Amorebieta, capital vasca

¿Conviene retomar la cuestión de la capitalidad administrativa vasca?

Han pasado más de 25 años desde que se decidió situar en Vitoria-Gasteiz la capital de la Comunidad Autónoma Vasca. Fue una opción propia del momento, basada en razones estratégicas y coyunturales de naturaleza política, que serían complejas de exponer. Así se acordó el 20 de mayo de 1980 por medio de la Ley de Sedes, la primera de todas las aprobadas por el Parlamento Vasco. Ello determinó la ubicación de los distintos principales órganos institucionales de la C.A.V.: Presidencia del Gobierno (Ajuria-Enea), Gobierno Vasco (Lakua) y el propio Parlamento (Eusko Legebiltzarra).

Sin negar validez y oportunidad a aquel acuerdo, que no ha sido objeto central de polémica partidista, es preciso reconocer que no fueron criterios demográficos, ni geográficos, ni de comunicaciones, ni económicos los que avalaron aquella determinación. Pero el tiempo ha pasado, y los debates sociopolíticos han de buscar eficacia y eficiencia que entonces, en otras circunstancias, fueron apartadas.

Con el ánimo de aportar una reflexión de partida, se expone un simple análisis demográfico y geográfico. Considerando el marco de la C.A.V., según el último censo de 2005, los 2.124.846 habitantes de la Comunidad Autónoma del País Vasco se distribuyen con los siguientes porcentajes: 14,12% de alaveses, 32,41% de guipuzcoanos y 53,47% de vizcaínos. El reparto demográfico es muy peculiar, concentrándose el 42,5% del total de vascos de la C.A.V. en el Gran Bilbao, más distribuidos los guipuzcoanos por todo su territorio y centralizados el 75,5% de los alaveses en su capital.

Calculado el centro de gravedad demográfico de la C.A.V., mediante la correspondiente fórmula, queda determinada que la posición idónea de la capital vasca, con criterios geométrico-estadísticos, estaría en las proximidades de Amorebieta-Etxano (o Zornotza). Esta posición ofrecería innegables ventajas comunicativas y económicas a todo tipo de efectos y con gran trascendencia en ahorro de tiempo y dinero.

Por citar sólo algunos datos: Si reunir en Amorebieta a un número cualquiera de representantes proporcionales de toda la C.A.V. cuesta 100, llevarlos a Vitoria cuesta 173, acudir a Bilbao serían 109 y a Donostia 179. Dicho de otro modo, todos y cada uno de los innumerables y diarios envíos o reuniones de todo tipo (con representantes políticos, sociales, administrativos, económicos,..) supone un sobrecoste del 73% por mantener la capital en Vitoria (respecto a Amorebieta), que se rebajaría a un reducido 9% de trasladarla a Bilbao y que se aumentaría hasta el 79% de mudarla a Donostia.

¿A alguien se le ocurriría, por poner una comparación, que si España fuese únicamente Madrid, Valencia y Murcia poner la capital en la parte menos poblada y más esquinada como sería Murcia? Pues exactamente eso sucede en la C.A.V. por razones históricas,… que merecerían ser revisadas.
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A Gerardo sin retardo

Mi convecino de Getxo, Gerardo H. Zorroza, parece interpelarme en su carta “El tiempo” de hoy que sigue a la mía titulada “Un día perdido”.

A pesar de no tener el gusto de conocerle, leo con atención las frecuentes cartas de Gerardo H. Zorroza. La última en DEIA, posiblemente abreviada, me ha sorprendido por su posible afán de iniciar una polémica conmigo. Literalmente señala que “opinar ex cátedra y alegremente sobre algunos temas, como ‘el tiempo perdido’ por ejemplo, es cuando menos imprudente, incluso para aquellos presuntos docentes avanzados”. Según parece porque “…en estos días, el tiempo dedicado al trabajo, para muchos, se ha convertido en un Purgatorio y, para otros, exclusivamente en un negocio”. Y termina: “Por cierto: ¿Agirregabiria es incondicional de la Real, o simplemente lo parece?”.

Sin el ánimo de pelotear un litigio de escaso interés para los lectores, sólo he de responder que como educador (usted sabrá si avanzado aunque sea cargado de presunción) entiendo que opinar no puede ser ex cátedra (reservado para definir o hablar el Papa). En todo caso, la percepción sobre el trabajo (sanitario o docente, como lo son el suyo y el mío) es opinable, y subjetivamente me ratifico en creer que, a mi juicio, un día de trabajo no es un día perdido.

Por último, lo más prodigioso ha sido la sospecha de que soy “incondicional” de la Real. No imagino a vislumbrar cómo ha podido inferir tal recelo, porque rara vez hablo de deportes (excepto del ajedrez), y casi nunca de fútbol… si no es para compararlo con otras aficiones populares (como la política). Sólo para defender fenómenos sociales como Darío Urzay o Clemente, he citado colateralmente y un par de veces al Athletic (“mi” club por ser bilbaíno y hacer estado una vez en San Mamés para ver un Euskadi-Brasil). Jamás he hablado de la Real, sociedad deportiva de la que no tengo ni queja, ni devoción, ni siquiera conocimiento alguno.
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Inclemente con Clemente

En presente y de repente se desprenden de Clemente.

Clemente: ¡Qué mente eminente, que nos pertenece! Referente, vehemente, rebelde, efervescente, decente que no miente. Debe entenderse a Clemente, defenderle, no desmerecerle, no desentenderse, no desprenderse de él. Debe vérsele de frente, no del revés. Este precedente de venderle es de estremecerse y de encenderse.

Lamikiz, recuerda: Vence siempre quien es clemente. La clemencia siempre nace del coraje, porque vengarse es infame. Ser clemente es parte de la entereza, y es también una medida revolucionaria. No actúes como un pedestre mequetrefe percebe, enclenque, repelente y merengue. Le debes y dependes de Clemente para ser Presidente, y no el gerente endeble del tenderete.

Brevemente, Lamikiz, entiende este mensaje preferente: Queremos a Clemente.

Mikel Agirregabiria Agirre. Getxo
blog.agirregabiria.net

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Quiero ser alavés

Si la reencarnación existe y la distribución administrativa persiste, en la próxima vida muchos desearían nacer alaveses.

Según el último censo de 2005, la Comunidad Autónoma del País Vasco cuenta con un total de 2.124.846 habitantes, representando los 299.957 alaveses el 14,12%, que se suma al 32,41% de los 688.708 guipuzcoanos y al 53,47% de los 1.136.181 vizcaínos. Uno de éstos soy yo, que casualmente trabajo en la administración vasca, desde un modesto puesto pero que abarca a toda Bizkaia.

Mi responsabilidad es un 65% superior a la de mi colega guipuzcoano y un 279% superior a la de mi correspondiente alavés, pero el sueldo es idéntico y la estructura de apoyo parecida. Además, para complicarnos el trabajo a los de las provincias grandes, las reuniones decisivas se realizan en la capital del territorio más pequeño, adonde nos desplazamos varias veces por semana para gestionar nuestros mayores cometidos desde la lejanía y con tiempo perdido en viajes.

Las desventajas adicionales de estar en la Delegación de Bizkaia son las protestas constantes en nuestras puertas, porque ni manifestantes ni medios de comunicación se toman la molestia de desplazarse a Vitoria-Gasteiz (capital administrativa), así como la necesidad inexcusable de acudir y organizar las actividades generales que siguen la lógica de la realidad demográfica, como congresos, visitas externas, relaciones con otras entidades e instituciones,… Como resultado de todo lo anterior parece que a los vizcaínos nos atribuyen la fama de lentos y torpes, porque no llevamos las diligencias burocráticas con la misma celeridad y detallismo que nuestros felices colegas.

Por si fuera poco nuestro voto vizcaíno vale 3,8 veces menos que un voto alavés, y 1,65 veces menos que un voto guipuzcoano en el Parlamento Vasco, donde existen 25 representantes por cada territorio histórico. En definitiva, trabajamos el triple y ganamos lo mismo, y esto no cambiará nunca porque nuestros votos valen la tercera parte. No puede seguir habiendo ciudadanía de 1ª, 2ª y 3ª categoría, o hasta de 7ª clase si Euskal Herria se reencuentra.

Sólo caben dos alternativas: O se equilibran en población los 3 territorios, limitando Bizkaia a 6 municipios (Bilbao, Barakaldo, Getxo, Portugalete, Santurtzi y Sestao), con lo que ya superaría en habitantes a Gipuzkoa a quien se cedería Ermua y traspasando a Araba los restantes 105 municipios vizcaínos; o, lo que parece más sensato, se buscan mejores soluciones administrativas y políticas.

Por si hubiese dudas, declaro que me siento vasco y que, como la mayoría, tengo raíces en todos los territorios históricos. Mi primer apellido procede de Gipuzkoa (Leintz-Gatzaga), mi madre nació en Araba (Amurrio) y vivió en Lapurdi (Bayonne) y todos los veranos de mi infancia los pasé entre Ubide (Bizkaia) y Zigoitia (Araba), traspasando varias veces al día la aduana foral que entonces existía. Era absurda, discriminaba a Bizkaia y desapareció; ahora, nos corresponde resolver otros desequilibrios.
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La familia crece

Todo padre o madre sabe que familia significa crecimiento continuo. Crece el vientre de la madre y nace un nuevo hijo, que no para de crecer.

Los zapatitos de bebés muestran cuán rápidos crecen. Aumentan los hermanos, los primos, los amigos,... Crecen tanto que hasta la mesa familiar se queda pequeña, y la casa también. Pasan la adolescencia y cuando parece que finalmente nuestros hijos e hijas no seguirán creciendo (al menos en altura), les aparecen a todos ellos esas extrañas sombras colaterales que parece ser que se llaman algo así como nueras y yernos.

Atención a esta brusca reduplicación de la familia. De pronto, las cuestiones familiares se multiplican por dos, y ya no sólo debemos seguir la carrera estudiantil o profesional de nuestros propios hijos, sino también las de sus parejas. Además cada uno de los nuevos miembros de la familia viene acompañado de todo tipo de parientes anexos, como consuegros y otras figuras que agotan al mismísimo diccionario.

Se supone que todo ello es el proceso creativo que nos lleva a la fase final, al esplendor de ser abuelos. Pensando en ello se comprende que toda esta familia recrecida es fundamental. Nos demuestra que si es importante que sepamos quiénes fueron nuestros abuelos, aún nos importa mucho más conocer quiénes serán nuestros nietos.
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Anímate

Es fácil recobrarse, reanimarse, fortalecerse, quizá hasta curarse. Basta encontrar a la protagonista de esta adivinanza.

La ética, la filosofía y la literatura se han ocupado extensamente de ella. Ha sido descrita de muchas formas. Muchos creemos que todos tenemos una, aunque otros nieguen su existencia. Quizá sea una cuestión semántica, porque dispone de muchas definiciones directas y alusiones indirectas. Abundan las metáforas que la simbolizan. ¿Qué puede ser algo que cuenta con tantos símiles alegóricos?

Ella es… un océano bajo la piel. Es un estanque lleno de agua calmada. Es una materia luminosa que quema sin consumir. Es una copa que sólo se llena con eternidad. Es el espejo de un universo indestructible. Es un acorde que la espada no puede herir, que el fuego no puede consumir, que el agua no puede macerar y que el viento del mediodía no puede secar. Es la potencia que preserva al cuerpo de la corrupción. Es antípoda del cuerpo, y así amanece para ella cuando anochece para él.

Dicen que es invisible, intangible, inmortal para siempre, e incluso divina. Los poetas la denominan el alma, el ánima, el aliento, el corazón, el espíritu, la conciencia, la fuerza, la potencia, la energía, el ánimo, el coraje, el entusiasmo, la voluntad, la sustancia, la quintaesencia, el principio, el hálito, el aura,... Acaso muchos nombres, demasiadas cualidades, excesiva trascendencia,... ¿O sólo la justa? Anímate: La tienes a ella, llámala, calma.
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El lector preferido

De las relaciones artificiosas establecidas entre personas, la más caprichosa y variable de todas es la formada entre escritor y lector.

Es obvio que no existirían escritores, si no hubiese lectores (aunque este artículo pudiera ser una refutación). En realidad, todo texto tiene por colaborador a su lector. Sólo el buen lector convierte un escrito en algo valioso. La obra surge cuando se cierra el nexo entre dos misterios humanos, el del autor y el del lector. El verdadero escritor no lo pone todo en su prosa; su obra más capital se destina y se completa en el alma de sus lectores.

Algunos estilistas, como Papini, opinan que son dos funciones incompatibles, señalando que “si los escritores no leyeran y los lectores no escribieran, los asuntos de la literatura irían extraordinariamente mejor”. Otros, como Montesquieu, recomiendan lecturas diferentes: “Los libros antiguos, para los autores; los nuevos, para los lectores”. En todo caso, siempre es aconsejable haber sido lector impenitente antes que escritor incipiente.

Lo que pide quien escribe a quien le lee no es tanto su beneplácito, sino su atención. Lograr captar el interés de muchos lectores puede ser signo de calidad redactora, aunque los escritores de moda multipliquen las tiradas de los grandes clásicos. Tampoco sería aceptable lo contrario, que la excelencia literaria sea inversamente proporcional al número de lectores.

Goethe creía que la ambición en lectores era requisito imprescindible del autor: “El que no espere tener un millón de lectores que no escriba ni una línea”. Muchos lectores leen no para conocer otra opinión, sino para sentir la repetición de la suya propia. En la actualidad, los lectores buscan un autor que refleje sus ideas y emociones. En ocasiones, se convierten en verdaderos héroes a la espera de un autor de su sintonía. Ésos son los lectores que todo escritor anhela descubrir. Ahí, en el lejano y trémulo corazón de una persona lectora, duerme el premio tímido y virginal que busca quien escribe.

El genio Monterroso, maestro guatemalteco de la sencillez compleja, consideraba como lector ideal a Sherlock Colmes: “En realidad, cualquier lector es ideal porque no abundan. Aunque hay muchos grados de lectores ideales. Pero, claro, el lector ideal es quien está más capacitado para entender las referencias y alusiones de todo escrito y que, lo que no sabe, le atrae. Como un detective”.

Todo autor, uniendo lo útil con lo amable, enseñando y deleitando al mismo tiempo, solicita lectores, muchos o pocos, pero incesantes y apasionados, sus semejantes y sus hermanos, que le relean periódicamente. Sabe que existe un solo antídoto para prevenir en el lector el empacho del cargante "yo": la tersa y desnuda verdad. El escritor pide lo mismo que ofrece: fidelidad y sinceridad.