Menos es más

¡Alto! ¿Adónde vamos con tanta precipitación?

Antecedido por profusas apelaciones de las diferentes religiones al ascetismo y a la sobriedad, fue el poeta Robert Browning quien acuñó la frase: "Less is more” (menos es más). Recientemente desde el vanguardista universo cultural californiano, la revista “Coevolution” de híbrida influencia budista-hippie mantuvo que la gran sabiduría era coexistir con simplicidad voluntaria y austeridad franciscana. El redescubrimiento postmoderno de los bíblicos lirios del campo y las aves del cielo. Así nació el neologismo “downshifting” (­que podría traducirse por cambiar a menos o desacelerar), con la fuerza de que sólo un término anglosajón sabe condensar y propagar.

Fue un movimiento de reacción contra la cultura yuppie de los “workcoholics”, adictos al trabajo. La resurgida pintada del mayo del ‘68: “No consumáis, no trabajéis”, como respuesta a la estresada vida del trabajador contemporáneo, regida por lo que Max Weber definió como el espíritu protestante generador del capitalismo, según el cual para que Dios nos quiera y acepte en el cielo previamente hemos de demostrar el triunfo en la tierra. Dos autores, Vicki Robin y Joe Domínguez, aportaron su grano de arena en la lucha contra el consumismo con un libro-guía de título sugerente, “La bolsa o la vida”, best-seller durante años. Se convirtieron en portavoces de una forma de vida más sencilla, en busca de la frugalidad, renunciando a caprichos y, en su caso, proponiéndose literalmente vivir de las rentas. Con esta fórmula detectaron de cuánto se puede prescindir, en sueldo y horas de trabajo. Buscaron un equilibrio vital más satisfactorio, si bien la fórmula americana no es trasplantable a la mentalidad europea, donde lo laboral cumple funciones de autoafirmación y de contribución al desarrollo social.

Desde el empacho de la abundancia inventamos el “lujo” de prescindir, de vivir con modestia para pensar con grandeza. Renunciando a competitivos puestos de inacabable jornada laboral, para descubrir recónditas vocaciones idílicas de bajo rendimiento económico, pero alta gratificación personal. Incluso los hábitos más simples de alimentación cambian drásticamente, para ganancia de salud y tiempo. El giro nutricio pasa del rojo al verde, del sangrante filete de búfalo al verdor de la huerta ecológica, renunciando a la pesada dieta chamuscada de cancerígena barbacoa, rebozada en colesterol y endulzada con azúcares industriales. O la parquedad del hogar con espacios vacíos frente a la opulencia sobrecargada de cachivaches tan suntuosos como inútiles. La existencia relajante requiere silencios en estancias desiertas, como la arquitectura minimalista de Mies van der Rohe, para dar cabida a la vida humana.

El dinero no da la felicidad, decimos los pobres… y es verdad. Sólo tenemos una vida, que está sazonada de pequeñas alegrías. Nuestra existencia merece algo más que diez horas de trabajo, dos de atasco, una de engullir, otra para arreglarse (eso quienes tengan arreglo) y, con suerte, ocho de sueño, que suman veintidós horas diarias. Apenas restan 120 minutos de “vida” por jornada. El mandato se decanta hacia “vivir más con menos dinero”, cambiar nivel de vida por calidad de vida. En definitiva, la versión modernista del hombre feliz que no tenía camisa o de las comunidades fundadas sobre la pobreza.

Un consejo: Limpiemos nuestra vida de lo superfluo. Un método simple es la mudanza ficticia. Imaginamos que cambiamos de vivienda, y empaquetamos las pertenencias de un cuarto, dejando el aposento "lleno de aire, como vino al mundo". Entonces recuperamos sólo lo indispensable, desembarazándonos de lo sobrante. Es muy recomendable esta limpieza cada año. Librémonos de viejos papeles y trastos, que están obstruyendo nuestro ambiente.

Felices los que tienen tiempo para sonreír, o para ir a casa y jugar con sus hijos creciendo. Menos horas de trabajo significan más tiempo con la familia. Seamos como niños sorprendidos que se detienen para observar algo nuevo en cada paseo, sin prisas. Levantemos ligeramente el pie del acelerador de nuestra vida para oír música, leer por placer, meditar un poco, escuchar y acompañar a los demás. Vivir es un arte donde al final descubrimos un axioma: “Sufro lo que negué y lo que guardé, perdí. Tuve lo que gasté, pero siempre tendré lo que di”.

Licenciatura en paternidad

Descubra la mejor carrera,... y la más difícil.

He pasado toda mi vida estudiando. He transitado por múltiples colegios, escuelas y facultades de distintas ciudades. Tengo diplomas en Ciencias y en Letras. Cuando acabé mi primera licenciatura en Física, comencé a trabajar como profesor de maestros, pero seguí estudiando Ingeniería, cursos de doctorado, postgrados y masters en Museología, pedagogía, tres oposiciones y finalmente, con treinta años, abandoné todos esos estudios académicos y profesionales, y me concentré en mi última singladura con la carrera más difícil. Ahora, tras 21 años de complejos estudios, estoy en mi último curso y el próximo junio espero graduarme en paternidad.

El currículum de paternidad es el más difícil del mundo, si exceptuamos el de maternidad que es, desde la matrícula, incomparablemente más… embarazoso. Ambos planes de estudio contienen innumerables asignaturas que abarcan desde la pediatría y nutrición, hasta pedagogía desde la cuna a la temible adolescencia, pasando por todas las materias escolares desde infantil, primaria y secundaria. La teoría no es lo peor; las prácticas resultan insufribles, con horarios diurnos y nocturnos en un calendario que abarca todos los días de muchos años. No se pueden cometer errores graves de ningún tipo, por lo que estos estudios son tan absorbentes que toda la vida debe girar de acuerdo a su programa.

Esta carrera sólo tiene dos ventajas, una falsa y otra verdadera. La primera consiste en que no se exige selectividad ni prueba de acceso, lo que se puede transmutar en un serio perjuicio porque en ocasiones inician estos estudios personas incapaces de terminar con éxito, y algunos de ellos llegan a abandonar pronto o tarde con graves consecuencias para todos. La verdadera ganga es que se puede estudiar y examinarse en grupo: normalmente en pareja con apoyo de familiares, especialmente de los insustituibles abuelos y abuelas. El intento de culminar tan espinosa carrera en solitario es heroico, aunque se conocen casos muy admirables.

Un inconveniente que agrava y complica la realización de estos estudios, sin mencionar lo costoso económicamente que resulta porque no hay becas en esta “universidad del hogar”, es que frecuentemente se combinan varios planes de estudio secuenciados, pero casi simultáneamente. La diplomatura sólo se consigue cuando apruebas el más reciente de los “programas”, es decir cuando el hijo menor cumple 18 años. Entonces todavía queda, hasta alcanzar la licenciatura, que se independicen, casen o, de alguna forma, se vayan de casa todos ellos. Esto puede significar otros 10 o 20 años adicionales. El doctorado, quienes llegan vivos para lograrlo, se produce cuando te dan el título de aitite (abuelo), y el cum laude cuando puedes sacarlos a pasear a tus nietos y nietas, y exhibir ante ellos y ante la sociedad toda tu sapiencia. La paternidad, como cualquier otra clase de estudios que requieren algunos sacrificios, resulta sumamente gratificante. Es la carrera más costosa, pero también la más correspondida. ¡Anímate si estás a tiempo y todavía no te has atrevido!

La prueba más rápida

Sobre la dificultad de evaluar los valores y atributos de una persona.

Hace años, en una distendida sobremesa entre docentes, alguien nos planteó una adivinanza maliciosa: “¿Cómo programaríamos un examen de duración limitada a cinco minutos para seleccionar entre un grupo de personas desconocidas a los mejores?”. Lógicamente preguntamos, los mejores en qué. El proponente, que disponía de una posible respuesta a la cuestión, lo complicó aún más. “Los mejores en todo, en cualidades físicas, intelectuales, éticas,… Además la prueba debe ser válida para cualquier edad, sexo, origen, lengua,…. Se trata de distinguir en un nutrido grupo heterogéneo de personas a quienes confiar una tarea con las máximas posibilidades de éxito”.

El problema era un creativo pasatiempo, porque no existe una única solución que además sea perfecta. Quizá al lector se le ocurra algún hallazgo original, que debiera compartir con todos. En aquella ocasión propusimos brevísimos tests de inteligencia cognitiva y emocional, o pruebas interculturales sobre conceptos matemáticos simples y compartidos en todas las civilizaciones.
El proponente, al final, nos dio la solución que provenía… del director de una academia militar norteamericana. Quizá sólo alguien así puede imaginar tal enigma… y tal desenlace. La prueba más rápida era simplemente… una carrera. Los primeros que llegaban a una meta distante eran “los mejores” en tan básico examen. Era la primitiva selección de la naturaleza, donde el cazador cavernícola debía ser un buen corredor, o la primera parte del triple lema olímpico: Citius, altius, fortius (El más rápido, el más alto, el más fuerte).

Con todo, el intrascendente acertijo resultó divertido y en su debate ulterior fructificaron ideas pedagógicas valiosas. Cuidar la condición física siempre es importante y signo de inteligencia para todas las personas, de cualquier edad y condición, incluidos quienes sufren problemas de movilidad y deben esforzarse especialmente; o que la actividad y la velocidad son meritorias, si determinamos previamente hacia dónde y por qué caminamos. Por mi parte, en tal hipotética situación y siendo de los que opinan que “correr es de cobardes”, añadiría dos fases: una lectura previa, donde se señale hacia dónde debe corretear cada uno en función del color de su camiseta, por ejemplo, para recoger un bolígrafo del mismo color; y de escritura, para copiar con letra legible el mensaje anterior antes de entregarlo en la meta.

Más complejo resulta medir las cualidades morales, que se podrían evaluar observando cómo se ayuda a los demás en tan fascinante experimento, si todo esto… fuese algo serio. Tan elemental sistema, en todo caso, podría servir para observar a los participante y elegir a unos u otros, ganadores o perdedores, cooperadores o competitivos, apresurados o pausados, en función de la tarea a asignar. Una carrera puede ser la metáfora de la vida: unos se esfuerzan sólo en ganar, otros en ir deprisa, y algunos reflexionan antes para luego actuar mejor.

Separatistas irredentistas

En un pequeño planeta que viaja por la galaxia...

Cuando se va a exponer una propuesta políticamente incorrecta, y probablemente polémica, conviene fijar previamente la posición del autor, que primero siempre ha creído y creerá que la violencia no es éticamente aceptable, ni eficaz políticamente; y segundo, que nunca ha sido independentista, ni nunca lo será. Pero los separatistas existen y abundan en nuestro entorno, incluso en este esperanzador siglo XXI. Están en plena efervescencia, con una preocupante e inusitada presencia institucional. Cotidianamente la ciudadanía sufre sus embates, y sólo existe una legítima respuesta final admisible para su demanda secesionista: Si quieren separarse, que se separen.

Porque seamos concientes de que la brecha la están abriendo y ahondando ellos, quienes buscan la división. Si no aceptan los reiterados resultados electorales, ni les gustan nuestros dirigentes elegidos en las urnas democráticas, si desdeñan nuestro Parlamento, si no quieren que tengamos un poder judicial independiente, ni aceptan nuestra policía,… Si en sus escuelas sólo priman su cultura y su idioma, pero desdeñan los nuestros; si en sus medios de comunicación nos atacan inmisericorde e insistentemente; si no quieren saber nada de lo nuestro, y si todo esto ocurre desde hace años y décadas, y si todo esto no se reconduce, entonces nos abocarán al abismo de la traumática separación, en la que todos perderíamos mucho.

Dicho con toda claridad: Si España quiere separarse de Euskadi, que lo haga. Nosotros, los vascos que pensamos de una u otra manera, siempre seguiremos aquí, porque Euskadi es nuestro hogar, nuestro único refugio, nuestra última casa.

La mayoría de nosotros, los vascos, y ojalá la mayoría de españoles, franceses y europeos, no creemos en anacrónicas independencias decimonónicas de Estados obsoletos, ni menos aún en sojuzgadas dependencias, ni en codependencias obligadas, ni en contradependencias destructivas. Amamos la libertad desde el origen de los tiempos y supimos organizarnos democráticamente bajo el Árbol de Gernika, constituyendo la primera democracia de la que se tiene noticia.

Somos muchos, casi todos los seres humanos, los que soñamos y aspiramos a una plena y profunda interdependencia, en un plano de igualdad, de respeto a la diversidad y a las minorías, de integración de lo foráneo enriquecedor y de plurilingüe interculturalidad social. Siempre buscaremos la unidad en una Europa y en un mundo más justo, más solidario y más hermanado. Creemos en la libre adhesión de personas y pueblos a estimulantes proyectos comunes, sin imposiciones ni coacciones, mediante el diálogo pacífico y el pacto acordado, respetando todos los derechos humanos y, en su infinita complejidad, la identidad individual de cada persona y de cada pueblo.

Pregunten al interesado

A favor de las consultas populares frecuentes.

Durante el caluroso verano pasado fuimos testigos de un divertido suceso ocurrido en plena vía pública. Un honorable anciano, vestido como un gentleman inglés que acudiese al hipódromo de Ascot, se desmayó en el Puerto Nuevo de Getxo y cayó al suelo, siendo prontamente atendido por varios paseantes. Una jovencita sugirió suministrarle agua, un joven propuso abanicarle, otro hombre indicó que mejor sería esperar a una ambulancia y, finalmente, una señora de edad apuntó darle un traguito de brandy de la cafetería próxima. Siguieron argumentando, insistiendo unos y otros, hasta que el propio desfallecido se incorporó parcialmente y atajó la discusión con una perentoria solicitud: ¡Cállense todos, y hagan caso a la dama! Nadie mejor que el interesado sabe qué le conviene en cada momento.

Lo mismo acontece con la mayoría de los temas sociales y políticos. Quizá nos iría mejor a todos si desde los gobiernos nos “informasen” menos y nos preguntasen más. A las familias, a los pensionistas, a los pobres, a los jóvenes, a los enfermos, a los presos, a los inmigrantes, a los televidentes,… Los políticos sí atienden y son sensibles a las presiones de los poderes fácticos, de los poderosos, de la banca,… pero descuidan excesivamente al electorado, a menudo incluso a su misma militancia interna, hasta que se acerca el tiempo de urnas y hay que movilizar nuevamente a las bases para llegar al conjunto de los votantes. Ahora, en pleno tiempo preelectoral, tras la hibernación cuatrienal, se encienden todos los cerebros de las cúpulas con propuestas magníficas… que volverán probablemente a dormitar tras las votaciones y los nombramientos.

Nos convendría a todos, seguramente incluso a los propios dirigentes, menos propaganda continua, menos adoctrinamiento simplón, menos críticas ajenas, menos autoritarismo y, a cambio, más democracia para dar protagonismo al pueblo, mejorar la interactividad social, fortalecer la sociedad civil, y –en definitiva- escuchar y auscultar a la ciudadanía mucho más y mucho mejor que sólo con una papeleta cada cuatro años.

Voto infantil

Al principio, el voto fue sólo para hombres alfabetizados, luego...

Nos queda el último paso, tras haber conseguido el sufragio femenino: el voto universal para la infancia desde el instante de su nacimiento. Tres razones para avalar esta inaudita propuesta.

Primero, un prosaico motivo económico coyuntural del mundo contemporáneo: El debate político norteamericano ha demostrado cómo se compromete el futuro de los niños con el belicismo de la administración Bush. El periódico New York Times publicó el pasado 14 de setiembre un documentado artículo que prueba cómo la guerra de Irak devora un superávit sin precedentes para convertirlo en un déficit histórico: Los 166.000 millones de dólares consumidos en Afganistán y en Irak, más el coste adicional de ocupación a razón de otros 87.000 millones de dólares al año, serán pagados por varias generaciones de estadounidenses. Cuando dieron la noticia, muchos de quienes tendrán que pagar ese precio no pudieron verlo en el noticiario de noche porque sus padres ya los habían acostado, o porque no habían nacido aún. Recientemente el anuncio ganador de la organización MoveOn.org, titulado Juego de niños muestra imágenes de críos fregando platos en una hamburguesería o recogiendo basura, con un lema final: "Imagine quién va a pagar el billón (trillion en inglés) de déficit del presidente Bush".

Segundo, un ilustrativo argumento comparativo: El derecho al voto no se pierde por la edad, ni siquiera por la incapacidad. En circunstancias extremas, cuando el titular no dispone de plenas facultades de discernimiento, el derecho queda delegado en poder de sus descendientes o allegados, que en su nombre y en defensa de sus intereses eligen en representación del votante. A nadie le escandaliza que ese niño por segunda vez que es un anciano, ejerza su derecho al voto según la opción que elija su hijo o su nieta, dado que suponemos que velarán por sus predilecciones electorales.

Tercero, por un fundamento básico de defensa de la familia y de congruencia con los derechos de todo ser humano. El artículo duodécimo de la Convención de los Derechos del Niño establece que “los Estados garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que le afectan, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño”, y que “con tal fin, se dará en particular al niño oportunidad de ser escuchado, en todo procedimiento judicial o administrativo que le afecte, ya sea directamente o por medio de un representante o de un órgano apropiado, en consonancia con las normas legales”.

El derecho de los más pequeños se ejercería a través de sus padres o tutores, que asumen una cuota de responsabilidad y de futuro superior a otros adultos sin descendencia. Tan pronto como sea posible, el voto sería depositado directamente por el titular. Seguro que el resultado electoral ganaría en inteligencia y en bondad, al igual que aconteció con el voto de las mujeres. Antiguos proverbios lo garantizan: La verdad sale de la boca de los niños; en una casa llena de niños, el diablo no entra; de niños todos hermanos, de mayores todos enemigos. Alejandro Dumas, hijo, se atrevió a preguntarse ¿cómo es que, siendo tan inteligentes los niños, son tan estúpidos la mayor parte de los hombres? (preferimos obviar la respuesta que él se daba), y Cocteau saludaba a los niños parisinos con un doliente “¡Hola, muertecitos de la próxima guerra!”.

Todos los niños son capaces de expresar sus puntos de vista. No hay ningún límite de edad para ejercer el derecho a participar. Quienes creemos, como dice el Talmud, que “el mundo solamente se mantiene por el aliento de los niños”, apostamos por el voto infantil, representado por sus padres en la primera etapa, porque no olvidemos que el valor de la familia no reside en que los adultos hagan niños, sino en que los niños se hagan adultos. Donde no hay niños no es posible el cielo, y además los niños tienen una memoria sin igual para las promesas. Los niños son lo primero, la solución y el futuro. Recuerden, para elecciones y naufragios: Las mujeres y los niños primero.

¿Cómo se llamaba?

La política tritura y amortiza incluso a sus dirigentes más notorios...

¿Cuántos son los votantes del Estado que recuerdan el nombre del anterior candidato socialista a la Presidencia del Gobierno central de hace sólo cuatro años? ¿El 1% se acuerda de su nombre o apellido? ¿Cuándo fue la última vez que apareció en algún medio de comunicación?

¿No sucederá lo mismo dentro de cuatro años? O Zapatero pone orden en ese reino de taifas que es el “PSOE de las dos círculos concéntricos”, o dentro de cuatro años, mientras Ibarra y Bono se siguen concentrando en la política “nacional”, otro diputado desconocido tendrá sus minutos de gloria.

¡Ah, la respuesta no es Borrell, ni la culpa es del Alzheimer! Siga pensando. Solución: las letras de su nombre y apellido forman la frase: OJALÁ UN MANIQUÍ. Espero que el susodicho no se enfade, porque le aprecio como paisano que nació y se educó en mi mismo barrio de Bilbao.

Ibarra ido & Matasuegras Ibarra

Ibarra ido

Ser un notable del PSOE debe ser agotador. La mejor prueba es el Sr. Rodríguez Ibarra, quien se ha estrujado las meninges proponiendo que los partidos deban superar el 5% de los votos en todo el Estado para obtener escaños en el Congreso, a fin de que los “perjudiciales partidos nacionalistas”, no españolistas se supone, “desaparezcan en diez o doce años". Todo ello en defensa de una “España única” (de grande no dijo nada), como la que el PP y el PSOE defienden (así que Maragall o hace mucha pedagogía interna o se va buscando otro partido).

No acabaron ahí sus ocurrencias. Lamentó que la discusión sobre el ser y estar en España" esté impidiendo hablar de los problemas reales de los ciudadanos, y restó importancia al debate de quién se lleva más o menos dinero, porque aseveró que lo realmente importante es que los nacionalistas estén "robando" la historia de España.

A ver si entre todos logramos que los “nacionalistas” devuelvan esos anales robados de la “historia de España”, para que el Presidente extremeño comience a preocuparse de los problemas de “su” ciudadanía, a la cola de Europa con la desolada Guayana francesa. Sólo después le agradeceremos que aporte sus siempre creativas soluciones para Euskadi y Catalunya. De momento alguien podría pensar: Ibarra ido, y va raído.

Matasuegras Ibarra

Ibarra yerra tan rápidamente que no da tiempo ni a criticar sus numerosos traspiés.
Con lo rápido que lanza sus propuestas el presidente extremeño, y lo aún más veloz que las retira, nos recuerda a un matasuegras. Pero las fiestas navideñas han acabado y el cava se le podía haber evaporado unos días antes. Puestos a hacer propuestas ingeniosas, ¿por qué no pedir no un 5, sino un 100 de cociente de inteligencia mínimo para ir al Congreso o para ser un “notable” del PSOE?