 28 de mayo de 1998 Pakistán una prueba de 5 explosiones atómicas simultáneas en las montañas del Beluchistán. La fecha se precipitó porque India había probado su primera bomba H termonuclear el 11 de mayo de 1998.
Mientras más países se dotaban de bombas atómicas de fisión atómica, bombas A, las potencias entraron en la carrera de las bombas H, de fusión nuclear con isótopos del hidrógeno. Estados Unidos probó el 1 de noviembre de 1952 la primera bomba termonuclear en el Atolón de Enewetak, en el Océano Pacífico, con una potencia de 10,4 MT. Aunque hubo un arsenal de estas "bombas H de emergencia", EE.UU. no dispuso de bombas H con normalidad hasta 1955, o quizá 1956. Como a continuación veremos, esto significa que la ventaja tecnológica real con la URSS en materia de armas nucleares se había perdido. La Unión Soviética esperaría hasta el 22 de noviembre de 1955 para probar su bomba H en Semipalatinsk, pero su obra era plenamente operativa militarmente.
Las restantes potencias militares también fueron logrando sus propias bombas H. El Reino Unido en noviembre de 1957; China en 1967 sólo 32 meses después de su primera bomba A; Francia esperó hasta principios de 1977 para instalarlas a bordo de sus submarinos nucleares. Israel parece contar con un arsenal reducido de armas termonucleares. India, tras más de 20 años sin pruebas nucleares, realizó su primera prueba termonuclear el 11 de mayo de 1998, acelerando –como se ha expuesto en líneas precedentes- la decisión pakistaní de realizar sus pruebas con armas de fisión, dos semanas después.
La distribución del arsenal termonucleares actual concentra en EE.UU. un total de entre 5.000 y 10.000 cabezas nucleares desplegadas. Rusia, heredera nuclear de lo que fuera la URSS y tras el desmantelamiento voluntario de Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán, acumula entre un mínimo de 1.500 y un máximo de 3.500 ojivas operativas. Francia es la tercera potencia en armamento nuclear con entre 500 y 1000 artefactos nucleares. El Reino Unido cuenta con un máximo de 250 cabezas nucleares, mientras China dispone de entre 70 y un máximo de "varios centenares" de ojivas.
Israel con entre 100 y 200 cabezas nucleares desplegadas y operacionales, India con 200 cabezas nucleares y Pakistán con unas 50 armas atómicas a lo sumo, cierran el club atómico. Sudáfrica, que construyó al menos diez bombas atómicas de uranio enriquecido, es el único país de las desmanteló y renunció a su programa nuclear. La tensión actual parece concentrarse en Corea del Norte, que declaró disponer de armas nucleares el 24 de abril de 2003 (probablemente aún no militarizadas) e Irán, que dispone ya de uranio altamente enriquecido (HEU) y mantiene activo un programa de misiles.
A modo de curiosidad histórica, a principios de los años '70, Franco encargó un estudio sobre la posibilidad de construir armas nucleares. Aunque disponía de la tecnología necesaria, reservas de uranio y una zona de prueba (el Sahara), finalmente se desechó semejante proyecto. Actualmente se calcula que más de 40 países, incluido el Estado español, disponen de la tecnología y recursos para construir armas nucleares.
Ha habido varias situaciones en las que hubo riesgo del inicio de una guerra nuclear. Además de la Crisis de los misiles de Cuba, en octubre de 1962, ocasionada en respuesta al despliegue norteamericano de misiles en Turquía y a la invasión de Bahía de Cochinos, ha habido al menos otras cinco ocasiones en las que los sistemas de guerra nuclear de alguna superpotencia han entrado en alerta. El 9 de noviembre de 1979, los ordenadores del Pentágono notificaron súbitamente la existencia de un ataque nuclear soviético masivo. Todo el sistema de represalia nuclear se puso en marcha, los bombarderos despegaron y la defensa civil llegó a activarse. Sin embargo, los datos procedentes de los satélites y de los radares no coincidían, sin verse ningún misil soviético mientras los ordenadores aseguraban que había 300 dirigiéndose a toda velocidad hacia los Estados Unidos. Al final se comprobó que alguien había introducido inadvertidamente una cinta de entrenamiento como fuente de datos del ordenador central analizador de amenazas. Estos hechos trascendieron a la opinión pública e inspiraron la célebre película Juegos de Guerra.
Posteriormente el 3 de junio de 1980 se produjo otro incidente de alerta de un ataque nuclear soviético a causa de un chip defectuoso. El 26 de septiembre de 1983, sólo 25 días después del derribo de un Jumbo surcoreano civil por las Fuerzas Aéreas Soviéticas, una rara conjunción del equinoccio de otoño ocasionó un error en la red de satélites soviéticos que estuvo a punto de disparar la represalia de la URSS ante un falso ataque norteamericano. El más reciente suceso del que se tiene noticia ocurrió el 25 de enero de 1995 de un cohete suborbital noruego, de dimensiones parecidas a las de un misil intercontinental. Aunque el lanzamiento había sido notificado a la administración rusa de Yeltsin, por extravío en la comunicación este cohete real en el espacio activó la prealerta de toda la fuerza nuclear rusa.
En pleno siglo XXI pervive el peligro de un fin apocalíptico, bien por un acto de agresión desde un Estado o desde una organización terrorista, todo ello sin considerar los accidentes nucleares en instalaciones civiles. El Tratado de No Proliferación Nuclear, de 1968 y firmado hasta la fecha por 189 países, debiera avanzar en la triple dirección del paulatino desarme nuclear de las potencias atómicas, el no incremento de potencias nucleares y el uso exclusivamente civil de la energía atómica.
El riesgo de una catástrofe proviene no exclusivamente de Irán o de Corea del Norte, y haríamos bien las ciudadanías democráticas de todo el planeta en exigir “políticas de futuro” para la erradicación progresiva del armamento nuclear, tan disperso y diseminado por todos los continentes y océanos. El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) debiera velar simultáneamente por el desarme y contra el tráfico ilícito de material nuclear, evitando no sólo que nuevos países ingresen en el tenebroso club atómico, sino animando a la salida de tal círculo a los países que apuestan por la paz (como hizo Nelson Mandela al desmantelar en Sudáfrica su armamento nuclear). Sólo así podríamos disipar la amenaza nuclear, reduciendo todos los arsenales al mínimo que bajo criterios de no-empleo por la destrucción mutua asegurada baste para esa controvertida “disuasión nuclear” que, es de reconocer, ha servido hasta la fecha para evitar una Tercera Guerra Mundial.
Las armas nucleares, basadas en reacciones de fisión atómica o de fusión nuclear, cuentan desde el inicio del Proyecto Manhattan con una historia de apenas 65 años. Pero no se han jubilado. Han pasado a segundo plano, porque la “guerra fría” se desdibujó tras la caída y desintegración de la Unión Soviética. Pero aún restan más de 15.000 ingenios nucleares capaces de extinguir toda forma de vida en nuestro planeta.
El descubrimiento del neutrón por Chadwick en 1932, permitió que sólo siete meses después (el 12 de septiembre de 1933) el físico Leo Szilard, comprendiese que era posible generar inmensas cantidades de energía mediante reacciones neutrónicas en cadena. El 4 de julio de 1934, Szilard solicitó la patente de una bomba atómica, describiendo la reacción y el concepto de masa crítica. La patente le fue concedida, por lo que Leo Szilard fue el inventor de la bomba atómica. Al obtener la patente, se la ofreció como regalo al Reino Unido, confiando en que la caballerosidad británica evitaría que su invento fuese mal empleado alguna vez; sólo aceptaba que fuera usada contra los nazis si éstos la desarrollaban por su cuenta.
En los preámbulos y el desarrollo de la II Guerra Mundial, sólo hubo tres proyectos de construir una bomba atómica: el programa alemán, el francés y el angloamericano, siendo éste el único que lo concluyó a tiempo para intervenir en la última fase de la contienda, acabadas ya las hostilidades en Europa. La Alemania nazi carecía de fuentes de uranio, había perdido a sus científicos de origen judío y otros no colaboraron con el nazismo, y le faltaba de la capacidad industrial. Sus avances difícilmente hubiesen alcanzado algún resultado antes de 1950. El programa nuclear francés se vio interrumpido en sus albores por la ocupación nazi de la parte principal del país.
Con científicos alemanes expatriados, como Frisch y Peierls, el Reino Unido avanzó en el análisis teórico de la fisión rápida del uranio U-235. El 3 de septiembre de 1941, Winston Churchill decidió construir una bomba atómica, pero en diciembre el proyecto fue transferido a los EE.UU., donde el 9 de octubre de 1941, Franklin Roosevelt había autorizado la producción del arma atómica. De forma conjunta, y bajo la dirección de Julius Robert H. Oppenheimer, se puso en marcha el Proyecto Manhattan.
El 16 de julio de 1945 se detonó la primera bomba de fisión en la desértica zona de pruebas de Alamogordo (Nuevo México), con una potencia de 17,5 Kilotones (1 KT equivalente a mil toneladas del explosivo convencional TNT). Al mes siguiente, se lanzaban dos bombas atómicas sobre Japón. El 6 de agosto, la primera bomba A lanzada sobre Hiroshima causó inmediatamente 90.000 muertos. El 9 de agosto la segunda bomba ocasionó en Nagasaki la muerte inmediata de 60.000 personas, además de los miles de heridos e irradiados que fallecieron posteriormente. Las trágicas secuelas de ambas bombas, las únicas empleadas en guerra por autorización de Harry Truman, aún perduran entre los supervivientes y sus descendientes.
El 15 de agosto de 1945 finaliza la II Guerra Mundial, e inmediatamente la ventaja nuclear de EE.UU. asusta a su “aliada” (hasta entonces) la Unión Soviética. Josef Stalin entra en la carrera nuclear, con una doble vía de la tecnología propia y del espionaje. Con los datos del espía Klaus Fuchs, que les proporcionó los planos finales de la bomba de Nagasaki en junio de 1945, la URSS explosiona el 29 de agosto de 1949 en el polígono de Semipalatinsk (Kazajstán), una copia exacta de la bomba de Nagasaki que liberó una potencia de 22 KT. Dos años después, el 24 de septiembre de 1951 detonaron otro ingenio de diseño propio más refinado, de la "generación uno y medio". La Guerra Fría Nuclear había comenzado.
Pronto se suma otras potencias a la carrera nuclear. El 3 de octubre de 1952, el Reino Unido hace estallar su primera bomba atómica británica, a bordo de un viejo buque anclado cerca de la isla Trimouille (Australia). Francia, tras la debacle en la Indochina francesa (Vietnam), y la humillación de la confiscación del canal de Suez (octubre de 1956) gracias a que EE.UU. dejó sin apoyo a sus aliados, acelera su programa nuclear y el 13 de febrero de 1960 prueba su primera bomba en el Sahara argelino.
China, con asistencia inicial de la URSS, el 16 de octubre de 1964 detona su primera bomba A en el campo de pruebas de Lop Nor. Por esas fechas, Israel, había madurado su secreto programa nuclear aprovechando la transferencia de tecnología francesa. Parece confirmado que Israel en 1967, durante la guerra de los Seis Días disponía de 2 bombas atómicas que entraron en alerta. El 22 de septiembre de 1979 se produjo una misteriosa explosión nuclear en el sur del Océano Índico, que nadie se cree que fue una prueba conjunta sudafricana-israelí.
India, con asistencia civil occidental preliminar, detonó el 18 de mayo de 1974 un dispositivo atómico en el desierto de Thar (Rajastán). Tras la entrada de la India en el selecto club atómico, su vecino Pakistán tardaría años en dotarse de su primera bomba por las estrictas restricciones a la exportación de tecnologías de doble uso impuestas por las grandes potencias. El 28 de mayo de 1998 Pakistán una prueba de 5 explosiones atómicas simultáneas en las montañas del Beluchistán. La fecha se precipitó porque India había probado su primera bomba H termonuclear el 11 de mayo de 1998.
Mientras más países se dotaban de bombas atómicas de fisión atómica, bombas A, las potencias entraron en la carrera de las bombas H, de fusión nuclear con isótopos del hidrógeno. Estados Unidos probó el 1 de noviembre de 1952 la primera bomba termonuclear en el Atolón de Enewetak, en el Océano Pacífico, con una potencia de 10,4 MT. Aunque hubo un arsenal de estas "bombas H de emergencia", EE.UU. no dispuso de bombas H con normalidad hasta 1955, o quizá 1956. Como a continuación veremos, esto significa que la ventaja tecnológica real con la URSS en materia de armas nucleares se había perdido. La Unión Soviética esperaría hasta el 22 de noviembre de 1955 para probar su bomba H en Semipalatinsk, pero su obra era plenamente operativa militarmente.
Las restantes potencias militares también fueron logrando sus propias bombas H. El Reino Unido en noviembre de 1957; China en 1967 sólo 32 meses después de su primera bomba A; Francia esperó hasta principios de 1977 para instalarlas a bordo de sus submarinos nucleares. Israel parece contar con un arsenal reducido de armas termonucleares. India, tras más de 20 años sin pruebas nucleares, realizó su primera prueba termonuclear el 11 de mayo de 1998, acelerando –como se ha expuesto en líneas precedentes- la decisión pakistaní de realizar sus pruebas con armas de fisión, dos semanas después.
La distribución del arsenal termonucleares actual concentra en EE.UU. un total de entre 5.000 y 10.000 cabezas nucleares desplegadas. Rusia, heredera nuclear de lo que fuera la URSS y tras el desmantelamiento voluntario de Bielorrusia, Ucrania y Kazajstán, acumula entre un mínimo de 1.500 y un máximo de 3.500 ojivas operativas. Francia es la tercera potencia en armamento nuclear con entre 500 y 1000 artefactos nucleares. El Reino Unido cuenta con un máximo de 250 cabezas nucleares, mientras China dispone de entre 70 y un máximo de "varios centenares" de ojivas.
Israel con entre 100 y 200 cabezas nucleares desplegadas y operacionales, India con 200 cabezas nucleares y Pakistán con unas 50 armas atómicas a lo sumo, cierran el club atómico. Sudáfrica, que construyó al menos diez bombas atómicas de uranio enriquecido, es el único país de las desmanteló y renunció a su programa nuclear. La tensión actual parece concentrarse en Corea del Norte, que declaró disponer de armas nucleares el 24 de abril de 2003 (probablemente aún no militarizadas) e Irán, que dispone ya de uranio altamente enriquecido (HEU) y mantiene activo un programa de misiles.
A modo de curiosidad histórica, a principios de los años '70, Franco encargó un estudio sobre la posibilidad de construir armas nucleares. Aunque disponía de la tecnología necesaria, reservas de uranio y una zona de prueba (el Sahara), finalmente se desechó semejante proyecto. Actualmente se calcula que más de 40 países, incluido el Estado español, disponen de la tecnología y recursos para construir armas nucleares.
Ha habido varias situaciones en las que hubo riesgo del inicio de una guerra nuclear. Además de la Crisis de los misiles de Cuba, en octubre de 1962, ocasionada en respuesta al despliegue norteamericano de misiles en Turquía y a la invasión de Bahía de Cochinos, ha habido al menos otras cinco ocasiones en las que los sistemas de guerra nuclear de alguna superpotencia han entrado en alerta. El 9 de noviembre de 1979, los ordenadores del Pentágono notificaron súbitamente la existencia de un ataque nuclear soviético masivo. Todo el sistema de represalia nuclear se puso en marcha, los bombarderos despegaron y la defensa civil llegó a activarse. Sin embargo, los datos procedentes de los satélites y de los radares no coincidían, sin verse ningún misil soviético mientras los ordenadores aseguraban que había 300 dirigiéndose a toda velocidad hacia los Estados Unidos. Al final se comprobó que alguien había introducido inadvertidamente una cinta de entrenamiento como fuente de datos del ordenador central analizador de amenazas. Estos hechos trascendieron a la opinión pública e inspiraron la célebre película Juegos de Guerra.
Posteriormente el 3 de junio de 1980 se produjo otro incidente de alerta de un ataque nuclear soviético a causa de un chip defectuoso. El 26 de septiembre de 1983, sólo 25 días después del derribo de un Jumbo surcoreano civil por las Fuerzas Aéreas Soviéticas, una rara conjunción del equinoccio de otoño ocasionó un error en la red de satélites soviéticos que estuvo a punto de disparar la represalia de la URSS ante un falso ataque norteamericano. El más reciente suceso del que se tiene noticia ocurrió el 25 de enero de 1995 de un cohete suborbital noruego, de dimensiones parecidas a las de un misil intercontinental. Aunque el lanzamiento había sido notificado a la administración rusa de Yeltsin, por extravío en la comunicación este cohete real en el espacio activó la prealerta de toda la fuerza nuclear rusa.
En pleno siglo XXI pervive el peligro de un fin apocalíptico, bien por un acto de agresión desde un Estado o desde una organización terrorista, todo ello sin considerar los accidentes nucleares en instalaciones civiles. El Tratado de No Proliferación Nuclear, de 1968 y firmado hasta la fecha por 189 países, debiera avanzar en la triple dirección del paulatino desarme nuclear de las potencias atómicas, el no incremento de potencias nucleares y el uso exclusivamente civil de la energía atómica.
El riesgo de una catástrofe proviene no exclusivamente de Irán o de Corea del Norte, y haríamos bien las ciudadanías democráticas de todo el planeta en exigir “políticas de futuro” para la erradicación progresiva del armamento nuclear, tan disperso y diseminado por todos los continentes y océanos. El Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) debiera velar simultáneamente por el desarme y contra el tráfico ilícito de material nuclear, evitando no sólo que nuevos países ingresen en el tenebroso club atómico, sino animando a la salida de tal círculo a los países que apuestan por la paz (como hizo Nelson Mandela al desmantelar en Sudáfrica su armamento nuclear). Sólo así podríamos disipar la amenaza nuclear, reduciendo todos los arsenales al mínimo que bajo criterios de no-empleo por la destrucción mutua asegurada baste para esa controvertida “disuasión nuclear” que, es de reconocer, ha servido hasta la fecha para evitar una Tercera Guerra Mundial.
Versión final: mikel.agirregabiria.net/2006/nuclear.htm
Generosidad y sabiduría
Muchos se preocupan de la fama, de la riqueza, y de los honores.
Pocos de ser sabios y generosos.
El misterio es la mitad de la belleza.
El amor es un deseo de disfrutar de la belleza.
La belleza es un resplandor que atrae a sí el espíritu humano.
La belleza es un resplandor que atrae a sí el espíritu humano.
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