Conversaciones de sobremesa entre un filósofo y un físico.
Mi buen amigo José Mari Mauleón me comenta, no sin una cierta admiración, lo cerca que vivimos del frío respecto a las altas temperaturas que es posible alcanzar. Quizá sea fruto de alguna de sus recientes lecturas de divulgación científica, pero sigue sorprendiéndole que la temperatura más baja que nunca se podrá rebajar es de ‘sólo’ 273ºC bajo cero, mientras que no existe límite en la naturaleza para el calor, alcanzándose los miles de millones de grados en el interior de las estrellas o en laboratorios terrestres.
Los seres vivos habitamos un planeta que, en su superficie, oscila entre los -90ºC (mínimos de la Antártica) y los 60ºC (máximos del Sahara), siendo la temperatura interna en el caso de los seres humanos de 37ºC, con muy poca posibilidad de variación. ¿Por qué estamos tan cerca del mínimo absoluto y tan lejos del máximo en la escala de temperaturas?
La temperatura mide el estado de agitación, de desorden de las moléculas que componen el objeto observado. Si se trata de agua, por ejemplo, por debajo de los 0ºC está organizada como hielo, en estado sólido con moléculas en una red que vibra, cada vez menos según disminuye la temperatura. La ciencia establece que el movimiento molecular, de cualquier sustancia, cesa a la temperatura de -273 ºC, el cero absoluto en grados Kelvin, cuando el ‘orden’ y el frío son máximos.
Continuando con el caso del agua, en el intervalo de 0-100ºC (a una atmósfera de presión), las moléculas pasan a estado líquido, rompiendo su estado cristalino y deslizándose unas sobre otras, de modo que manteniendo su volumen- adoptan la forma del recipiente. Al superarse la temperatura de ebullición, las moléculas se volatilizan y espacian hasta ocupar todo el volumen disponible, aumentando su velocidad y dispersión según crece la temperatura.
Dado que el grado de quietud y reposo está determinado, el mínimo de temperatura es definible y acotado, pero el nivel de desorden, caos y agitación… puede ser ilimitado, como la temperatura. Para vivir necesitamos una cierta adaptabilidad, por ello nuestro organismo está compuesto por tejidos más líquidos que sólidos, con un orden relativamente alto, propio del frío. Definitivamente, entre los extremos físicos posibles, para estar vivos hemos de mantenernos como seres ordenados y fríos.
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