Parece que el universo y sus elementos se concitan para darnos a entender que el verano, o al menos el veraneo, se acaba. Astros y humanos, entes lejanos o cercanos, nos lanzan miríadas de señales con el mismo mensaje. Los días de acortan, el mar se enfría, el paisanaje se vacía y las amistades se repliegan. Llega un momento en el que no hace falta mirar el calendario: Ha llegado el tiempo del retorno. La confabulación global hace que casi parezca lo menos malo...
Frente a la alternativa del descanso, lo único negativo de trabajar se resume en una palabra: Todo. La semana que viene se acabará el disponer de algo tan personal como son el propio tiempo y el lugar donde disfrutarlo. Para rematarlo, las mismas aglomeraciones que hemos padecido en las playas las sufriremos en las ciudades. Y peor aún, para ir de un lugar a otro también nos amontonaremos en las carreteras en un único fin de semana.
¿Es que no quedan vestigios de vida inteligente para organizar todo esto de alguna forma más razonable? ¿Por qué no teletrabajar más, flexibilizar calendarios y horarios, repartir el trabajo (aquí sólo se quedan los muchos [pre]jubilados y parados) y ganar con productividad más tiempo libre (como falsamente nos prometieron... o fue que no cumplimos la premisa del esfuerzo)?