Mi primer año de colegio. Testigo de la Educación Vasca (II)

La antigua educación infantil, los párvulos en 1958.

Hace casi cincuenta años, en agosto de 1958 me matricularon en el colegio de los Padres Escolapios de Bilbao, así lo acredita mi primera ficha escolar. A primeros de octubre de aquel año fui a la clase de Párvulos A, con una ‘señorita’ que se llamaba Mari Tere. Recuerdo, nítidamente, que parecía la más guapa y joven de las tres únicas profesoras del centro. Ciertamente era cariñosa y amable. Todos sus alumnos, en aquella época no había chicas en clase, creo que siempre la llevaremos en nuestra memoria, como nuestra segunda mamá. Todavía rememoro que, años después, cuando supe que se había casado con un profesor del colegio, me llevé una decepción (infantil), porque de algún modo la consideraba una vestal consagrada exclusivamente a nuestra educación.

El colegio había distribuido, con buen criterio, los tres grupos de párvulos A, B y C en orden de cercanía a la puerta de entrada, en la planta baja de un ala del bloque junto al patio pequeño con un cuadrado de soportales cubiertos. Ingresábamos con cinco años y en tres niveles aprendíamos a socializarnos, básicamente a saber estar en grupo, y luego a leer (Párvulos B) y a escribir (Párvulos C). Por supuesto, en una sola lengua, el castellano. Sabíamos que luego nos quedarían tres cursos fuertes con más asignaturas: Elemental, Medio e Ingreso, antes de pasar a Bachillerato con diez años, pero sólo los más aplicados.

El primer día de clase fui con ilusión, porque ya había estado de visita con mi madre cuando llevábamos a mi hermano, un año mayor. Con todo, fue una gran sorpresa. Me impresionó comprobar cuántos niños había en el mundo, no sólo en aquella inmensa clase con cuarenta y siete compañeros, sino en todo el colegio, aunque los horarios de los recreos de los ‘mayores’ estaban separados de los nuestros. En el patio, todos admirábamos al más atrevido, Ricardo Ignacio Negrete, que no sólo buscaba y encontraba hormigas, sino que –aparentemente- se las comía.

Me queda una remembranza muy feliz de mi primera aula, con sus mesitas de madera recubiertas de mármol verde y blanco, donde mi compañero Javier Arana tamborileaba con sus dedos el redoblar de la marcha de los capuchones (cofrades) propios de la Semana Santa. Se lo pedíamos una y otra vez, y apoyando nuestras sienes sobre el mármol jaspeado nos evadíamos de la clase en momentos de asueto.

Alguna conclusión podemos extraer de tiempos tan lejanos. Quizá la ventaja de mantener grupos cohesionados de alumnos, al escoger un mismo centro escolar para tantos años, primero de escolarización y luego de aprecio. Muchos de aquellos primeros condiscípulos estudiamos juntos, durante doce años. Con varios mantuvimos el contacto, bastantes años después de salir del colegio. Algunos, todavía hoy, somos amigos.


(Testigo de la Educación Vasca II)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Escritura bloguera democrática "hic et nunc".

Yo también me enamoré de mi primera maestra, tan locamente como es posible en un niño. Todavía recuerdo el olor de sus flores en el pelo y la ternura de su regazo de madre, donde todo mi cuerpo sentía el palpitar tranquilizante de su corazón maternal. A ella le debo, sin lugar a dudas, el enorme respeto que siento por la función capital de la mujer en la educación y en la sociedad, sin olvidar la familia.

Mikel, te agradezco la serie de artículos que estás publicando como "Testigo de la Educación Vasca". Corresponden perfectamente con mi visión de la Escritura bloguera democrática "hic et nunc" .

Cordialmente.

Anónimo dijo...

Quienes comparten nuestra niñez, nunca parecen crecer...

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