¿No será quizá que vivir es una enfermedad imaginaria?
El síndrome de Münchhausen es el trastorno psicopatológico ficticio más conocido, definido como un deseo irrefrenable de recibir asistencia médica. El caso más famoso de la historia médica lo protagonizó el inglés William McIlroy (1906-1983), quien consiguió ser intervenido quirúrgicamente 400 veces. Estuvo internado en cien hospitales distintos, bajo 22 nombres falsos. El mayor periodo de tiempo que permaneció sin hospitalizar desde que desarrolló el síndrome fue de seis meses. Finalmente, en 1979, súbitamente creyó superada su enfermedad, afirmó taxativamente que ‘estaba harto de tanto hospital’ y se recluyó voluntariamente hasta el fin de sus días… en un asilo geriátrico.
Este extendido mal se caracteriza por aparentar una enfermedad física inexistente para deambular de hospital en hospital. El término que lo designa, síndrome de Münchhausen, fue acuñado por Asher tomando el nombre de Karl Friedrich Hieronymus, Barón de Münchhausen. Este personaje nació el 11 de mayo de 1720, en Bodenwerder, Alemania, y desde su cuna aristocrática hizo carrera militar como oficial de caballería en el ejército ruso. Combatió contra los turcos y alcanzó fama por sus historias de aventuras impregnadas de una gran fantasía. Tras fallecer en 1797, Rudolf Erich Raspe recopiló sus fábulas en la obra "Las aventuras del Barón de Münchhausen" en 1785, y Gottfried August Bürger escribió otra célebre versión en 1786.
La excéntrica "simulación de Münchhausen " es una desarreglo somatoforme cuyos síntomas físicos, gravedad y duración no puede ser explicada por ninguna enfermedad orgánica subyacente. En un grado sumo de hipocondría, estos enfermos psicosomáticos (más frecuentemente varones) inventan repetidamente padecimientos y suelen ir de médico en médico en busca de tratamiento y pruebas diagnósticas. Fingen preferentemente enfermedades de difícil pronóstico, como las de tipo Abdominal Agudo, de tipo Hemorrágico o de tipo Neurológico (cefaleas o pérdida de conciencia). Un elemento detector de estos pacientes imaginarios con un trastorno límite de personalidad, suele ser que explican su caso de forma dramática, pero son evasivos cuando relatan sus ingresos hospitalarios y muy reacios a que se revise su historial clínico.
Generalmente, estos crónicos dolientes son inteligentes y con recursos para emular enfermedades con sobrado acierto, además de disponer de un minucioso conocimiento sobre las prácticas clínicas. Así logran su objetivo de tratamientos continuados, análisis intensivos y hospitalización prolongada, e incluso de cirugía mayor. Su engaño es plenamente consciente, pero no sus motivaciones ni su necesidad de atención por parte de los demás.
Lo cierto es que esta patología es una enfermedad propia de nuestro tiempo y de nuestra sociedad, cuando abundan los problemas emocionales . A falta de otro tipo de atención personal, sólo queda como último el recurso médico para algunas personas. Desde la anécdota común de la viuda anciana que vive sola y que diariamente acude a su médico de cabecera, excepto cuando se excusa porque no puede ir al estar enferma, hasta graves formas clínicas del síndrome de Münchhausen en edad pediátrica. En este caso puede ser por parte de los mismos preadolescentes, o por proximidad (por poderes) cuando los niños son víctimas de una enfermedad fabulada por sus progenitores (generalmente, la madre).
A todos nos conviene desmitificar las enfermedades. Cuando Goethe creía que “la salud es clásica; la enfermedad, romántica”, se refería más a las revoluciones culturales que a las enfermedades individuales. Es verdad que si no pudiesen contar, y presumir, de algunos achaques, habría muchos menos enfermos. También que, al igual que casi todos los médicos tienen sus enfermedades favoritas, también los pacientes mantenemos nuestros males predilectos. Pero no caigamos en el pesimismo de Heine cuando opinaba que ‘la vida es una enfermedad; el mundo todo, un hospital; y la muerte, nuestro médico’. Mejor pensemos que mucho remedio es peor que la enfermedad. Sumémonos al lema de Bulwer-Lytton: ‘Niégate a estar enfermo. Nunca digas a nadie que estás enfermo, nunca lo confieses. La enfermedad es una de las cosas que se debe rechazar por principio’.
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