Es errónea y supersticiosa toda creencia que no haga más feliz, más libre, más afable, más entusiasta y más activo a quien la adopta.
Es imposible no mantener creencias. Incluso la persona que se considera sin creencias las crea y “cree” al creer que no posee creencias. Así pues, las creencias son inherentes a la Humanidad, y su elección, muda o manifestación son derechos inalienables. El artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos manifiesta: “Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.
A lo largo de la Historia han abundado todo tipo de creencias. Las más difundidas han contribuido a configurar el Mundo tal y como es en la actualidad. No en vano se ha dicho que no hay palanca más poderosa para mover las multitudes que una creencia, que ata y condiciona a sus seguidores. Las religiones, como creencias por antonomasia, han conformado las civilizaciones y los imperios que se han sucedido desde la antigüedad. Algunas creencias muy extendidas y compartidas masivamente en algunas zonas de la Tierra originan, cuando se exaltan, dos graves peligros como son la intolerancia y el fanatismo que aún pululan.
Es difícil discernir sobre la verdad o falsedad de una creencia. Más fácil es determinar si su efecto es limitador o amplificador. Son mayoría las creencias restrictivas, que reducen nuestras potenciales y, por ello, merecen ser ignoradas. Las fecundas son las creencias que refuerzan nuestras cualidades y aptitudes. De ahí que la creencia que se convierte en verdad para mí... es aquélla que me permite hacer un mejor uso de mi identidad y pone en acción todas mis facultades.
Las creencias y las vivencias se interrelacionan estrechamente. Somos seres sociales, compartiendo creencias y vivencias con nuestros semejantes, de quienes dependemos desde nuestro nacimiento. No existe la supervivencia en solitario, sino pervivencia colectiva. Las creencias positivas son las que nos permiten, a todos, el avance personal y colectivo, en armónica convivencia. No destruyamos las creencias que hacen felices a otros, si no sabemos y podemos inculcarles otras creencias mejores que les proyecten hacia su propio destino con más sentido y eficacia.
Aprendamos de los visionarios que lideraron transformaciones planetarias que han perdurado, como en la revolución francesa. Ellos mantenían una creencia ejemplar y admirable que ahora parece que nuevamente escasea: creían en sí mismos. Adoptemos la óptima creencia: Creamos en nosotros mismos, como personas y como sociedad; confiemos en nuestra capacidad de cambiar lo que esté mal, mientras disfrutamos de todo lo que está bien.
Versión final en: http://mikel.agirregabiria.net/2006/creencias.htm
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