Europeos crecidos

La familia europea aumenta, pero la hermandad humana sigue siendo una asignatura pendiente.

Hoy somos todos un poco más europeos, quizá un poco más universales, tal vez un poco más humanos. Las raíces de cada uno seguirán siendo las mismas, pero hoy en el viejo continente todos caminamos más ligeros, aupados por una brisa multilingüe que viene del Oeste a sones del “Himno a la Alegría” de Beethoven.

La dimensión oriental de Europa siempre estuvo con nosotros: Todos fuimos un poco checos con Franz Kafka, sentimos el alma aplastada de Polonia con Marie Curie (nacida Sklodowska) y Günter Grass nos enseñó qué significaba nacer a orillas del Báltico, en lo que entonces era la ciudad libre de Danzig. Pero desde ahora nuevos destinos europeos estarán más vinculados con los nuestros, incluso adminis­trativa­mente, en esta nueva Europa de 25 Estados.

“Ya somos 455 millones” de europeos, desde el 1 de mayo de 2004. Nos une algo más que la geografía física, la historia sufrida, incluso más que la cultura y los valores compartidos: nos une el sentimiento de que convivir en paz, libertad, solidaridad y fraternidad es posible. En definitiva, la pertenencia a esa especie superior, la raza humana, que todavía permanece explotada, sometida y esclavizada en muchos rincones del planeta. Nunca olvidemos que Europa, que seguirá ampliándose, jamás llegará a ser feliz en un mundo injusto y en guerra. Hasta que todos los seres humanos no dispongan de un presente y un futuro con todos sus derechos reconocidos y con todas sus oportunidades abiertas, nadie será identitariamente europeo, nadie será verdaderamente libre, nadie será enteramente dichoso.

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