La fraternidad extendida podría transformar el mundo, pero aún sería mejor si tratásemos a los demás como hijos nuestros.
La reciente muerte de una abuela, madre de una buena amiga de la familia, nos ha hecho recapacitar a todos sobre el significado de la maternidad. Esta anciana, con una envidiable lucidez mental mantenida hasta los últimos minutos de sus 89 años, nos legó una lección de humanidad en la clínica donde, tras un rápido proceso de dos semanas, murió serenamente arropada por su fe.
Prefirió no preguntar qué le pasaba, a pesar de los alarmantes síntomas, y su único interés era atender a su familia y a las amistades que la visitábamos, bromeando sobre la imposibilidad de tomar un café con leche. Con una entereza inigualable supo disimular una despreocupación suprema, justamente para hacernos creer que desconocía la gravedad de su enfermedad. Madre hasta la muerte, se levantaba de noche para abrigar a la hija que le cuidaba, e insistía en que sus hijos y nietos debían seguir con sus tareas sin alterar sus horarios para acompañarla. Su interés fue siempre el cuidado de los demás, y su infinito cariño se desbordada hasta alcanzar a amigos y vecinos.
La fraternidad fue un lema cristiano y revolucionario, y Dios se nos presenta como un Padre en muchas religiones. Pero quizá todo sería mejor si nos comportásemos con los demás como cualquier madre trata a sus hijos, y atendiéramos a quienes nos rodean como los progenitores cuidan a los suyos. Todos somos hijos, muchos tenemos hermanos, pero sólo con la paternidad o la maternidad se llega a entender de verdad lo que es el amor incondicional, abnegado y sublime cuando se mezcla con la admiración por los hijos amados. Con razón se dice que de las muchas maravillas que hay en el universo, la obra maestra de la creación fue el corazón materno. Pongamos un poco más de maternidad o paternidad en nuestros endurecidos corazones de jóvenes, adultos, mayores o ancianos.
Crítica entre alabanzas
Sugerencias para dosificar un doble y eficaz recurso comunicativo: el elogio y la censura.
Muchas de las recomendaciones pedagógicas son válidas también para la vida cotidiana. Los juicios que emitimos o que recibimos son elementos clave para mejorar nuestra comunicación interpersonal, alcanzando con ello una mejor calidad de vida y procurando la felicidad a los demás y a nosotros mismos. Actualmente se juzga constantemente sobre hechos que ocurren en nuestro entorno, a veces con gran ligereza y acritud, con comentarios que prodigamos despreocupadamente sin evaluar sus repercusiones inducidas.
La experiencia docente nos enseña cómo prescribir con generosidad y eficacia las alabanzas, y cómo recurrir a las críticas con suma prudencia y decidido positivismo. Los años nos enseñan que, antes de emitir cualquier juicio de valor, se han de cumplir cuatro requisitos que conviene recordar en toda ocasión.
1º OPINIÓN NECESARIA. El juicio que dirijamos a otra persona sobre su conducta (o la sanción positiva o negativa, premio o castigo) debe ser estrictamente oportuno y estar fundamentado en alcanzar su bien, y no por el nuestro. No se puede criticar a otros para mejorar nuestra posición o para acallar nuestra envidia, sino en la búsqueda de su reflexión o rectificación para procurar su beneficio.
Evitemos la habitual autocrítica,… de culpar a los demás. Todos tememos ser juzgados, porque, en realidad, tenemos más virtudes de las que creemos, y menos defectos de los que nos atribuimos. Los educadores decimos que los escolares necesitan más modelos que críticos, y esto reza para todas las personas. El mejor consejo es un buen ejemplo.
2º CENSURA CONSTRUCTIVA. La censura debe ser constructiva y preferentemente en privado, relativa a un comportamiento o actitud, y sin descalificar nunca a la persona a quien se reprocha. Puede y debe criticarse algo que tenga enmienda, si es el momento oportuno (cuanto antes mejor, generalmente) y si cabe esperar un resultado de mejora o para reconducir una conducta; no únicamente para culpabilizar al otro o vanagloriarnos de nuestra supuesta superioridad.
Huyamos de la personalidad de un fiscal acusador y actuemos distantes de prejuicios. Sepamos que un crítico puede llegar a ser constructivo, pero nunca será objetivo. En caso de que nuestro comentario o percepción sean negativos, habrá que exponer nuestras razones y ofrecer una explicación lo más racional posible para justificar nuestro criterio.
3º ALABANZA OPORTUNA. El elogio debe ser verdadero, medido y en público. La alabanza merecida mejora la autoestima de cualquier persona y le ratifica como guía de su acierto. Una pauta interesante es decir algo agradable de vez en cuando, especialmente a quien no se espera el halago. Recordemos que alabar es más difícil que censurar y que el elogio debe surgir de la admiración. Obviamente, nunca jamás alabanza propia, que siempre apesta y envilece.
Para evitar sentirnos obligados a una alabanza inmerecida o a una crítica innecesaria cuando nos solicitan un encomio, lo que desacreditaría nuestra futura ponderación justa, una estrategia oportuna es devolver la pregunta. Por ejemplo, cuando un hijo o un alumno se acercan para preguntarnos si nos gusta su dibujo, o un colaborador nos pide nuestra valoración, en caso de que creamos que pueden perfeccionarlo podemos rebotarles la cuestión y pedirles que nos digan su opinión sobre si lo creen mejorable o no.
4º REPARTO 3 A 1. Una indicación final aconseja que cada crítica se efectúe acompañada de dos elogios, antes y después de la corrección, y de una autocrítica final. El primer cumplido hacia la intención plausible que pudo originar el error reprendido, y un posterior halago de confianza hacia la persona que sabrá rectificar o analizar la situación tras la crítica. La autocrítica final debe mostrar a quien reprende en la posición ética de comprensión del amonestado, por la propia flaqueza de quien juzga. Un reproche trata de convencer y no de vencer. Por ejemplo: “Sé que pretendías mejorar tu rendimiento (elogio), pero ese sistema es incorrecto (crítica) como seguramente ahora comprenderás (elogio). Saberlo, a mí me costó mucho más que a ti (autocrítica)”.
Elogiemos cada pequeño progreso. Seamos calurosos en la aprobación, generosos en los encomios y medidos en la crítica. A todo el mundo le agrada un elogio, la más dulce de las músicas. Mark Twain decía “Puedo vivir de un elogio durante dos meses”. Una sola palabra de aprecio es capaz de levantar el ánimo más decaído. El mejor régimen alimenticio para todos es, a fin de cuentas, la alabanza. Consejo final: Elogiemos a tres personas cada día; sólo después, quizá, tengamos la venia para criticar algún acto censurable.
Muchas de las recomendaciones pedagógicas son válidas también para la vida cotidiana. Los juicios que emitimos o que recibimos son elementos clave para mejorar nuestra comunicación interpersonal, alcanzando con ello una mejor calidad de vida y procurando la felicidad a los demás y a nosotros mismos. Actualmente se juzga constantemente sobre hechos que ocurren en nuestro entorno, a veces con gran ligereza y acritud, con comentarios que prodigamos despreocupadamente sin evaluar sus repercusiones inducidas.
La experiencia docente nos enseña cómo prescribir con generosidad y eficacia las alabanzas, y cómo recurrir a las críticas con suma prudencia y decidido positivismo. Los años nos enseñan que, antes de emitir cualquier juicio de valor, se han de cumplir cuatro requisitos que conviene recordar en toda ocasión.
1º OPINIÓN NECESARIA. El juicio que dirijamos a otra persona sobre su conducta (o la sanción positiva o negativa, premio o castigo) debe ser estrictamente oportuno y estar fundamentado en alcanzar su bien, y no por el nuestro. No se puede criticar a otros para mejorar nuestra posición o para acallar nuestra envidia, sino en la búsqueda de su reflexión o rectificación para procurar su beneficio.
Evitemos la habitual autocrítica,… de culpar a los demás. Todos tememos ser juzgados, porque, en realidad, tenemos más virtudes de las que creemos, y menos defectos de los que nos atribuimos. Los educadores decimos que los escolares necesitan más modelos que críticos, y esto reza para todas las personas. El mejor consejo es un buen ejemplo.
2º CENSURA CONSTRUCTIVA. La censura debe ser constructiva y preferentemente en privado, relativa a un comportamiento o actitud, y sin descalificar nunca a la persona a quien se reprocha. Puede y debe criticarse algo que tenga enmienda, si es el momento oportuno (cuanto antes mejor, generalmente) y si cabe esperar un resultado de mejora o para reconducir una conducta; no únicamente para culpabilizar al otro o vanagloriarnos de nuestra supuesta superioridad.
Huyamos de la personalidad de un fiscal acusador y actuemos distantes de prejuicios. Sepamos que un crítico puede llegar a ser constructivo, pero nunca será objetivo. En caso de que nuestro comentario o percepción sean negativos, habrá que exponer nuestras razones y ofrecer una explicación lo más racional posible para justificar nuestro criterio.
3º ALABANZA OPORTUNA. El elogio debe ser verdadero, medido y en público. La alabanza merecida mejora la autoestima de cualquier persona y le ratifica como guía de su acierto. Una pauta interesante es decir algo agradable de vez en cuando, especialmente a quien no se espera el halago. Recordemos que alabar es más difícil que censurar y que el elogio debe surgir de la admiración. Obviamente, nunca jamás alabanza propia, que siempre apesta y envilece.
Para evitar sentirnos obligados a una alabanza inmerecida o a una crítica innecesaria cuando nos solicitan un encomio, lo que desacreditaría nuestra futura ponderación justa, una estrategia oportuna es devolver la pregunta. Por ejemplo, cuando un hijo o un alumno se acercan para preguntarnos si nos gusta su dibujo, o un colaborador nos pide nuestra valoración, en caso de que creamos que pueden perfeccionarlo podemos rebotarles la cuestión y pedirles que nos digan su opinión sobre si lo creen mejorable o no.
4º REPARTO 3 A 1. Una indicación final aconseja que cada crítica se efectúe acompañada de dos elogios, antes y después de la corrección, y de una autocrítica final. El primer cumplido hacia la intención plausible que pudo originar el error reprendido, y un posterior halago de confianza hacia la persona que sabrá rectificar o analizar la situación tras la crítica. La autocrítica final debe mostrar a quien reprende en la posición ética de comprensión del amonestado, por la propia flaqueza de quien juzga. Un reproche trata de convencer y no de vencer. Por ejemplo: “Sé que pretendías mejorar tu rendimiento (elogio), pero ese sistema es incorrecto (crítica) como seguramente ahora comprenderás (elogio). Saberlo, a mí me costó mucho más que a ti (autocrítica)”.
Elogiemos cada pequeño progreso. Seamos calurosos en la aprobación, generosos en los encomios y medidos en la crítica. A todo el mundo le agrada un elogio, la más dulce de las músicas. Mark Twain decía “Puedo vivir de un elogio durante dos meses”. Una sola palabra de aprecio es capaz de levantar el ánimo más decaído. El mejor régimen alimenticio para todos es, a fin de cuentas, la alabanza. Consejo final: Elogiemos a tres personas cada día; sólo después, quizá, tengamos la venia para criticar algún acto censurable.
Sólo intentando lo imposible se alcanza lo posible
"Siempre es divertido hacer lo imposible". |
Walt Disney. |
Paradoja para la congoja
Una simple y eficaz terapia para superar nuestros temores en la vida cotidiana.
El concepto “intención paradójica” queda expresado perfectamente en los mismos términos del binomio. Es un truco básico que inicia una acción esperando su efecto contrario, como que nos pidan que no pensemos en un elefante rosa que camina bípedamente: Inmediatamente es imposible que no lo evoquemos con nitidez.
Otro ejemplo de “intención paradójica” tomado de la experiencia familiar consiste en prohibir la biblioteca principal a los niños de la casa, con la sana intención de que lean de todo. Cuando ellos crecen nos devuelven esta jugada recomendándonos que no accedamos a la trivial “literatura infantil”, con el resultado de impelernos a descubrir a autores como JK Rowling, futura Nobel de Literatura y creadora de esas -nada insignificantes- aventuras de un tal Harry Potter.
El concepto científico de “intención paradójica” proviene de una técnica psicológica que fue descrita por Erikson y Frankl, en 1973, para el tratamiento la ansiedad de anticipación. Es una sorprendente curación, basada en enfrentarse directamente a lo temido para superarlo. Se recomienda a los insomnes permanecer despiertos toda la noche y a los tartamudos iniciar cualquier frase repitiendo la primera sílaba.
Ante los miedos, la reacción típica es desear “huir”. El esfuerzo por evitar el problema que se avecina provoca mayor ansiedad, como el estudiante que teme realizar un mal examen y que con su desasosiego propicia un mal rendimiento. A través de la intención paradójica, se anima a “desear que suceda” lo que se teme. Siendo mutuamente excluyentes un deseo y un temor, se supera la situación.
Cuando nos angustia una cita comprometida o un reto como hablar en público, resulta oportuno que unos segundos o días antes imaginemos qué es lo peor que podría pasarnos, en lugar de esperar a que la aprensión y el temor se vayan apoderando de nosotros en un previsible círculo vicioso, que empeorará aún más nuestra disposición. Nada es más paralizante que el miedo al propio miedo. Con frecuencia, se da la paradoja de sólo podremos resolver los problemas cuando creemos que no son problemas. Las dificultades, como las soluciones, si se creen… se crean.
Esta técnica paradójica fue propuesta por Víctor Frankl, célebre psicoanalista austriaco de origen judío, que sobrevivió a campos de concentración como Auschwitz, y fundador de la logoterapia. Con órdenes contradictorias cortocircuitaba la reacción automática de procesos obsesivos, en lugar de la recomendación habitual de apartar la fobia, que puede contribuir a su mantenimiento y perpetuación. La intención paradójica cura el miedo. Si, a propósito, intentamos tenerlo, no podremos. Por ello, este método se ha aplicado en entrenamiento de deportistas de alta competición, como ajedrecistas, junto con otras fórmulas conductistas para vencer a la ansiedad previa a los torneos.
Según Frankl la esencia de la “intención paradójica” se basa en recurrir deliberadamente al sentido del humor. La intención paradójica nos enseña a reírnos de nosotros mismos y ridiculizar nuestros propios temores. Se basa en la maravillosa virtud del ser humano de trascender de sí mismo, como expone en su obra “El hombre en busca de sentido”.
Este tratamiento es valioso, a pesar de su aparente simplicidad, siempre que sea debidamente supervisado por un psicólogo. No debe aplicarse indiscriminada o arbitrariamente, pero su conocimiento nos permite entender mejor el funcionamiento de la mente humana. Así que ahora mismo, tras esta lectura propóngase ser totalmente desdichado con su historia personal. Trate de no apreciar lo que le rodea, de no compartir nada de su vida con nadie. Abandone la búsqueda de la felicidad, e intente ser infeliz. Verá que no lo consigue.
El concepto “intención paradójica” queda expresado perfectamente en los mismos términos del binomio. Es un truco básico que inicia una acción esperando su efecto contrario, como que nos pidan que no pensemos en un elefante rosa que camina bípedamente: Inmediatamente es imposible que no lo evoquemos con nitidez.
Otro ejemplo de “intención paradójica” tomado de la experiencia familiar consiste en prohibir la biblioteca principal a los niños de la casa, con la sana intención de que lean de todo. Cuando ellos crecen nos devuelven esta jugada recomendándonos que no accedamos a la trivial “literatura infantil”, con el resultado de impelernos a descubrir a autores como JK Rowling, futura Nobel de Literatura y creadora de esas -nada insignificantes- aventuras de un tal Harry Potter.
El concepto científico de “intención paradójica” proviene de una técnica psicológica que fue descrita por Erikson y Frankl, en 1973, para el tratamiento la ansiedad de anticipación. Es una sorprendente curación, basada en enfrentarse directamente a lo temido para superarlo. Se recomienda a los insomnes permanecer despiertos toda la noche y a los tartamudos iniciar cualquier frase repitiendo la primera sílaba.
Ante los miedos, la reacción típica es desear “huir”. El esfuerzo por evitar el problema que se avecina provoca mayor ansiedad, como el estudiante que teme realizar un mal examen y que con su desasosiego propicia un mal rendimiento. A través de la intención paradójica, se anima a “desear que suceda” lo que se teme. Siendo mutuamente excluyentes un deseo y un temor, se supera la situación.
Cuando nos angustia una cita comprometida o un reto como hablar en público, resulta oportuno que unos segundos o días antes imaginemos qué es lo peor que podría pasarnos, en lugar de esperar a que la aprensión y el temor se vayan apoderando de nosotros en un previsible círculo vicioso, que empeorará aún más nuestra disposición. Nada es más paralizante que el miedo al propio miedo. Con frecuencia, se da la paradoja de sólo podremos resolver los problemas cuando creemos que no son problemas. Las dificultades, como las soluciones, si se creen… se crean.
Esta técnica paradójica fue propuesta por Víctor Frankl, célebre psicoanalista austriaco de origen judío, que sobrevivió a campos de concentración como Auschwitz, y fundador de la logoterapia. Con órdenes contradictorias cortocircuitaba la reacción automática de procesos obsesivos, en lugar de la recomendación habitual de apartar la fobia, que puede contribuir a su mantenimiento y perpetuación. La intención paradójica cura el miedo. Si, a propósito, intentamos tenerlo, no podremos. Por ello, este método se ha aplicado en entrenamiento de deportistas de alta competición, como ajedrecistas, junto con otras fórmulas conductistas para vencer a la ansiedad previa a los torneos.
Según Frankl la esencia de la “intención paradójica” se basa en recurrir deliberadamente al sentido del humor. La intención paradójica nos enseña a reírnos de nosotros mismos y ridiculizar nuestros propios temores. Se basa en la maravillosa virtud del ser humano de trascender de sí mismo, como expone en su obra “El hombre en busca de sentido”.
Este tratamiento es valioso, a pesar de su aparente simplicidad, siempre que sea debidamente supervisado por un psicólogo. No debe aplicarse indiscriminada o arbitrariamente, pero su conocimiento nos permite entender mejor el funcionamiento de la mente humana. Así que ahora mismo, tras esta lectura propóngase ser totalmente desdichado con su historia personal. Trate de no apreciar lo que le rodea, de no compartir nada de su vida con nadie. Abandone la búsqueda de la felicidad, e intente ser infeliz. Verá que no lo consigue.
Cansancio semanal
"No sé si sobreviviríamos al viernes, si la semana fuese de más de siete días". |
Ocurrencias mías... |
¿Qué haría Jesucristo?
La campaña electoral norteamericana desata, por razones sectarias, una pregunta postergada.
Ambos contendientes Bush y Kerry han recurrido, para la movilización del electorado indeciso, a la búsqueda de todo tipo de aliados y simpatizantes, incluso en las instancias religiosas. Numerosas jerarquías y representantes de los diferentes cultos y sectores estadounidenses se han pronunciado a favor de uno u otro candidato, en función de su posicionamiento político.
Francamente, no vale la pena recopilar las exhortaciones de algunos prelados sugiriendo un aval del Dios universal a un candidato y comparando a su adversario con el mismo demonio. En plena batalla electoral y cuando parece que todo vale para ganar a cualquier precio, se desentierran grupos que han actuado incluso con parafernalia paramilitar de brazaletes con las siglas "QHJ" (¿Qué haría Jesucristo?, en Florida incluso en castellano). Intempestivas y desafortunadas opiniones que interpretan en clave partidista y unívoca la respuesta que Jesucristo podría ofrecer a sus seguidores.
Desde una perspectiva europea, todo ello denota el trasunto de la extendida percepción estadounidense de pueblo elegido y tierra prometida, como hebreos del Antiguo Testamento. Incluso hay quién se cuestiona si Dios es norteamericano. En ocasiones, los conservadores en USA actúan como ungidos por la divinidad con la Verdad absoluta. El fundamentalismo que combaten (el islámico ahora, el comunismo antes), se efectúa con una visión igualmente intolerante y fanática por parte de algunos máximos dirigentes, que se consideran “cruzados” del Bien categórico contra el Mal absoluto.
Somos mayoría en el mundo quienes creemos que, en una verdadera democracia y con el pleno respeto a la libertad religiosa (de creer o no creer), solamente cabe proponer claves éticas para guiar los pasos de de la ciudadanía ante sus problemas cotidianos. Cada uno puede elegir en quién se inspira para tomar sus resoluciones. Para los creyentes cristianos, Jesucristo respeta el libre albedrío personal, al tiempo que nos ofrece criterios de ayuda en nuestras decisiones.
Jesucristo no es una mala opción, creemos muchos; mas es difícil discernir con certeza cómo obraría Jesús en cada ocasión. La suya fue una revolución salvadora basada en el amor y la esperanza. Su mensaje evangélico de amor fraterno es grandioso, pero persiste la incertidumbre de cómo acertar en cada caso.
En cada situación podríamos traducir el "¿Qué haría Jesucristo?" por el equivalente ¿Qué haría una persona que ama a todos?" Jesucristo nos instó a amar aun en difíciles circunstancias (Lucas 6:27-33). “El amor se sacrifica y no exige recompensa; sólo el amor trasciende y nos trae una paz verdadera”. La injusticia crea conflictos; pero también es cierto que toda contienda puede hallar una solución pacífica, no violenta, de restitución de la verdad y de la justicia política, económica y social.
No es verosímil que Dios apueste por soluciones bélicas, ni guerras santas. Las citas bíblicas que abogan por el entendimiento son innumerables: "Busquemos, pues, lo que contribuye a la paz y nos hace crecer juntos” (Romanos 14, 17-19). El amor es el punto de partida de todo, con un querer que no excluya a nadie. No basta amar a familiares y amigos, ni a los de nuestra religión, etnia o grupo social. Derribemos los muros de prejuicios que nos hacen indiferentes ante el dolor ajeno, porque la pasividad siempre será culpable. Si anhelamos la paz, debemos practicar el amor hacia todos como si fuesen hermanos nuestros. Eso haría Jesucristo. Y nosotros somos las manos de Dios en la Tierra.
Ambos contendientes Bush y Kerry han recurrido, para la movilización del electorado indeciso, a la búsqueda de todo tipo de aliados y simpatizantes, incluso en las instancias religiosas. Numerosas jerarquías y representantes de los diferentes cultos y sectores estadounidenses se han pronunciado a favor de uno u otro candidato, en función de su posicionamiento político.
Francamente, no vale la pena recopilar las exhortaciones de algunos prelados sugiriendo un aval del Dios universal a un candidato y comparando a su adversario con el mismo demonio. En plena batalla electoral y cuando parece que todo vale para ganar a cualquier precio, se desentierran grupos que han actuado incluso con parafernalia paramilitar de brazaletes con las siglas "QHJ" (¿Qué haría Jesucristo?, en Florida incluso en castellano). Intempestivas y desafortunadas opiniones que interpretan en clave partidista y unívoca la respuesta que Jesucristo podría ofrecer a sus seguidores.
Desde una perspectiva europea, todo ello denota el trasunto de la extendida percepción estadounidense de pueblo elegido y tierra prometida, como hebreos del Antiguo Testamento. Incluso hay quién se cuestiona si Dios es norteamericano. En ocasiones, los conservadores en USA actúan como ungidos por la divinidad con la Verdad absoluta. El fundamentalismo que combaten (el islámico ahora, el comunismo antes), se efectúa con una visión igualmente intolerante y fanática por parte de algunos máximos dirigentes, que se consideran “cruzados” del Bien categórico contra el Mal absoluto.
Somos mayoría en el mundo quienes creemos que, en una verdadera democracia y con el pleno respeto a la libertad religiosa (de creer o no creer), solamente cabe proponer claves éticas para guiar los pasos de de la ciudadanía ante sus problemas cotidianos. Cada uno puede elegir en quién se inspira para tomar sus resoluciones. Para los creyentes cristianos, Jesucristo respeta el libre albedrío personal, al tiempo que nos ofrece criterios de ayuda en nuestras decisiones.
Jesucristo no es una mala opción, creemos muchos; mas es difícil discernir con certeza cómo obraría Jesús en cada ocasión. La suya fue una revolución salvadora basada en el amor y la esperanza. Su mensaje evangélico de amor fraterno es grandioso, pero persiste la incertidumbre de cómo acertar en cada caso.
En cada situación podríamos traducir el "¿Qué haría Jesucristo?" por el equivalente ¿Qué haría una persona que ama a todos?" Jesucristo nos instó a amar aun en difíciles circunstancias (Lucas 6:27-33). “El amor se sacrifica y no exige recompensa; sólo el amor trasciende y nos trae una paz verdadera”. La injusticia crea conflictos; pero también es cierto que toda contienda puede hallar una solución pacífica, no violenta, de restitución de la verdad y de la justicia política, económica y social.
No es verosímil que Dios apueste por soluciones bélicas, ni guerras santas. Las citas bíblicas que abogan por el entendimiento son innumerables: "Busquemos, pues, lo que contribuye a la paz y nos hace crecer juntos” (Romanos 14, 17-19). El amor es el punto de partida de todo, con un querer que no excluya a nadie. No basta amar a familiares y amigos, ni a los de nuestra religión, etnia o grupo social. Derribemos los muros de prejuicios que nos hacen indiferentes ante el dolor ajeno, porque la pasividad siempre será culpable. Si anhelamos la paz, debemos practicar el amor hacia todos como si fuesen hermanos nuestros. Eso haría Jesucristo. Y nosotros somos las manos de Dios en la Tierra.
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