Viajes baratos al pasado

"La máquina del tiempo ya existe; se puede encontrar en cualquier biblioteca o librería".
Creemos muchos...

Mi pantalón de la suerte

La historia verídica de una prenda que fue el talismán para estudiar una difícil carrera.

Aunque no soy supersticioso, he de reconocer que debo mi licenciatura a una prenda de vestir. En casa nunca nos faltó nada hasta la muerte prematura de nuestra madre. Luego la dura ausencia del cariño maternal, se compensó con los cuidados de nuestro padre y de una tía abuela. El dinero no sobraba, y entre mis agridulces recuerdos infantiles siempre destacarán unas indestructibles botas negras que calcé durante años, en invierno y en verano, y un abrigo azul demasiado grande, heredado de algún pariente y que siempre aborrecí con vehemencia.

Al llegar a la universidad con ayuda de las becas, debimos hacernos responsables de nuestro propio vestuario con pequeños trabajos de clases particulares. Recuerdo que durante casi los tres primeros años de carrera contaba únicamente con unos pantalones de color beige, que mensualmente lavaba, planchaba y secaba en domingo. Aquellos pantalones repetidos día a día me avergonzaban, y en mi aula prefería no pasearme, y menos aún salir hasta la cafetería universitaria que nunca visité.

Para que no se viesen mis viejos pantalones, me quedaba a repasar los apuntes entre clase y clase. Llegaba pronto, me sentaba en mi sitio y nunca me levantaba hasta concluir todo el horario. Descubrí que así era muy fácil superar las asignaturas, con aquella labor constante e inmediata. Bastó aquel hábito de ordenar y revisar los apuntes en los tiempos muertos para concluir con el mejor expediente de la promoción la licenciatura en física teórica, sin apenas estudiar fuera de la facultad. En casa me dedicaba a leer incansablemente novelas prestadas por la Biblioteca Municipal de Bidebarrieta, y mi única mesa de trabajo fue una liviana tabla de madera colocada entre los brazos de una anticuada e incómoda silla.

Nuestros hijos y muchos de los jóvenes de hoy disponen de amplios cuartos individuales, docenas de ropajes, libros y ordenadores por doquier. Pero me queda la duda de si hemos sabido transmitirles debidamente aquel afán por la lectura, aquella convicción presentida de que el único camino de progreso y felicidad es el trabajo y el estudio a lo largo de la vida. ¿Dónde pueden encontrarse pantalones como aquéllos, que no sientan bien, que te sientan al banco del esfuerzo, pero que te catapultan hacia el apasionante descubrimiento del sentido de una vida responsable, comprometida y dedicada a la vocación y a la cultura?

Docentes decentes

Una anécdota para reconocer a nuestros maestros más diestros.

La noticia imposible es aquella que no es noticia porque acontece repetidamente, en miles de lugares, todos los días, con millones de protagonistas, de miles de formas distintas. No es noticia ni pueden ser identificados el quién, el cómo, el cuándo, el dónde, el por qué, el para qué,… Los intérpretes de tantas noticias imposibles son todos esos “anónimos héroes y heroínas”: padres y madres que preparan el desayuno para sus hijos, quienes conducen los autobuses o trenes para llevarnos a trabajar, quienes desempeñan funciones esenciales aunque desconocidas para que dispongamos de agua, luz o correo, o quienes nos auxilian en situaciones de dolor o emergencia.

Una de las categorías más nutridas de quijotes desconocidos es el profesorado. Cada día escolar, en miles de aulas, millares de profesoras y profesores han educado a millones de alumnas y alumnos. Su loable trabajo debe merecer el máximo respeto de toda la ciudadanía, pues no en vano les encomendamos nuestro bien más preciado: nuestros hijos e hijas, nuestra juventud que son nuestro único futuro.

Reina la profesionalidad entre nuestro profesorado, pero aún cabe proseguir avanzando hacia máximas cotas de perfeccionamiento y excelencia que sólo proporciona la acendrada vocación del magisterio. En todo proceso de enseñanza-aprendizaje el método insuperable es el ejemplo. Incluso entre colegas pedagogos, el ejemplo del profesor provisor y promotor de buenas prácticas docentes es el mejor probador y verificador del camino que todos hemos de seguir.

Recientemente he sido testigo de uno de esos aldabonazos a nuestra conciencia didáctica, por parte de un colega. En estas fechas de exámenes, inopinadamente se presentó un alumno libre para realizar un examen final de un ciclo de formación profesional. Generalmente su preparación es deficiente, y en pocas ocasiones logran superar la evaluación que han preparado por su cuenta en difíciles condiciones de compatibilizar trabajo y estudios. Ante la sorpresa de su inesperada presencia, el alumno hubo de esperar una hora en la secretaría del centro, mientras el departamento aludido elegía una prueba para la ocasión.

Se pidió que pasase el nervioso alumno, y alguien sugirió que para controlar el ejercicio, el alumno se quedase en un rincón de la amplia sala de profesores. El alumno, al oír la propuesta, se puso aún más angustiado mirando alrededor de aquel escenario, cómodo para el profesorado pero perturbador para el alumnado. Entonces, un admirable colega de ésos que valen su peso en oro, nos dio una lección a todos. Dirigiéndose al alumno, y mientras le acompañaba de nuevo hacia la puerta, le dijo: “Vamos mejor a un aula, porque todo este instituto y todos los profesores estamos aquí para ayudar a alumnos como tú”. No sé qué les pasó a los demás, pero un detalle así a algunos nos deja sobrecogidos al reconocer a un educador motivado, que se siente responsable de todo su alumnado, y que sabe perfectamente a qué dedica su vida.

Fémina y médica

La homóloga uróloga causa a algunos varones pudor, rubor y furor.

De Portugal nos viene otro cataclismo, aparte de la Eurocopa. Varios ilustres prohombres lusitanos relacionados con la medicina están seriamente preocupados porque el porcentaje de mujeres en las facultades de medicina es excesivo (64,5%) y creen que debe establecerse cuotas mínimas para “los alumnos” aspirantes. Opinan que "la medicina es una actividad que exige una dedicación de 24 horas, incompatible con las obligaciones domésticas y familiares propias de las mujeres". Insisten que "no se trata de machismo” y desde su sentida preocupación médica, alertan a la sociedad de que “las mujeres quedan embarazadas y en una profesión exigente, un paro de cuatro meses significa grandes retrocesos en la carrera, y que las gerencias pueden no querer contratar doctoras por las posibles faltas al trabajo”, además de apuntar que la "maternidad aleja a las mujeres del trabajo y disminuye la capacidad de entrega a la profesión".

Estos próceres médicos denuncian la futura asimetría del sistema sanitario (que no habían advertido en enfermería), a pesar de que todavía el 55% de los galenos portugueses son hombres, y proponen establecer urgentemente un mecanismo de cuotas para favorecer a los estudiantes varones. La razón última de tanta feminidad sanitaria, y universitaria en general, acusan que radica en que "las mujeres tienen más juicio y estudian más".

Tras quedarnos todos y todas pasmados por semejantes declaraciones, algunos no atinamos sino a alarmarnos y acongojarnos por tan perturbado noticia: todavía existen especimenes con este grado de necedad en puestos relevantes sin contar con allegado alguno (aunque sea del sexo femenino) que les aconseje el silencio por decoro, no sea que les examine su “aparato reproductor de ideas” algún ser inteligente de los que aún quedan, tanto entre los que acuden a urología como a ginecología.