Nos ha tocado vivir en lo que el poeta Rimbaud definió como "el tiempo de los asesinos", donde es noticia que el Pentágono quiera fabricar balas sin plomo para matar sin contaminar.
Apelando a razones económicas-ecológicas, que parecen pesar más que las éticas, ¿por qué no inventa alguien algo para que no le maten a uno, aunque sólo sea por el coste de la descontaminación ulterior provocada por el cadáver?
¿Sentiría la Sirenita?
Era la suma musa souvenir del universo, la inmaculada calumniada, briosa y sobria marioneta monetaria danesa de adanes, pero en volandas unos vándalos sin temperancia y pícaramente la arrojaron a las aguas con guasa para que solamente el salmonete sorteador soterrado espaciare y apreciase su linda figura en el submarino urbanismo. Con tenso tesón en un tierno trineo de su resumido sumidero como muestra del neutralismo y luteranismo con un presupuesto superpuesto de su ácida caída la han recuperado entera y eterna. El anecdótico acontecido no ha acortado ni coartado de acotar el atraco acreditado en el atardecido.
¡Pardiez, qué rapidez de patria pirata! Tras reanimar a la marinera y operar sin reparo con maestría de Artemisa su mutilación o ultimación, tras un penúltimo pulimento el pragmático pictograma pasa a su escenario necesario, donde con rutina de nutria, afición de oficina y refinamiento de enfriamiento queda como piropo propio de paraje sin pareja, mentidero mordiente maternal de lamentar la valentía de Leviatán.
Irónicamente es el renacimiento imperdonable e imponderable de su incesante sentencia de magia amiga o fiasco sáfico de flirteo de fieltro, friolera de florería, dualismo simulado egocéntrico y geocéntrico de maldición dominical. Un adiposo piadoso cree que amagarán un anagrama. ¿Prefacio o profecía de erotismo isotermo, la sirenita lo sentiría?
¡Pardiez, qué rapidez de patria pirata! Tras reanimar a la marinera y operar sin reparo con maestría de Artemisa su mutilación o ultimación, tras un penúltimo pulimento el pragmático pictograma pasa a su escenario necesario, donde con rutina de nutria, afición de oficina y refinamiento de enfriamiento queda como piropo propio de paraje sin pareja, mentidero mordiente maternal de lamentar la valentía de Leviatán.
Irónicamente es el renacimiento imperdonable e imponderable de su incesante sentencia de magia amiga o fiasco sáfico de flirteo de fieltro, friolera de florería, dualismo simulado egocéntrico y geocéntrico de maldición dominical. Un adiposo piadoso cree que amagarán un anagrama. ¿Prefacio o profecía de erotismo isotermo, la sirenita lo sentiría?
11-S: el poder del periodismo
Como todos los 11-S reviviremos el asesinato de 2.792 personas en New York con impactantes imágenes. Este horrendo atentado debe llevarnos a una reflexión más general, porque diariamente mueren 97.000 niños, mujeres y hombres de hambre o de enfermedades fácilmente curables con una ínfima parte de los presupuestos militares o de seguridad de los países occidentales. Mientras el mundo se desangra de hambruna y en innumerables guerras que no son noticia, con un millón de muertos cada quincena, el planeta sigue abriendo una insalvable brecha entre países del primer y del tercer mundo. E incluso podemos VER directamente nuestro “cuarto mundo” en la trastienda de nuestras ciudades.
Queremos, necesitamos y exigimos que esas miles de cámaras que persiguen a los famosillos o a los equipos de fútbol por todo el mundo acudan allí donde la injusticia debe quitarnos el sueño, a entrevistar a las familias que han visto morir de hambre a un hijo en Asia, o del implacable SIDA que la industria farmacéutica no cura en África, o la vivencia de miseria en nuestros suburbios. Basta de muertos de primera o de quinta categoría. Los seres humanos nacemos iguales, pero somos muy diferentes, principalmente en culpabilidad.
Queremos, necesitamos y exigimos que esas miles de cámaras que persiguen a los famosillos o a los equipos de fútbol por todo el mundo acudan allí donde la injusticia debe quitarnos el sueño, a entrevistar a las familias que han visto morir de hambre a un hijo en Asia, o del implacable SIDA que la industria farmacéutica no cura en África, o la vivencia de miseria en nuestros suburbios. Basta de muertos de primera o de quinta categoría. Los seres humanos nacemos iguales, pero somos muy diferentes, principalmente en culpabilidad.
Felices Pericles
Pericles sabía que el mejor modo de unir a los atenienses era que apareciesen dos falanges espartanas por el horizonte. El miedo como cemento social. Después de 25 siglos, nuevos Pericles como Bush, Blair, Aznar,… siguen recurriendo a tan primitivo instinto llamado patrioterismo, pero sinceramente deben cambiar de actor porque el demacrado Bin Laden, quien aparece como un anciano cabrero en un monte perdido, no iguala a los pérfidos espartanos que fueron los muchos y muy malos rusos de antaño.
¡Qué duro es quedarse sin enemigos! En vez de matar enemigos que ya casi no quedan, ¿por qué no buscamos hacernos todos amigos con una floreciente industria de pacifismo, educación y colaboración?
Camino canino
¿Alguien conoce a un perro infeliz? No existe, puede estar cansado o envejecido, pero un chucho es un ser alegre y los humanos podemos aprender el método perruno hacia la felicidad. Se ha demostrado que las personas que desarrollan los patrones característicos de la gente feliz, son efectivamente más dichosos. Veamos cuatro recetas de filosofía canina.
1º Un perro salta y juega diariamente, nunca deja pasar la oportunidad de salir a pasear y se alegra con el simple placer de una caminata. El camino de la felicidad pasa necesariamente por el mundo de la acción. Las personas felices llenan sus vidas de actividad en compañía de otros, en tareas que les parecen agradables que suelen ser significativas, no individuales, gratuitas y con algún esfuerzo físico. Las personas radiantes saben apreciar la felicidad, con esas pequeñas alegrías que diariamente brinda la vida si se observa con intuición y sensibilidad. Los más dichosos saborean el presente, sin fijar su atención en los pesares del pasado o en las incertidumbres del futuro, y parecen extraer el máximo placer a las oportunidades cotidianas. La felicidad se encuentra más fácilmente en el aquí y en el ahora.
2º Un can se mantiene siempre alerta, pero tranquilo y sin angustia. No se entristece ni guarda rencor, aunque sea censurado y en esos casos corre a refugiarse entre sus amigos. De evitar disgustos se compone la felicidad. La gente feliz se agobia poco, porque la inquietud o la inseguridad conducen a la desdicha. La mayoría de las incertidumbres no se cumplen, pero estas fútiles preocupaciones pueden superar nuestra capacidad de control. Debemos distinguir entre ansiedad y planificación, de modo que, con organización adecuada e inquietud mínima, superemos los sentimientos negativos. Una mentalidad positiva es quizá el rasgo más característico de la gente feliz, porque el bienestar queda determinado por el tipo de pensamiento que ocupa nuestra mente. El optimismo es una interpretación favorable de los acontecimientos, con una actitud que se centra en los aspectos positivos de lo que acontece. La ilusión es una predicción que se auto-realiza, favorecida por creencias del tipo "voy a ser feliz, ocurra lo que ocurra". Sean cuáles sean las circunstancias, la interpretación no es necesariamente dictada por la situación. Siempre somos potencialmente libres para escoger hasta qué punto vamos a ser felices. Y en los momentos difíciles recurramos a la familia y a los amigos.
3º Un chucho trota para saludar a cualquier conocido, dando alegría y dejando que le acaricien, siendo leal siempre. Del mismo modo que no tenemos derecho a malgastar riqueza sin producirla, tampoco lo tenemos a consumir felicidad sin generarla. Para los humanos una vida social satisfactoria es el mejor factor de felicidad. La mayor repercusión de esa vida en común se refiere a relaciones cercanas e íntimas, pero también contribuyen manifiestamente nuestras relaciones sociales. Un alto grado de participación, tanto a nivel formal (organizaciones, asociaciones,...) como a nivel informal (familia extensa, amigos, vecinos, colegas,...), contribuye a crear sentimientos de satisfacción, de pertenencia que se suman a su sensación general de felicidad. Además del optimismo, otro rasgo de personalidad frecuente en la gente feliz es la extroversión que se cultiva sonriendo y simpatizando con los demás. La continuidad y la lealtad afianzan las interacciones sociales y nos transportan a la felicidad.
4º Un perro nunca pretende ser algo que no es, ni aspira a metas inalcanzables. El placer puede basarse en la ilusión, pero la felicidad descansa en la verdad. Las personas felices son auténticas, naturales, espontáneas, sinceras, honestas, expresivas, abiertas,… Ser uno mismo sólo ofrece ventajas: hace más cómoda y fácil la vida diaria, y permite hallar gente que pueda amarnos "tal como somos". Nuestro grado de felicidad en la vida no descansa únicamente en lo ocurrido, sino también en lo anticipado. Es conveniente adecuar correctamente las expectativas, tanto aspiraciones cotidianas como ambiciones a largo plazo. Pretensiones demasiado elevadas rara vez se cumplen y desembocan en la decepción; en cambio, expectativas moderadas conducen a una satisfacción mayor de la prevista. Las desilusiones y las satisfacciones poseen un efecto acumulativo, por lo que conviene alcanzar conquistas parciales. El “gran triunfo” incide menos de lo que se piensa en la felicidad. Se piensa equivocadamente que la felicidad es el resultado de una vida exitosa y, dado que solamente tras años de sacrificio y suerte podría tardíamente alcanzarse, muchos quedan a la espera de que esa apoteosis final se cumpla. Los dichosos no caen en esa trampa; no esperan en absoluto la oportunidad de ser felices, sino que consideran que la felicidad es “el viaje más que la meta”.
Existe una ecuación prometedora de dos expertos británicos, Carol Rothwell y Pete Cohen: F = P + 5E + 3A. F es la felicidad, P corresponde a Personal (actitud, adaptabilidad y flexibilidad); E para Existencia (salud, amistades y estabilidad) y A representa Alta (autoestima, expectativas y esperanzas). Otros preferimos sintetizar la felicidad en tres niveles perrunos: 1) Tratemos de llenar la vida de pequeñas alegrías, compartiéndolas y recordándolas con los demás (como un Schnauzer vivo, valiente y afectuoso). 2) Conozcamos nuestras propias virtudes y facultades, reconstruyendo nuestra vida para ponerlas en práctica al máximo (un terrier diría: “corro y persigo ardillas, luego existo”). 3) Pongamos nuestros talentos personales al servicio de una causa más grande que nosotros mismos, para dar sentido y trascendencia a nuestra propia vida (un San Bernardo busca entre las nieves un amo a quien servir).
2º Un can se mantiene siempre alerta, pero tranquilo y sin angustia. No se entristece ni guarda rencor, aunque sea censurado y en esos casos corre a refugiarse entre sus amigos. De evitar disgustos se compone la felicidad. La gente feliz se agobia poco, porque la inquietud o la inseguridad conducen a la desdicha. La mayoría de las incertidumbres no se cumplen, pero estas fútiles preocupaciones pueden superar nuestra capacidad de control. Debemos distinguir entre ansiedad y planificación, de modo que, con organización adecuada e inquietud mínima, superemos los sentimientos negativos. Una mentalidad positiva es quizá el rasgo más característico de la gente feliz, porque el bienestar queda determinado por el tipo de pensamiento que ocupa nuestra mente. El optimismo es una interpretación favorable de los acontecimientos, con una actitud que se centra en los aspectos positivos de lo que acontece. La ilusión es una predicción que se auto-realiza, favorecida por creencias del tipo "voy a ser feliz, ocurra lo que ocurra". Sean cuáles sean las circunstancias, la interpretación no es necesariamente dictada por la situación. Siempre somos potencialmente libres para escoger hasta qué punto vamos a ser felices. Y en los momentos difíciles recurramos a la familia y a los amigos.
3º Un chucho trota para saludar a cualquier conocido, dando alegría y dejando que le acaricien, siendo leal siempre. Del mismo modo que no tenemos derecho a malgastar riqueza sin producirla, tampoco lo tenemos a consumir felicidad sin generarla. Para los humanos una vida social satisfactoria es el mejor factor de felicidad. La mayor repercusión de esa vida en común se refiere a relaciones cercanas e íntimas, pero también contribuyen manifiestamente nuestras relaciones sociales. Un alto grado de participación, tanto a nivel formal (organizaciones, asociaciones,...) como a nivel informal (familia extensa, amigos, vecinos, colegas,...), contribuye a crear sentimientos de satisfacción, de pertenencia que se suman a su sensación general de felicidad. Además del optimismo, otro rasgo de personalidad frecuente en la gente feliz es la extroversión que se cultiva sonriendo y simpatizando con los demás. La continuidad y la lealtad afianzan las interacciones sociales y nos transportan a la felicidad.
4º Un perro nunca pretende ser algo que no es, ni aspira a metas inalcanzables. El placer puede basarse en la ilusión, pero la felicidad descansa en la verdad. Las personas felices son auténticas, naturales, espontáneas, sinceras, honestas, expresivas, abiertas,… Ser uno mismo sólo ofrece ventajas: hace más cómoda y fácil la vida diaria, y permite hallar gente que pueda amarnos "tal como somos". Nuestro grado de felicidad en la vida no descansa únicamente en lo ocurrido, sino también en lo anticipado. Es conveniente adecuar correctamente las expectativas, tanto aspiraciones cotidianas como ambiciones a largo plazo. Pretensiones demasiado elevadas rara vez se cumplen y desembocan en la decepción; en cambio, expectativas moderadas conducen a una satisfacción mayor de la prevista. Las desilusiones y las satisfacciones poseen un efecto acumulativo, por lo que conviene alcanzar conquistas parciales. El “gran triunfo” incide menos de lo que se piensa en la felicidad. Se piensa equivocadamente que la felicidad es el resultado de una vida exitosa y, dado que solamente tras años de sacrificio y suerte podría tardíamente alcanzarse, muchos quedan a la espera de que esa apoteosis final se cumpla. Los dichosos no caen en esa trampa; no esperan en absoluto la oportunidad de ser felices, sino que consideran que la felicidad es “el viaje más que la meta”.
Existe una ecuación prometedora de dos expertos británicos, Carol Rothwell y Pete Cohen: F = P + 5E + 3A. F es la felicidad, P corresponde a Personal (actitud, adaptabilidad y flexibilidad); E para Existencia (salud, amistades y estabilidad) y A representa Alta (autoestima, expectativas y esperanzas). Otros preferimos sintetizar la felicidad en tres niveles perrunos: 1) Tratemos de llenar la vida de pequeñas alegrías, compartiéndolas y recordándolas con los demás (como un Schnauzer vivo, valiente y afectuoso). 2) Conozcamos nuestras propias virtudes y facultades, reconstruyendo nuestra vida para ponerlas en práctica al máximo (un terrier diría: “corro y persigo ardillas, luego existo”). 3) Pongamos nuestros talentos personales al servicio de una causa más grande que nosotros mismos, para dar sentido y trascendencia a nuestra propia vida (un San Bernardo busca entre las nieves un amo a quien servir).
¿Universidades o cárceles? ¿Harvard o Alcatraz?
¿Dónde está la juventud actual? En todas partes, pero existen dos extremos donde muchos jóvenes aprenden cómo vivir y construir su futuro, que es nuestro único porvenir: Los centros de enseñanza y los centros de reclusión. Elegimos estos dos polos radicales, más relacionados de lo que pueda parecer a primera vista, para cuestionarnos algunas preguntas clave de cualquier sociedad: ¿Qué preferimos gastar en universidades como Harvard o en cárceles como Alcatraz?, o ¿qué necesitamos más estudiantes o más presidiarios?
Veamos algunos datos ordenados por países de referencia. En Estados Unidos, la población reclusa asciende a más de 2,1 millones de presos, mientras que cada año finalizan graduados 2,4 millones de estudiantes universitarios. El coste por alumno, en las universidades más caras (Princeton y Harvard) es de 23.000 dólares por curso, mientras que el presupuesto promedio por cada presidiario interno asciende a 30.000 dólares anuales. Es cierto que EE.UU. por su inflexible política penal se ha convertido en el mayor centro penitenciario del mundo occidental, con un total de más de 5 millones de convictos en prisión, libertad bajo palabra o libertad condicional, es decir, el 2,7% de la población adulta, con un coste reconocido de más de 8,000 millones de dólares anuales. Desde 1980 se ha triplicado en número de reos, y cuadruplicado la cifra de presas. Estudios recientes sobre cárceles y universidades norteamericanas revelan que la construcción de prisiones ha crecido en la misma medida en la que han decrecido las de facultades. También está aumentando significativamente el número de instituciones penitenciarias privadas, mientras persisten los problemas de hacinamiento y falta de personal que mantienen inhumanas condiciones carcelarias.
En España acuden casi 1,5 millones de estudiantes a las aulas universitarias, si bien no todos concluyen sus estudios. Egresan titulados menos de 300.000 graduados al año. La población reclusa en las cárceles españolas ha aumentado en un 21,2% desde 2000, pasando de 45.309 en ese año a 54.910 a fecha de 15 de agosto de 2003, según datos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.
Seguramente deberán ser adoptadas muy diversas medidas en materia penitenciaria, para que la prisión no pervierta sino que redima, para que decrezcan sus condenados. El endurecimiento de las penas no siempre ha logrado su principal objetivo de reducir el nivel de actos delictivos. Las mejores medidas son las preventivas: Sólo la educación rescata tempranamente, incluso a quienes por pertenecer a las minorías desfavorecidas estarían predestinados a la marginación.
Existe una forma de terrorismo que realmente ambiciona la destrucción de cualquier sociedad: la incultura y la ignorancia, de la que sacan provecho algunos. Para arruinar el futuro de cualquier país basta dejar sin educación apropiada a los niños y los jóvenes, herederos del presente, haciéndolos vulnerables al desempleo, a las drogas y al crimen. Sólo la movilización de toda la sociedad evitará este peligro real que acecha al mundo entero. Las escuelas que construyamos serán las cárceles que no tendremos que edificar. La inversión educativa es la salvaguarda de la paz, de la convivencia, y de la equitativa prosperidad para todos.
Veamos algunos datos ordenados por países de referencia. En Estados Unidos, la población reclusa asciende a más de 2,1 millones de presos, mientras que cada año finalizan graduados 2,4 millones de estudiantes universitarios. El coste por alumno, en las universidades más caras (Princeton y Harvard) es de 23.000 dólares por curso, mientras que el presupuesto promedio por cada presidiario interno asciende a 30.000 dólares anuales. Es cierto que EE.UU. por su inflexible política penal se ha convertido en el mayor centro penitenciario del mundo occidental, con un total de más de 5 millones de convictos en prisión, libertad bajo palabra o libertad condicional, es decir, el 2,7% de la población adulta, con un coste reconocido de más de 8,000 millones de dólares anuales. Desde 1980 se ha triplicado en número de reos, y cuadruplicado la cifra de presas. Estudios recientes sobre cárceles y universidades norteamericanas revelan que la construcción de prisiones ha crecido en la misma medida en la que han decrecido las de facultades. También está aumentando significativamente el número de instituciones penitenciarias privadas, mientras persisten los problemas de hacinamiento y falta de personal que mantienen inhumanas condiciones carcelarias.
En España acuden casi 1,5 millones de estudiantes a las aulas universitarias, si bien no todos concluyen sus estudios. Egresan titulados menos de 300.000 graduados al año. La población reclusa en las cárceles españolas ha aumentado en un 21,2% desde 2000, pasando de 45.309 en ese año a 54.910 a fecha de 15 de agosto de 2003, según datos de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias.
Seguramente deberán ser adoptadas muy diversas medidas en materia penitenciaria, para que la prisión no pervierta sino que redima, para que decrezcan sus condenados. El endurecimiento de las penas no siempre ha logrado su principal objetivo de reducir el nivel de actos delictivos. Las mejores medidas son las preventivas: Sólo la educación rescata tempranamente, incluso a quienes por pertenecer a las minorías desfavorecidas estarían predestinados a la marginación.
Existe una forma de terrorismo que realmente ambiciona la destrucción de cualquier sociedad: la incultura y la ignorancia, de la que sacan provecho algunos. Para arruinar el futuro de cualquier país basta dejar sin educación apropiada a los niños y los jóvenes, herederos del presente, haciéndolos vulnerables al desempleo, a las drogas y al crimen. Sólo la movilización de toda la sociedad evitará este peligro real que acecha al mundo entero. Las escuelas que construyamos serán las cárceles que no tendremos que edificar. La inversión educativa es la salvaguarda de la paz, de la convivencia, y de la equitativa prosperidad para todos.
El peso del alma
Se ha estrenado en el Festival de Venecia una esperada película del director Alejandro González Iñárritu, titulada "21 Gramos" en referencia al peso aproximado que, según ciertas fuentes, pierden las personas en el momento de morir. Para algunos esotéricos esta masa representaría el peso del alma humana que abandona el cuerpo tras la muerte. Esta irrisoria y extravagante explicación que tasa el alma nos causa un manifiesto desasosiego a muchas personas en esta secularizada y descreída sociedad, cuando escuchamos esa cifra de “tara del alma”, porque parece confirmar que existe un alma que se alza con sus alas del alba. Así pues queda despejada la duda de Shakespeare: ¿Existe el alma? La pervivencia de la propia identidad es como la sed del hombre. Sin esta persistencia del "yo" toda la creación no es para él otra cosa que un inmenso "¿Para qué?".
Obviamente este peso corresponde al aire de espirar al expirar, que ya no retorna cuando se exhala el último lamento, pero no deja de ser fastidioso que hasta eso sea aquilatado en tan postrera ocasión. Esos últimos pocos litros de aire, con su nitrógeno, oxígeno, vapor de agua,… se describen más poética y excelsamente por Bécquer como “Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar”, trasponiendo el final “Dime, mujer: cuando el alma (amor) se eleva (olvida), ¿sabes tú a dónde va?”.
Quienes fuimos niños que destripábamos juguetes buscando sin hallar su alma, incluso aunque seamos de ciencias, preferimos creer que incluso en cuerpos pequeños se agitan almas muy grandes, que sobrepasan los 21 gramos, defendiendo que la dimensión del alma sólo es la medida de amor que acumula y que el alma es un océano bajo la piel que sólo se llena con eternidad.
[Estaba cavilando sobre estas disquisiciones cuando mi consorte Carmen me llama para cenar. Le resumo mis reflexiones, pero como se le quema la sartén se vuelve a la cocina rezongando que lo que nadie ha determinado, hasta el momento, es cuánto pierden algunas viudas cuando fallecen sus pesados maridos,… en kilos y en años. Tanto pragmatismo desarma el misticismo de mi liviana alma. Termino para que no se me enfríe la cena. Ya saben: Primum vivere, deinde philosophare.]
Obviamente este peso corresponde al aire de espirar al expirar, que ya no retorna cuando se exhala el último lamento, pero no deja de ser fastidioso que hasta eso sea aquilatado en tan postrera ocasión. Esos últimos pocos litros de aire, con su nitrógeno, oxígeno, vapor de agua,… se describen más poética y excelsamente por Bécquer como “Los suspiros son aire y van al aire. Las lágrimas son agua y van al mar”, trasponiendo el final “Dime, mujer: cuando el alma (amor) se eleva (olvida), ¿sabes tú a dónde va?”.
Quienes fuimos niños que destripábamos juguetes buscando sin hallar su alma, incluso aunque seamos de ciencias, preferimos creer que incluso en cuerpos pequeños se agitan almas muy grandes, que sobrepasan los 21 gramos, defendiendo que la dimensión del alma sólo es la medida de amor que acumula y que el alma es un océano bajo la piel que sólo se llena con eternidad.
[Estaba cavilando sobre estas disquisiciones cuando mi consorte Carmen me llama para cenar. Le resumo mis reflexiones, pero como se le quema la sartén se vuelve a la cocina rezongando que lo que nadie ha determinado, hasta el momento, es cuánto pierden algunas viudas cuando fallecen sus pesados maridos,… en kilos y en años. Tanto pragmatismo desarma el misticismo de mi liviana alma. Termino para que no se me enfríe la cena. Ya saben: Primum vivere, deinde philosophare.]
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