“Dejemos las prisas a los esclavos”, dijeron. “Ahora lo entiendo”, susurró uno de aquellos.El trabajo, al igual que el ocio, ofrece diversidad de emociones. Frecuentemente, evocamos una imagen que representa nuestra tarea a la perfección: La del mago de los platillos rotatorios. Es un espectáculo que siempre nos fascinó a algunos, de pequeños y de mayores. El artista comienza pausadamente poniendo un primer plato sobre la varilla, y le imprime un giro que lo mantiene en el aire. Sigue añadiendo platos, con pausas para rotar a aquéllos que –al frenarse- parece que van a caer. Y continúa, con veinte o treinta discos en equilibrio precario, hasta que superado por la situación se le cae alguno. Entonces, confiando en que la primera rotura marque su récord, va recogiendo los restantes con la esperanza de minimizar los fallos y optimizar la función.
Habitualmente así empieza una jornada laboral. Al inicio, parece que será tranquila. Uno, dos o cinco temas (o platillos) bien vigilados y bajo control. Entonces, comienzan las llamadas, las urgencias y las sorpresas sobrevenidas. Manteniendo todo en vilo, evitamos las caídas estrepitosas. Casi siempre se consigue. A veces, no. Claro que las sensaciones extremas, cuando se prolongan, acaban por no sentirse. Ésa es nuestra esperanza. Al final, casi se le coge gusto a la celeridad, a la aceleración. Así aprendemos a diferenciar el vicio de la prisa respecto de la virtud de la actividad.
Versión final en: mikel.agirregabiria.net/2006/sensaciones.htm