La estupidez explícita

Hace unos años corrió el rumor en nuestra urbanización de que había pasado unos días entre nosotros un Premio Nobel (o ¿fue una Miss Universo?).

¿Cómo saber si nuestro vecino es un Premio Nobel? Resulta casi imposible. Ese anciano de pelo cano que suele leer libros, ¿es un Nobel? ¿Quizá de Literatura o de la Paz (que siempre son más famosos), o acaso sólo de Física, Química o Medicina? ¿Será éste el Premio Nobel que se baña en nuestra misma playa? Definitivamente, la sabiduría, o la virtud en general, son comedidas, reservadas y sólo se aprecian con plenitud con el trato próximo o en la intimidad. Incluso se requiere ser un poco culto para percibir la sabiduría, y un poco amable para deleitarse con la bondad.

Por el contrario, la ignorancia o la falta de educación siempre son escandalosas, descaradas… y pueden ser infinitas. Ahora mismo, en plena madrugada, no sabemos quién conduce ese coche con la música a tope y tocando la bocina. Pero su conductor pregona, a diestro y siniestro, que es un declarado idiota, que con todo lo que desconoce se podría concluir la wikipedia y que la escuela no dejó el menor rastro en su identidad actual.

¿Qué fue de aquella entrañable y prudente discreción? ¿De aquel saber estar, desvelándose poco o mucho, pero siempre en función de las circunstancias? Algunos mejor harían tratando de pasar desapercibidos, que no desplegando todas sus miserias. Por desgracia, no suele suceder así. Son, con frecuencia, quienes se recogen en su interior quienes más debieran manifestarse,… y viceversa. Aprendamos del poeta cuando dijo: Es discreción saber disimular lo que no se puede remediar.

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