Autopista Bilbao-Behobia

Queja por las múltiples obras y retraso del telepeaje en la autopista A-8.

Por razones profesionales y personales viajo con frecuencia desde Getxo hasta Donostia. Siendo positivo puedo señalar que actualmente existen algunos tramos… sin obras, aunque raramente en el corredor del Txoriherri y son casi inexistentes en Gipuzkoa. El trayecto ofrece emociones inigualables como decenas de kilómetros con doble señalización horizontal con líneas blancas y amarillas que cada automóvil elige a capricho. Después de avanzar con limitaciones de 70 Km/h, con muros de cemento actuando de arcén inexistente y carril único con vehículos en sentido contrario durante gran parte del recorrido, se llega a las cabinas de peaje.

Podría esperarse que no cobrasen, incluso que nos pagasen por aventurarnos a viajar por semejantes vericuetos, pero no es el caso: hay que pagar. Entonces llega la guinda final si hemos cambiado el anterior y eficaz sistema de telepeaje por el nuevo VIA-T. Las posibilidades son múltiples: generalmente no es detectado, pero puede pitar y dar ticket, o ni lo uno ni lo otro. Finalmente bajamos la ventanilla con la tarjeta de crédito, pero la empleada nos pide que extraigamos el módulo entero del telepeaje o nos aprendamos sus 15 dígitos. Protestamos y ella también se queja. Incluso nos sugiere: “Escriba una carta a los periódicos denunciando que el sistema lleva meses sin instalarse en todas las cabinas y funciona pésimamente”. Quede así expresado nuestro descontento, por parte de los usuarios y del personal de las dos concesiones INTERBIAK y BIDEGI.

La multiplicidad de obras y tramos provisionales se puede aceptar por aquello del mantenimiento, la nueva autopista Eibar-Gasteiz y el futuro tercer carril, aunque se podría haber planificado con menores molestias diurnas y nocturnas. El retraso de meses en la implantación efectiva del telepeaje universal es injustificable.

Recuperar el espíritu de una Educación Libre


En este vídeo, quizá poco cuidado en el texto, la forma y el formato, subyace un canto de libertad que habríamos de incorporar intensivamente a nuestra educación,...

El odio mata por duplicado

"El odio es una cosa muerta... ¿A quién de vosotros le gustaría ser una tumba".
Khalil Gibran.
Mikel Agirregabiria Agirre

Especie enamoradiza

El género humano, que es un poco poeta, tiende a enamorarse todos los días del año. Polvo somos, mas polvo enamorado.

Nos hallamos en una sociedad y en un tiempo que dan facilidades crecientes para hacer el amor, pero no para vivir enamorarnos. Pudiera parecer que sólo en la época de Goethe cupo aquello de “¡Espectáculo digno de los dioses, la vista de dos enamorados!”, o que apenas Schiller pudo apreciar que “En la más angosta cabaña hay espacio para una pareja feliz y enamorada”.

Ahora el enamoramiento es asunto de “El Corte Inglés”, pero no perdamos la esperanza. Hay algo genético en el alma humana que busca el amor en toda edad y lugar. Santiago Ramón y Cajal se pronunció sobre la festividad de San Valentín, señalando que “Aún en el día del amor, representamos meras delegaciones de la especie, que es, en fin de cuentas, la gran enamorada”. El científico navarro también recomendaba que “El arte de vivir mucho es resignarse a vivir poco a poco”, pero jamás renunciemos a la capacidad de enamorarnos.

Dicen que nadie sabe qué es una mujer, si no ha visto una mujer enamorada. Eso reza para cualquier persona, hombre o mujer. Oigamos la sabiduría de los proverbios populares: Nunca desesperes, mientras puedas enamorarte, porque sólo pueden ser dichosas las almas enamoradas. Recordemos que al enamorarnos renacemos otra vez.

Rascacielos en aprietos

Quizá la lógica más elemental determine ya el final de la megalomanía de estas construcciones “Titanic”.

Una situación tan caótica como la originada por el siniestro de la torre Windsor en el corazón más céntrico de Madrid, afortunadamente sin víctimas mortales, debiera provocar una seria crítica sobre el sentido de los rascacielos. Un simple incendio, que en un edificio menor hubiese sido irrelevante, o la tragedia del 11-M en New York, muestran fehacientemente lo crítico que son todos los sistemas de seguridad en estas moles erigidas con absurdos criterios comerciales, alejados del más mínimo sentido común.

Los rascacielos son el producto más representativo del modelo dual de la urbe capitalista, que concentra lo selecto y dispersa lo menos rentable, generada a partir de la desigual distribución del espacio, la infraestructura y los recursos de la población. Únicamente se alzaron bajo razonamientos inmobiliarios de pura especulación, y se cimentaron con falsas tecnologías que no superan las pruebas más básicas de riesgos previsibles que acontecen periódicamente. Un singular reparto de beneficios para algunos pocos intereses privados, que posteriormente ocasionan daños ingentes que son cubiertos con fondos públicos. Esperando que su derrumbe no acarree efectos colaterales en el megacomplejo de Azca, los costes del inmenso colapso que positivamente se producirá serán sufragados por una ciudadanía inocente que ni se lucró con su construcción, ni autorizó semejantes desatinos urbanísticos.

El afán de grandeza de la humanidad no parece tener enmienda. No aprendemos ni de la maldición bíblica de la Torre de Babel, cuyo precedente histórico se ubicó en Babilonia según algunos científicos y fue construido en el tercer milenio antes de Jesucristo. Su descubridor, el arquitecto y arqueólogo Robert Koldewey verificó también el funesto destino de aquel edificio piramidal llamado Etemenanki, “la mansión entre el Cielo y la Tierra”. Según relata el Génesis, sus promotores incurrieron en la misma presunción del engreimiento de sus propias capacidades: "Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos…”.

Aquí y ahora son los estoicos bomberos quienes finalmente son escuchados. Nos hablan de estrategias ofensivas interiores y defensivas exteriores. Las primeras, intentar apagar el conato inicial, duraron 40 minutos, y luego sólo cupo la decisión de “dejar quemar y esperar que todo lo consumible ardiese”. Lo más acertado fue evitar que estos servidores públicos quedasen apresados en una trampa mortal que ellos no diseñaron.

El atroz atentado consumado en el World Trade Center no venció las presiones inmobiliarias, que son quienes formulan el diseño arquitectónico-urbano. Pero desde Manhattan se oyeron voces cabales de movimientos democráticos y de participación ciudadana que clamaron, desde el recuerdo de las víctimas, por una arquitectura que volviera a respetar la escala y la condición humana.

Mañana nos contarán lo irracional del miedo a rascacielos invulnerables, cómo superar la natural psicosis colectiva, qué hacer para evitar la paranoia de los ascensores a la cumbre o cómo superar la fobia a las alturas (acrofobia), pero nadie advertirá del vértigo que provoca una humanidad que no aprende ni de sus tragedias. La arquitectura fundamentalista que subyace en estos colosos con pies de barro es el paradigma de nuestra endeble civilización, que aspira a más de lo que puede soportar.