Hijos, futuros padres

Ser padre es sentirse transformado por el poder de los hijos.

No es padre ni madre quien no ha sufrido lo indecible por los hijos en su difícil crecimiento, cuando los padres nos sentimos como los huesos con los que nuestros hijos afilan sus dientes. No conoce la paternidad ni la maternidad quien no se ha sentido frecuentemente convertido en alguno de los mil oficios del sector servicios: cocinero, camarero, criado, taxista, telefonista, casero, vigilante,… Más aún, no es progenitor quien no se ha visto transmutado, por la varita mágica de estos inteligentes y exigentes magos tipo Harry Potter, en un autómata en forma de lavadora, plancha o mero cajero automático.

Pero llega un día, de ésos en los que el más pequeño de los hijos es mayor de edad, y de pronto adviertes tímidas señales de que tus hijos están madurando. En pleno veraneo, una de esas noches de cena y velada prolongadas, hacia las tres de la madrugada todavía estás recogiendo la mesa cuando escuchas que pasa tu hijo con su ‘tribu’ por los alrededores de la casa y se oye la voz de tu benjamín reclamando imperativamente a sus amigos: "¡Ahora callaros!... que mis padres estarán durmiendo".

La primera impresión es de soltar una carcajada por la sorpresa de que ocurra tan inesperado suceso, pero te contienes prudentemente y pronto te envuelve una satisfacción inigualable al comprender que los hijos también nos quieren, aunque lo disimulen estupendamente a ciertas edades difíciles para todos. El considerado mejor escritor sueco de todos los tiempos, August Strindberg, nos sugirió una magnífica clave educativa: "Los hijos no deben educarse como si fuesen a ser hijos toda la vida, sino pensando que se convertirán en padres".

Atardecer en la playa


anticipation
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Dos cosas serían capaces de entretenerme toda la vida: Ver correr el agua y ver jugar a los niños. José Selgas

Carácter luchador

Apasionado, una personalidad superlativa propia de emotivos, activos y secundarios.

Estimado lector o lectora: Déjeme darle dos noticias, una buena y otra mala. La mala nos la dio Schopenhauer y señala que "La personalidad de cada persona determina por anticipado la medida de su posible fortuna". La buena noticia, avalada por toda la psicología moderna, nos asegura que la personalidad de cada uno se puede transformar mediante la práctica. William James nos indicó el camino: "Siembra una acción y recogerás un hábito; siembra un hábito y recogerás un carácter; siembra un carácter y recogerás un destino".

Las tipificaciones de la personalidad humana han sido descritas desde Hipócrates, el padre de la medicina contemporáneo de Sócrates, siguiendo la concepción de Empédocles con los cuatro elementos básicos: aire, tierra, agua y fuego. Lo cierto es que, pese a su antigüedad de 24 siglos, muestra una gran similitud con la tipología moderna más empleada, desarrollada inicialmente por Heymans y Wiersma. Esta clasificación se fundamenta en que las conductas estarían determinadas por tres factores: Emotividad, Actividad y Resonancia.

La emotividad mide la repercusión anímica de cada persona ante los acontecimientos. Emotivo es quien reacciona de un modo intenso y, ocasionalmente desproporcionado, ante las situaciones, por lo que su entusiasmo desbordante y profundo, puede provocar un humor mudable o incoherente ("el corazón tiene razones que la razón no entiende"), pero también es cordial, servicial, generoso, jovial y expansivo. El no-emotivo es, por el contrario, frío, introvertido, silencioso, de pocas palabras, pero más dueño de sí y prudente.

La actividad regula la inclinación del sujeto a responder a un estímulo mediante el trabajo o la acción. Las personas activas son propensas por naturaleza a la actividad, sobre todo cuando ésta presenta dificultades, por lo que si bien pueden ser testarudas, individualistas e imprudentes, al mismo tiempo son más constantes, emprendedoras, hábiles y alegres. Los no-activos son más calmados y conciliadores, pero fáciles al desaliento, temerosos de lo difícil y propensos a relegar o delegar sus propias obligaciones.

La resonancia valora la duración del efecto que un acontecimiento provoca en cada persona. En los primarios, con poca resonancia, las impresiones tienen un efecto directo e inmediato, pero pasan rápidamente y viven más del presente siendo volubles, impulsivos, de reacciones breves y superficiales, lo que determina que sean poco rencorosos. Secundario es el individuo con mayor resonancia, con impresiones duraderas y prolongadas, que vive más del pasado, pudiendo ser resentido y obstinado en sus ideas, pero simultáneamente más constante, metódico y coherente.

La combinación de estas tres variables da lugar a ocho biotipos: apasionado (E-A-S), colérico (E-A-P), sentimental (E-nA-S), nervioso (E-nA-P), flemático (nE-A-S), sanguíneo (nE-A-P), apático (nE-nA-S) y amorfo (nE-nA-P). Pero hemos de distinguir entre temperamento y carácter. El temperamento o la idiosincrasia es el conjunto de tendencias y dotes que nos da la naturaleza al nacer, siendo el carácter o la personalidad el sistema de cualidades que desarrollamos sobre la base del temperamento original y con las vivencias del proceso educativo y existencial. Jung indicó que "La personalidad es la realización suprema de la idiosincrasia de una persona. Es un acto de elevado coraje arrojado a la cara de la vida".

Un buen consejo dice: Conócete, acéptate y supérate. Por ello, quizá el primer paso sea reconocer el temperamento propio, y luego preferir el apasionamiento como carácter elegido, porque otorga una ventaja tangible a quienes optan por desplegar su emotividad, su actividad y su resonancia. Nervo señaló que "la pasión es una fuerza cósmica, como la gravitación" y Balzac juzgó que "la pasión y sus manifestaciones son la base de la humanidad". Dos sentencias finales de dos enérgicos entusiastas. De Miguel Unamuno "sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas" y de José Martí "los apasionados son los primogénitos del mundo".

Repaso al verano

El verano es un boomerang lanzado que casi siempre vuelve.

Nada como las vacaciones estivales para comprender el esfuerzo humano por aprehender la vida, que como agua recogida con las manos se nos escurre entre los dedos. Aunque nuestro corazón se rige por su propio calendario, con la alegría alarga los días y con la tristeza encoge las fechas, la medida de luz solar parece dilatar en todos nosotros los minutos que adornan cada hora diurna del veraneo.

En verano nacen seres maravillosos que tienen de vida un día, una semana o un mes. En tan breve lapso de tiempo revolotean a nuestro alrededor, proclamando lo efímero de una existencia que, en su caso, no sobrepasa una estación del año. Son un aviso para las personas que también sentimos cómo ha volado otro verano y que nos esperan meses de trabajo en serie y en serio.

Amigo lector: Si la displicencia por el fin de las vacaciones le surge, no se preocupe, no es el único. Pero no vale la pena disgustarse porque ya se terminó el verano; mejor sonreír porque sucedió. Un proverbio sueco declara que "una vida sin amor es como un año sin verano". A la espera del próximo estío, que como las golondrinas acudirá a su cita excepto el último año, nos queda el recurso de convertir nuestra vida en una permanente pasión con un poco de ternura, algo de amistad, bastante cordialidad, mucha vocación y raudales de optimismo.

Nada y Mucho

Una receta aprendida en un día de verano cuando el tiempo corre muy rápido.

El día comenzó extraño. Una ardilla, con el mismo increíble descaro de los gorriones y los gatos, se coló en nuestro pequeño jardín-patio, se paseó entre dos ficus y se quedó casi una hora descansando y mirándonos con curiosidad antes de escapar.

Luego en la piscina recordé súbitamente una melodía y dos titulares. Nadaba en mi particular estilo braza, modalidad rompehielos, para evitar que las briznas de hierba que flotaban sobre el agua fuesen mi primera ensalada sin aliñar. Me sentí dichoso, como uno más de "los esclavos felices”. Evoqué la obertura de dicha ópera, del célebre bilbaíno Juan Crisóstomo de Arriaga, nacido hace casi dos siglos en la calle Somera donde tantas veces jugué en mi infancia.

El malogrado "Mozart vasco" la compuso cuando sólo tenía 13 años. Moriría prematuramente en París sin haber cumplido los 20 años. Su primera obra la tituló "Ensayo de Octeto". Se la entregó para que la juzgara a José Luis de Torres, que anotó en la primera página de la partitura "Nada y Mucho", indicando que no valía demasiado en sí, pero que significaba mucho que un niño de 11 años la compusiera.

Con el paso de los años he aprendido la vida es eso: "Nada y todo". Un autor de éxito, Martín Seligman, redescubre en su último libro de autoayuda “La felicidad auténtica”, el nombre y la vieja receta de Aristóteles (eudaimonia). Resume la plenitud sentida ejerciendo nuestras capacidades como "mi perro que corre y persigue ardillas, luego existe”. Concluye que la felicidad consiste en poner nuestros talentos personales (aunque sean escasos como en mi caso) al servicio de una causa más grande que uno mismo, para dar sentido a la vida.

Muchos sabios aconsejan hacer diariamente por lo menos una cosa que nos desagrade. Dicen que así se hace la vida más provechosa y significativa. Yo, modestamente, me permito recomendar que también hagamos una cosa que nos agrade: así valdrá la pena vivirla. ¡Eso es lo que he aprendido en una vida que duplica la de Arriaga! He aprendido... que todo lo que una persona necesita es una mano que sostener y un corazón que entender. He aprendido... que el dinero no compra la felicidad. He aprendido... que es el amor y no el tiempo el que cura todas las heridas. He aprendido... que esas pequeñas cosas que suceden diariamente, son las que hacen fascinante cualquier vida. Sigo nadando, pero los hierbajos ya no me incomodan.

El último Scott Fitzgerald

El verano es tiempo de lectura para descubrir la lucidez de un genio derrumbado.

Mucho se ha escrito de Francis Scott Fitzgerald y de su obra. Hay quienes creen que su inseguridad crónica le impulsó hacia un ansia de gloria desde muy joven y hasta su prematura muerte a los 44 años. Conoció la consagración literaria máxima con "El gran Gatsby" a los 29 años, para descender a los infiernos del olvido pocos años después.

Fitzgerald, el autor más representativo de la 'Generación Perdida' con Faulkner y Hemingway, tuvo una vida fallida, según algunos críticos, aunque reconocen que en ella alumbró algunas de las obras maestras de la literatura de todos los tiempos. Su existencia fue una fábula sensible y satírica sobre la persecución del éxito y el colapso del 'sueño americano'. Su existencia se deslizó raudamente desde una niñez de escritor precoz en internados católicos, un breve pase por Princeton y su servicio militar en Alabama, donde se enamoró de Zelda, la flapper arquetípica que representaría, con él, la historia glamorosa del jazz y el charlestón.

La doble biografía de la escandalosa pareja Fitzgerald fue corta y trágica ("Nuestro amor fue único en un siglo"). Intérpretes de los felices años '20, su historia resume buena parte del espíritu contradictorio del siglo XX: del esplendor a la miseria, de la gloria a la desintegración. Protagonistas de un ascenso fulminante a los laureles literarios, todo hacía augurar una larga y feliz existencia, habitual en los escritores bendecidos. Pero el "crack del 29" también se cruzó en su camino. Mientras dilapidan frívolamente el dinero, Zelda va deslizándose hacia la locura y él se alcoholiza. El 21 de diciembre de 1940, Scott muere exhausto frente a la máquina de escribir.

El corazón humano posee esperanzas, ambiciones y anhelos infinitos imposibles de satisfacer, y sigue luchando a pesar de obstáculos y fracasos. De ahí que la tragedia de estos dos artistas, además de despertarnos temor y piedad, también nos inspire admiración y coraje. La última etapa del Scott Fitzgerald maldito, fue la de la sabiduría profunda, no en sus actos, sino en sus escritos. El heterodoxo Scott describe su particular infierno: "Todos los dioses muertos, las guerras combatidas y la fe en el hombre destruida". Aún en plena decadencia, persiste en relatarnos su vitalidad ("El amor a la vida es esencialmente tan incomunicable como el dolor"), con clarividentes consejos que resuenan como puñetazos luchando contra la maldición de saberse autodestruido.

Sus citas son tan expresivas como los títulos de sus obras. Recordemos algunas: "En la noche negra del alma siempre son las tres de la madrugada", que invariablemente nos atormenta a los insomnes; "Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia"; "El dinero ha aniquilado más almas que el hierro cuerpos", ¡cuán cierta!; "Y así vamos adelante, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado", lírica y gráfica; "Es preferible fiarse del hombre equivocado a menudo, que de quien no duda nunca"; "En las cosas no existe la esperanza, y, sin embargo, hay que estar decidido a cambiarlas"; o "La vitalidad se revela no solamente en la capacidad de persistir sino en la de volver a empezar"

Alegre y despreocupado en la etapa del sueño realizado, cuando parecía un triunfador enamorado de la opulencia, su prodigiosa capacidad residía ocultamente en un concienzudo y persistente esfuerzo por escribir extrayendo del lenguaje tonos más exquisitos y puros que los nunca antes logrados. Suya es la frase: "Puedes acariciar a la gente con palabras". Su mejor lección nos la transmitió en una carta a su adorada y única hija Scottie: "Prescinde de la opinión de la gente. No te preocupes por el pasado. No te preocupes por el futuro. No te preocupes por el triunfo. No te preocupes por fracaso,… a menos que sea culpa tuya".

Vuelvo a oír voces


Agosto es un suspiro que nos recuerda los años felices.

Siempre creí escuchar voces jugando de niño con mi "fuerte" de indios y vaqueros. Incluso mi hijo pequeño heredó esta cualidad. Cuando tenía diez años se quedó un día sin ir al colegio por enfermedad. Un poco avergonzado, rebuscó en el fondo del armario y rescató su juguete preferido: una isla del tesoro con piratas de plástico. Pronto los recogió nuevamente: "Ya no me contestan…", explicó.

Ahora, gracias a algunos munícipes de Pilar de la Horadada, toda la familia vuelve a oír voces. De día, en la siesta y de madrugada. Veraneamos en este bella localidad desde que nació por segregación de Orihuela hace 18 años y simultáneamente con nuestro hijo menor. Nos encanta su clima, sus playas y sus gentes de todo el mundo, incluso a pesar del trato que nos dispensa la alcaldía en las zonas turísticas.

Recientemente el ayuntamiento nos ha recordado que las aceras de nuestra urbanización son públicas. Las construimos y las pagamos nosotros, como las calzadas, las reparamos y las barremos desde la comunidad de vecinos, no conocemos ningún sistema humano ni mecánico de limpieza municipal y cada agosto nos manifestamos ante el Ayuntamiento recordando que Mil Palmeras también existe. El único "servicio prestado" ha sido permitir teléfonos públicos pegados a las casas, con "voces intempestivas" y sin privacidad ni para residentes ni para hablantes, eludiendo elegir ubicaciones céntricas pero alejadas de cualquier vivienda.

Es un lamentable secreto a voces cómo interpretan algunos el "ser… vicio público". Su interés meramente recaudatorio en las áreas de segunda residencia o residencia de extranjeros, denota un abuso flagrante hacia quienes ni pueden responder electoralmente, ni desean perder sus vacaciones en protestas inútiles... El técnico que lo autorizó señala que no fue él, sino otro que está fuera… El concejal de turno o no ha llegado o ya ha salido. Sí ha recibido el mensaje y les llamará… pero nunca está entre las voces que oímos.

Hacen falta dos

Casi todo lo que tiene de grandioso esta vida requiere dos personas.

Una entrañable canción repite en su estrofa: 'Siempre hacen falta dos, para hacer algo importante, siempre hacen falta dos'. Desde niños aprendimos que para jugar, hacen falta dos. En la juventud, sentimos que para la amistad hacen falta dos almas. Y pronto descubrimos que para bailar y para besar, hacen falta dos corazones.

Para amar sólo hacen falta dos pasiones que se disputen por ser cada una de ellas quien más ame. Para casarse, hacen falta dos compromisos. Para el milagro de que nazca una nueva vida, se precisan dos destinos entrecruzados.

Para educar, para cuidar, para ayudar, para crear felicidad… hacen falta dos seres humanos. Para dialogar hacen falta dos inteligencias. Para comunicar, para negociar y hasta para pactar hacen falta dos voluntades. Thoreau dijo que para decir la verdad hacen falta dos personas: una que quiera contarla y otra que desee escucharla. Para que estas palabras tengan algún sentido, también hacen falta dos: quien lo escribió y tú si al leerlas decides compartirlas.

Huido del ruido

No espere encontrar silencio en sus vacaciones.

Nunca la historia de la humanidad fue tan ensordecedora como en nuestra era. Nuestras ciudades se llenan cotidianamente de estruendo, pero al fin llegan las vacaciones y es posible la evasión. Un consejo: Si uno de sus particulares tormentos de la urbe es el ruido, no recale en las costas del Este y Sur de España. Allí, el alboroto es tan típico que sorprende a propios y extraños por la profesionalidad con la que se ejerce… durante todo el verano.

Está programado que amanezca entre explosiones de cohetes festivos, campanadas por doquier y ese simpático vendedor ambulante que, casi de madrugada, se ofrece a tapizar su sofá. Inmediatamente toma el relevo el panadero a bocinazos, seguido por las grúas de construcción y la algarabía del tráfico, donde en la mayoría de los coches esa juventud, la mejor formada de todos los tiempos, ha dispuesto los altavoces hacia fuera para cultivar el gusto popular por la rumba y la pachanga. La mañana playera se desarrolla entre motos acuáticas y avionetas publicitarias, y la sagrada hora de la siesta está dedicada en las viviendas vecinas a esas obras menores, pero altamente ruidosas, normalmente sinfonías de martillo, taladro y sierra. Al atardecer, comienza la discoteca remota a amenizar el entorno comarcal con su hilo musical, que más parece una soga de decibelios que dura sólo hasta el alba siguiente.

Sin duda, el delito del ruido es difícil de perseguir, porque cómo detener y multar a esos graciosos motoristas del escape libre que cada noche, durante varias horas continuadas, se pasean por todas las urbanizaciones haciéndose oír con varios minutos y kilómetros de antelación su aproximación y alejamiento por las calles más céntricas con una puntualidad digna de mejor causa. Quisiera saber dónde veraneaba Fray Luis de León cuando escribió aquello de: "¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruido / y sigue la escondida senda…!".

Playa de plata

Descubre, tras el día de playa-plaga y la tarde de la playa-plaza, la noche blanca en la placa plana.

Hay días que uno quisiera borrar, días que nunca debieron nacer. Hay tardes donde el tiempo no pasa, tardes que no debieron ser. Hay noches negras, noches sin norte, noches donde se siente un doble golpe en el gozne de la medianoche.

En una de esas pobres noches, al borde de la desesperanza, sólo cabe huir al mar, fugarse a las orillas donde se unen arenas y olas. La cólera que sentimos se desvanece ante la calma de una solitaria playa de plata, como las olas mueren en la playa. Ovidio dijo que "Hay tantas penas como conchas en la playa", porque la tristeza se transmuta en nácar marino.

Una receta personal para dar un giro a un problema. Ponerse a andar, con la m
ente en blanco, a lo largo de la orilla, siempre en una dirección. Las olas a un lado, la arena a otro; el cuerpo levemente inclinado por la suave pendiente; la brisa en un oído nos trae la risa multitudinaria del océano. La catarsis exige mojarse los pies, sentir la temperatura tibia de las lágrimas salobres de Neptuno. Seguir caminando diez, veinte o treinta minutos, las luces nocturnas de la costa a un costado, la inmensidad del agua al otro; la pequeña contrariedad a un lado, la infinitud de la vida al otro. Y, de pronto, al llegar a un punto final del arenal, tras ir cerrando progresivamente los ojos, dar la vuelta bruscamente y mirar la misma ribera pero ahora desde la perspectiva contraria. Todo ha cambiado, de golpe, donde estaba la costa está el mar, y viceversa. La transformación sensorial provoca un vuelco en el alma. Problema, ¿qué problema?

Casi todo es más divertido hacerlo en pareja, o en grupo. Pero esta fórmula, requiere esa sociable soledad con uno mismo, esa soledad que es una dieta espiritual, el precio de la libertad, el preámbulo de la reflexión. Ésta es mi secreta playa de plata, desembarcando a Espronceda: "La luna en el mar riela, / en la lona gime el viento, / y alza en blando movimiento / olas de plata y azul". Se renace allí a solas, sólo con las olas y las gaviotas. El ángel caído que somos se alza de su suerte. Y entendemos a Gabriel Celaya, cuando musitaba: "A solas soy alguien. / En la calle, nadie".

Sabio Fabio

La felicidad impide llevar un diario, sea un periódico o un simple memorando en un cuaderno.

Lope de Vega creó un personaje imaginario con quien hablar para convertir los monólogos en diálogos. Su reconocido soneto "Mientes Fabio" termina así: "¿Entiendes, Fabio, lo que voy diciendo? / — ¿Y cómo no entenderlo? — ¡Mientes, Fabio, / que yo mismo que lo digo, no lo entiendo!". La vida y, más aún, la felicidad son asuntos demasiado intrincados para quien esto suscribe y, por ende, para mi sempiterno interlocutor Fabio. Esto pensaba yo, a la sombra de mis Ficus Benjamina, tras un largo viaje en coche, y sin apetitos para pergeñar alguna reflexión en mi weblog kideak.blogspot.com por el consejo: "Si conduces, no escribas".

Mas es preciso continuar. Dicen que en la vida, lo más difícil no es empezar, ni siquiera acabar, sino seguir y persistir sin abandonar. Así pues, sólo una nota de perseverancia ante la inocultable falta de inspiración. Cada uno de nosotros prefiere un lema, una divisa con la que se identifica. Hace tiempo, elegí dos. Una que Cervantes pone en boca del Quijote: "Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo les será imposible", que declara la voluntad de no ceder jamás ante las desgracias. La segunda, menos literaria pero más realista, más madura procede del pragmático político Theodore Roosevelt, que fue Premio Nobel de la Paz en 1906: "Haz lo que puedas, con lo que tengas, donde te encuentres". Esta segunda máxima, interpretada en términos de humanidad, apela a que siempre cabe hacer el bien, sin importar dónde ni cómo estemos.

"Déjate, Fabio, servir" es un refrán para dar a entender que los honores u obsequios no deben ser rehusados. Pero no existe mayor honor que cuidar a los demás. Mi padre, sabiamente nos decía: "¿Qué prefieres: ayudar o ser ayudado?". En vacaciones es muy fácil sacar un poco de tiempo, aún a costa de cumplir con el diario personal, para auxiliar a los demás. Ya lo señaló el genio de Beethoven: "El único símbolo de superioridad que conozco es la bondad".

Los dos Ficus de ramas enlazadas siguen deshojándose lentamente. No existe mejor metáfora de la brevedad de la vida que esas hojuelas amarillentas que caen. Antes de morir debieron cumplir con su misión, respiraron para toda la comunidad que forma el árbol, transformaron el aire y el agua en savia vivificante. Mueren, sí, pero proclamando que han vivido con integridad, cumpliendo con su deber hasta el momento final. ¿Ahora entienden por qué a uno de estos Ficus le llamo Fabio?