Quejoso presidente

Aznar, si cumple su reiterada promesa, se irá de la política después de gobernar ocho años con el permanente tic de proceder como en la oposición: criticar en lugar de responsabilizarse. Cada vez que no está a la altura de las circunstancias, la culpa es… de los demás. Siempre rebusca incumplidores ajenos: la misma oposición, Rodríguez Zapatero, Llamazares, la OTAN, la ONU, los elementos meteorológicos, la suerte,… y, el cabeza de turco por excelencia: Euskadi y todo lo vasco, Lehendakari, Gobierno, Parlamento, ETB o la prensa en euskera, la Ertzaintza, la Iglesia vasca, la Universidad del País Vasco o las ikastolas, o la inmadurez de los votantes vascos. Empieza a resultar enfermiza su búsqueda de una “cabeza de vasco” como excusa perfecta para lo que sea y en donde sea.

Los últimos episodios han sido lamentables. La fatídica muerte de 62 militares se salda con que hubiese sido impopular gastar en un transporte como es debido, o el asesinato de dos policías en Navarra que se distrae con el inconexo sentir vergüenza porque en Vitoria-Gasteiz los parlamentarios hagan únicamente tres minutos de duelo o no sepan cómo pasar otros al grupo mixto.

Aznar no va bien: Le gusta jugar a todo lo que no es su rol institucional. Quiere ser la oposición a la oposición, actuar como estadista mundial y estratega belicista, mantener una familia cuasi real, juzgar más que los tribunales, presentarse como concejal en Bilbao y apoyar a la concejala de Madrid, dirigir todo el poder económico y controlar toda la prensa, las radios y las televisiones. Todo ello sin centrarse en su papel y asumir plenamente su deber como presidente, recordando que un gobernante puede ser culpable por negligencias cometidas 'in eligiendo' o 'in vigilando'. Por ejemplo, ¿por qué no se asegura de cómo se ejecuta el gasto militar y de cómo se coordinan sus propias policías?

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