Don Tancredo Zapatero

Zapatero decidió salir del huerto… donde le había llevado con engaños y presiones mediáticas Aznar. Alguno de la ejecutiva, quizás un barón socialista poco alabado por el PP, le había susurrado al oído: "La vida es demasiado corta. No pierdas tu tiempo pactando”. Era una reconocida y cargante manía del Secretario General aquella de firmar innumerables pactos con el doberman popular que le recompensaba con abrazos de oso.

La ciudadanía quería ver al maestro Zapatero torear y doblegar al bruto animal con alguna suerte de arte lidiador, pero el novillero parecía arredrado por un apoderado traidor que, además de robarle los cuartos, le desanimaba con excesivas precauciones: atención al pitón izquierdo, nada por el norte, evita la muleta en corto, cuidado con las declaraciones a la prensa,… Zapatero decidió que sólo le quedaba hacerse el don Tancredo. Se subió al pedestal urdido con las pancartas, y se quedó quieto tras haberse presentado en el paseíllo como un esperado matador, el relevo natural del gran Felipe y el Guerra. La sosería insípida de no mover un músculo se le daba bien, y el toro le respetaba sin cornadas, pero el paso del tiempo comenzaba a ensombrecer el traje de luces, inapropiado para tal función. Había dejado pasar demasiados tranvías de decretazos, Perejiles, chapapotes y guerras, impávido en la parada, en pose inmóvil (nunca se sabrá si por estrategia o de purito pánico) ante el rugiente bovino que salía en estampida cada día al ruedo de la opinión pública. Su lema parecía ser "pasá desapercibio pa que no te den la corná". Pero el respetable no se contentaba con el leve cambio que supuso pasar del compadreo, esperando ser recibido en La Moncloa para sentarse en el sofá del Presidente, al tancredismo de aquí te espero hasta que te vayas con tus pitones a otra parte.

¡Zapatero a tus zapatos! Si quieres pasar a la historia como algo diferente a un maniquí político despierta ya aunque sea verano y otros estén vacacionando. Las estatuas no merecen períodos de asueto.

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