Dos categorías

La vida nos separa en sólo dos clases de seres

Después de muchos años de existencia, estudiando, trabajando y pensando algunos hemos llegado a una única conclusión respecto a jerarquías, rangos y clasificaciones: En esta vida terrenal sólo rigen dos categorías nítidamente diferenciadas. Siendo relevantes factores como el sexo, la edad, la nacionalidad, la salud, el dinero, la posición social,… ninguno de estos aspectos es decisivo. Tampoco lo son la raza, la religión o la opción política. Ni siquiera los estudios que se posean, las lenguas que se hablen, las culturas que se conozcan o los países recorridos. Quizá más las gentes con quienes se ha convivido.

Porque sólo hay dos clases de entes, que deben sentirse profunda, íntima y fraternalmente solidarios si pertenecen a la misma clase: los seres vivos y los seres muertos. Cada día que pasa, cada minuto que pensamos, nos sentimos más cerca de todo lo que nos rodea y todavía vive, por un rato más, por unas horas más, por unos meses más, por algunos pocos años más. Ni siquiera Linnaeus tenía razón con su división entre reinos animal y vegetal. Hay algo común en todo espécimen vivo, ese mismo agridulce dolor y gozo de subsistir, tanto más sentido cuanto más consciente y cabal sea el tipo de supervivencia. El insuperable saludo matutino de los monjes cistercienses nos recuerda: “Memento mori” (Recuerda que vas a morir). Muchos creemos que las personas ostentamos un alma, pero que también anida el espíritu en los demás organismos vivos. Debe haber ánimas grandes y pequeñas, y un cielo infinito para acoger todas esas almas cuando la muerte nos llega.

¡Cómo hemos podido segregarnos incluso entre seres humanos con artificiosas divisiones en ricos o pobres, blancos o negros, listos o tontos! ¡Quién puede sentirse distanciado no ya de ninguna otra persona, sino ni siquiera de una mariposa que aletea en su única jornada o de un árbol que nos contempla desde su longevidad centenaria! Todos los que podemos entender esto, todo aquello que se mueve a nuestro alrededor, todo lo que respira con nosotros, todos somos hijos de una misma Divinidad o de una prodigiosa casualidad, pero hermanos al fin, emparentados por la misma vida y la misma muerte.

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