Materia con tendencia a morirse

Recientes sucesos nos han evidenciado, una vez más, que sólo somos sujetos hechos de substancias con una inexorable inclinación a perecer… Ustedes, estimados lectores y yo mismo, el señor Ibarretxe y el señor Aznar, hasta el mandamás Bush e incluso el arrogante Charlton Heston, el Ben-Hur olímpico, el Moisés que separó mares, el Cid Campeador, el Simio del planeta, el defensor de Pekín durante 55 días, con su todopoderoso rifle… se nos muere, y aparece vencido por el mal de Alzheimer.

Los más diversos acontecimientos, ya sean felices o luctuosos, demuestran una decidida predilección a la baja de todos los sistemas y tejidos mortales, una ineluctable propensión de la carne humana a descomponerse más o menos vertiginosamente, con una irrefrenable predisposición y querencia de expiración que resulta harto preocupante. La vida no es sino un complejo cúmulo de fenómenos que se oponen a la muerte... sublimemente. Basta una única excepción de un solo eslabón aislado en tan prolija y milagrosa cadena, para determinar el final... de otro infinitesimal... ser vivo... que creyó... que vivía.

Ante tan infalibles leyes de la prosaica coexistencia en un espacio vacío fruto de un “big bang”, afanosamente nos debatimos en sociedad de socorro mutuo para abordar la quimera de la supervivencia antes de la axiomática extinción individual y colectiva. Sólo con la máxima clarividencia superaremos los avatares del odio siempre innecesario que amarga la injusta, infausta y trágica (¿pre?)existencia terrenal, durante un lapso temporal siempre demasiado efímero. Por tan fastidiosas razones resonando bajo los sones del postrero juicio final, acepten el consejo de este quejumbroso bufón: ¡Tómense unas dulces vacaciones y a la vuelta hablaremos de la política y otras menudencias! ¡Ah, cuídense de no precipitar la gran transición propia o ajena por las prisas de conducir impulsivamente para tratar de huir de la misma realidad que les espera allí donde vayan! Y, por favor, ¡no pierdan nunca esa lánguida costumbre de… vivir!

La narcisista del lago

El vulgo es un viejo narciso que se adora a sí mismo, y que aplaude todo lo vulgar. Víctor Hugo

Armas de destrucción nativa

Después de las muchas mentiras sobre las armas de destrucción masiva comprobamos que esas armas realmente van apareciendo, en forma de nativos que matan a los invasores, por razones casi tan absurdas como las de sus adversarios, en una guerra que como siempre pagan los más inocentes. Una vez más comprobamos que la muerte sólo llama a la muerte, y el incesante goteo de sangre humana resulta inaceptablemente doloroso.

Y cuando un científico honesto denuncia tanta falsedad ante una cadena independiente (¡gracias a una libre BBC y reconocimiento póstumo para David Kelly!), “le suicidan” en un civilizado condado de Oxford con una inhumanidad que condensa y certifica fehacientemente toda la presencia del mal por el mundo.

Nativos que mueren, y nativos que matan a jóvenes soldados norteamericanos a miles de kilómetros de su país. Más y más cadáveres de iraquíes y de estadounidenses como precio… ¿de qué? ¿Y todavía nos piden que nos sumemos a este descabellado sinsentido? ¿Qué perturbado ministro señala que hay que ir a defender algo matando lo menos posible? La ayuda humanitaria no se tramita con más soldados, sino con civiles desarmados. ¡No a la guerra que sigue matando en Irak, y no al envío de nuevas tropas de ocupación!